El día 2 de septiembre de 1939 se puso en marcha una de las operaciones menos conocidas y casi olvidadas de la Segunda Guerra Mundial: la invasión de Alemania por parte de fuerzas del Ejército polaco.
Contra la creencia mayoritaria actual que suele considerar a los polacos de los años 30 como poseedores de un Ejército de segunda fila, mal armado, organizado y peor dirigido, se trataba en realidad de uno de los mejores de toda Europa, bastante profesionalizado y con un armamento relativamente moderno.
De hecho, los servicios secretos polacos ya habían empezado a descifrar las claves de Enigma, la inviolable máquina de codificación alemana que, años después, supondría un buen empujón para las fuerzas aliadas durante la guerra.
La guerra comenzó oficialmente con la declaración de guerra alemana el día 1 de septiembre tras el incidente Gleiwitz, en el que unas cuantas unidades alemanas, utilizando uniformes polacos, habían organizado un ataque a la estación de radio de dicha población fronteriza, creando la excusa perfecta para la declaración de guerra nazi al día siguiente. Francia y el Reino Unido no entrarían en la guerra hasta el día 3, por lo que nos encontramos justo en el periodo de impasse inicial; los alemanes han forzado y violado las demarcaciones fronterizas y sus unidades se han adentrado en territorio polaco, poniendo en fuga a las unidades de defensa fronteriza y policiales destacadas en la zona.
El Caso Blanco (Fall Weiss) era el plan alemán para la conquista de Polonia y fue el primer plan operacional que se puso en marcha de toda la guerra. Este plan preveía un inicio de hostilidades antes de la declaración formal de guerra que pudiera servir como casus belli contra Polonia frente a la población alemana y la comunidad internacional.
La idea general era emplear penetraciones profundas apoyadas en las grandes unidades blindadas y móviles, que debían crear grandes bolsas de unidades enemigas (polacas) que, una vez aisladas, serían destruidas o capturadas por las divisiones de infantería que vendrían detrás.
La invasión contaría con tres ejes de avance:
El ataque principal, ejecutado por el Grupo de Ejércitos Sur, bajo el mando de Gerd von Rundstedt saldría desde las posiciones alemanas al oeste del Oder y profundizaría en Polonia avanzando por toda la frontera con Alemania.
Un eje de ataque “secundario” sería llevado a cabo en el norte, partiendo desde la región de Prusia Oriental, con la misión de tomar las regiones costeras y el corredor de Danzig. Esto sería llevado a cabo por el Grupo de Ejércitos Norte, bajo el mando de Fedor von Bock.
Un tercer eje de avance sería llevado a cabo por parte de los eslovacos (aliados del Eje), con apoyo de algunas unidades alemanas, desde el sur.
Los tres ejes de ataque debían converger sobre Varsovia, la capital polaca, ya que en dicha zona es donde se suponía que se desplegaría la fuerza principal del ejército polaco, aprovechando la rivera del Vístula.
El Ejército polaco se preparaba para resistir, tratando de repetir las hazañas que una década antes habían frenado en seco a los soviéticos, con la idea de ir cediendo terreno por tiempo, a la espera de la llegada de la prometida ayuda aliada por parte de franceses, ingleses e incluso checos o italianos, según se decantaran las tornas políticas.
Es entonces cuando el Alto Mando polaco decide poner en marcha una operación de diversión en el flanco sur alemán, atacando directamente la región de Silesia y con el objetivo de alcanzar la ciudad de Fraustadt (en polaco Wschowa), dando un golpe de efecto sobre los alemanes y dando un poco de aire y espacio a las tropas polacas para generar una línea defensiva efectiva en el rio Varta. Aprovechando además la tremendamente inferior calidad de las tropas alemanas y eslovacas destacadas en el tercer eje de avance alemán (lo cual demuestra que los polacos estaban ya desde el primer momento de la contienda, bastante al corriente de las fuerzas y calidad de las tropas enemigas).
La misión va a ser llevada a cabo por tres compañías (unos 350 hombres en total) del 55º Regimiento de Poznania (Poznań), bajo el mando del coronel Władysław Wiecierzyński, un veterano de la Primera Guerra Mundial y de la guerra polaco-soviética. Quien encargará de encauzar la operación es el capitán Edmund Lesisz, bajo cuyo mando actúan el teniente Stanisław Rybczyński y los subtenientes Władysław Konwiński y Stefan Perkiewicz.
Imagen superior: de izquierda a derecha, el capitán Edmund Lesisz, comandante de la 2.ª compañía del Primer batallón del 55.º Regimiento de Infantería de Poznania, el teniente Władysław Konwiński, comandante del segundo pelotón de la 2.ª compañía del 55.º Regimiento de Infantería de Poznania, y el capitán Ludwik Snitko, comandante del pelotón de artillería del mismo regimiento.
Además de las tres compañías de infantería, que se movían a pie, aunque algunos consiguieron agenciarse de una bicicleta, se une a la invasión un pequeño contingente de ulanos (tropas de caballería ligera, especializadas en misiones de exploración), una batería de artillería y un cuerpo de ametralladoras, e incluso algunas tanquetas y vehículos blindados TKS, muy parecidos en prestaciones (velocidad, armamento y blindaje) a los Panzer I y II.
Tras reunirse la pequeña fuerza, se da la orden de avance al mediodía del día 2, abriéndose rápidamente paso por la frontera alemana, prácticamente desguarnecida, y sorprendiendo completamente al Alto Mando Alemán (OKW y OKH), que ven con horror como una fuerza de tamaño, fuerza y composición desconocidas se sitúa en el extremo del flanco izquierdo del avance nazi, amenazando con atacar las ciudades alemanas de la zona aledaña a la frontera polaca y el avance sobre el corazón de Polonia.
Por suerte para los alemanes, esta acción estaba planteada únicamente como una maniobra de distracción y no como una verdadera fuerza de invasión, por lo que, una vez dado el golpe de efecto y puesto en ridículo al Alto Mando alemán, las fuerzas polacas optaron por retroceder y volver a territorio polaco antes de dar la oportunidad de reunirse y contraatacar a los alemanes, que pese a todo no tuvieron más remedio que apartar tropas destinadas al esfuerzo principal en el centro de Polonia y llevarlas a realizar tareas de vigilancia y control de fronteras para evitar un nuevo golpe de mano por parte de los osados polacos, que no parecían demasiado dispuestos a aceptar su papel de peleles, esperando mansamente los asaltos y ataques de las fuerzas germanas.
Lo demás, como suele decirse, es Historia, el día 3, los aliados (Francia y Reino Unido) se posicionan definitivamente del lado polaco, declarando la guerra a la Alemania nazi y preparando (supuestamente al menos, aunque la sucesión de acontecimientos no dará tiempo a su organización y despliegue), un contingente mixto de tropas que debería desplazarse y colaborar en la defensa del país.
Durante las siguientes dos semanas los polacos, pese a sufrir graves derrotas consecutivas y perder una gran cantidad de tropas y material se mantienen esperanzados y combativos, comenzando de hecho los alemanes a recibir avisos de que están a punto de quedarse sin suministros y munición para continuar con las operaciones en el frente.
Por desgracia para Polonia, todos los planes y esperanzas saltan por los aires el día 17, con la declaración de guerra y entrada en el conflicto de la URSS, cumpliendo su parte del famoso pacto Molotov-Ribbentrop, lo cual deja sentenciada la contienda para los polacos, que en estos momentos ya habían resituado a la práctica totalidad de sus defensas para hacer frente a la amenaza que avanzaba desde el oeste.
Esta invasión de los soviéticos desde el este es, en parte, un modo de venganza de los espantosos resultados de la guerra polaco-soviética de 1920, en donde las tropas polacas habían frenado en seco los deseos expansionistas de las milicias de las repúblicas social-comunistas.
La primera semana de octubre, las últimas unidades polacas se rinden ante los nazis o los soviets, poniéndose fin al primer capítulo de la Segunda Guerra Mundial.
Como remate final, no podemos olvidarnos del destino que corrió el capitán Edmund Blesitz, uno de los primeros en ser incluido en las listas de objetivos de las unidades de las SS y la Gestapo. Pese a su condición de oficial y de ser prisionero de guerra, fue condenado por haber cometido crímenes de guerra por un consejo de guerra alemán y sentenciado a muerte, siendo ejecutado poco después. Tuvo que esperar a la llegada de la democracia en Polonia, varias décadas más tarde, tras la caída del bloque comunista en 1989 para que fuera restituido como “héroe polaco” y retirados todos los cargos, habiéndose probado que el juicio fue falsificado por los nazis y que las tropas polacas no había actuado en ningún momento de forma impropia.
Copyright del artículo © Vicente Moreno Sanz. Reservados todos los derechos.