No somos pocos los que compartimos la opinión de que la tercera temporada de Twin Peaks no solo fue la mejor teleserie de 2017, sino también la mejor producción de aquel año, en general. Su creador, David Lynch, ya definió la primera entrega de Twin Peaks (1990-1991) como «una película en televisión», y esta premisa es aplicable a su continuación.
Lynch tardó más de cuatro años en escribir la tercera remesa de episodios, y también los concibió como una largometraje prolongado a lo largo de dieciocho entregas. «Lidias con las expectativas haciéndolo lo mejor que puedes ‒declaró el realizador a propósito de esta nueva serie‒. Los espectadores son como detectives: reflexionan, se hacen preguntas, y de alguna manera, encuentran el sentido de lo que narramos».
Algo similar señaló en su momento Sabrina S. Sutherland, productora ejecutiva de Twin Peaks: The Return, productora de Twin Peaks: Las piezas perdidas (Twin Peaks: The Missing Pieces, 2014) y coordinadora de producción de los 22 episodios de la (muy prescindible) segunda temporada. En opinión de Sutherland, el cineasta estaba dispuesto en 2017 a vigilar cada detalle: «Él quería dirigir todo, luego editar, luego mezclar, y luego trabajar sobre el color. Esto es algo bastante opuesto a cómo se hacía una serie de televisión en el pasado».
Imagen superior: Kyle MacLachlan y Naomi Watts en «Twin Peaks» (2017).
Como su predecesora, la nueva Twin Peaks es un producto atemporal. Cuando la tercera temporada se emitió, me faltó el valor de opinar sobre ella, porque no sabía ni por dónde empezar. Coincidiendo con su lanzamiento en DVD y Blu-ray, me decidí finalmente a escribir estas líneas, destinadas a todo aquel que esté un poco harto de ver siempre lo mismo, ya sea en cine o televisión.
Sí, ya lo sé, estamos viviendo en la Edad Dorada de las Series. “Las series son el nuevo cine”, nos repiten sin cesar. Y hasta el cine comienza a adquirir vicios narrativos de las producciones televisivas.
Cada semana alguien nos dice que se ha estrenado “la serie del año” y nos anima a creer que no podemos vivir sin ella. Pero Twin Peaks está por encima de eso. Lo principal es que cada uno de los 18 capítulos de Twin Peaks, el regreso está dirigido por David Lynch, igual que aquel memorable debut de 1990.
La propia Sabrina S. Sutherland parece consciente de las razones que llevaron al cineasta a sentirse orgulloso del episodio piloto (8 de abril de 1990) y de los siete siguientes, despreciando en público aquella segunda tanda de episodios, en la que el cineasta perdió el control creativo y prefirió centrarse en Corazón salvaje (1990).
«En el pasado ‒explica Sutherland‒ cada episodio solía tener un director diferente, los programas eran montados y mezclados simultáneamente a los que estaban siendo rodados y los que aún estaban en preparación». En 2017, Lynch estuvo nuevamente a cargo de todo el proyecto, sin intermediarios ni sustitutos: «Una vez que David y Mark Frost terminaron de escribir el guión, David tuvo control total del proceso creativo. Él decidía las localizaciones, el reparto, el vestuario y el sonido (…). David no hace storyboards al uso. Él tiene todo planeado en su cabeza, sabe cómo quiere filmar y dónde va a estar la cámara. Visualiza en su mente exactamente cómo se va a ver la escena. Entonces explica lo que quiere o dibuja los planos sobre cualquier cosa. Tengo cuadernos llenos de estos dibujos. Al verlos ahora, los entiendo, pero cualquier otra persona que los mirase no tendría idea de lo que significan. Necesitas tenerlo a él, dibujando enfrente tuyo y explicándotelo al mismo tiempo».
Imagen superior: Jennifer Jason Leigh, Tim Roth y Kyle MacLachlan en «Twin Peaks» (2017).
Lynch es un genial cineasta (entre otras muchas cosas) del que no veíamos nada desde hace más de una década. Inland Empire, su último film propiamente dicho, se estrenó en 2006, y desde entonces, él se apartó de la silla de director, con una excepción: el concierto filmado Duran Duran: Unstaged (2014). De ahí que, al disfrutar de esta nueva temporada de Twin Peaks, a uno le inunde la tristeza al pensar que Lynch lleva demasiado tiempo lejos de las salas de cine.
De hecho, muy posiblemente, este retorno al universo de Twin Peaks sea la última obra audiovisual de Lynch que veamos, ya que su dedicación a la pintura y la escultura le ha ido apartando del cine. En realidad, ambas facetas artísticas están muy presentes en los extraños mundos y criaturas que asaltan a nuestros sentidos en esta secuela inesperada y tremendamente original. Por otra parte, la fantasía, la ciencia ficción y lo extraño están aquí mucho más presentes que en la serie original.
Imagen superior: “Estábamos en el Café Du Par, en la esquina de Laurel Canyon y Ventura, en Los Ángeles ‒explica Lynch‒, cuando una imagen surgió de pronto en mi mente y en la de Mark Frost: el cuerpo de una mujer, envuelto en una bolsa de plástico, y abandonado en la orilla de un lago”. Al parecer, la abuela de Frost le contó a éste, cuando era pequeño, un crimen que sirvió de lejana inspiración en este caso: el de la joven Hazel Drew, cuyo cadáver apareció el 11 de julio de 1908 en Sand Lake (Taborton, Nueva York).
A comienzos de los 90, la serie de David Lynch y Mark Frost supuso un breve pero intenso fenómeno social. Nadie había visto antes una producción televisiva de estas características (ni se volvió a ver). El primer Twin Peaks cambió la forma de ver y de hacer series, aunque el fuego se extinguió en el momento en el que los ejecutivos de turno presionaron para que el misterio (¿MacGuffin?) que impulsaba la trama se revelara.
Como escribe Natalia Marcos en El País, «toda serie que gira en torno a la investigación del asesinato de una mujer joven, que está centrada en un pueblo con excéntricos habitantes, que da importancia a los sueños o al subconsciente, que da tanta importancia a qué se cuenta como a cómo se cuenta, y que se entiende a sí misma como un puzle que alimenta la especulación de los fans, bebe de la herencia de Twin Peaks irremediablemente y su combinación de investigación, culebrón, comedia negra e incluso serie de terror, todo llevado al extremo y desde el particular ángulo de Lynch«.
En cuanto supimos quién mató a Laura Palmer en el grandioso episodio 14 («Lost Souls»), todo se fue al garete. El show siguió hacia delante por pura inercia, pero ya carecía de interés. Lynch y Frost prácticamente se desentendieron del producto y la serie se transformó en una especie de mala imitación de sí misma. Y eso que el cineasta regresó para crear uno de los episodios más grandiosos jamás vistos en una pantalla de televisión: «Beyond Life and Death» (10 de junio de 1991).
En aquel episodio, Laura Palmer (si es que era ella), prometía volver a ver al agente Dale Cooper 25 años después. Pasaron unos pocos más, pero la serie regresó, para sorpresa y recelo de todos.
Imagen superior: Mel Brooks definió a Lynch como “una especie de James Stewart procedente de Marte”. Esa excentricidad contrasta con el fenómeno internacional en el que se convirtió «Twin Peaks». «No me explico ‒dice el realizador‒ cómo una historia que ocurre en un pequeño pueblo del noroeste de Estados Unidos les pueda interesar a los japoneses, a los franceses o a los australianos. No sé, es un fenómeno muy interesante y fantástico. Supongo que fue una combinación mágica de muchas cosas». En la fotografía, Sherilyn Fenn y Kyle MacLachlan en «Twin Peaks» (1990).
Los secretos que Laura Palmer fueron el resorte que impulsó un largometraje, Twin Peaks: Fire Walk with Me (1992), una película extraña, recargada visualmente que muchos no terminaron de comprender sus arranques de humor negro y turbia sensualidad. “Contiene algunas de las escenas más fuertes de Lynch –escribe Michel Chion–, en particular aquellas en las que se describen, con frescura y violencia, sensaciones vitales elementales: impresión de confusión urbana y de pánico en plena calle o el sentimiento de tener alas cuando una chica te ha sonreído. En el título Fire Walk with Me hay al menos una palabra que inspiró especialmente a Lynch, que es walk. (…) Es la idea de la película, la de ir con Laura Palmer hasta el fin, hasta el fin de su noche”.
«Un pueblo habitado por freaks –escribe José Luis Espejo–, la casa de un perista en medio del desierto, un teatro revelado en sueños, el despacho de quién sabe quién. Todos los caminos parecen guiados por un mapa imposible hacia el Black Lodge, el borde entre este mundo y la habitación roja. Parecía al principio que este viaje era en la geografía física que separa lo siniestro de lo extraño: del barrio residencial al burdel de las afueras, de Washington a Twin Peaks. Lo Otro siempre se situaba en la periferia de la normalidad. Luego descubrimos que todos aquellos lugares habían estado siempre en el mismo sitio, porque no hay centro y periferia, no hay sueño ni realidad. No hay banda. Aunque el viaje es una constante, es a partir del Black Lodge de los bosques de Twin Peaks cuando se comprende que existe una zona de corte en este imaginario. Un dispositivo que en la narración toma forma de círculo blanco en el bosque, de pasillo oscuro, de caja azul o de pañuelo quemado» (Filmoteca Española, enero de 2010).
Imagen superior: David Lynch, David Bowie, Miguel Ferrer y Kyle MacLachlan en la precuela «Twin Peaks: Fuego camina conmigo» («Twin Peaks: Fire Walk with Me, 1992), dirigida por Lynch y escrita por éste junto a Robert Engels.
Regreso a la televisión
En 2016, Chris Carter había retornado con su serie estrella, Expediente X, y el resultado, sin ser malo, no era mucho más que una celebración para los fans, aderezada con comentarios irónicos sobre la sociedad del siglo XXI (las “conspiranoias”, las posverdad, la omnipresencia de lo digital…). ¿Qué podíamos esperar de un nuevo Twin Peaks, echado a perder en aquella segunda temporada tan espantosa? El caso es que muchos seguidores se sintieron decepcionados con el regreso de la serie, porque no era lo que ellos esperaban. Otros seguimos entusiasmados precisamente por eso. La sorpresa y el desconcierto son los elementos principales de una obra cuyo argumento es difícil de resumir, pero no incomprensible.
Conviene tener la mente abierta y la imaginación despierta ante esta secuela: una poderosa ficción que utiliza como base el primer Twin Peaks (volvemos a ver a muchos de los protagonistas originales, aunque la serie no se centra solo en ellos). A partir de ahí, elabora algo nuevo, una historia que nos lleva más allá de los límites del famoso pueblo, para conducirnos hasta lugares como Las Vegas, Nueva York o incluso extrañas dimensiones.
Imagen superior: David Lynch y Laura Dern in «Twin Peaks» (2017). Entrevistado por Chris Rodley, Lynch explicó los detalles que convirtieron al «Twin Peaks» original en un producto irrepetible. Por ejemplo, su afinidad con el guionista Mark Frost o con el músico Angelo Badalamenti. «La fuerza de la mayoría de las películas ‒dice en esa entrevista, incluida en el libro «Regreso a Twin Peaks»‒ radica en la grandeza de la imagen y del sonido y de la historia de amor. En televisión, el sonido sufre y el impacto sufre. Solo con un parpadeo, o con un mínimo movimiento de cabeza, ves el aparato de televisión, ves la alfombra, ves un papelito en el que hay algo escrito, o una tostadora, o lo que sea. En un segundo estás fuera de la película. En un cine, cuando la pantalla es grande y el sonido está bien, una película adquiere mucha fuerza, aunque sea lamentable».
Más allá de su guión, lo importante de esta tercera temporada de Twin Peaks es que, como sucedió con su predecesora, se trata de una serie emocional, incluso sensorial. Hay carcajadas, lágrimas, intriga, terror intenso, violencia, cine clásico, cine experimental, increíbles efectos sonoros, nostalgia, patadas a la nostalgia y un desenlace capaz de destrozar los cerebros y corazones más templados. Ah, y también excelentes actuaciones musicales. En cada episodio encontramos, como mínimo, un par de momentos antológicos, ya sea el viaje al centro de una explosión nuclear en 1945 o la interpretación a la guitarra de «Red River Valley» por parte de Harry Dean Stanton. Sin lugar a dudas, este Twin Peaks de 2017 es algo que uno debe experimentar por sí mismo.
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