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«Hijos del Mundo mutante» (1990), de Jan Strnad y Richard Corben

Mundo mutante fue un éxito internacional que llevó a la aparición de una segunda parte, Hijos del Mundo mutante (Son of Mutant World, 1990), autopublicado por el propio Corben en su sello Fantagor Press. En esta ocasión, el formato elegido fue el del comic-book, a lo largo de cinco números. En Europa y a través de Toutain, se realizó una recopilación en formato álbum.

La historia se centraba en esta ocasión en la ya adulta hija de Dimento, que en las primeras páginas asiste a la muerte de su padre tras el ataque de dos mutantes que habían asaltado su hogar. Lo último aquél le dice es que se acuda a la isla donde vive Max, un militar de buen corazón que había aparecido en Mundo mutante. Así que la joven –de exuberantes formas, como todas las de Corben, aunque en esta ocasión completamente calva– se pone en camino acompañada de su enorme oso pardo, Ollie.

Por el camino, irán apareciendo otros pintorescos personajes, como el aeronauta-astrónomo Herschel o dos cazadores sin nombre, padre e hijo, que siguen la pista de Ollie para cazarlo. Ahora bien, la isla a la que Dimentia se dirige no es ni mucho menos un lugar seguro. Max y sus pacíficos seguidores se hallan asediados por una horda de violentos mutantes comandada por el terrible Mudhead.

Hijos del Mundo mutante no reviste el interés de su predecesora. Es una lectura entretenida pero intrascendente. Y no porque sus préstamos sean demasiado evidentes (las plantas asesinas que rodean la isla, dotadas de un aguijón letal, recuerdan a El día de los trífidos, 1951; mientras que el grupo de grotescos mutantes liderados por un terrible gigante que asedian a un grupo de colonos fusila la premisa de Mad Max 2, 1981), sino porque la historia no cuenta nada verdaderamente original. Y cuando el argumento es poco sustancioso, lo único que puede arreglarlo son los personajes. Pero en esta ocasión, tampoco esta es una carta a jugar.

Dimentia es un personaje plano. Aparte del casi irracional cariño que siente por su oso y la añoranza de su padre, desconocemos cómo es realmente. No hay escenas que nos descubran su personalidad, sus miedos, sus esperanzas, su forma de arrostrar el peligroso mundo en el que vive. En un momento dado, expresa su anhelo de encontrar un lugar donde vivir en paz, idealizando la isla hacia la que se dirige; acto seguido, muestra una total indiferencia por Herschel, al que acaba de salvar de morir ahogado; y unas pocas horas después, mientras ambos se encuentran prisioneros de los mutantes, se entrega sexualmente a él de forma absolutamente gratuita. Da la impresión de que ha heredado, al menos en parte, el retraso mental de su padre, pero no queda claro.

Lo mismo puede decirse de Herschel, del que se cuenta poco y, encima, incoherente. Recuerda bastante en su presentación al piloto chiflado de Mad Max 2, pero sin su carisma. Tampoco tiene interés alguno el villano principal, que reúne todos los tópicos del subgénero postapocalíptico: enorme, cruel, feo, violento… Los más interesantes del reparto son el atormentado Max, ahogado por la pena por la muerte de su amada –por cierto, un clon de la madre de Dimentia- y sobrepasado por la responsabilidad de cuidar de quienes están a su cargo; y el dúo padre e hijo, que simboliza la brecha generacional entre el mundo pre-apocalipsis y el post. El padre, bajo su fachada de curtido superviviente, aún conserva cierta sensibilidad hacia la belleza natural y una escala de valores: se niega a matar a Ollie tanto por la ilusión que le produce, después de tantos años, ver a un oso sano y salvo como porque el animal le ha salvado la vida a su hijo. Pero éste, por su parte, no comprende los reparos de su padre. Es ya un producto de un mundo que no ha conocido la civilización.

El problema es que Jan Strnad no llega a sacar auténtico partido a estos personajes y no dejan de ser meras anécdotas en una historia con un final predecible y poco memorable. Es cierto que en esta secuela los autores dispusieron de menor extensión (59 páginas frente a 71) y que cada comic-book sólo ofrecía 12 páginas de esta historia (el resto lo completaban historietas de amigos suyos), por lo que el margen para dotar de densidad a la historia y tridimensionalidad a los personajes, era escaso.

Por otra parte, es imposible calificar negativamente un trabajo de Richard Corben. Aunque su estilo es muy personal y no tiene por qué ser del gusto de todo el mundo, es demasiado buen dibujante y narrador como para hacer un cómic mediocre (aunque aquí sí tropieza aquí y allá, como el montaje del ataque del lobo en el primer capítulo; o la no explicada presencia del padre y el hijo en la isla cuando se produce el ataque mutante). Utiliza con habilidad su característica mezcla de caricatura y naturalismo para crear y diferenciar entre sí sus monstruos y personajes. El oso Ollie, por ejemplo, está espectacularmente dibujado y los cuerpos desnudos, como en la escena del río, tienen una textura tan realista que casi parecen fotografías. En el debe podemos indicar el soso diseño de la protagonista es bastante soso; y el del Mudhead, como he dicho, poco inspirado por tópico.

Tampoco encontramos ya aquí el complejo y rico coloreado de Mundo mutante. A estas alturas, Corben había abandonado el mundo de las revistas y el formato de las novelas gráficas, donde contaba con el tiempo, la extensión y el apoyo financiero necesarios para exhibir su talento. Cuando, harto de las intromisiones de los editores, decidió autoeditarse, hubo de reconocer sus limitaciones y adoptar un estilo y un método de trabajo más práctico. No le dio demasiado buen resultado en este caso, como demuestra el hecho de que los dos primeros números de la miniserie fueran en color y los tres últimos, víctimas de las malas ventas, retrocedieran al blanco y negro (en las ediciones en álbum, pasadas y presentes, puede disfrutarse íntegramente en color).

En resumen, un cómic que no sorprende demasiado, que no incomoda pero que tampoco dejará una huella duradera en el lector, ni por sus personajes ni por su argumento. Prescindible excepto para auténticos amantes del arte de Corben.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".