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Carl Barks, el creador del Tío Gilito

El encanto es la clave de la obra de Carl Barks (1901-2000). Con una calidad gráfica excepcional, este dibujante logró un completo equilibrio entre las convenciones del tebeo infantil y esa idea de la imaginación realizada que defiende Fernando Savater, y que, a lo largo de más de medio siglo, vino a ser la característica de publicaciones como Dumbo o Don Miki.

En este aspecto, el atractivo de los cómics de Barks no necesita demasiadas explicaciones. Hay que embarcarse en su lectura, sin darle más vueltas, y reconocer en ellos esa diversión sin límites que uno experimenta en la infancia. Más allá de ese valor sentimental, la figura de Barks merece atención por razones que tienen que ver con el propio desarrollo de los estudios Disney. Ahora les explicaré por qué.

En agosto de 1923 Walt y Roy Disney piden dinero a su tío Robert y con ese capital fundan los Estudios Disney. El equipo de animadores lo encabeza Ub Iwerks, a cuyas ordenes trabajan Fritz Freleng, Rudolph Ising, Les Clark y otros jóvenes artistas que, con el tiempo, tendrán mucho que aportar al mundo del dibujo animado.

En 1927, Disney recibe una sugerencia de su distribuidor Charles Mintz, esposo de Margaret J. Winkler. Mintz le propone una nueva serie con algún personaje fijo, preferentemente un animal antropomórfico. El resultado será Oswald the lucky rabbit, un simpático conejo cuyos rasgos prefiguran los de Mickey Mouse. La primera película con este personaje es Trolley troubles (1927). El mismo año, el equipo de Disney completa nuevos cortometrajes de Oswald: Oh, teacherThe mechanical cowGreat gunsThe ocean hopThe banker’s daughterEmpty stocks y Rickety gin. Pero un nuevo animador, Walter Lantz (luego creador del Pájaro Loco), pacta con Mintz la propiedad del personaje y la serie escapa del control de Disney.

La situación se complica enormemente para el estudio tras el abandono de Mintz. Afortunadamente, Ub Iwerks prueba varios diseños hasta dar con una idea brillante: el ratón Mickey Mouse, protagonista de un enloquecido cortometraje, Plane crazy (1927), que Iwerks anima en su totalidad. Años después, Disney, que va reafirmando su autoridad en el estudio, contará que la paternidad del personaje le corresponde, pues lo imaginó durante un viaje a Nueva York y su esposa le sugirió el nombre (como sucederá en otros casos, Walt Disney acredita su habilidad para la gestión del talento ajeno).

Mientras tanto, el sonido ha hecho su aparición en el cine, y Disney resuelve tomar la iniciativa en el campo del dibujo animado. Se rueda entonces el primer cortometraje sonoro de Mickey Mouse, Steamboat Willie, estrenado el 18 de noviembre de 1928 en el Colony Theater de Nueva York. Un año después, el ratón pasa a protagonizar una serie de cómics distribuidos por la cadena King Features Syndicate. Disney comprende tras esta iniciativa el enorme negocio de los productos derivados, y empieza a vender licencias para la fabricación de juguetes con sus creaciones.

Mickey Mouse protagoniza historietas a partir de enero de 1930. Cuando crece su imperio económico, Disney contrata a numerosos dibujantes para que lleven al tebeo a otros personajes de animación. Y es ahí donde entran en liza creadores de la talla de Floyd Gottfredson, Carl Barks, Al Taliaferro, Bill Shaw, Walt Kelly, Al Levin y Fred Quimby. Todos ellos –empezando por el propio Barks– renuncian a su firma, convenientemente sustituida por la del omnipresente Walt Disney.

Por las mismas fechas, llega al mercado la pícara Betty Boop. Les hablo de una maravillosa creación de los Fleischer Brothers Animation Studios que aparece en el cine en 1930, y que a partir del 23 de julio de 1934, dibujada por Grim Natwick y Max Fleischer, también será protagonista de innumerables cómics.

Frente a esa competencia, Carl Barks se hace cargo de un personaje aún más carismático: el pato Donald, creado por los dibujantes Art Babbit y Dick Huemer, quienes lo incluyeron en el cortometraje de dibujos animados The wise little hen (1934).

Un doblaje muy característico, obra de Clarence Nash, y su peculiar diseño, con vestido de marinero, hacen de este irascible palmípedo una de las más populares y características figuras de todo el universo Disney. Acompañado por su novia, Daisy, el millonario Tío Gilito y sus tres sobrinos, Donald es protagonista de infinidad de aventuras cinematográficas… y por supuesto, también de muchos tebeos.

El dibujante Al Taliaferro y el guionista Ted Osborne adaptaron al cómic The wise little hen el 11 de agosto de 1934. En 1942, Carl Barks tomó el relevo y prosiguió la realización de los cómics de Donald durante décadas.

Inspirándose en el avaro Ebezener Scrooge de la Canción de Navidad que escribiera Charles Dickens, Carl Barks ideó al Tío Gilito (Scrooge McDuck) para incluirlo en el cómic Christmas on Bear Mountain, publicado en diciembre de 1947. Gracias a la buena acogida de las historietas protagonizadas por este personaje, la compañía Disney decidió convertirlo en dibujo animado.

Como ven, lejos de ser circunstancial, la intervención de Barks en la maquinaria creativa de la empresa fue decisiva. Hasta no hace mucho, tuvimos que conformarnos con disfrutar de su obra en publicaciones dispersas, en las que no se concedía importancia a nuestro autor.

Los más enterados ya descubrieron las soberbias ediciones de Fantagraphics o de Gemstone Publishing, depositarios de la licencia de Disney Publishing Worldwide que permite editar en el mercado norteamericano comic books de Mickey, Minnie, Donald, Goofy y otras criaturas disneyanas. Por fortuna, gracias a la iniciativa de Planeta DeAgostini, que reeditó este material entre nosotros, la oportunidad de admirar sin descanso a Barks quedó al alcance de todos los lectores hispanohablantes.

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Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Ilustraciones de la Biblioteca Carl Barks © Disney Enterprises Inc. Cortesía del Departamento de Prensa de Planeta DeAgostini Comics. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.