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«La guerra en el aire» (1908), de H.G. Wells

Que la ficción de H.G. Wells compartía origen con el subgénero de guerras futuras quedó demostrado con su novedosa aproximación a esa temática en La Guerra de los Mundos (1898). El escritor tardaría en volver a esa rama de la ficción especulativa, quizá por su rechazo al belicismo y a la destrucción que una guerra futurista y tecnificada podía causar, actitud que lo alejaba bastante de la opinión preponderante en su época.

La deshumanización creciente de la guerra había sido tratada en el relato corto “Los acorazados terrestres” (1903) y continuada por esta novela, The War in The Air, contada no desde el punto de vista de los militares, sino de un testigo casual. Estas dos historias parecen hoy tener una mayor carga profética que todas esas novelillas hoy olvidadas que pregonaban que la “guerra para acabar con todas las guerras” sería ganada por los ingleses –proporcionando así el eslogan bajo el cual la Primera Guerra Mundial pudo reclutar su entusiasmada carne de cañón– . Un confundido y ordinario individuo (el típico “héroe” de clase media tan querido por Wells), Bert Smallways, es confundido con un inventor aeronáutico por los alemanes, que están preparando una flota de grandes aviones y zeppelines para bombardear Nueva York. Atrapado a bordo del dirigible insignia, contempla la devastación que las aeronaves causan en Manhattan. Las desventuras de Smallways en un mundo caótico preceden a los de muchos otros desgraciados como él hasta el Arthur Dent de Guía del autoestopista galáctico (1978) de Douglas Adams.

El libro termina de forma pesimista: esta nueva forma de guerra devastadora lleva el desastre por todo el globo (“por todos lados hay ruinas y muertos sin sepultar, y los supervivientes, encogidos y de rostro amarillento en una apatía mortal… es la disolución universal”); a la guerra sigue el caos económico y la destrucción del sistema financiero, la enfermedad y una yihad islámica. Pero por algún motivo es difícil conectar con este Apocalipsis abstracto. No hay atención al detalle, a la pequeña historia humana. Todo es muy general, distante, grandes brochazos de un negro futuro.

En las páginas de las primeras revistas pulp de ciencia ficción se pueden encontrar cientos de páginas describiendo la guerra del mañana, ya fuera diez o diez mil años en el futuro. La mayoría no acertaron en nada (lo que no es óbice para desmerecerlas: la ciencia-ficción no pretende profetizar el futuro), pero unas cuantas de aquellas historias presentaron ideas plausibles que, con el tiempo, se harían realidad. Las aplicaciones bélicas de la tecnología aérea se venían analizando desde antes de que en 1903 los hermanos Wright consiguieran hacer volar el primer avión. El propio Julio Verne había hecho tímidas aproximaciones en Robur el Conquistador (1886) y Dueño del mundo (1904). Más concreto y terrorífico había sido George Griffith en El ángel de la revolución (1893), en el que los ingenios aéreos arrasaban las ciudades. El propio Wells en Cuando el durmiente despierte (1899) describía un combate aéreo.

La guerra en el aire deja claro que ninguna contienda futura en la que tomen parte las fuerzas aéreas se parecerá a las anteriores. Ya nadie estará a salvo, ni ganadores ni perdedores; no será una cuestión de “frentes”, sino de “zonas”. Cuando Wells describe los bombardeos, contemplados desde el punto de vista del protagonista a bordo de la nave, transmite esa sensación de distanciamiento emocional que acompaña al espacial: desde las alturas no se ven más que las explosiones, pero no las víctimas. Es un paso más en la deshumanización de la guerra. Aunque en la mayor parte de los casos, la ciencia ficción hace predicciones erróneas en lo referente al aspecto bélico, aquí tenemos la excepción.

Y, sin embargo, por mucho que él y los autores mencionados hubieran imaginado aquellos escenarios de devastación, Wells se sintió abrumado por lo que la Primera Guerra Mundial significó. Había jugado en su imaginación con la guerra del futuro, pero no llegó a considerar seriamente que los políticos serían tan estúpidos como para dejar que el conflicto se convirtiera en una matanza sin sentido. Aquel acontecimiento marcó decisivamente a los escritores de CF que publicaban en las revistas pulp: de los discursos patrióticos y el belicismo más o menos enmascarado se pasó a tratar la guerra como una catástrofe brutal y destructora independientemente de su alcance geográfico. El atractivo romántico del combate espacial entre naves tripuladas por valientes aventureros era una cosa, pero había poco que idealizar en la carnicería que se producía en tierra firme. Se siguieron escribiendo cientos de novelas de guerras futuras, la mayoría con tan poco valor literario como influencia sobre los militares y políticos.

Por otra parte, el comienzo del siglo XX estaba marcando un punto de transición en la visión que H.G. Wells tenía del mundo. La primera manifestación de este cambio fue que durante un espacio de cinco años a partir de 1908, Wells no publicó ciencia ficción en absoluto. Escribió una serie de novelas de diferentes temáticas (que él mismo consideró su obra más importante) pero no será hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial que Wells comience a sentirse de nuevo atraído por el futuro.

Mientras tanto, y hasta 1914, nos quedamos con esta subestimada novela del padre de la ciencia-ficción; es sin duda entretenida, pero también portadora de una seria advertencia; el autor escribió para el prefacio de la edición de 1941: “Os lo dije, idiotas”.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".