En 1975, Dani Futuro, la serie de ciencia ficción que contaba con guiones de Víctor Mora, se había quedado pequeña para las necesidades expresivas de su dibujante, Carlos Giménez. El franquismo daba sus últimas boqueadas y la liberación creativa de la historieta se respiraba ya próxima.
Giménez se había unido a Luis García y Adolfo Usero en el breve proyecto Premiá 3, en cuyo seno se habló de la edición de una posible revista autogestionada (que vería la luz años más tarde como Trocha), se charló de arte, de política, se intercambiaron trucos y experiencias historietísticas…
Giménez decide abandonar los poco estimulantes trabajos de agencia e iniciar, a sus treinta y cuatro años de edad, un proyecto de incierto futuro, una obra personal para la que no tenía comprador. Para un dibujante, invertir su tiempo y su esfuerzo en páginas y más páginas sin saber si interesarán a algún editor es un riesgo muy considerable que puede llegar a ponerle en serias dificultades. Pero Giménez no sólo tenía fe en su trabajo y seguridad en su capacitación profesional, sino la necesidad espiritual de satisfacer su ansia creativa, de realizar un trabajo personal al tiempo que responsable.
Tal proyecto fue un álbum –compuesto de cuatro capítulos y un epílogo claramente delimitados para facilitar su serialización en las revistas de cómics de la época– basado en un relato de Brian Aldiss, Invernáculo (1962). No es una obra en absoluto fácil de adaptar. La elaborada prosa del escritor británico describe un mundo vegetal exuberante, casi surrealista, lleno de criaturas extrañas y entornos exóticos que incluso para un dibujante experto supondrían un auténtico desafío.
La alegoría contenida en la historia (el valor relativo de la inteligencia como herramienta para la supervivencia y como fuente de felicidad) tampoco era fácil de trasladar al ámbito de la viñeta.
En su versión, Giménez nos presenta rápidamente a Hom, un pobre individuo de aspecto más bien indefenso que ha abandonado su aldea por razones que sólo al final se detallan. Su compañera muere en la tercera página víctima de una planta carnívora e inmediatamente después un hongo inteligente se apodera de su cerebro, utilizándolo para sus propios fines. Le obliga a esclavizar a unos indefensos pescadores utilizando la violencia para emprender luego un descenso por el río que les lleva a encontrar a un grotesco ser, el Gran Yo, un delfín antropomorfo que viaja a lomos de un desgraciado anciano y es atendido por dos silenciosas esclavas. Dice ser el profeta de la Verdad y cuando el grupo se ve amenazado por los peligrosos aulladores, asume el liderazgo arrastrándolos hacia la destrucción…
Giménez ya tenía una sólida experiencia como dibujante de ciencia ficción gracias a sus colaboraciones con Jesus Flores Thíes (Delta 99) y el mencionado Víctor Mora (Dani Futuro). Era un género que conocía y apreciaba en su vertiente literaria y sobre el que volvería más adelante en las historias cortas recopiladas como Érase una vez el futuro.
Hom, sin embargo, no es una ciencia ficción clara e inmediatamente reconocible. La acción bien podría transcurrir en un pasado mítico y la presencia de criaturas grotescas y espacios físicos irreales son también patrimonio de la fantasía. No hay referencias a que la acción se desarrolle en el lejano futuro o que el mundo que vemos sea el resultado de tal o cual cataclismo o progreso evolutivo. No importa, porque la meta del autor no es hacer ciencia ficción, sino construir una alegoría, utilizar una historia ajena para insertar en ella el mensaje que a él le interesa.
Lo que hace en realidad Giménez es recurrir al libro de Aldiss exclusivamente como inspiración general para lo que realmente quiere contar. Toma personajes y pasajes concretos, pero prescinde, más allá de lo estrictamente necesario, del minucioso entorno futurista descrito en el libro. Aún más importante: modifica el mensaje a transmitir y lo convierte en el centro de la historia, transformándolo en un alegato por la revolución y contra el dominio de los poderosos. El número es capaz de oponerse con éxito a la pura fuerza, es lo que expresa con maestría Giménez en las seis últimas y poderosas páginas.
En Hom podemos encontrar momentos de acción y suspense muy bien resueltos, pero es principalmente un tebeo reflexivo que funciona como metáfora del poder y las opciones que el débil tiene ante su dominio. Hom es un pobre desgraciado que, tratando de evitar la tiranía en su aldea, ha iniciado una vida en solitario solo para encontrarse primero indefenso ante los peligros de la Naturaleza, y luego manipulado por diferentes seres que lo utilizan en su provecho.
El hongo parásito que controla el cerebro de Hom bien podría representar el poder político totalitario y opresivo: «Yo y los de mi especie actuamos como cerebros (…). Irás a todas partes llevándome contigo: me obedecerás, irás donde yo ordene. Soy más sabio que tú. Y sobre todo soy más fuerte que tú. Sería una necedad tratar de desobedecerme». El hongo, pues, exige obediencia absoluta y prohíbe el pensamiento independiente: «Soy yo quien debe pensar y tú solamente obedecer». Pero lo peor es que, aunque tiene capacidad para hacerlo, el parásito casi nunca controla físicamente a Hom, sino que lo convence sibilinamente, le da argumentos aparentemente sólidos para que, por su propia voluntad, realice actos horribles en nombre del altruismo o la supervivencia.
El delfín, por su parte, encarna una forma diferente de poder, aunque en el fondo persiga igualmente su propia supervivencia. Es el poder religioso: «El Gran Yo viene a vosotros, a traeros la verdad (…) Soy el más grande de todos los profetas». El egoísmo inherente a ambos poderes, el delfín y el hongo, les lleva a aliarse sin considerar en absoluto el destino de aquellos a los que han obligado, a la fuerza o con engaños, a servirles.
Hom es, también, una historia que se encuadra perfectamente en el tópico del camino del héroe. El protagonista comienza su andadura inseguro, débil y temeroso; pero su experiencia a lo largo del relato le enriquece física y mentalmente hasta que consigue superar y enfrentar con éxito sus miedos. Eso sí, ofreciendo a cambio un sacrificio que en este caso toma la forma de una mutilación física que servirá de permanente recordatorio de su ordalía. Finalmente, volverá al punto de partida, más fuerte y sabio, para liderar a sus iguales. Giménez lo plasma perfectamente en la penúltima plancha: el primer plano de la cara de Hom al regresar a su aldea nos muestra una mirada firme, segura y decidida, mientras que en el resto de su odisea la expresión del protagonista transmite angustia, miedo e ira.
Hom es pues, la primera creación auténticamente madura de ese maestro de la historieta mundial que es Carlos Giménez. Es una obra producto de su tiempo en mayor medida que otras, eso resulta evidente. Y no sólo es innovadora en cuanto a que se aleja ideológicamente del cómic patrio más tradicional –apoyado tanto en los cuadernos de aventuras como en el humor de Bruguera–, sino que es uno de los pioneros en España a la hora de utilizar una narrativa gráfica moderna y atrevida, que huye de lo seguro y monótono para aspirar a la máxima expresividad.
He dicho narrativa, no estética. Porque a diferencia de otros autores europeos coetáneos, Giménez rechaza las florituras gráficas sin sentido y las experimentaciones efectistas pero vacías. Utilizará todos los recursos a su alcance, sí, pero siempre que se hallen al servicio de la historia que desea contar. Y en ese sentido Hom resulta ejemplar.
Al no sufrir las presiones de un editor temeroso de que las innovaciones pudieran tener un efecto negativo en la comercialidad y disponer de una extensión generosa para desarrollar su historia, Giménez despliega un rico catálogo de recursos. Utiliza el número, forma y disposición de viñetas para jugar con el espacio y el tiempo y realzar los momentos de intensa carga emocional. Así, encontramos desde páginas–viñeta hasta otras donde se suceden diecinueve paneles.
Se alternan momentos de acción con otros de introspección psicológica e incluso silencio, prescindiendo de textos de apoyo (con excepción de una secuencia en flashback) e introduciendo tiempos muertos. Esto supone un trabajo doble para los dos sujetos del cómic: el dibujante debe utilizar su habilidad para transmitir la emoción a través del paisaje, de la cualidad del trazo, la iluminación, el ritmo narrativo o los elementos que incluya en la escena; por su parte, el lector ha de interpretar esas señales y reflexionar sobre su significado. También este rasgo es lo que sitúa a Hom en la categoría de tebeo plenamente adulto.
Giménez cuenta ya aquí con el que será su personal estilo gráfico, con un trazo fluido y una atención muy especial a la gestualidad facial y corporal (sobre todo a las manos). Quizá otro de los factores que contribuyeron al destierro editorial de Hom fue la explícita violencia que destilan sus páginas. La ausencia de color –y, por tanto, que no se aprecie bien la sangre– apenas atempera la crueldad de la historia. Hay asesinatos a sangre fría, masacres y una violencia psicológica que se plasma en unas figuras y rostros de gestualidad exageradamente expresionista, rozando la caricatura.
Hom supuso un punto de inflexión en la carrera de Giménez y también del cómic español. En primer lugar, se trató de su primer guión largo; pero es que además el tratamiento conceptual y gráfico que vuelca en él supone un cambio espectacular sobre su obra precedente y pone las bases para lo que vendrá después. A partir de ese momento, Carlos Giménez ya no abandonaría su faceta de dibujante comprometido políticamente con las ideas de izquierda. Todos sus cómics llevarían desde entonces una nítida impronta ética, social o política.
La crítica aplaudió la obra, pero aparte de la satisfacción personal por haber salido airoso de un desafío nada insignificante y haber aprendido mucho en el proceso, poca recompensa le quedó a Giménez. Porque tras invertir ocho meses de trabajo en el álbum, se encontró con que no podía publicarlo en España. Los editores no consideraban que pudiera interesar a sus lectores un tebeo feísta, violento y de discurso claramente político. Temían, además, que este último aspecto les reportara problemas. Sólo se publicó en Italia (serializado en la revista Alter Alter) y por menos dinero del inicialmente acordado. No sería hasta dos años después, en 1977, que Hom vería la luz en España gracias a Ediciones Amaika. Mientras tanto, para poder comer, hubo de trabajar como negro en historietas románticas firmadas por otros profesionales, viéndose obligado así a renunciar temporalmente a su conciencia de autor, algo que llevaba años tratando de conseguir.
Pero mereció la pena. La brecha estaba abierta. Y fue Hom quien la abrió.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.