Menos conocido a nivel popular que otros autores como Stephen King o Ray Bradbury, pero alabado por ambos, Richard Matheson ha sido uno de los escritores clave dentro del género fantástico durante el último siglo. Si su nombre en un principio puede que no suene a muchos, seguramente alguna de sus obras, como El increíble hombre menguante o El diablo sobre ruedas son reconocidas por el más común de los mortales.
Matheson ha desarrollado una prolífica e insuperable labor literaria, tanto en sus novelas como en sus guiones para cine y televisión, con historias que han calado en el subconsciente colectivo.
La obra de Matheson ha girado habitualmente alrededor de la irrupción de lo fantástico en la realidad. Frecuentemente, un hombre normal ve cómo su vida sufre un vuelco al encontrarse con una situación propia de una pesadilla.
Sin entrar en la ciencia-ficción pura, Matheson ha tratado temas cercanos a la fantasía, aunque su interés por la parapsicología seria (si es que esto existe) ha dotado a algunas de sus historias de verosimilitud científica.
Nacido en el estado de Nueva Jersey, en 1926, el primer gran éxito literario de Matheson llegó en 1954 con la novela Soy leyenda. En ella se narra la agobiante historia de Robert Neville, el único superviviente en un mundo en el que los humanos se han transformado en vampiros por efecto de un virus.
Neville puede “disfrutar” de un mundo para él solo durante el día, pero por las noches se atrinchera en su casa, convertida en una fortaleza. Los vampiros acosan a Neville haciéndole ver al final del relato la cruda realidad: en un mundo de vampiros, el verdadero monstruo es él.
Esta violenta novela, una de las mejores alegorías sobre lo relativo de lo “normal” y “anormal” ha sido llevada oficialmente al cine en dos ocasiones. La primera versión llegó en 1964 bajo el título de El último hombre sobre la tierra, una coproducción italo-americana protagonizada por el inmenso Vincent Price que intentaba compensar con su presencia las obvias carencias presupuestarias de la película. En todo caso, un film de culto a recuperar.
Más conocida es la versión protagonizada por un Charlton Heston armado hasta los dientes en la setentera El último hombre…vivo (The omega man, 1971). Dirigida por Boris Sagal, esta adaptación tiene un espectacular comienzo, pero se va alejando de la novela para convertirse en un film de acción violenta, muy del gusto de la época, lleno de referencias a los conflictos raciales de entonces y con unos mutantes albinos y motoristas que poco tienen que ver con la desoladora visión de Matheson.
Este último no está muy contento con ninguna de estas dos versiones, y lo entendemos, teniendo en cuenta que en un comienzo la primera adaptación iba a correr a cargo del mismísimo Fritz Lang.
Pero si en algo ha sido determinante Soy leyenda ha sido en sus adaptaciones “no oficiales”, es decir, en las que se han inspirado o directamente han robado ideas del libro.
George A. Romero no ha ocultado nunca la deuda que tiene con la novela de Matheson respecto a su mítica La noche de los muertos vivientes. La idea de unos personajes asediados en una casa por un ejército de muertos vivientes se ha convertido, gracias a esta película, en todo un cliché del género.
Al margen de la versión protagonizada por Will Smith, la influencia de Soy leyenda llega hasta nuestros días, con 28 días después de Danny Boyle como el ejemplo más claro de cuánto se puede exprimir una buena idea.
El primer guión cinematográfico de Matheson fue la adaptación en 1957 de su novela El increíble hombre menguante, escrita el año anterior.
La cinta narra la historia de Scott Carey, un hombre que, al entrar en contacto con una niebla radiactiva, se ve condenado a ir disminuyendo de tamaño progresivamente, en un proceso que parece no detenerse nunca.
Semejante historia, que podría haberse convertido en una memez, es una desasosegante obra existencialista con un sorprendente final y que gusta incluso a los que detestan la ciencia ficción.
La labor del director Jack Arnold, autor de otros clásicos como La mujer y el monstruo o Tarántula, ha ayudado a perpetuar la memoria de este brillante film con escenas tan definitivas como la lucha de Scott contra la araña que habita su sótano, gigantesca a su nueva escala.
La influencia de El increíble hombre menguante no ha menguado (risas) en todo este tiempo, siendo vital en conocidas películas como Cariño, he encogido a los niños (Joe Johnston, 1989), una versión familiar escrita por Brian Yuzna y Stuart Gordon. Incluso nuestro Almodóvar homenajea el clásico en Hable con ella (2002).
A finales de los 50, Matheson llevó a cabo unas colaboraciones con la pequeña productora American International Pictures (AIP), regentada por Sam Arkoff y James Nicholson.
La idea era adaptar una de las obras clásicas del legendario Edgar Allan Poe, La caida de la casa Usher. Protagonizada por Vincent Price en el papel del torturado Roderick Usher, y dirigida por Roger Corman, esta película de 1960 se convertiría, gracias a su éxito, en la primera de una serie de adaptaciones de Poe que ya ha pasado a la historia del cine.
Con un estilo visual impactante en su uso del color y del encuadre, y siguiendo fielmente los excelentes guiones de Matheson, cintas como El péndulo de la muerte (1961), Historias de terror (1962) o la insólitamente humorística El Cuervo (1963) siguen sorprendiendo a las nuevas generaciones de aficionados.
Aparte del ciclo Poe, Matheson también trabajó en otros proyectos de la AIP, entre los que destacan Burn, witch, burn (1962) y La comedia de los terrores (1963), una especie de parodia de estas adaptaciones de Poe, dirigida por el genial Jacques Tourneur y con actores del calibre de Vincent Price (otra vez), Basil Rathbone, Peter Lorre y Boris Karloff.
Una de las actividades por las que mejor se conoce a Richard Matheson es por su labor de guionista en la esencial serie de televisión Twilight zone. La insuperable creación de Rod Serling redefinió el género con sorprendentes e impactantes historias durante los años sesenta.
Entre los episodios escritos por Matheson, destacan The invaders, Steel y Nightmare at 20,000 feet, esta última más conocida en nuestro país por la versión que se realizó en la película-homenaje producida por Spielberg 1983 y que se estrenó en estos lares bajo el título de En los límites de la realidad.
En ese largometraje, el segmento Nightmare at 20,000 feet volvió a ser escrito por Matheson, con John Lithgow retomando el papel que interpretó en el original William Shatner y con John Landis a cargo de lo que antes había dirigido un primerizo Richard Donner.
Ambas versiones narran la acongojante historia de un hombre con miedo a volar, que atraviesa un cielo tormentoso a bordo de un avión de pasajeros. Mirando por la ventanilla, verá sorprendido cómo un monstruo (un gremlin) se dedica destrozar poco a poco el ala del avión, pero cada vez que avisa a alguien, la criatura desaparece y todos le toman por un histérico peligroso.
Todo el que haya visto esta pequeña pesadilla en cualquiera de sus dos versiones, no será capaz de olvidarla. Todo un ejemplo de suspense y paranoia.
En los límites de la realidad también incluía una adaptación por parte de Matheson de otro episodio escrito por Jerome Bixby, It´s a good life, un inquietante relato sobre un niño todopoderoso y capaz de leer las mentes, que tiene a un pueblo aterrorizado, manipulándolo a su antojo. Este segmento estaba realizado por Joe Dante con un espíritu cercano a los más alocados cartoons de la Warner.
Al hilo de Twilight Zone, les recuerdo que Matt Groening, gran conocedor del género fantástico, ha tomado como base numerosas obras de Matheson para sus especiales de Halloween de la serie Los Simpson.
Durante los años 70, Matheson escribió los guiones de algunas tv-movies de gran éxito: The night stalker (1972), que tuvo secuela, o Trilogy of terror (1975), que incluía un relato titulado Amelia, al parecer traumático para toda una generación de americanos. Pero sin duda el telefilme más importante que escribió en esta época fue El diablo sobre ruedas, una magistral obra sobre, adivinen, un tipo corriente (un efectivo Dennis Weaver) que es acosado en una carretera en mitad del desierto por un cochambroso camión conducido por alguien a quien nunca vemos el rostro.
Esta historia tan simple sirvió a un novato Steven Spielberg (el muy canalla sólo tenía 25 años) de plataforma de lanzamiento.
Spielberg realiza una portentosa película de suspense a la altura de Hitchcock (por cierto, Matheson estuvo a punto de escribir el guión de Los Pájaros); un relato que destruye el sistema nervioso del espectador más templado, y que viene a ser un precedente claro de la obra maestra que es Tiburón.
El diablo sobre ruedas, prevista en un principio para la pequeña pantalla, fue inteligentemente estrenada en cine.
En 1980 Matheson recibió el arriesgado encargo de adaptar para televisión las Crónicas marcianas de Bradbury. Quien esto escribe no puede hablar mucho sobre si se trataba de una buena adaptación, ya que cuando vio la serie era aún un niño mofletudo, y todavía no había disfrutado de la prodigiosa obra de Ray Bradbury. Solo les puedo decir que recuerdo ver la serie con una sensación de inquietud, muy cercana al terror absoluto.
Cerramos el capítulo televisivo con una curiosidad. Richard Matheson escribió un famoso episodio de Star Trek titulado The enemy within, en el que un error del teletransporte dividía a Kirk en dos personas, una buena y otra mala.
En 1973 el escritor se encargó de adaptar una de sus novelas más populares, Hell house (considerada como “el monte Everest del género de casas encantadas” por Stephen King), que se transformaría en La leyenda de la mansión del infierno.
Se trata de una producción británica, dirigida por John Hough. Su argumento comparte esquema con otros clásicos como The haunting, al narrar el encierro voluntario de un grupo de parapsicólogos en la casa de la blasfema familia Belasco.
Con muchos datos seudocientíficos (se explica lo que es el ectoplasma, por ejemplo) y con una elegante puesta en escena, la película se resiente de una autocensura referente a la temática sexual presente en la novela, y de un final racionalista que echa a perder gran parte de su encanto.
En 1980 un guión de Matheson sirvió para que se realizara una cinta poco conocida a nivel popular, pero que cuenta con unos fans entregadísimos, que la han elevado al estatus de película de culto. En algún lugar del tiempo, dirigida por Jeannot Szwarc y con gran colaboración por parte de Matheson (incluso tiene un cameo), es una historia de romanticismo desatado.
Un escritor (Christopher Reeve) viaja a través del tiempo mediante la autohipnosis para conocer al amor de su vida, una actriz de principios del siglo XX (Jane Seymour). Este es un delicioso relato que tiene más de un punto en común con la portentosa Titanic de James Cameron.
En los años 90, se adaptaron dos famosas novelas de Matheson con diferentes resultados. Vincent Ward, autor de la magnífica Navigator, decepcionaba con la irritante Más allá de los sueños, con guión de Ronald Bass. A pesar de contar con un uso llamativo del diseño artístico y unos efectos especiales que introducían a los personajes en lienzos pintados, esta historia sobre amor más allá de la muerte se resentía de un espíritu pastelón, al que no ayudaba la presencia de los cuellicortos Robin Williams y Cuba Gooding Jr.
Mejor resultado dio El último escalón, dirigida y escrita por el sólido David Koepp. Una de esas películas que llaman ahora thrillers psicológicos: en realidad, una historia de fantasmas enmarcada en un contexto cotidiano que, sin ser una obra maestra, era un más que correcto trabajo al que contribuía definitivamente el protagonismo de ese actorazo infravalorado que es Kevin Bacon.
En la actualidad, la obra de Matheson sigue siendo base para todo tipo de películas: desde la nueva Soy leyenda (2007) hasta The Box (2009), pasando por Acero puro (2011).
Como ven, la reputación de Richard Matheson está más que a salvo, y nuestras angustias siempre tendrán reflejo en su obra. ¿O acaso es al revés?
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