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«La guerra de las salamandras» (1936), de Karel Čapek

Durante la primera mitad del siglo XX, la ciencia ficción norteamericana y europea discurrieron por caminos bien diferenciados. Ello no fue debido únicamente a la fascinación nacional americana por la tecnología y la ingeniería –pasión que halló su reflejo en las revistas pulp del género–, sino a causas más profundas relacionadas con el trauma colectivo derivado de la Primera Guerra Mundial. Ésta había tenido efectos muy desiguales en Europa continental, Gran Bretaña y Norteamérica. Mientras que la sociedad americana en su conjunto apenas resultó afectada, el devastador conflicto privó a la ficción especulativa europea de la autoconfianza y el sentido romántico de la aventura de aquélla, embarcándose en cambio en fabulaciones de tipo social (ya fueran utopías o distopias) y traumatizados relatos de guerras futuras.

El exótico romanticismo y optimismo tecnológico de los pulps americanos se desarrollaron, por tanto, en marcado contraste con la tradición europea, más argumentativa, pesimista y especialmente interesada en los temas sociales. Dicha tradición, más comprometida con la construcción del futuro que su homóloga norteamericana, tuvo obras de referencia en los trabajos de los británicos Aldous Huxley (Un mundo feliz, 1932), Katharine Burdekin (La noche de la esvástica, 1937) u Olaf Stapledon (La última y la primera humanidad, 1930; Juan Raro, 1935), el ruso Yevgeni Zamyatin (Nosotros, 1924) o el checo Karel Čapek (R.U.R., 1921; La fábrica de Absoluto, 1922, La krakatita, 1924). Son obras todas ellas en las que, más allá de ideologías específicas, se exploran cuestiones fundamentales sobre la perfectibilidad social y la relación entre el poder político y la tecnología.

Karel Čapek, ya lo hemos mencionado, fue uno de aquellos autores preocupados por el futuro, el futuro real. Y tenía motivos para ello. Su país, Checoslovaquia, no sólo se encontraba en el centro geográfico de un continente crecientemente convulso, sino en una encrucijada cultural de la cual él era heredero directo. Por un lado, Praga era una ciudad moderna cosmopolita y con una vibrante vida cultural que aspiraba a convertirse en la capital de un nuevo país. Pero su espíritu descansaba en un amplio legado ancestral de mitos y leyendas del que escritores como Kafka extraían la inspiración para sus relatos fantásticos. Al mismo tiempo, la situación europea, cada vez más oscura en lo político, hacía albergar fundados temores acerca del futuro.

La obra de Čapek (escrita en hecho, no en el más «prestigioso» alemán preferido por los intelectuales) refleja todo lo anterior. Era un hombre de mundo, mentalidad racionalista y temperamento jovial a pesar del continuo dolor que sufría a causa de una inflamación medular infantil de la que nunca se recuperó del todo. Quizá su dolencia le enseñó tanto a disfrutar de los placeres de la vida como a mirar con ojo crítico la naturaleza humana y sus instintos sociales. En ello basó Čapek sus relatos de ciencia ficción, el último de los cuales fue La guerra de las salamandras, una combinación en clave de humor de la sátira del capitalismo enloquecido de La fábrica de Absoluto y la apocalíptica revolución de los oprimidos narrada en R.U.R.

Un excéntrico capitán de barco descubre en una remota isla del Pacífico una especie desconocida hasta entonces de salamandra inteligente de gran tamaño. Guardando celosamente el secreto, el marino llega a un acuerdo con una compañía comercial y utiliza a los industriosos animales para extraer perlas de las profundidades. Pero la existencia de las criaturas va filtrándose al dominio público y no tarda en surgir un gran mercado que las compra y vende como simple mercancía. El tráfico de salamandras se extiende por todo el mundo, utilizándolas primero como trabajadores subacuáticos y luego como soldados anfibios integrados en los ejércitos humanos.

Pero todas esas transacciones se llevan a cabo sin tener en cuenta la inteligencia y sensibilidad de las salamandras. La educación que reciben y la otorgación de cartas de derechos y obligaciones por parte de grupos de presión bienintencionados no hacen sino abrirles los ojos sobre la explotación y opresión a las que se ven sometidas. Las salamandras, impulsadas por un crecimiento demográfico explosivo, acaban protagonizando un alzamiento mundial dirigidas por su líder, el Jefe Salamandra. Roban explosivos y hunden en el mar extensas franjas de costa, incluyendo buena parte de Europa y Asia; amenazan a las potencias y remodelan el litoral para adecuarlo a sus necesidades. El fin de la humanidad parece inevitable hasta que, en el último capítulo y en un giro original e inesperado, el autor entra en su propia narración para esquivar la extinción definitiva y contemplar otra alternativa.

Si este resumen hace que el libro suene como una sátira demasiado obvia es porque no consigue transmitir la riqueza formal de la novela, su extravagancia y brillantez: sobre una narración de estilo periodístico sin personajes principales (técnica ya utilizada en La fábrica de Absoluto ), Čapek la enriquece con una colección de testimonios, pasajes epistolares, estudios científicos, panfletos, recortes de periódico, actas de consejos de administración, tratados religiosos, manifiestos políticos, alfabetos o esquemas. La guerra de las salamandras nos instruye desde multitud de puntos de vista (siempre humanos, eso sí) acerca de la reacción social que generaría su premisa básica.

¿Y cuál es esa premisa? Pues la multifacética y devastadora interpretación de lo que podríamos llamar «fantasía capitalista»: la absurda idea –pero asumida como factible de forma general– de una economía en perpetuo crecimiento, capaz de proporcionar bienes de consumo sin límites a una población cada vez mayor. A esto se añade la «fantasía colonialista»: la existencia de unos nativos hospitalarios y bien dispuestos que proporcionan tierras y mano de obra gratis a las necesidades siempre crecientes de sus «amos».

Ambas fantasías recién su ácida contestación en La guerra de las salamandras: esos utópicos sueños del capitalismo acaban convertidos en auténticas pesadillas, catástrofes que provocan la caída de la civilización humana. Por el camino, Čapek distribuye sin compasión comentarios irónicos sobre el racismo norteamericano, parodias antifascistas y alusiones directas a las exigencias territoriales de Hitler, se burla de la soberbia y frialdad de los científicos, de la maldad bienintencionada de los pedagogos, la estrechez de miras de los sindicatos, la estupidez de los utopistas o la brutalidad del sistema colonial. Sin embargo, el principal objetivo de la sátira de Čapek es la «lógica capitalista» y, en este sentido, la obra no ha perdido un ápice de actualidad: aparecen incluso «traders» de salamandras, ejecutivos especializados que realizan transacciones masivas de lotes de criaturas agrupados por categorías a nivel mundial desde su sede en Singapur.

El libro presenta un dilema moral tras otro a medida que las salamandras desarrollan su inteligencia. ¿Son meros animales? ¿Puesto que pueden desarrollar inteligencia, ¿tienen alma? ¿Hay que educarlos? ¿Bautizarles? ¿Mejorar sus condiciones de trabajo? ¿Otorgarles la ciudadanía? ¿Debería sentirse avergonzado un matemático humano por admirar a un científico salamandra? ¿No habría que enseñar a las salamandras el idioma checo aun cuando ese país no tenga salida al mar y por tanto, contacto directo con ellas?

Los expertos, uno tras otro, fracasan estrepitosamente no sólo a la hora de responder a todas estas preguntas, sino en prever las consecuencias de las decisiones que toman. Los hombres de negocios únicamente piensan en utilizar las salamandras para obtener el máximo beneficio; los científicos tan sólo se preocupan de estudiar a esas criaturas cuando sus observaciones iniciales se demuestran flagrantemente erróneas; los políticos quieren usarlas como instrumentos de expansión territorial y los reformadores hallan en ellas el objeto de sus desinteresadas misiones.

Se ha escrito mucho acerca del carácter del libro de alegoría sobre el ascenso del nazismo. Hay bastante de ello en la parte final de la novela (el Jefe Salamandra, apunta Čapek en el último capítulo, en realidad es un «hombre llamado Andreas Schultze y en la Primera Guerra Mundial era sargento en alguna parte», clara referencia a Hitler). Pero esa interpretación es muy incompleta. Porque en realidad, el autor profundiza mucho más allá de la ideología fascista o incluso totalitaria, iluminando desde diferentes ángulos las numerosas formas en las que los humanos cometemos estupideces al tiempo que invocamos grandes causas. Y, además, lo hace sin caer en el sermón o la moraleja.

La guerra de las salamandras es un libro tan original como divertido… hasta que uno se para a reflexionar sobre su desoladora visión del mundo. Peor aún, Čapek tenía razón en sus negras previsiones sobre el futuro real. Abogó por la resistencia política de las grandes potencias europeas contra la agresividad de Hitler, quien reclamaba para sí una parte de los territorios checos fronterizos con Alemania. Al comprobar que nadie iba a pararle los pies al dictador nazi (en el propio libro, las instituciones fracasan estrepitosamente en conjurar la catástrofe) y ver cómo se le negaba el Premio Nobel de Literatura para no ofender a los alemanes, le confesó a un amigo: «Mi mundo ha muerto. Ya no tengo ningún motivo para escribir».

Čapek sabía que en cuanto los nazis invadieran su país, le arrestarían (de hecho, luego se supo que su nombre era el segundo en la nefasta lista de los alemanes), pero no huyó. Pasó sus últimos días cuidando de su jardín, trabajando en una novela que quedaría inédita y manteniendo largas charlas con los amigos hasta altas horas de la noche. Cuando cogió un resfriado, no quiso descansar y en diciembre de 1938, pocos meses antes de que las tropas germanas entraran en Checoslovaquia, moría en casa, ahorrándose la ejecución o una muerte igualmente segura en un campo de concentración.

Es éste un libro a menudo pasado por alto por los comentaristas del género y, sin embargo, absolutamente recomendable. Y, a pesar de su tono satírico y descarnadamente humorístico, es ciencia ficción pura. El género ha responsabilizado en incontables ocasiones a los ordenadores, los robots e incluso los simios de agentes exterminadores de la humanidad. Pero Čapek advirtió, de forma ingeniosa pero terminante, que el auténtico peligro reside en nosotros mismos, en nuestra manipulación codiciosa del mundo natural, en la tendencia capitalista a incrementar la producción a base de explotar al débil, en nuestra propia incapacidad de prever las consecuencias de nuestros actos y, aún peor, de detener el proceso que, aún siendo conscientes de ello, nos llevará a nuestra destrucción. El que La guerra de las salamandras mantenga su viveza y actualidad casi ochenta años después de su publicación es un testimonio tanto del talento de Čapek como de lo mucho que nos queda por mejorar como especie.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".