Como regla general, reservo este espacio a novelas o antologías de relatos cortos, pero de vez en cuando hago una excepción. Y en este caso es que el relato que comento no sólo es una excelente fusión de terror y ciencia ficción, sino que ha servido de base para tres películas que lo adaptaban y de inspiración para muchas otras en las que una siniestra criatura acechaba a un grupo de humanos aislados del mundo exterior.
Aunque la ciencia ficción moderna en los Estados Unidos comenzó con Hugo Gernsback y su revista Amazing Stories, fue otro editor y otra publicación los que refinaron el género hasta parámetros más reconocibles por el aficionado actual. El título de esa cabecera fue Astounding Stories, una publicación fundada en 1930 y que, a partir del momento en que John W. Campbell asumió el puesto de director editorial, se convertiría inmediatamente en el semillero de grandes relatos que harían despegar definitivamente la popularidad de la ciencia ficción.
Antes de cambiar la historia del género como editor, el propio Campbell había sido escritor, y aunque esa faceta de su papel en la ciencia ficción es hoy menos conocida, lo cierto es que en su momento cosechó cierto éxito. Vendió su primera historia, “Invasores del infinito”, a los dieciocho años a la revista Amazing Stories. Utilizando los nombres de Joseph W. Cambpell Jr. o Don A. Stuart, firmó varias space operas de tono grandilocuente al estilo de las popularizadas por E.E. «Doc» Smith.
En agosto de 1938, utilizando el seudónimo de Stuart, publicó en las páginas de la revista que él dirigía (y rebautizada por él mismo como Astounding Science Fiction en marzo de aquel año) el relato “Who Goes There?”, base mítica para un igualmente mítico film, The Thing From Another World (1951, conocida en España como El enigma de otro mundo), y las dos versiones de La cosa (1982 y 2011).
Un grupo de científicos se halla aislado en la Antártida cuando encuentran una nave espacial congelada bajo la superficie desde hace veinte millones de años. Junto a ella, hay el cuerpo preservado de un alienígena. Durante el rescate, la nave se destruye accidentalmente aunque consiguen trasladar al extraterrestre hasta la base para su examen. Pero la curiosidad científica dará como resultado el caos, pues deciden descongelar el cuerpo para extraer células y estudiarlas. Es entonces cuando el alien escapa y los integrantes de la expedición no tardan en darse cuenta de que se enfrentan a un ser hostil con poderes telepáticos y capacidad de metamorfosearse para imitar a la perfección otros organismos. Ahora uno de ellos puede ser el alienígena. Pero ¿quién?
Campbell consigue tejer un emocionante drama psicológico en pocas páginas. No hay sitio al que huir y las habilidades de la criatura son muy superiores a las de cualquier humano. Por si hallarse totalmente superados física y mentalmente por una criatura agresiva no fuera suficiente, los personajes –y el lector con ellos‒ no saben en quién confiar. La tensión y la paranoia van en aumento hasta el desenlace final en los dos últimos capítulos. Dada la brevedad de la historia (menos de cien páginas), resulta notable el volumen de información y acontecimientos que contiene, si bien éstos se articulan mediante la prosa poco cuidada que lastró buena parte de la ficción pulp de los años treinta.
El relato enfatiza el papel de los hombres pragmáticos y sin pretensiones heroicas, capaces de dar soluciones prácticas aún sometidos a una tensión extrema. Diseñan experimentos que permiten distinguir al enemigo pero varios de ellos no consiguen superar la claustrofobia y la ansiedad y se deslizan hacia la locura. El personaje de McReady encarna la idealización del técnico empeñado en aferrarse al racionalismo como única tabla de salvación no sólo del grupo, sino de toda la humanidad. Es el tecnócrata preparado para aportar soluciones de ingeniería y suficientemente osado como para obviar cualquier consideración liberal o humanitaria en tanto en cuanto se halle en juego la supervivencia de la especie. Fue el tipo de héroe que Cambpell, como editor, animó a cultivar entre sus escritores de bandera: Robert Heinlein, Isaac Asimov o A.E. Van Vogt.
El personaje de Blair, en cambio, queda como un fanático que aboga porque todos sean masacrados y así evitar que la bestia pueda alcanzar la civilización y poner en peligro la especie humana. Sí, McReady es el héroe, pero solo porque su plan sale bien. Desde un punto de vista estrictamente racional, la lógica del argumento de Blair es totalmente sólida y, aunque expresada con histerismo, sus razones son puras y altruistas. Esa disposición al autosacrificio por la salvación de la Humanidad ¿no hace de Blair una figura aún más heroica que la de McReady?
“¿Quién anda ahí?” fue quizá el climax de la carrera de Campbell como escritor, y de hecho, esta historia fue aclamada por la Asociación Americana de Escritores de Ciencia Ficción como una de las mejores jamás escritas. Pero también significó su punto y final. Los últimos relatos firmados por él –de nuevo bajo el seudónimo de Don A. Stuart‒ aparecieron en 1939. Desde entonces, y durante los treinta y cuatro años que permaneció activo en el mundo de la fantaciencia, ya no volvió a escribir ficción. Valga esta pequeña reseña de una obra inmensamente influyente como homenaje a esa faceta suya, hoy eclipsada por sus logros editoriales.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.