Ambientada en Nueva Caledonia pero rodada en Tahití, esta intensa película se sumerge en la tradición del cine bélico con intenciones políticas. Adulta, lúcida, impecablemente ambientada, la cinta destaca por su profundidad dramática y por su virtuosismo técnico.
No se equivoque el espectador. No piense que este excelente thriller político le va a dejar en la memoria el poso optimista de Argo. En realidad, el director Mathieu Kassovitz sitúa a sus personajes en una circunstancia que puede parecer la antesala del infierno, pero que en realidad es un limbo donde la moral, la necesidad, el cabildeo político y las buenas intenciones se superponen violentamente.
La acción nos sitúa en abril de 1988. El Frente de Liberación Nacional Socialista Canaco (FLNSC), grupo independentista de Nueva Caledonia, secuestra en Fayaoué, en la isla de Ouvéa, a veintidós gendarmes y a un magistrado. La fecha no parece casual: faltan dos días para las elecciones presidenciales francesas entre François Mitterrand y su primer ministro Jacques Chirac.
El ministro del Interior, Charles Pasqua, considera que las condiciones planteadas por los secuestradores «no son negociables».
Los canacos tienen las manos manchadas de sangre. Ya han asesinado a cuatro gendarmes en el asalto, y la crisis puede tener un final trágico. Es entonces cuando entra en acción Philippe Legorjus, interpretado en el film por el propio Kassovitz.
Este capitán del Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional (GIGN) es enviado desde Versalles a Nueva Caledonia junto al resto del equipo de operaciones especiales que ha de liberar a los rehenes.
Un grupo de secuestrados, retenido por Chanel Kapoeri, se encuentra en la isla de Mouli, y pronto es liberado. El segundo grupo está en manos de Alphonse Dianou –encarnado por Iabe Lapacas–, un antiguo seminarista y líder del FLNSC. Gendarmes y paracaidistas lo localizan en la gruta de Gossanah. Por desgracia, el plan de rescate tiene demasiadas aristas, y los intereses políticos y militares pronto empiezan a pasar una dramática factura.
El libro escrito por Legorjus junto a Jean-Michel Caradec’h, La Morale et l’Action (Éditions Fixot, 1990), es la fuente de la que se han servido Kassovitz, Pierre Geller, Benoît Jaubert y Serge Frydman para redactar el guión. Era de esperar que éste no fuera un alegato colonialista, pero sorprende el modo en que Kassovitz se sitúa del lado de los canacos, a quienes dignifica y exculpa por encima de los militares y políticos franceses. De hecho, L’Ordre et la Morale es una producción polémica y reivindicativa, cuyas denuncias resultan especialmente oportunas –o quién sabe si oportunistas– en un momento como el actual, en el que Nueva Caledonia discute su autodeterminación.
En el apartado técnico, sobresalen la fotografía de Marc Koninckx y la sobria partitura de Klaus Badelt, definida con un empleo obsesivo de los instrumentos de percusión.
Desde un punto de vista narrativo, lo que confiere al film verdadera personalidad son recursos tan imaginativos como ese sangriento preludio proyectado marcha atrás, o los saltos temporales, que entreveran en un mismo plano-secuencia el pasado y la actualidad de los personajes.
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