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«Animal Man» (1988-1990), de Grant Morrison

Lo que les voy a contar pasó antes, mucho antes de que Gerry Conway escribiera The Last Days of Animal Man (mayo de 2009), la historieta donde Buddy Baker se retiraba del gremio de los superhéroes. De hecho, el cómic que nos ocupa contiene las mejores y más originales aventuras de Buddy: aquellas que fueron escritas por Grant Morrison.

Antes de la intervención de Morrison, el personaje no podía considerarse una celebridad. De Animal Man sabíamos que era uno más entre los enmascarados del Universo DC. Su mutación, originada por la onda explosiva de una nave extraterrestre, le confería la posibilidad de adquirir los poderes de aquellos animales con los que entraba en contacto.

Ideado por el guionista Dave Wood y por el artista Carmine Infantino, Buddy Baker aterrizó en la imaginación de los lectores con el número 180 de Strange Adventures (septiembre de 1965), pero siempre tuvo una posición subalterna en el panteón de los héroes DC.

Cuando Alan Moore y Neil Gaiman obraron el milagro de atraer a compradores adultos al mundo del cómic con dos franquicias singulares –The Sandman y La Cosa del Pantano–, DC continuó importando talento desde Inglaterra. El siguiente emigrado fue el escocés Grant Morrison, a quien le encomendaron la reinvención de Animal Man. Y así lo hizo, desde 1988, con el apoyo de tres dibujantes, Chas Truog, Doug Hazlewood y Tom Grummett, y la presencia en el equipo de Brian Bolland como portadista.

Al comienzo, la tarea de Morrison se concibió como una miniserie de cuatro números. Por suerte, el empeño tuvo la suficiente resonancia entre los lectores como para que la serie fuera prolongándose a lo largo del tiempo.

Fue así como descubrimos a un héroe atípico: un tipo común y corriente, casado con una mujer emprendedora, Ellen, y padre de dos hijos, Cliff, de nueve años, y Maxine, de cinco.

Ni que decir tiene que a Morrison le interesaban tanto las conversaciones –y las discusiones– cotidianas entre Buddy Baker y su mujer como esas peripecias de ciencia-ficción en las que conviven la alta tecnología y el mensaje ecologista.

«En principio –escribe Grant Morrison–, Animal Man debía ser una miniserie de cuatro números. Tenía intención de radicalizar y modernizar el personaje de Buddy Baker y luego dejarlo para que algún otro lo retomase y desarrollase. Al final, me pidieron que continuase con la serie y la convirtiese en una serie mensual, así que de pronto me vi sin ideas. Como no deseaba hacer otra exploración descarnada y realista de lo que supone ser un superhombre y/o un justiciero urbano con problemas emocionales, busqué una nueva dirección».

«Al final –añade–, se me ocurrió El Evangelio del Coyote (diciembre de 1988), que se convirtió en la plantilla a partir de la cual desarrollé toda la serie. Sigue siendo una de mis historias favoritas. Curiosamente, mientras escribía El Evangelio del Coyote, estaba convencido de que lo que estaba escribiendo era un galimatías ilegible que supondría el final de mi incipiente carrera como guionista de cómics de superhéroes americanos. El éxito y la popularidad de la historia me pillaron por sorpresa y me animaron a seguir escribiendo el galimatías ilegible que desde entonces se ha convertido en mi especialidad. Al mismo tiempo, El Evangelio del Coyote dio comienzo a una línea argumental que se resolvió en el número 26 de Animal Man (agosto de 1990), mi último número como guionista. Ya en el número 8 (febrero de 1989) introduje algunas pistas de la naturaleza del argumento, así que a los nuevos lectores no debería desconcertarles demasiado la aparición de una misteriosa pantalla de ordenador, de una misteriosa figura entre los arbustos y de un físico indio igualmente misterioso. Son elementos argumentales en tono de broma, y no deberían afectar, o quizá sí, al disfrute de la historia principal».

Más allá de la diversión, la serie tiene otros méritos. Difícilmente podría encontrar la fórmula del superhéroe un intérprete más original y provocativo de Morrison. Y ello es algo evidente en esta amplia y sugestiva colección de historietas, donde las referencias metatextuales y las estrategias narrativas se vuelven cada vez más sofisticadas.

Una cosa conduce a la otra. Lo que empieza siendo una broma –el pincel del colorista aparece en una de las viñetas– adquiere, poco a poco, carta de naturaleza, y culmina con unas páginas unamunianas, en las que Animal Man conversa con el propio guionista y reflexiona sobre su verdadera identidad. ¿Se imaginan algo así en cualquier otro cómic DC?

En fin, ya lo ven. Si no se acepta y no se reconoce la valentía de Morrison, difícilmente se podrá valorar la genuina importancia de este cómic inusual, divertido, desconcertante y lleno de ingredientes surrealistas.

Nota editorial

Después de pasar varios años retirado y tras haber formado una familia, Buddy Baker no se imagina lo que le espera cuando se plantea retomar su antigua carrera como Animal Man.

Lo que empieza como una defensa de los derechos de los animales, terminará por llevarle a vivir aventuras de lo más extrañas: desde impedir la segunda Crisis en tierras infinitas hasta llegar a descubrir ¡el mismísimo secreto del universo y el sentido de su propia existencia!

La primera obra maestra de Grant Morrison (Los InvisiblesAll Star Superman) es una extraordinaria etapa surrealista y metafísica que le otorgó la etiqueta de enfant terrible de los cómics y que le situó definitivamente en el Olimpo de los más grandes guionistas del medio.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y nota editorial © DC Comics. Cortesía de Planeta DeAgostini Comics. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.