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Pinacoteca canora (VIII): Lise Davidsen

Los países nórdicos europeos han sido a menudo una ventajosa fuente de cantantes wagnerianos de toda índole. Si nos fijamos en la cuerda de sopranos, ya de inmediato se presentan al recuerdo las suecas Birgit Nilsson y Astrid Varnay (o Irene Theorin, por citar a otra aún en rodaje), y las noruegas Kirsten Flagstad e Ingrid Bjoner. La Flagstad y la Nilsson siguen siendo una referencia absoluta en este capítulo vocal.

Noruega es también Lise Davidsen que irrumpió en el medio operístico de manera imprevista e impetuosa, tras ganar en 2015 el concurso Operalia de Plácido Domingo, donde mereció, aparte del reconocimiento del público, el galardón que lleva el nombre justamente de Birgit Nilsson.

Como intérprete wagneriana se presentó en el Festival de Bayreuth en 2019 cantando Elisabeth de Tannhäuser a las órdenes de Valery Gergiev y en un montaje de Tobias Kratzer. Sumaba 32 años.

Firmado un contrato discográfico con la Decca,  consecuente del mismo fue un primer recital grabado previamente en 2018 donde interpretaba las dos arias de Elisabeth junto a lieder de Richard Strauss, además de su gran escena de Ariadne lamentándose en Naxos.

Se impone cumplimentar ese currículo discográfico citando que aquella misma aparatosa entrada en escena de la soprano en Tannhäuser, la había interpretado en  una sesión benéfica en compañía de otros colegas, Un registró de Naxos asimismo de 2018, año en que  protagonizó una lectura al completo del Freischütz de Weber al lado del magnífico Heldentenor Andreas Schager. Su Agathe llamó poderosamente la atención aunque muchos siguieran añorando las versiones, siempre de referencia, de Elisabeth Grümmer o Pilar Lorengar.

Carrera imparable la de la noruega que ni la pandemia detuvo, puesto que en octubre de 2020 acudió de nuevo a unos estudios (en el Coliseo de Wattford en Inglaterra) para grabar su segundo recital para Decca en dos solidas compañías:  la de la Filarmónica de Londres y Sir Mark Elder.

Disco donde, juzgando el extremado programa, parece planear (¿casualidad o intenciones?) la sombra alargada de Maria Callas.

En efecto, lo comienza con Beethoven: el aria de Leonore de Fidelio que la Callas cantó en sus primeros años activos en Grecia, seguida por la dramática escena de concierto Ah, pérfido que la Divina transitó con especial incidencia en sus últimos años de actividad discográfica.

De Beethoven pasa Davidsen a Dei tuoi figli de Medea de Cherubini, ópera por siempre unida al nombre de la soprano greco-americana y la de la mascagniana Santuzza, su primera aparición escénica. Si el Ave Maria de la Desdemona verdiana sólo tentó a la Callas en grabaciones postreras, la Leonora sevillana del Pace, mio Dio de La forza del destino fue partitura que la ocupó en los primeros años de carrera italiana, objeto luego de una soberbia grabación completa junto a Richard Tucker, uno de los mejores Don Alvaro de la época.

En resumen, es fácil encontrar dicha relación incluso en el hecho de que figure en el programa del disco otro Wagner, el de cámara de los Wesendock Lieder que nunca estuvo en un atril de la Callas quien sí cantó (en italiano) Kundry, Brunilda de La Valquiria  y la Isolda del Tristan  partitura  que aparece claramente citada en una de las canciones de ese ciclo.

Sin embargo, la voz de Davidsen de inmediato puede asociarse `por timbre, anchura, extensión, empuje y maneras a la de Birgit Nilsson.

Así se evidencia desde el primer corte del disco: Abscheulicher! La exigida aria de Leonore en el Fidelio beethoveniano, con sus tres espectaculares pasajes, recitativo, aria y cabaletta (por llamarla así a la manera italiana). Leonore se está convirtiendo en un personaje importante en la carrera de la soprano. Lo debutó en marzo de 2020 en la Royal Opera londinense con dirección de Antonio Pappano, primero en compañía del Forestan de David Butt Philip, luego del de Jonas Kaufmann. Fue un éxito personal que corroboraron crítica y público. Con razón. Su lectura discogáfica puede dar, aunque parcialmente, testificado de ello. Davidsen pasa por esos tres momentos desahogada de medios, conveniente de expresividad. Se mete de inmediato al oyente en el bolsillo, dicho vulgarmente. Este papel, concebido para una soprano dramática cuenta con dos puntos que despiertan de inmediato un interés no exento de malicia: ¿cómo resolverá los breves pero molestos pasajes vocalizados o cómo ascenderá al agudo final, dos imprevistos escollos para una cantante de esas características? Pues sin problemas, tras dar en el recitativo, como corresponde,  especial valor al texto, cantar el aria con la debida atención a su contenido melódico y resolver el remate con el empuje requerido. Una voz que suena potente y homogénea, capaz de sugerir o demostrar que está cualificada para dar la dimensión trágica que necesita Leonore.

Con tales precedentes, se enfrenta cualificadísima al aria de concierto que es una verdadera escena operística: Ah, pérfido! La compuso Beethoven una década antes de su primera redacción del Fidelio y se trata de un momento de especial intensidad dramática donde se refleja la ambigüedad femenina zarandeada por diversos sentimientos entre el amor, el odio y el rencor que pueden disgustar a una mujer abandonada, se supone injustamente.   Una perla para una cantante con suficientes recursos de actriz. La Davidsen supera la prueba (aquí las complicaciones de la anterior Leonore parecen multiplicarse) con sobresaliente cum laude, aunque sea inevitable que habrá recuerde la impactante intensidad que consigue la Callas facilitada por el muy proclive a ello texto italiano  De nuevo, la noruega en esta magnífica muestra de la inspiración beethoveniana evoca a la Nilsson.

En 2017, el festival de Wexford en Irlanda programó la Medea de Cherubini confiando la parte titular y en la versión que a menudo interpretó la Callas con  los recitativos musicados por Franz Lachner a una joven cantante recién premiada en Operalia. Davidsen ofreció una interpretación, según crónicas, llena de fuerza y pasión, variada de matices. Un eco de aquellas funciones se puede disfrutar Dei tuoi figli que canta la protagonista en la parte final del acto I poco antes del soberbio dúo con Giasone. Escrita con enormes dificultades técnicas (intensidad de acentos en una escritura muy complicada para la voz), la Davidsen demuestra e una vez por todas que tiene el instrumento completamente a punto técnicamente hablando. Una Medea, en suma y como permite el momento, más mujer que maléfica maga.

Las secciones italianas del registro están impecablemente cantadas y dignamente expresadas, con resultados de inatacable valor pero las lleva un poco a su terreno personal perdiendo algo de digamos mediterraneidad. Necesitaría un más sonoro grave para una Santuzza, descrita con acentos dolorosos más que reivindicativos, donde  cuenta con la colaboración de Rosalind Plowright como mamma Lucia. En el aria del último acto de la Leonora verdiana, tras una lograda regulación inicial y un impecable salto de octava en invan la pace, hay numerosos aciertos en medio de una lectura impregnada de resignación.

Lo mejor de esta sección italiana lo consigue la noruega es una bonita  plegaria de Desdemona, jugando con pericia entre el canto forte y los pianissimi en  justa correlación con el libreto.

Finalmente, en el ciclo wagneriano Wesendonck Lieder Davidsen se pliega a un repertorio  íntimo y concentrado, muy atenta al significado del texto. una lectura a la manera de una Régine Crespin o de nuevo Birgit Nilsson que  las de Janet Baker o Jessye Norman. Da para pensar que, seguramente, pronto la Davidsen añada a su repertorio Isolde. A esperar.

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Imagen superior © James Hole. Cortesía de Decca Classics. Reservados todos los derechos.

Copyright del artículo © Fernando Fraga. Reservados todos los derechos.

Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).