Desde que la vi por primera vez, sigo atrapado en esta fantasía: Antes llega la muerte hubiera debido rodarse en blanco y negro, con actores suecos y una ambientación propia del siglo XIV. De esa forma, en lugar de ser una película que solo apreciamos los locos del western, sería el típico film que citan los críticos de Cahiers y los cinéfilos pedantes.
Pero la vida es así. Esta no es una rareza escandinava, sino una película de Oeste, rodada en Madrid, Almería y los Picos de Europa, protagonizada por tipos mediterráneos que dicen llamase «Bob» o «Ringo».
Es exactamente eso, y a la vez, nos encontramos ante una obra muy original. Conmovedora y rotunda. Casi única en su género. Repleta de hallazgos que, a primera vista, pueden pasar desapercibidos.
Su guión nos narra una de esas situaciones en los que la piedad lo reconcilia a uno con la vida. Clifford (Jesús Puente) es un hombre rico, profundamente enamorado de su esposa, María (Gloria Milland). Ella cree que los mareos que sufre se deben a un posible embarazo, pero Clifford conoce la verdad. María tiene un tumor cerebral, que solo podría operar el cirujano de Laredo, una población lejana, fronteriza con México.
El otro héroe de esta historia es el típico caballero errante, Bob Carey (Paul Piaget). Recién salido de prisión, va en busca de María, que fue su novia en otro tiempo, y también la causa de que matara a otro hombre en un duelo. Ahora Clifford se interpone entre ambos. Para Carey todo sería más fácil si Clifford fuera un villano, pero en realidad es un hombre honrado, generoso, que vende todo lo que tiene para financiar una caravana que le permita salvar a su mujer.
En ruta hacia Laredo, María va a ser escoltada por Clifford, por varios mercenarios, y también por dos antihéroes bastante pintorescos: el cocinero Lin-Chu (Gregorio Wu) y un trampero al que llaman «Apuestas» (Fernando Sancho), cuyo seudónimo ya nos revela su mayor afición. Sin embargo, quienes cambiarán el destino de la expedición van a ser el propio Carey y otro pistolero que busca venganza, Ringo (Robert Hundar), hermano del hombre a quien mató Carey años atrás.
Escrito por Romero Marchent junto a Federico de Urrutia y Manuel Sebares, el guión de Antes llega la muerte nos habla de las consecuencias que tiene perseguir un final feliz en un mundo cruel.
Lejos de ser una alegre cabalgada, esta es una aventura fatalista y amarga, cuya épica se alterna con una serena reflexión. Todos los personajes cargan con cicatrices emocionales, y estas son tan creíbles que aún me sorprende que estemos hablando de un western español del 64.
Pero la película es algo más. Su propio título es una advertencia del director: es decir, un modo de sublimar lo que él mismo sintió cuando perdió a su madre, víctima de un cáncer. En todo caso, no es necesario conocer este detalle para sentir que la clave final de esta aventura no es otra que la desesperación.
Por momentos, parece que Romero Marchent esté pensando en aquella cita del escritor romántico Alphonse de Lamartine: «A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd».
Como ven, Antes llega la muerte no es el típico film destinado a los cines de sesión continua. Tras rodar El sabor de la venganza (1964), otro western en el que actuaron Fernando Sancho, Gloria Milland y Robert Hundar, el director logró el suficiente apoyo institucional como para poner en pie este proyecto, casi una superproducción a pequeña escala, con un despliegue de medios que reluce en escenas como la del fuerte atacado por jinetes indios.
Pese a contar con capital italiano, en concreto de Alberto Grimaldi, conviene aclarar que el estilo narrativo de la cinta es muy fiel al clasicismo de Hollywood. Y es que, en realidad, Romero Marchent era un fordiano de corazón, ajeno al manierismo y a la pirotecnia del spaghetti western que estaba a punto de nacer.
Me parece significativo que el rodaje de esta película sea tan próximo al de Por un puñado de dólares. Ambas cintas son de 1964. ¿Y qué significa esto? Pues que, recién llegado a España, Sergio Leone ya trabaja con Franco Giraldi y Tonino Valerii como ayudantes de dirección, y con Duccio Tessari en su equipo de guionistas. Ese trepidante y operístico desembarco, en el que figuran los principales artífices del western all’italiana, contrasta con el espíritu sobrio de Antes llega la muerte, un film coetáneo, pero vinculado ‒por clima cultural‒ a detalles tan hispanos como el memento mori, la iconografía macabra del gótico español o Unamuno y su concepción trágica de la existencia.
Aunque sea algo irreal, me tienta fantasear con un imposible encuentro de ambos equipos en las localizaciones madrileñas que compartieron Leone y el director español. Sabemos que Romero Marchent rodó en La Pedriza, en Hoyo de Manzanares y en la Dehesa de Navalmillar (Colmenar Viejo). En dos de esos lugares, Hoyo de Manzanares y la Dehesa, también estuvo el cineasta romano, quien asimismo trabajó en Aldea del Fresno y en la Casa de Campo.
Puestos a imaginar una novela o una miniserie, ¿no les seduce un relato cruzado de ambos rodajes?
A estas alturas, no hace falta explicar la importancia de Por un puñado de dólares, pero aún cuesta defender que el spaghetti western, tal y como lo conocemos, no sería el mismo sin Joaquín Luis Romero Marchent.
Desde su primera película del Oeste, El Coyote (1955), inspirada en el legendario personaje de José Mallorquí, el realizador supo entender con claridad las claves del género. Lo confirmó en su adaptación de otra serie literaria de Mallorquí, Tres hombres buenos (1963), en los diversos proyectos que produjo o escribió para su hermano, Rafael Romero Marchent, y por supuesto, en su aprovechamiento estético del paisaje español, indispensable para el western europeo.
Todo hay que decirlo: fue él, y no Leone, quien descubrió que el Lejano Oeste podía revivir en Hoyo de Manzanares, en el Cabo de Gata y el desierto de Tabernas.
La película que nos ocupa es un buen ejemplo de ello. En colaboración con el operador Rafael Pacheco, el cineasta filma esos parajes de forma excepcional, acotando anchuras y convirtiendo la naturaleza más agreste en un poderoso resorte dramático.
A partir de dos referentes obvios, John Ford y Anthony Mann, Romero Marchent logra que la trama, la atmósfera y la textura de Antes llega la muerte sean simples y puras, pero con el sello de una pasión muy honda, expresada sin aspavientos. A ratos, casi con misticismo.
Gracias a una puesta en escena soberbia y a un guión valiente, Antes llega la muerte acaba siendo una fábula moral. ¿Con aventura? Sí, pero también con tristeza de amor, y con esa melancolía de las cosas que más pesan y cuentan en la vida.
Y ustedes me dirán: ya, pero es un western español. Mediten sobre ese prejuicio, se lo ruego.
El diseño de producción de la película también es excelente. Romero Marchent cuenta con un equipo formidable, al que además conoce muy bien. Ahí están los decoradores Augusto Lega y Félix Michelena, y otras empresas del mismo sector, como Mateos y Mengíbar. Del vestuario se ocupa la sastrería Cornejo, y aunque su trabajo es muy vistoso, quizá la película hubiera ganado puntos con una vestimenta algo más cruda y realista.
¿Qué puedo decirles del reparto? Sin duda, Jesús Puente está sensacional y su humanidad es el principal combustible de la película. Por su parte, el vampiresco Robert Hundar logra que su personaje resulte ejemplar en su línea de conducta.
Como en otras ocasiones, Fernando Sancho vuelve a proyectar a las mil maravillas una personalidad explosiva. Y el jerezano Paul Piaget, recién salido de Tres hombres buenos, exhibe aquí, como nunca, su fotogenia hollywoodense (Atentos, porque Piaget había emprendido su carrera en 1961, como doble de Charlton Heston en El Cid).
No me olvido de Gloria Milland. La italiana había rodado principalmente comedias de segunda y péplums acartonados, pero aquí consigue elevar su papel hasta el nivel dramático que le exige la trama.
Por último, entre los secundarios, nos encontramos con Álvaro de Luna, quien saltaría a la fama años después, gracias a otro producto de Romero Marchent: la teleserie Curro Jiménez.
¿Será verdad que esta película es una joya excepcional o me dejo llevar por el entusiasmo? Todo puede ser, pero incluso en el segundo caso, creo que este comentario habrá valido la pena.
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