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«Black Kiss» (1988), de Howard Chaykin

A mediados de los años ochenta el panorama del comic-book norteamericano seguía bebiendo del espíritu nacido dos décadas atrás. Los cómics underground, de la mano de Robert CrumbGilbert Shelton o Harvey Pekar libraban su propia guerra desde los años sesenta, pero su distribución siempre fue limitada. Marvel Comics –y, en menor medida, DC– habían realizado tímidos intentos de maduración en los setenta, pero todos aquellos tanteos en el cómic adulto no llegaron a fructificar y en su mayor parte los comic-books mainstream seguían estando dirigidos a un público preadolescente o adolescente.

Desde comienzos de los años ochenta, el rápido crecimiento del mercado directo –esto es, a librerías especializadas– en detrimento de los tradicionales kioskos y supermercados– cambió las cosas. Los puntos de venta masivos jamás habrían admitido otra cosa que cómics dirigidos a todos los públicos, que hubiesen pasado el filtro de la censura oficial y les exonerara de escándalos y demandas. Pero las tiendas especializadas eran otra cosa. Gestionadas y frecuentadas por conocedores y amantes del medio, estaban dispuestas a comercializar material con contenidos más arriesgados.

A ello se sumaron otros tres factores. En primer lugar, la entrada en escena de una nueva generación de autores que habían crecido tanto con los cómics mainstream como con los underground y que creían que ambos enfoques podían integrarse. En segundo lugar, el florecimiento de las editoriales independientes que, durante un tiempo y en lugar de tratar de imitar a Marvel y DC (lo que, al final, supuso su ruina) trataron de dar salida a cómics de corte más adulto y menos convencional. Y, por último, la importación al panorama norteamericano de una serie de guionistas y dibujantes británicos formados en una tradición historietística completamente distinta.

A menudo se mencionan dos obras clave que marcaron la apertura de las grandes editoriales a un tratamiento más adulto de sus cómics mainstream: Watchmen Batman: Dark Knight. Pero lo cierto es que no fueron las primeras y, además de Alan Moore y Frank Miller (y otros con menor resonancia mediática pero también muy influyentes, como Dave Sim o los Hermanos Hernández), hubo otro creador, no tan mencionado pero de gran importancia para esa revolución: Howard Chaykin.

Chaykin había comenzado su carrera como ayudante de afamados artistas como Gil Kane o Neal Adams y su estilo primerizo bebía en gran medida de éstos y de John Buscema. Su inquietud y talento le llevaron a desarrollar su carrera en una doble vertiente. Por una parte, trabajos meramente alimenticios, como episodios de Star Wars o Conan el Bárbaro para Marvel; por otra, obras mucho más elaboradas y experimentales publicadas en revistas destinadas a un público más adulto, como Cody Starbuck o sus adaptaciones, bien en forma de historieta bien como novela gráfica, de relatos de ciencia ficción de Alfred Bester o Samuel R. Delany.

El nacimiento de un boyante mercado editorial independiente que ofrecía a los autores mayor libertad y los derechos sobre sus obras, permitió a Chaykin aunar ambas vertientes en un solo título que empezó a publicarse en 1983 por First Comics: American Flagg, una colección de ciencia-ficción que se alejaba gráfica y conceptualmente de los caminos más trillados. Era una mezcla provocativa, violenta, cínica, satírica y sofisticada de elementos de ciencia ficción, espionaje, aventura y erotismo. A lo fresco de su planteamiento se añadían unos diálogos punzantes y un diseño agresivo y novedoso caracterizado por composiciones influidas por la ilustración y la publicidad, una amplia paleta de colores y el distintivo uso de las onomatopeyas. Todos estos elementos pasaron a definir a partir de entonces el estilo de Chaykin, que con esta obra alcanzó su punto más alto como creador, demostrando que los contenidos más atrevidos, incluso polémicos, y los enfoques adultos tenían verdadera cabida comercial en la industria.

Dado que la combinación de sexo, violencia e imaginería tecnológica con sabor retro de clara ascendencia pulp le había dado excelentes resultados, Chaykin volvió a recurrir a ella en tres actualizaciones de personajes clásicos para DC: La SombraBlackhawk y Twilight. Pero aunque había forzado como nadie los límites de lo admisible en una industria todavía muy tradicional (en la segunda de las mencionadas miniseries llegó incluso a dibujar una felación que levantó ampollas entre los bienpensantes), no era suficiente para él, verdadero enfant terrible del cómic norteamericano. Y así, en 1988, llega su pataleta definitiva, su obra más controvertida: Black Kiss.

No es sencillo hacer una sinopsis del argumento sin entrar en spoilers, pero intentaré hacer una aproximación.

La historia se ambienta en una ciudad de Los Ángeles sucia y degradada que parece extraída de una novela de James Ellroy, y comienza con un asesinato y un robo. Una prostituta llamada Dagmar mata con una bomba incendiaria a un sacerdote y a otra prostituta que lo atiende en ese momento. La elección de un procedimiento homicida tan llamativo es que Dagmar quiere asegurarse de que se destruye una bobina de película con material muy peligroso que le han enviado al cura desde el Vaticano. Lo que no sabe la asesina es que mientras el padre disfrutaba de los servicios sexuales de la prostituta, una mujer disfrazada de monja había entrado en su casa para apoderarse de la película en cuestión, escapando con ella justo antes de la detonación.

Más tarde ese mismo día, Cass Pollack, músico de jazz en horas bajas, adicto a la heroína e individuo de escasa fibra moral, sale de un tratamiento de desintoxicación para dirigirse al motel donde le aguardan su futura exmujer y su hija de tres años. Pero antes que él llegan dos matones con los que tiene cuentas pendientes, las asesinan y se sientan a esperarle para liquidarlo también en cuanto aparezca.

El motivo del retraso de Pollack es que de camino recoge a Beverly, una atractiva autoestopista dispuesta a pagarle de cualquier forma con tal de que se desvíe y la lleve a su casa antes del amanecer. Así que mientras su esposa e hija eran masacradas, Pollack disfruta de una sesión de sexo oral cargada de adrenalina. Cuando por fin llega al motel y descubre lo que ha pasado se ve obligado a huir por ser él a quien la policía busca como principal sospechoso. Desesperado, acude a la casa en la que dejó a Beverly y acaba enredado con ella y su «hermana gemela» Dagmar en un turbio asunto en el que participan policías corruptos, gángsters, prostitutas, yuppies necrófilos, sectas satánicas y antiguas actrices porno que son más de lo que parecen.

Ese breve resumen ya deja claro que Black Kiss es una historia tan bizarra, extraña y perversa como divertida y fascinante. Cuando se publicó por primera vez como miniserie de doce números bajo el pequeño sello editorial canadiense Vortex, Black Kiss fue una obra que gustó a muchos, ofendió a otros tantos y sorprendió a todos.

Hay que tener en cuenta que en Estados Unidos la inclusión en un cómic de un simple pecho femenino desnudo era suficiente para clasificarlo como pornográfico y retirarlo de los canales de distribución habituales (una situación que a día de hoy no ha cambiado demasiado en el ámbito de los cómics mainstream).

Vortex hubo de comercializarlo como si de una revista pornográfica se tratara: metido en bolsas de celofán que impidieran ojeadas casuales y con una etiqueta bien visible en la que se leyera Solo para adultos. Dio igual. Para muchos lectores, el hecho de que Black Kiss abundara en sexo y violencia explícitos no sólo no era motivo de rechazo, sino que les animó a buscarlo y leerlo, convirtiéndolo en un éxito de ventas. La polémica que levantó llevó a denuncias por distribución de pornografía contra algunas tiendas y encendidos artículos en las publicaciones especializadas a favor o en contra de la misma.

Hoy, Black Kiss sigue siendo siniestra, desagradable y divertida a partes iguales. Junto a obras como Mister XGrendelOmaha o Love and Rockets, la miniserie de Chaykin sirvió de puerta de entrada a un mundo de cómics adultos con un cuidado diseño, modernos y con temáticas atrevidas que, a su vez, facilitaron la génesis de otras obras.

Dicho esto, el escándalo que levantó en el momento de su publicación sólo fue posible gracias a la mojigatería e hipocresía en las que vivía sumida la mayor parte de la industria del comic-book.

Anestesiados por la preponderancia de un género, el de los superhéroes, conservador y poco proclive a despertar controversias que pudieran afectar a las ventas, los lectores y críticos norteamericanos se quedaron de piedra al pasar aquellas páginas y ver escenas de sexo en grupo, sexo oral, transexuales, palabras malsonantes, sadomasoquismo, blasfemias y asesinatos de niños y curas.

En Europa, sin embargo, no suscitó el mismo debate. Hacía ya años que en el viejo continente se vendían libremente las revistas de cómics con contenido erótico y, en el caso de España, nada de lo que mostraba Chaykin hubiera hecho levantar las cejas a un lector habitual de, por ejemplo, El Víbora.

¿Está Black Kiss a la altura de su fama? A medias.

La trama de Black Kiss es, artificios narrativos aparte, bastante plana y recuerda mucho a las películas de Hitchcock. En este caso, el McGuffin o excusa es una cinta pornográfica que Beverly rodó en el pasado y cuya exhibición pública puede sacar a la luz oscuros secretos. Todos los implicados en la trama quieren apoderarse de ella y Cass, perseguido por un crimen que no cometió, se ve manipulado para recuperarla. En realidad, el verdadero propósito de la alambicada trama es hacer que todo el mundo converja en el mismo lugar al llegar el clímax para asistir a la revelación del secreto de Beverly; momento que, por cierto, convierte lo que hasta ese momento había sido un thriller en una fantasía de corte terrorífico. Ese giro final es en buena medida lo que redime al cómic de ser una simple historia pornográfica con argumento.

Black Kiss es un cómic construido a base de escenas deliberadamente provocadoras. Lo que no quiere decir que no sea divertido, chocante y frenético. Al fin y al cabo los cómics mainstream suelen ser productos notablemente frígidos en los que la sexualidad queda disimulada bajo una capa de licra y otra de represión. Al menos, Black Kiss tiene el mérito de ir directo al grano. El trepidante caos de violencia y sexo orquestado por Chaykin puede, sin embargo, confundir al lector impidiéndole darse cuenta de la maestría con la que se van introduciendo en la trama las pistas que le ayudarían a descubrir anticipadamente el secreto desvelado al final.

Estamos ante una historia enfermiza y retorcida y Chaykin se esfuerza por no dejar tabú sin derribar. Encontramos en sus páginas necrofilia, travestis, tríos, violaciones en grupo, sadomasoquismo, cultos satánicos, fetichismo, pedofilia, vampiros y abundante sexo oral y anal. Si alguien quiere saber qué es lo que anima las fantasías del bueno de Howard no tiene más que echar un vistazo a cualquiera de estos números. Es una visión malsana del sexo que tiene más que ver con las fantasías del cine porno que con la realidad y todas las escenas están claramente planteadas no sólo desde un punto de vista masculino, sino machista

El sexo aquí no cumple la función de matizar ciertas relaciones entre personajes, proporcionar una pausa al relato o hacer avanzar la historia. No, lo que pretende es impactar e incluso incomodar al lector desde el comienzo hasta el final de la miniserie. Ésta se abre con un sacerdote teniendo sexo con una prostituta ciega vestida de colegiala y se cierra con una escena en la que Dagmar es violada brutalmente por su amante, Eric, y sus sádicos colegas. Es un momento atroz que deja inevitablemente un regusto amargo. Y, sin embargo, cuando Beverley llega y ejerce su venganza, Dagmar confiesa que «Entre nosotras… Ha podido ser la experiencia sexual clave de mi vida». Considerando lo que acaba de ocurrir, resulta un comentario desconcertante y de mal gusto… pero también perversamente divertido e irreverente. Chaykin se esfuerza en ofender al lector y todo el desenlace resulta ridículo y exagerado, como si del clímax de una farsa se tratara.

Chaykin nunca fue tímido a la hora de tocar el sexo en su trabajo para las editoriales independientes. American Flagg, por ejemplo, tenía bastante contenido erótico, pero éste se reflejaba más en el vestuario y los diálogos que en escenas concretas: cuando las cosas se ponían calientes, se recurría a un oportuno fundido en negro. Eso no sucede en Black Kiss, un cómic que se recrea abiertamente en escenas no sólo tórridas, sino escabrosas. Tanto es así que no es esta una obra para gente a la que le disguste la visión de prácticas sexuales explícitas y/o enfermizamente desviadas, o los salpicones de violencia indiscriminada, desde palizas a descuartizamientos pasando por asesinatos a sangre fría.

¿Era necesaria para la trama toda esa exhibición de coitos y matanzas? Probablemente no, pero es que de lo que aquí se trataba era de provocar polémica.

Dicho todo lo cual, he de repetir que Black Kiss no levantó en Europa –bastante menos pacata en cuestiones de sexualidad– ni la décima parte de la controversia que causó en Estados Unidos. Y es que muchas de las escenas más subidas de tono del cómic muestran menos de lo que parece a primera vista. Los personajes enfrascados en encuentros sexuales jadean, maldicen, gesticulan y verbalizan obscenidades, pero apenas se distingue, digamos, «acción genital» propiamente dicha. Las imágenes, muchas veces simplificadas o estorbadas por globos de diálogo, se limitan a bosquejar lo que el texto describe con bastante más rotundidad. En resumen, que son más las ganas de provocar que otra cosa. Que era, a la postre, lo que Chaykin pretendía. Black Kiss fue el corte de mangas enfermizo, festivo y grosero de un autor rebelde a una industria en la que se veía obligado a trabajar pero con la que estaba profundamente resentido.

De hecho, esta obra significó una suerte de punto y final, una despedida por todo lo grande de Chaykin del mundo del cómic antes de pasar los siguientes quince años escribiendo guiones para la televisión (un medio del que acabó renegando incluso más que del de las viñetas). Pero resulta refrescante leer algo, aunque sea tan políticamente incorrecto como Black Kiss, que se atreve a burlarse de los guardianes del buen gusto. Casi treinta años después de su publicación, sigue sin haber muchas obras como esta en el mercado americano.

Cass Pollack, es el arquetípico protagonista masculino de Chaykin, un clon de Dominic Fortune, Reuben Flagg (American Flagg), Lamont Cranston (La Sombra) o Janos Prohaska (Blackhawk). Una de las muletillas del autor es que sus héroes tienden no sólo a parecerse físicamente, sino a actuar de la misma forma: de estatura mediana, moreno, judío, temperamental, físicamente enérgico… Es obvio que cuando escribe, Chaykin tiene en mente un tipo particular y muy definido de personaje que reutiliza continuamente. No tiene nada de malo para aquel lector que se aproxima por primera y/o única vez a sus historias, pero cuando se abordan varias de sus obras esa costumbre se convierte en un defecto.

Ninguno de los personajes, protagonista incluido, suscita el menor sentimiento de empatía, pero no se trata de un fallo del creador, sino que están deliberadamente construidos para resultar despreciables. Todos ellos son criminales despiadados, inadaptados sociales o aquejados de severos trastornos emocionales, sexuales o mentales (o todo ello a la vez). Quieren conseguir algo para ellos mismos (dinero, sexo, poder, inmortalidad) y no les importa en absoluto herir o matar a quien sea necesario para ello. Son cínicos y malhablados y uno no puede sentir sino alivio cuando mueren de forma violenta. El único personaje verdaderamente inocente es la pequeña hija de Pollack, pero es presentada en el primer número y brutalmente asesinada dos páginas después.

Black Kiss es un cómic nihilista que adopta el formato de la serie negra, lo estira y lo deforma para construir una historia propia de los ochenta en la línea de la delirante fantasía cinematográfica de muerte, amor y locura Blue Velvet, dirigida por David Lynch; o la visión postmoderna del vampirismo que propone Brett Easton Ellis en el cuento Secretos de VeranoBlack Kiss comparte algunas características con estas dos obras, pero desgraciadamente carece de su complejidad y sutileza. La revelación de la verdadera naturaleza de Beverley, por ejemplo, carece del impacto que podría haber tenido. En honor a la verdad hay que decir que todo suena un tanto a falso, incluso estúpido, pero parte del indudable encanto del cómic es que no se toma a sí mismo en serio en ningún momento. La escena en la que un anciano actor vestido con atuendo sadomasoquista persigue a Cass cuando este huye de una orgía satánica parece sacada directamente de una película de Russ Meyer.

Según afirmó ChaykinBlack Kiss es una de las cosas más divertidas que he hecho nunca, una comedia oscura que realicé en un punto de inflexión en mi vida. Pasé ese punto y ahora ya estoy en paz. Algo de eso debió haber, porque aunque nunca ha perdido del todo ese tono irreverente y su gusto por el fetichismo, ya nunca ha vuelto a embarcarse en un proyecto tan explícito.

Chaykin es, sin duda, uno de los grandes innovadores del medio en su vertiente gráfica. Junto a otros dibujantes–guionistas como Walter SimonsonJim Starlin o Frank Miller, aportó al comic-book técnicas propias del diseño gráfico y la publicidad. En sus páginas de densa textura podían encontrarse iconografías fascista y comunista, homenajes a la ilustración tradicional y un marcado gusto por el estilo de los años cincuenta. Experimentó con el diseño de página y la forma y colocación de las onomatopeyas. Chaykin era un gran conocedor del arte gráfico de las revistas pulp de los años treinta y cuarenta así como de los trucos y recursos de la ilustración comercial. Su trabajo en American FlaggLa Sombra o Blackhawk constituyen magníficos ejemplos de todo lo dicho.

También lo son las portadas de cada número, espectaculares ejemplos de diseño gráfico: provocativas, eróticas y con una composición clara y elegante. Por desgracia, ese impulso experimentador no halla continuación en las páginas interiores. Y es que Black Kiss no es uno de los trabajos más finos de Chaykin en lo que a dibujo se refiere. Se antoja demasiado apresurado, con figuras mal terminadas, líneas fuera de lugar y cierta sensación de amontonamiento. No hay verdadera experimentación formal o una declaración de estilo narrativo.

Precisamente en cuanto a esto último, hay que decir que las historias de Chaykin siempre han sido difíciles de seguir. Sus elipsis espaciales y temporales, los escasos textos de apoyo, la sobreabundancia injustificada de primeros planos, unos argumentos enrevesados –más en su forma que en su fondo–, unas composiciones de página y viñeta poco convencionales, el amplio reparto de personajes y la falta de diferenciación gráfica de los mismos, hacen que sus cómics exijan una concentración superior a la media.

En el caso de Black Kiss, como he apuntado antes, no se trata de que la historia sea particularmente compleja sino que el continuo cruce de personajes, encuentros y desencuentros, exige del lector una atención especial e incluso una segunda lectura que permita descifrar, conocido ya el final, algunas de las claves que se van dejando caer. Quizá lo más molesto sea la profusión de bocadillos de diálogo, que a veces ahogan la viñeta y producen cierta sensación de agobio.

En el lado positivo cabe destacar el acierto a la hora de optar por el dibujo en blanco negro, perfectamente adecuado al tono depravado de la historia. Como en las películas clásicas de cine negro de los cuarenta y cincuenta, los fuertes contrastes de blanco y negro enmascaran el mundo de moralidad ambigua que acecha bajo su superficie. Además, el autor parece solucionar algo la rigidez facial y corporal que había lastrado su trabajo en los años anteriores, si bien en los últimos números de la miniserie se vuelve a detectar cierta torpeza en la resolución gráfica de las páginas, bien fuera a causa del apresuramiento bien por la pérdida de la ilusión inicial (algo que por esas fechas ya aquejaba también a otros autores como John Byrne o Jim Starlin, más interesados en el planteamiento y arranque de sus obras que en su posterior desarrollo).

La historia se ajusta a la ya mencionada preferencia de Chaykin por un mundo con un estilo retro que incluya ciertos guiños a la tecnología moderna. En los cómics de este autor –como también en los dibujos animados de Batman de Bruce Timm– la gente suele vestir a la moda de los años cuarenta. Esa aproximación tanto temática como gráfica es la razón por la que los cómics de Chaykin suelen resistir tan bien el paso del tiempo en relación a sus contemporáneos. Fundiendo el estilo vintage con lo moderno, crea un aspecto visual atemporal capaz de trascender su época.

Mención especial merece la magistral aportación del rotulista Ken Bruzenak, por entonces habitual colaborador de Chaykin. Gran parte de todos los aciertos gráficos de la obra en lo que a diseño de la página se refiere puede atribuírsele a él, ya sean las fuentes de texto utilizadas como su disposición en la viñeta. Y, por supuesto, su brillante uso de las onomatopeyas, tanto en las letras elegidas para representar los más variados sonidos como su traslación gráfica y emplazamiento de forma que se integren perfectamente en la acción.

Junto a American Flagg y Cody StarbuckBlack Kiss es uno de los cómics importantes en la bibliografía de Chaykin, no sólo por su tono provocador sino porque se encuentra claramente entre lo mejor que ha escrito. Algo tuvo que ver sin duda la libertad que le proporcionó trabajar con personajes propios y sin interferencias editoriales de ningún tipo. Se adelantó al cine de Quentin Tarantino y al estilo hiperviolento que Frank Miller incorporó en Sin City (1991). De hecho, los principales cómics americanos de serie negra de los últimos veinte años (Balas perdidasCriminal100 Balas …) deben parte de su enfoque a Black Kiss. Ésta no sólo demostró que los cómics de temática criminal tenían un amplio público, sino que el cómic era un medio excepcionalmente dotado para desarrollar ese género.

Black Kiss fue un cocktail Molotov arrojado al templo del cómic americano. Irónicamente, con el tiempo Chaykin acabó regresando al mundo de las viñetas con el rabo entre las piernas y bastante más dispuesto a plegarse a las exigencias de las grandes editoriales de lo que Black Kiss hubiera dado a entender, lo cual constituye, a fin de cuentas, toda una metáfora de la industria del cómic en su conjunto.

Por otra parte, Black Kiss era en sí mismo un callejón sin salida, una convulsión que difícilmente podía tener continuidad dentro de la carrera del autor, al menos en lo que a su agresivo tono se refiere. Guionistas posteriores como Greg RuckaBrian AzzarelloJason Aaron o Ed Brubaker demostraron que en el cómic se podía hacer serie negra completamente adulta, con sexo, violencia y temas escabrosos, pero sin caer en los histrionismos nihilistas de Chaykin. En este sentido, Black Kiss fue tanto una obra pionera como un producto de su tiempo.

¿Merece la pena leer Black Kiss? Si te molestan la generosa exhibición de violencia y sexo, lo mejor es que lo olvides. Si, en cambio, eres capaz de entrar en el espíritu de historias fuertes en forma y fondo, te gusta el género negro y disfrutas con los finales no necesariamente felices pero sí que den un vuelco a la trama y te animen a leerla con otros ojos, esta es una obra que debes tener.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

 

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".