Quizá ha llegado ya el momento de agradecerle a Tom Cruise todo lo que ha hecho por la industria del cine. Por simple cuestión de edad, viví el fenómeno que supuso Top Gun en 1986, y ahora, en memoria de aquello, les diré que Top Gun: Maverick es bastante más que una secuela. A través de un estilo ágil y espectacular, la película puede significar mucho para el público que aún valora el cine diseñado para la gran pantalla.
Desde luego, uno puede verla como una simple continuación, pero al peso de la nostalgia se le añaden otras virtudes. Para empezar, Cruise demuestra que es una estrella de corte clásico, a la altura de las leyendas de la edad dorada de los estudios. El tiempo transcurrido desde el 86 no ha conseguido enviarlo a la lona, y tras superar a otros galanes que fueron sus contrincantes, hoy sigue en primera línea, respaldando un cine creado con los valores estéticos y comerciales que siempre defendió Hollywood.
Por si esto último fuera poco, Cruise nos brinda en Top Gun: Maverick la rara experiencia de un remake que supera al original. Por supuesto, Tony Scott hizo un trabajo impecable en aquel film, pero encuentro en esta secuela un mejor guion, unas interpretaciones más certeras y un ritmo más convincente.
Todos los códigos del primer Top Gun reaparecen: desde los guiños musicales al asombro que todavía producen los reactores al remontarse en el aire. Ahora los aviones de combate son más rápidos, pero sus pilotos aún agitan el puño en señal de victoria, y por supuesto, siguen tratándose con rivalidad y camaradería. Lo único que desaparece, como no podía ser de otro modo, es el contexto de la Guerra Fría, simbolizado en 1986 por aquellos MIG rusos que volaban con eficacia implacable.
Dispuesto a ir más allá del límite, Cruise consigue que Pete «Maverick» Mitchell adquiera rasgos de su propia imagen. Maverick pilota un caza y sabemos que es Cruise quien lo hace de verdad. Por la misma razón, también nos creemos que sus jóvenes pupilos conocen todas esas situaciones reales: los vuelos rasantes, los rizos invertidos, los giros imposibles o la broma de realizar pasadas muy cerca de la torre de control.
Aquí no se hace ninguna mención a la astrofísica Charlotte Blackwood (Kelly McGillis), pero el homenaje al difunto amigo de Maverick, Goose (Anthony Edwards), es constante, entre otras cosas porque uno de los protagonistas es su hijo, Bradley «Rooster» Bradshaw (Miles Teller).
El romance maduro entre Maverick y la encantadora Penny Benjamin (Jennifer Connelly) está contado con inteligencia y ternura. Ese mismo afecto caracteriza el reencuentro con Tom «Iceman» Kazansky, encarnado por un Val Kilmer consciente de que demasiadas cosas ‒incluida la salud‒ quedaron atrás.
En el elenco, brillan por igual los veteranos (Ed Harris, Jon Hamm) y los jóvenes (Glen Powell, Monica Barbaro, Lewis Pullman, Jay Ellis, Danny Ramirez, Greg Tarzan Davis). Obviamente, el foco se concentra en Cruise, Teller y Connelly, cuyos vínculos sentimentales sirven de cimiento a la trama.
Si hablamos de lo puramente sensorial, Top Gun: Maverick funciona como un simulador de vuelo. De hecho, el espectador siente el fragor de los motores, el vértigo de las caídas a plomo y el brillo del sol en el techo de la carlinga. Cada vez que la escuadrilla de Cruise alcanza altura o clava la mirada en el abismo, todo se convierte en una experiencia inmersiva.
El director, Joseph Kosinski, y los guionistas, Ehren Kruger, Eric Warren Singer y Christopher McQuarrie, también nos cuentan una aventura bélica de las de toda la vida. La clásica misión que solo puede llevar a término un equipo de élite. Ese aspecto de la película, narrado con gran talento, vuelve a recordarnos por qué Top Gun: Maverick es una excelente producción de estudio, rodada por un equipo como los de antes.
Sinopsis
Después de más de treinta años de servicio como uno de los mejores aviadores de la Armada, Pete «Maverick» Mitchell (Tom Cruise) se encuentra donde siempre quiso estar, sobrepasando los límites como un valiente piloto de prueba y esquivando el avance en su rango que lo emplazaría en tierra.
Durante el entrenamiento a un destacamento de graduados de Top Gun para una misión especializada, Maverick se tropieza con el teniente Bradley Bradshaw (Miles Teller), distintivo: «Rooster», el hijo del difunto amigo de Maverick, el oficial de intercepción de radar, el teniente Nick Bradshaw, conocido como «Goose».
Enfrentándose a un futuro incierto y a los fantasmas de su pasado, Maverick se ve envuelto en una confrontación con sus miedos más profundos, culminando en una misión que exige el máximo sacrificio de aquellos que serán elegidos para volar.
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