Durante la etapa en que se dedicó a la crítica, Daniel Monzón ya demostró amor, conocimiento y respeto por el arte cinematográfico, sin pararse a hacer distinciones clasistas entre productos artísticos y comerciales.
En su faceta como cineasta, se ha ido acreditando como un dotado profesional, y sus filmes han ido mejorando en calidad, desde la irregular pero llamativa El Corazón del Guerrero hasta los recientes y vibrantes thrillers Celda 211 o el largometraje que ahora llega a las pantallas, El Niño.
Varias líneas argumentales se cruzan y convergen en este policíaco fronterizo de evidentes guiños al western (que incluyen un “Billy el Niño” de razonable parecido físico con “El Zurdo” Paul Newman), donde las localizaciones del Estrecho de Gibraltar adquieren enorme importancia, fundiéndose con los mismos personajes.
Daniel Monzón despliega sabiduría técnica y narrativa –ayudado al guión por el casi siempre efectivo Jorge Guerricaechevarría– con algún que otro momento espectacular. En este aspecto, destacan unas secuencias de acción con helicóptero que harían palidecer de envidia al Michael Mann de Corrupción en Miami.
Una de las grandes virtudes de Monzón es que realiza sus películas pensando en el público. Se centra en contar una buena historia, en lugar de afianzarse como autor personal que machaca a la audiencia con sus traumas.
En todo caso, pese a tratarse de un thriller directo y contundente, la película no está exenta de cierta ambición que se refleja en una duración generosa y quizá demasiados platos girando al mismo tiempo.
En ese sentido, las subtramas difieren en interés tanto como difiere la calidad de las interpretaciones. Frente a la parte “joven” del elenco, algo más blanda, se hacen más interesantes los momentos protagonizados por los policías: unos extraordinarios Luis Tosar, Eduard Fernández y Sergi López, bien dirigidos y llenos de matices.
Cabe quizá, lamentar un clímax más tenso y espectacular, a la altura de las expectativas que va forjando la película a lo largo de su metraje, y un mayor aprovechamiento del gigantesco actor Ian McShane, quien apenas tiene líneas de diálogo y sólo parece pasearse por Gibraltar en una suerte de guiño al elegante narco que interpretó en su momento Fernando Rey en French Connection.
Sinopsis
Estrecho de Gibraltar, la frontera sur de Europa; apenas dieciséis kilómetros separan África del Viejo Continente. Riesgo, adrenalina y dinero al alcance de cualquiera capaz de atravesar esa distancia en una lancha cargada de hachís volando sobre las olas y con la policía pisándote los talones. El Niño y el Compi quieren iniciarse en el mundo del narcotráfico, lo que para ellos es casi un juego.
Jesús y Eva, agentes de Policía, llevan años tratando de demostrar que la ruta del hachís es ahora uno de los principales coladeros de la cocaína en Europa. Su objetivo es El Inglés, el hombre que mueve los hilos desde Gibraltar, su base de operaciones. La violencia creciente de las advertencias que reciben les indica que sus pasos van por buen camino…
Los destinos de estos personajes a ambos lados de la ley terminan por cruzarse para descubrir que el enfrentamiento de sus respectivos mundos era más peligroso, complejo y moralmente ambiguo de lo que hubieran imaginado.
Notas del director (Daniel Monzón)
«Cada día los periódicos recogen todo tipo de noticias sobre la incesante lucha entre policías y narcotraficantes, lanchas rápidas aprehendidas con toneladas de hachís, contenedores de falsos plátanos rellenos de cocaína, avionetas fumigadoras cargadas de polen, barcas de pescadores con doble fondo… son innumerables manifestaciones de un negocio, el de la droga, que mueve millones y que en determinadas zonas del Estrecho de Gibraltar forma casi parte de una cultura de frontera, la cultura del contrabando, que ha pasado de padres a hijos a lo largo de los siglos como medio de subsistencia. Son millones de euros al alcance de cualquiera que se atreva a enfrentar el mar, el viento y la ley atravesando la distancia de apenas dieciséis kilómetros que separa África de Europa. Un escenario de excepción en el que tres países de dos continentes, Reino Unido, España y Marruecos, conviven en áspera vecindad y policías y delincuentes de varias nacionalidades han de arreglárselas día a día para sorprenderse mutuamente…
El Niño es una aproximación no tanto al fenómeno de la droga como a los personajes que se mueven en esos mundos enfrentados y que viven esta aventura en carne propia. Para llenarla de vida, Jorge Guerricaechevarría, mi co-guionista, y yo nos instalamos por un tiempo en la zona para nutrirnos al máximo de lo real y conocer de primera mano los escenarios y las experiencias de boca de sus protagonistas, ahondando en ambas caras de la ley para tratar de reflejar los dos lados. Lo que me atrajo desde el principio era la posibilidad de plantear una película de aventuras contemporánea anclada en la realidad; una historia que dibujara por el camino el retrato del fascinante universo del Estrecho, un enclave caliente y famoso en todo el mundo –la llamada Puerta de Europa- pero extrañamente poco tratado por el cine hasta la fecha. Todos conocemos de sobra el negocio del narcotráfico en otras latitudes, fundamentalmente de mano de la ficción americana, pero apenas habíamos visto en la pantalla lo que sucede aquí.
Nuestro primer reto consistió en localizar y convencer a auténticos «gomeros» –los que cruzan el Estrecho cargados de hachís en lanchas rápidas o «gomas»- de que nos contaran sus experiencias. Tras un tiempo tirando de distintos hilos, lo conseguimos. Casi todo el mundo en la zona conoce a un amigo de un amigo que se dedicó en su día a ello… Escucharles por fin hablar con ese discurso directo, vivaz, cargado del reconocible humor del sur de España y de su particular forma de entender la vida nos marcó de inmediato el tono de la historia. Me di cuenta de que los actores que debían encarnar a estos chicos tenían que salir de la calle, reflejar con toda su carga de frescura, inconsciencia y veracidad lo que los auténticos «gomeros» nos transmitían. Supimos que, aparte del dinero rápido, lo que les movía más profundamente era un espíritu juvenil de rebeldía contra la autoridad sumado a la adictiva descarga de adrenalina que suponía jugarse la vida en el mar a 80 nudos por hora; pero, sobre todo, su mayor punto de enganche era el apasionado sentimiento de camaradería que les unía, el sentirse tan próximo, con la intensidad que te otorga vivir experiencias al filo de la muerte, a tu reducido círculo de colegas.
También los agentes de la autoridad nos abrieron sus puertas con enorme generosidad y, en el fondo, sentimos que había un cierto vínculo entre las motivaciones de ambos; un mismo sentimiento de desafío ante el peligro y también, por qué no, una adicción a la adrenalina que se traducía o bien en la persecución de una «goma» a toda velocidad por el Estrecho, o en el mucho más complejo seguimiento, minucioso y prolongado en el tiempo, de alguna red de narcotraficantes con la intención de desmantelarla hasta su cúpula. Siempre con la férrea, en ocasiones obsesiva, voluntad de acabar con lo inacabable, como Quijotes contra esquivos y poderosos molinos, y desde una camaradería igualmente intensa aunque no exenta a veces de traiciones… Su constante enemigo, la tentación del dinero.
El de Jorge y el mío estaba siendo un viaje geográfico y humano apasionante y era exactamente el mismo viaje emocional que yo quería trasladar a la pantalla. A medida que pisábamos el terreno me daba cuenta de que el poder visual de la película tenía que estar dictado de forma casi documental por esos subyugantes paisajes del sur y sus fuertes contrastes; junto a barrios deprimidos cuyas gentes adoptan el trapicheo con la misma cotidianeidad con la que disfrutan del sol, el mar y el pescado, aparece la opulenta Andalucía de las urbanizaciones exclusivas, llena de campos de golf, puertos deportivos, hoteles de alto standing y residencias de lujo en cuyos rincones también anida otro tipo de trapicheo pero vestido de Armani… Nos sumergimos en el bullicio de las fronteras de Gibraltar y, al otro lado del océano, en las de Ceuta y Marruecos; desde allí, en el sensorial norte de África, donde el avance del sueño (o más bien pesadilla) occidental por la costa marroquí contrasta con los atavismos más profundos del Magreb. Como omnipresente leit motiv unificador de todos estos mundos, el mar, su horizonte, su atracción, el misterioso magnetismo de las aguas del Estrecho, el choque turbulento del Mediterráneo contra el Atlántico…
La película se basa en toda esta riqueza de contrastes y, de hecho, es lo que define su espíritu, la lucha que para todos los personajes significa vivir en un mundo fronterizo, entre dos aguas; a caballo entre un continente y el otro, entre lo que les dicta la pasión y la razón, entre la moral y la doble moral, entre la tentación de cruzar o no la línea… De igual modo la historia bascula entre dos polos, el viaje de iniciación emocional del grupo de adolescentes y el día a día de los policías, presos de su mundo obsesivo y paranoico… Las dos líneas terminan confluyendo, invadiendo las fronteras la una de la otra, para revelar cuántos puntos compartían en común desde un principio. Al final, los personajes luchan sin saberlo contra algo más grande que ellos, un entramado de codicia que se los traga, mastica y escupe, un mar de corrupción tan inabarcable como el océano que todos ellos pueden contemplar desde ambos lados del Estrecho.»
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