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Pinacoteca canora (XVII): Edita Gruberova

Iniciándose la pasada década de los ochenta, la DG publicó (entonces en LP) un álbum dedicado a Mozart y dirigido por Leopold Hager al frente del Mozarteum de Salzburgo. Recogía sus arias escritas para representaciones de óperas de otros compositores y entre los numerosos cantantes de todas las cuerdas escogidos para la faena, destacaba una soprano por su interpretación de Popolo di Tesaglia compuesta a favor de la Alceste de Gluck.

Compuesta para su adorada Aloysia Weber, en esta larga y maravillosa escena, aparte de ofrecer de la heroína gluckiana un aspecto más íntimo y muy femenino, lejos de la grandeza algo hierática y solemne del original, brindaba a la voz una espectacular escritura virtuosística, rubricada con un sol natural agudo de una luminosidad cegadora. La cantante que alcanzó la proeza se llamaba Edita Gruberova. Una voz con formación técnica y tesitura aguda de dotadísima soprano ligera y centro de mayor anchura y esmalte que el modelo tradicional de dicha categoría canora.

La Gruberova sorprendió a todos con la noticia de su inesperada muerte cuando estaba a punto de cumplir 75 años en octubre de 2021. Desaparición imprevista cuando apenas poco tiempo atrás se subía a los escenarios con títulos tan exigentes como el de la Anna Bolena donizettiana.

La voz y la personalidad de la soprano no desaparecerán. Su discografía es inmensa y cubre con generosidad todo su repertorio que fue asimismo pródigo, gracias a los grandes sellos como el creado por ella misma, de evocativa denominación: Nightingale (ruiseñor).

En nuestro país abundó su presencia, no en vano su actividad se extendió casi 50 años (debutó en 1968), llegando a ser un ídolo en el Gran Teatro del Liceo que le concedió su codiciada medalla de oro.

Hoy la Gruberova es protagonista en esta especie de museo lírico, eligiendo para homenajearla, entre todo su abundante material disponible una publicación de las llamadas “pirata”. Dos veladas en vivo, que es donde el artista suele dar más de sí y donde no son viables trucos ni componendas.

El disco (2 cedés) no da completo testimonio de lo que fue su carrera, pues faltan su extraordinaria Zerbinetta, su inigualable Adele del Murciélago, la irremplazable Reina de la noche mozartiana (y Konstance escrita para Catherina Cavalieri). Por lo que se remite al lector interesado a que acuda, respectivamente para comprobarlo a los documentos siguientes.

De Ariadne auf Naxos, la grabación Decca de 1977 (con Solti, Leontyne Price y la Troyanos), aunque cuente con tres registros más al completo. De El Murciélago la lectura para Philips de 1990 dirigida por André Previn y con Wolfgang Brendel, Kiri te Kanawa y Brigitte Fassbaender, además de una toma en vídeo en Viena de una década atrás en el formidable montaje de Otto Schenk. De La flauta mágica, sin olvidar la que queda en imágenes desde Salzburgo en 1982 a cargo de ese genio de la escena de nombre Jean-Pierre Ponnelle, entre otras diferentes lecturas (entre 1974 y 1987) la toma audio de 1981 con Bernard Haitink.

En cambio, la publicación que se propone aquí, aparte de dar cuenta de parte de su capítulo belcantista que centro la mayor parte de su carrera, recupera algunos recovecos poco conocidos de la misma. Y muy sabrosos.

Este disco de Serenissima carece de información, dados sus orígenes extra-oficiales, pero responde a una época gloriosa de la actividad de la Gruberova si constatamos que se publicó en 1994. El disco número uno está dedicado exclusivamente a opereta. Dirigido por un especialista en el género, Rudolf Bibl, y con la orquesta de la Radio de Baviera (el sonido es más que aceptable), la cantante inicia el programa, menos oportuna imposible, con el Vals op. 364 de Johann Strauss. Con esta sinuosa página la cantante pone en claro sus recursos: timbre penetrante, facilidad para el canto de coloratura, flexibilidad instrumental, ataques precisos a menudo en una sedosa e insinuante mezzavoce ascensos cómodos y generosos al registro agudo y, en especial, una especie de una libertad ejecutiva mezcla de sensualidad y satisfacción que hace de este momento un irresistible disfrute. Cualidades extendidas luego al resto del programa.

De Der Vogelhandler de Zeller, Gruberova incluye dos arias bien diferentes. Una de carácter reflexivo y sentimental (Als gebluht der Kirschenbaum) donde el canto legato a través de una dulce y cálida melodía está asegurado. La otra, de signo bastante contrario, permitiéndole cambiar de aires expresivos y colorido vocal tal como la arietta sugiere típicamente operetística.

En el aria de Blanca en Der Fredenführer de Carl M. Ziehrer, con regreso al inevitable ritmo de vals, Gruberova parece sentirse muy a gusto dándoles impulso y sentido con sus deliciosas notitas picadas que son (fueron) marca de la casa.

Millöcker, en vez de por las más frecuentaos fragmentos de Der Bettelstudent o La Dubarry, es recordado por su Der arme Jonathan. A través de un brillante alarde de gracia, ironía y posibilidades: Ach die armen primadonna. Uno de los puntos fuertes de este disco. El momento está muy bien elegido porque parece escrito especialmente para ella. No puede extraerse más de lo que consigue la intérprete.

Con La princesa de las zardas de Kalmann retorna Gruberova a territorios más manoseados. En Heia, heia in den Bregen se le permite exhibir agilidad, la morbidez de alguna nota aguda y adornos (trinos impecables). Pero en la canción de Violetta de Das Veilchen von Montmartre ha de cambiar de talante y lo consigue con creces, pese a que tras una cadencia deslumbrante, ella que posee ese registro con largueza, la ensucia un poco atacando el sobreagudo no en el centro de la nota sino desde abajo, aspirándolo. En las dos arias sus intenciones expresivas son las indicadas. No hay duda de que en este repertorio está especialmente motivada. No hace falta ser vienesa.

La implacable sanidad de su instrumento vocal sigue siendo una constante cuando se enfrenta a una matizadísima canción de Vilja de La viuda alegre impregnada por el melancólico, nostálgico, elegante carácter que la identifica. Pero a continuación la soprano retorna con nuevos fuegos de artificio vocales que, desde luego, activa el entusiasmo de los presentes.

No falta otra muestra del arte de Johann Strauss primero con algo de Cagliostro in Wien; luego con la que no podía faltar a tan genuina cita con el género: el Klange der Heimat de El Murciélago, ahora Gruberova olvidándose de su referencial Adele encarándose con Rosalinda y sus briosas zardas. Asombroso remate para la velada.

En el segundo cedé, belcanto romántico italiano con incursión inesperada desde el centro europeo hacia el este (Rusia) y el oeste (Francia), pero con toda lógica según se planteó el recital para Rimsky-Korsakov y Ambrose Thomas.

Donizetti, Rossini y Bellini (y algún Verdi) fueron pulsados por la Gruberova tras dejar de lado al Mozart y Strauss de sus inicios profesionales. Con ellos la Gruberova ofrecía un bel canto muy sui generis si por ejemplo se lo comparaba con el de Mariella Devia, con la que compartía personajes. Sin embargo, enloquecía al público siempre, pese a lo que pese, con medios de poderosa firmeza y animosa comunicación. Casi todos plasmados en disco y/o vídeo y muchos en su propio sello. Contando a menudo con acompañantes no siempre a su altura (su presencia era suficiente para realzar el producto), salvo cuando contaba a su lado con José Bros, quien dejo constancias de espléndidos Percy, Elvino, Gennaro o los dos Arturo, el de Puritani y una demasiado tardía (para la soprano) Alaide de La Straniera.

La entrega operística la inicia Gruberova con la escena final de Anna Bolena, tan rica musicalmente como capaz de poner en pie las posibilidades expresivas de una cantante a través de los varios estados anímicos (tristeza, nostalgia, humillación, ira) de la infeliz reina inglesa. O sea, recitativo, aria, pasaje intermedio (incluido un riquísimo cantabile) y cabaletta, encuentran a la Gruberova en un estado vocal apabullante y en un concepto completamente adecuado al estilo primero y a la situación después. Se trata, en suma, de una traducción importante de tan impactante escena. Compararla con la cantada en 2015, que es accesible en YouTube, supone un terrible impacto para el oyente. La voz todavía muy sonora y timbrada parece surgir a veces cual fruto laborioso de ventriloquia en vez de técnica, con una arbitraria o extravagante construcción de las frases melódicas y un temperamento poco controlado. Pero el público, fiel a ultranza, la recibía aún así con entusiasmo…

De ahí que esta interpretación que en este disco de Serenissima se escucha es testimonio de lo que con el papel podía hacer esta grandísima cantante. .

Claro que en el recital bávaro está dirigida por Fabio Luisi, sin el bien ganado prestigio del que goza actualmente pero ya apuntaba las necesarias maneras. No hay que olvidar que hay artistas que cambian según quién las dirija, controle o aconseje.

El jugo que extrae Gruberova del recitativo Piangete voi? es apreciable, con una dicción clarísima y atenta a diferenciar el diverso contenido de cada frase. Y esta hija de Catalina de Aragón da realmente pena, que es lo que el compositor nos quería transmitir.

En el bellísimo andante Al dolce guidami, con el obligato del corno inglés, con singular maestría combina Gruberova canto expresivo con alardes virtuosísticos. Finalmente ataca con decisión la cabaletta (repetida con variaciones), a la que da suficiente dramatismo pero con sobrio control, ya que su temperamento en este sentido era un poco limitado, finalizándola con un buen y necesario sobreagudo.

Algunas notas fijas donde la voz no vibra como fuera necesario ya se vislumbran de pasada, un defecto que el paso del tiempo agravaría, pero que aquí pueden ser pasadas por alto.

El coro acompañante es el de la misma radio muniquesa; los solistas que rodean a la soprano y que colaboran al clima de la escena están escandalosamente ninguneados por la edición.

La escena de la locura de Ophélie en el Hamlet de Ambrose Thomas le permite a la Gruberova servir con convicción y excelentes modales a tan rico momento que es el que más perdura de esta interesante partitura junto además al brindes del protagonista que tan bien cantaron Titta Ruffo y Mattia Battistini.

Trinos, coloraturas y escalas son emitidas por la Gruberova con calidad extraordinaria pero, de nuevo, no se olvida de la caracterización como ya demostrara que había que hacer la inmensa Maria Callas años atrás.

Inesperada aparición en programa de una página rusa: la muy bonita aria de Marfa en La novia del zar de Rimsky-Korsakov. Su razón de ser viene del origen unitario de la velada, centrado en circunstancias de locura o alucinaciones de desgraciadas heroínas operísticas. Aquí Gruberova tiene poca ocasión para demostrar sus habilidades puramente instrumentales, pero sí para, en cambio, para demostrar su talento interpretativo, reflejando el contenido dramático de la locura de la malofrada esposa del zar Iván el terrible. Como no hay agudos, el público no se muestra tan generoso.

Para completar el programa, se añade la escena final de Imogene en Il Pirata, ópera belliniana de la que no dejó la cantante una grabación completa como sería de esperar; de ahí el interés que adquiere este registro. La labor de Luisi queda patente en la climática introducción orquestal. La soprano vuelve a dotar al intenso momento de las condiciones vocales e interpretativas exhibidas anteriormente con especial relieve en Col sorriso d’innoncenza, pero inexplicablemente, deja de lado la virulenta O sole ti vela. Lo que daría a la entrega el deseado y perfecta remate.

Por fechas cercanas a este disco live, Gruberova grabó para EMI y Orfeo recitales que es obligado recordar. Con Gustav Kuhn y justamente la misma Radio de Múnich, fragmentos de Delibes, Meyerbeer, Thomas (la misma escena de Ophélie), Donizetti y Rossini; con Kurt Eichhorn y el mismo conjunto orquestal, de Donizetti, Mozart y Weber; de nuevo con la orquesta bávara y Lamberto Gardelli , de Strauss (Zerbinetta), Bellini, Cherubini, Thomas (Philine) y Mozart. Al comparar las mismas páginas cantadas en estudio o en vivo, presentes en el CD de Serenissima, se capta la diferencia de ofrecerlas en un frío estudio o en vivo y directo.

Con algunas grabaciones completas, varias de soberano interés (citaría por muy personal admiración su Sifare de Mitridate y Giunia de Lucio Silla) y estos dos discos comentados, de lo mejor que nos ha legado, la Gruberova seguirá presente en recuerdo.

Por los vaivenes políticos de esta vieja Europa, nacida checa y luego convertida en eslovaca, Edita Gruberova murió el 18 de octubre en Zúrich, en cuya Openhaus vivió multitud de éxitos. Con justicia, allá la adoraban como en tantos otros espacios líricos.

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Imagen superior: Edita Gruberova. Foto: Posztós János / Štátna Príspevková Organizácia. Ministerstva Kultúry Slovenskej Republiky.

Copyright del artículo © Fernando Fraga. Reservados todos los derechos.

Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).