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«El ángel de la revolución» (1893), de George Griffith

La ficción especulativa británica disfrutó de un impulso fundamental en 1871, cuando la revista Blackwood publicó La Batalla de Dorking, de George T.Chesney –ya comentado en un artículo anterior–. Este relato de la derrota inglesa ante las fuerzas alemanas invasoras, como si se tratara de un terremoto, dio lugar a numerosas réplicas, fundando un subgénero de historias de guerras futuras cuyo éxito se prolongó hasta el estallido de la auténtica guerra en 1914. Los primeros seguidores/imitadores se decantaron por formatos en los que se presentaban las narraciones como “memorias”, pero no pasaría mucho tiempo antes de que esos relatos de conflictos situados en el futuro adoptaran el formato de novela.

Gran Bretaña podría haber sido más receptiva a la especulación científica si no hubiera sido porque el formato habitual de la ficción victoriana era la novela en tres volúmenes que solicitaban la mayoría de las librerías. Las descripciones elaboradas de mundos imaginarios, ya sean alienígenas o futuristas, requiere una labor descriptiva nada despreciable, pero se obtienen mejores resultados con narraciones ligeras que con elaboraciones llenas de ricos detalles. Así, las fantasías futuristas en tres tomos de Edward Maitland en By and By (1873) o los Annals of the Twenty–Ninth Century (1874) de Andrew Blair, con su estilo lento y moroso), contrastan vivamente con la ligereza de los cuentos que Poe escribía en América y que ocupaban el otro extremo del espectro de la ciencia-ficción de la época.

Las historias de guerras futuras popularizadas por Chesney ofrecían una solución al problema de cómo dotar de dramatismo al avance tecnológico. Desde el punto de vista de los escritores de pensamiento progresista, este recurso tenía el desafortunado inconveniente de cargar excesivamente las tintas en la tecnología militar, pero al principio esto no supuso un obstáculo. El punto crucial en la evolución de este subgénero llegó cuando sus autores dieron el salto de los panfletos propagandísticos a la serialización en toda una serie de nuevas publicaciones periódicas que se enzarzaron en una intensa competencia en la última década del siglo. Un relato bastante tosco, La Gran Guerra de 1892, compilado por expertos militares y serializada entre 1891 y 1892, dio paso a una narración bastante más oscura escrita por George GriffithThe Angel of the Revolution, que es la que vamos a comentar a continuación.

Puede que la prosa de Griffith y sus ingenuas fantasías de anarquistas románticos y batallas aéreas no estuviera al nivel de H.G. Wells o sir Arthur Conan Doyle, pero su popularidad no fue menor que la de esos grandes nombres. Por si su éxito no fuera suficiente para ser recordado más de cien años después, digamos que en esta novela puso una de las piedras fundamentales de lo que hoy conocemos como steampunk (los diseños de las máquinas voladoras de algunas películas de animación de Hayao Miyazaki o Katsuhiro Otomo se dirían basadas en las ideas de Griffith) además de anticipar la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, los misiles aire–superficie o el despegue vertical de aeronaves a motor.

El Ángel de la Revolución es un romance científico, el equivalente victoriano de la ciencia ficción. Fue la primera novela de Griffith, y además de por lo anterior, es especial por otros motivos: describe uno de los futuros más sangrientos imaginados hasta el momento y no tiene reparos en atacar no sólo a la sociedad británica, sino incluso a su familia real.

La acción comienza en el Londres de 1903 (diez años en el futuro del escritor). Richard Arnold es un brillante inventor que dedica toda su juventud y talento a una pasión convertida en obsesión: construir un ingenio volador que pueda transportar eficientemente personas y mercancías. Al borde de la ruina, consigue elaborar un modelo que funciona, impulsado con una combinación especial de gases que sólo él conoce. Sin embargo, con el triunfo viene la duda y la desesperación al tomar conciencia del terror y la destrucción que su ingenio podría sembrar si cayera en manos de los gobiernos. Es entonces cuando conoce a Colston, miembro de una siniestra sociedad secreta compuesta por socialistas, comunistas y nihilistas de todo el mundo, declarada enemiga de los gobiernos establecidos y que, como suele suceder en este tipo de movimientos, utiliza métodos terroristas para acabar con las injusticias.

La hermandad convence a Arnold para que se una a sus filas y desarrolle la versión «aumentada» de su invento, lo que decantará a favor de los conjurados el conflicto bélico entre imperios que ya se vislumbra en el horizonte. Así lo hace el ingeniero, construyendo una flota de aeronaves que participa en el comienzo de hostilidades entre los países europeos con el fin de provocar su caída y favorecer un período de anarquía del que nacerá un nuevo orden.

Se suceden entonces episodios de lo más variopintos que recuerdan mucho a las aventuras pulp que verían la luz veinte años después en las revistas norteamericanas: desde arriesgadas misiones de rescate en prisiones rusas, al descubrimiento de mundos perdidos en el centro de África, pasando por desesperados romances aparentemente imposibles. Pero en cuanto comienzan los combates entre la Federación Ruso–Francesa y la Alianza Anglo–Alemana, todo se convierte en una sucesión de batallas, masacres y bombardeos de ciudades desde dirigibles. Los alemanes primero y los ingleses después, serán barridos por los rusos, paradigma de régimen cruel, perverso y totalitario, hasta que sólo Londres resiste al invasor, que lo somete a un terrible asedio. Es entonces cuando los terroristas –que se han hecho con el control de Estados Unidos y todos sus recursos mediante un golpe de Estado– intervienen directamente en el sangriento conflicto para inclinar la balanza a favor de sus propios intereses y obligar a los dirigentes, reyes y presidentes, a someterse a ellos bajo la amenaza de utilización de las terribles máquinas aéreas de Arnold.

George Griffith fue un prolífico escritor –y reputado explorador– cuya obra, como hemos dicho, disfrutó de una enorme popularidad en Inglaterra, si bien sus visionarias novelas de ciencia ficción tuvieron menos repercusión en Estados Unidos debido, por una parte, a que el género seguía caminos bastante diferentes en ese país y, por otra, a las simpatías socialistas y revolucionarias de su autor. Tras una breve incursión en el periodismo y haber escrito diversos panfletos, decidió probar con la novela, apuntándose a la moda comercial del momento y escribiendo un relato de guerras futuras.

Se trata en realidad de un conjunto de elementos ya aparecidos en otras novelas de otros autores, agitados y revueltos hasta dar con una síntesis peculiar: la paranoia xenófoba y racista de La Batalla de Dorking, la máquina voladora de Robur el Conquistador de Julio Verne (al que Griffith plagió abiertamente sin ocultarlo lo más mínimo) y las visiones anarquistas de Noticias de Ninguna Parte de William Morris.

Los lectores modernos pueden encontrar ofensivas algunas de las actitudes y prejuicios propios de la sociedad de la época: el siniestro líder de la organización terrorista es un judío paralítico y deformado por las torturas de unos perversos rusos; negros y asiáticos apenas son contemplados como otra cosa que razas sometidas a los blancos; los árabes juegan un papel secundario y son fácilmente derrotados al final del libro. Aunque posiblemente reflejaran hasta cierto punto las opiniones personales de Griffith, debe recordarse que el relato lo escribió en forma de serial para la revista Pearson´s Weekly, una publicación populista que tendía a expresar las opiniones chauvinistas y algo reaccionarias de sus lectores.

Griffith adelantó de forma brillante el horror de la nueva guerra que estaba por venir: los ataques a navíos de aprovisionamiento en la ruta entre Norteamérica e Inglaterra, los bombardeos de ciudades, las complicadas alianzas que empujaban a los países a la guerra y, por supuesto, los combates aéreos. Aún se tardarían diez años en conseguir hacer volar una aeronave –y ésta sería muy diferente de las imaginadas por Verne o Griffith– pero ya existía la sensación de que la tecnología estaba disponible y había mucha gente emprendedora trabajando en ello. Desde el momento en que Wilbur y Orville Wright hicieron volar su avión en Kitty Hawk, los militares expresaron su interés y se apresuraron a encargar aparatos tanto a los Wright como a otros inventores que fueron desarrollando sus propios modelos. La guerra en el aire ya tomaba forma.

La obra se revisó en repetidas ocasiones tras su publicación original. En las primeras ediciones, el zar ruso es Alejandro III; tras su muerte, en noviembre de 1894, y tratando de mantener el libro actualizado, fue sustituido en las siguientes ediciones por Nicolas II. Pero algunos otros personajes históricos de la época de Alejandro que aparecían en la novela siguieron estando ahí, por lo que conviene hacerse con una edición moderna que respete la primera versión con el fin de evitar confusiones. Existe también una secuela, serializada bajo el título La Sirena de los Cielos y cuya acción transcurría un siglo después.

Los historias bélicas futuristas de Griffith fueron uno de los eslabones más exitosos de una larga cadena que continuaría durante bastantes años y sobre la que volveremos en futuras entradas. A medida que la industria armamentística iba diseñando nuevas pesadillas, los escritores más inquietos debían actualizar su arsenal. En 1911, cuando se publicó la última novela de este subgénero escrita por GriffithEl Señor del Trabajo (él había fallecido de cirrosis a los 48 años en 1906), en las guerras ya intervenían misiles nucleares y rayos desintegradores.

El subgénero de guerras futuras no fue lo único que escribió Griffith. Por ejemplo, veremos en una entrada posterior, la curiosa Luna de miel en el espacio; y aún encontró tiempo para batir el record de vuelta al mundo (65 días) y participar en una expedición que ayudó a descubrir las fuentes del Amazonas. Todo un logro para tan corta vida.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos. 

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".