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«The Crack of Doom» (1895), de Robert Cromie

Los horizontes cada vez más amplios del romance científico atrajeron a una legión de nuevos reclutas, entre ellos Robert Cromie, que en esta novela ofreció su propia versión de las consecuencias de la teoría evolutiva de Darwin.

El narrador, Arthur Marcel, es un joven británico acomodado que, tras pasar unos años viajando por el mundo, vuelve a casa en un vapor desde Estados Unidos. Allí conoce a un excéntrico pasajero, Herbert Brande, cuyas estrafalarias ideas a mitad de camino entre lo científico y lo paranormal, divierten a Marcel. Éste no se toma demasiado en serio la invitación a unirse a una especie de sociedad secreta que su nuevo amigo dirige, llamada Cui Bono (que se puede traducir del latín como «¿Quién se beneficia?»), esto es, hasta que conoce a la hermana de aquél, Natalie Brande. Cautivado por la belleza de la muchacha, ya en Londres, accede a acudir como invitado a una reunión de la aparentemente extravagante agrupación

Allí, Brande le muestra un maravilloso ingenio: un microscopio con el que pueden verse claramente las moléculas y átomos y a través del cual se puede manipular la vibración de los mismos. Cuando Marcel pregunta por los límites del experimento, la respuesta es tajante: «Nadie puede decirle a la ciencia ‘hasta aquí y no más lejos’. Nadie ha sido capaz de hacerlo y nadie lo será». El que pueda averiguar cuál es el propósito exacto de la sociedad inquieta a Marcel, quien acaba enterándose de que todos aquellos miembros de la misteriosa agrupación que han pretendido abandonarla han muerto asesinados.

Así y todo, atraído por Natalie, ingresa formalmente en la misma sólo para enterarse de que el objetivo de la organización es la destrucción de la mismísima Tierra. Las siniestras teorías de Brande –expresadas tan poética como científicamente– afirman que el Universo tiende al caos y al sufrimiento; la evolución no es más que un camino doloroso, plagado de aberraciones y extinciones y, en último término, inútil puesto que todo tiende a la desaparición. Así, según su retorcida filosofía, ha decidido que el estado de paz ideal que evitará toda angustia y agonía es el del éter primigenio. Decidido a acelerar el proceso y detener el sufrimiento de la raza humana, se propone provocar un cataclismo planetario utilizando un procedimiento mediante el cual puede extraer toda la energía almacenada en el corazón de los átomos. Su objetivo, por tanto, es provocar un holocausto nuclear que reduzca la Tierra a cenizas, una misión que el horrorizado Marcel intentará evitar.

Siendo honestos, si la obra merece comentarse en esta selección de obras importantes de la ciencia-ficción no es por su calidad literaria. La acción contiene abundantes incoherencias y giros absurdos, y los personajes están mal perfilados cuando no construidos a base de tópicos. Esto sería algo muy común en las revistas pulp del género, en las que, como en este caso, importa más la acción propiamente dicha que la lógica interna de la misma, la intriga y su desenlace que los protagonistas que en ella intervienen.

The Crack of Doom es una antigua expresión inglesa que se usa para referirse al Día del Juicio Final, en particular al sonido de las trompetas celestiales que, según el Libro del Apocalipsis, señalarán el fin del mundo. Robert Cromie, un escritor y periodista irlandés que ya había hecho una incursión previa en la ciencia-ficción con A Plunge into Space (1890), fue el primero en imaginar lo que 50 años más tarde sería la bomba atómica, el ingenio que, como él predijo, libera la inmensa energía contenida en el interior de los átomos. También presenta en la novela un microscopio atómico, un aparato que permite visualizar los elementos más básicos que componen la materia.

Pero además de adelantarse en varias décadas a inventos que en su época no podían sino sonar a fantasías para el común de los lectores, hay otros aspectos destacables. Por ejemplo, la utilización de las sociedades secretas como recurso narrativo, algo bastante común en los folletines del siglo XIX. En una época de inestabilidad política y nacimiento de nuevos movimientos que operaban en la clandestinidad (comunistas, anarquistas de diferente signo, agrupaciones ocultistas), a menudo haciendo uso de métodos subversivos y violentos, era natural acudir a ellos a la hora de introducir la figura del villano en una obra de ficción, tal y como vimos en una obra anteriormente comentada en esta revista, El Ángel de la Revolución.

Las sociedades y organizaciones secretas seguirían gozando de mucha popularidad en la época de las revistas pulp, pero tras la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría, el papel de villano pasaría a ser ocupado por los gobiernos, tejedores de oscuros planes conspiratorios, custodios de secretos hurtados a la opinión pública (recordemos mitos urbanos como los Hombres de Negro o el Área 51). En tiempos más recientes, tras la caída del Muro de Berlín y la acumulación de poder por parte de las multinacionales hasta el punto de llegar a ser más influyentes que muchos gobiernos, estos conglomerados empresariales de inmensos recursos pasarían a ser los malignos agentes tras muchos relatos de ficción; por nombrar sólo dos famosos ejemplos: la Weyland–Yutani Corporation de Alien, el 8º Pasajero, que conspira y manipula para conseguir la horrible criatura alienígena y convertirla en un arma biológica; o la Cyberdine Systems de Terminator, que en su afán por convertirse en la empresa más importante de su sector, acaba desencadenando un apocalipsis.

En realidad, lo que Cromie nos muestra como una sociedad secreta, hoy lo bautizaríamos como secta milenarista, de las cuales hay desgraciadamente un número no pequeño en nuestro mundo contemporáneo, algunas de ellas tan bien surtidas en armas apocalípticas como la de Aum Shinrikyo que llevó a cabo los atentados contra el metro de Tokio en 1995 y que, sin que el mundo se enterara, llevó a cabo la primera detonación nuclear subterránea efectuada por civiles en el interior desértico de Australia… pero eso es otra historia.

Y es que, ciertamente, la sociedad secreta Cui Bono tiene mucho de secta aunque desde el punto de vista literario esté mal construida (apenas se nos cuenta nada de sus miembros, que parecen meras extensiones del líder y cuyo comportamiento y reacciones apenas se mencionan). Brande utiliza un curioso lenguaje en el que mezcla el misticismo fúnebre con los detalles científicos. Y en este sentido llama la atención el recorrido que hace en sus discursos por el surgimiento de las nebulosas, estrellas y planetas, las leyes gravitatorias, el proceso evolutivo y la muerte última de todo lo que existe, devorado por la entropía hasta que no quede ni pizca de energía en el Universo.

Ciertamente, incurre en fallos, comprensibles dado el estado de la ciencia en aquel momento (la creencia en algo llamado éter, la muerte del Sol por una colisión estelar, la interpretación errónea del cinturón de asteroides…) pero su alusión a los átomos y la energía que encierran, el avance de lo que luego se convertiría en la Teoría del Caos, y una descripción detallada del pasado y el futuro del Sistema Solar lo destacan por encima de otros escritores más famosos, como H.G. Wells (aunque sólo en este aspecto, porque Wells siempre fue considerablemente más imaginativo en sus historias y un narrador con mucho más talento)

El papel de las mujeres en la novela es también llamativo. Al protagonista de la novela le incomoda y le avergüenza la actitud de las mujeres pertenecientes a la extraña Sociedad: se visten como hombres, se atreven a fumar en público y su lenguaje y maneras tienen una desenvoltura ante los que Marcel no sabe cómo reaccionar («aquellas chicas estaban demasiado avanzadas en sus ideas para mi […] soy incapaz de apreciar la Nueva Mujer, de la que tanto he oído hablar desde que volví a casa»). No sabemos si la conservadora –por no decir reaccionaria– mentalidad del protagonista coincidía con la del escritor. Resulta sospechoso, eso sí, que todas esas mujeres de mentalidad avanzada, comportamiento poco convencional y vestuario masculino, pertenezcan a la siniestra sociedad secreta. Su poca convicción por esta Nueva Mujer se pone de manifiesto al avanzar la historia: los personajes femeninos se transforman en los seres vulnerables y sentimentales tan queridos por la tradición literaria masculina. Sea como fuere, son un elemento que pone de manifiesto el cambio social que estaba teniendo lugar en lo que se refiere al papel de la mujer.

Y, por último, quiero subrayar la aparición de poderes mentales, capacidad centrada en Brande y que le proporciona un conocimiento inmediato y preciso de las intenciones y opiniones de sus allegados. Los poderes mentales serán en años venideros otro de los temas principales del género, hasta el punto de que obras maestras de la ciencia-ficción, como Juan Raro (1935) de Olaf Stapledon o Muero por dentro (1972) de Robert Silverberg, girarán exclusivamente alrededor de este aspecto.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos. 

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".