Como ya comenté en su respectiva entrada, la novela Hijos de los hombres, de P.D. James, pasó en su momento sin pena ni gloria. No convenció a los seguidores de la escritora, que esperaban encontrar en ella otra de sus intrigas policiacas y se encontraron en cambio con un melancólico thriller de ciencia ficción distópica. Y, dado el encasillamiento de James como escritora de misterio, el libro tampoco llamó la atención de los amantes de la ciencia-ficción.
A quien sí gustó, o al menos vio potencial en él, fue al productor Hilary Shor, quien ya en 1997 compró los derechos de adaptación cinematográfica. Su entusiasmo, no obstante, se enfrió cuando encontró imposible interesar a ningún estudio para sacar el proyecto adelante.
Tiempo después y de forma independiente a Shor, otro productor, el experimentado Marc Abraham (Spy Game, El amanecer de los muertos, Trece días) lee la novela y decide comprar los derechos. Dado que éstos ya estaban en manos de Shor, ambos llegan a un acuerdo y encargan la primera escritura de guión al británico Paul Chart, borrador del que luego se harían más reescrituras mientras ambos productores, de nuevo sin éxito, trataban de encontrar a alguien que pudiera dirigir el proyecto. Y he aquí que el guión cae en manos de Alfonso Cuarón.
Tras algunos cortos y un breve paso por la televisión, el director mexicano Alfonso Cuarón empezó a llamar la atención de público y crítica con la comedia romántica Solo con tu pareja (1991). Acto seguido, adoptó el idioma inglés con el film infantil La princesita (1995) y la versión moderna del clásico Grandes esperanzas (1998). Regresó a su país natal para rodar la provocativa Y tu mamá también (2001), que tuvo un excelente recorrido en el circuito de festivales y que sin duda le valió ser elegido para dirigir la tercera entrega de la saga de Harry Potter, Harry Potter y el Prisionero de Azkaban (2004), por muchos fans considerada la mejor de la serie.
En todas estas películas Cuarón mostraba una enorme facilidad para tratar diferentes géneros, ya fuera la fantasía infantil, la comedia o el drama románticos, los blockbuster de efectos especiales o el cine adolescente más descarnado. En su siguiente película, Hijos de los hombres, mostraría igual destreza a la hora de abordar la ciencia ficción más distópica.
Londres, año 2027. Gran Bretaña se ha convertido en un estado policial que ha adoptado medidas brutales para deportar a los inmigrantes ilegales pero que no puede detener el agravamiento de la violencia social, las desigualdades económicas, la segregación y el empobrecimiento de la mayor parte de la población. En parte todo ello es consecuencia del desequilibrio psicológico y social que ha causado una epidemia de infertilidad que viene afectando al mundo entero. Hasta tal punto es desesperada la situación que el último bebé nació dieciocho años atrás. Cuando este muchacho, la persona más joven de la Tierra, muere asesinado, todo el planeta se sume en el duelo. En este mundo vive Theo Faron (Clive Owen) es un funcionario cínico y desengañado que sólo encuentra desahogo en sus reuniones con su antiguo amigo Jasper Palmer (Michael Caine), antiguo activista y espíritu rebelde, representante de los difuntos sueños utópicos de la década de los sesenta.
Un día, Theo es secuestrado por los Peces, un grupo terrorista que protesta contra el trato dispensado a los inmigrantes y refugiados. Esta célula en concreto de la organización resulta estar dirigida por la antigua esposa de Theo, Julian Taylor (Julianne Moore). Tiempo atrás, ambos fueron activistas políticos comprometidos, pero la muerte del hijo de ambos sumió a Theo en la apatía y arruinó su matrimonio. Julian quiere que Theo obtenga de su influyente primo documentación que le permita a una joven africana, Kee, inmigrante ilegal, viajar por el país. Theo así lo hace, pero el plan sale mal y Julian resulta muerta durante una emboscada. Kee revela a Theo la urgencia de la situación: está embarazada, la primera mujer en estarlo en casi dos décadas. En ella y su hijo puede estar la salvación de la especie humana.
El plan de Julian consistía en poner a Kee a salvo, llevándola hasta el barco de una organización clandestina, el Proyecto Hombre, donde cuidarían de ella y del bebé. Pero los Peces quieren utilizar a la muchacha como arma política contra el gobierno. Cuando Theo se entera de estas maquinaciones y de que además planean matarlo, se fuga con Kee y la comadrona que la acompaña, Miriam (Pam Ferris). Perseguidos por los terroristas y la policía, los tres tratarán no sólo de sobrevivir y proteger al aún no nacido niño. Para ello, tendrán que entrar en el peligroso campo de concentración para inmigrantes de Bexhill…
Hijos de los hombres es un thriller inteligente y tremendamente intenso que puede adscribirse a esa tradición distópica británica que también incluye obras como 1984 (1956,) o Brazil (1985), aunque también bebe de la escuela norteamericana más nihilista de los setenta. De hecho, esta película guarda similitudes con otras de esa década que también transcurrían en futuros con problemas relacionados con la infertilidad o los controles de población: The Last Child (1971), THX 1138 (1971), Edicto Siglo XXI: Prohibido tener hijos (1971) o La fuga de Logan (1976).
Hijos de los hombres guarda también no pocos parecidos con otro film distópico que se estrenó aquel mismo año: V de Vendetta. Ambos son distopías ambientadas en una Inglaterra dominada por un estado totalitario que se erige como una isla de “civilización” en un mundo sumido en el caos; ambos se centran en un movimiento revolucionario a punto de dar su golpe de gracia al sistema; y, sobre todo, las dos películas son traslaciones al cine de historias aparecidas en el formato impreso, convenientemente alteradas para reflejar asuntos políticos y sociales de actualidad. En el caso de V de Vendetta, la fuente era la serie de Alan Moore editada en la revista británica Warrior en los ochenta, si bien las hermanas Wachowski transformaron el choque entre totalitarismo y anarquía del cómic en un discurso sobre la política norteamericana contemporánea.
Algo parecido hicieron Alfonso Cuarón y su coguionista Timothy Sexton con el libro Hijos de los hombres. De hecho, la película se toma tantas libertades con éste que llamarla adaptación sería excesivo. Dichas diferencias pueden explicarse en parte porque Cuarón no quiso leer la novela hasta tener completada su propia versión del guión inicialmente preparado, como apunté al principio, por Paul Chart y otros. Cogió la premisa inicial, los nombres de los personajes, algunas ideas sueltas y con todo ello tejió su propia y muy personal historia (con todo, parece ser que P.D. James quedó bastante satisfecha con la película).
En el libro, el protagonista, Theo, es un intelectual, un profesor de Humanidades en Oxford, no un burócrata. Se trataba de un individuo proclive a la melancolía mientras que en la película, Clive Owen, con su aspecto de tipo duro y modales correosos, es más dado al cinismo cortante. El guión también introduce cambios en la relación de Theo y Julian (en la novela ella había sido una antigua estudiante y jamás habían mantenido relación romántica alguna; la esposa de Theo lo abandonó tras la muerte accidental del hijo de ambos). En el libro, la relación entre Theo y Jasper es escasa y distante y se le da mucha más importancia a la figura del dictador Xan, primo del protagonista.
Pero todavía más relevante son los cambios que la película efectúa sobre la ambientación y detalles del futuro. En el libro, P.D. James describe con bastante meticulosidad diversos aspectos de esa sociedad en plena decadencia, impregnando todo con una sensación de lento pero inexorable deterioro. El envejecimiento progresivo de la población hacía que la tasa de crímenes fuera descendiendo al tiempo que los pueblos y las ciudades más pequeñas se vaciaban. Hay un renacer del hedonismo y el cuidado del cuerpo mezclado con un desconcierto espiritual que favorece el abandono de las religiones tradicionales a favor de nuevas creencias y la celebración de suicidios colectivos patrocinados por el Estado. Es, en general, una historia que bebe de la tradición literaria británica de “apocalipsis tranquilos”. Es, de alguna manera, cómo los ingleses más conservadores, siempre tan pendientes de las formas, gustan de ver su posible final como civilización e incluso como especie.
Pero Cuarón es mexicano y, por tanto, mucho más visceral. El futuro que retrata en la película es uno dominado por la agresividad, la inestabilidad y el caos. Los atentados y la violencia urbana están a la orden del día. El deterioro de las ciudades no parece tanto producto del abandono como del vandalismo deliberado. También se da más importancia al tema de la inmigración ilegal. Acerca de esto, en el libro se contaba cómo el gobierno inglés, ante el envejecimiento de la población, aceptaba inmigrantes más jóvenes para realizar los trabajos más duros y desagradables, alojándolos en campamentos fuera de las ciudades y expulsándolos sin derecho a pensión una vez dejaban de ser útiles. El campo de concentración que se describía en la novela (en la isla de Man, no en Bexhill), era básicamente un lugar donde internar criminales y luego dejarlos a su suerte (algo parecido al Manhattan de 1997: Rescate en Nueva York, 1980). En resumen, la película desdibuja bastante el tema de un gobierno totalitario que sí estaba más extensamente descrito en la novela, al tiempo que pone mayor énfasis y espíritu reivindicativo en asuntos de actualidad, sobre todo el recelo europeo (no sólo británico) a la llegada de refugiados e inmigrantes económicos de países africanos y asiáticos; la amenaza del terrorismo (de hecho, el rodaje en Londres hubo de ser detenido un tiempo por un ataque terrorista islámico) y el miedo al surgimiento de un estado policial como consecuencia de recortes en las libertades civiles en el nombre de la seguridad.
En la secuencia de apertura, Cuarón realiza un trabajo sobresaliente al poner al espectador en situación sin necesidad de que ningún personaje haga ninguna declaración informativa, sin siquiera diálogos. El propio realizador ha declarado lo mucho que odia los films con pasajes explicativos, considerándolos forraje para espectadores perezosos. Así, la historia abre con un boletín de noticias de la “BCC” (tan cerca de la BBC como el director pudo llegar sin infringir el copyright) en el que se informa de la aprobación del Decreto de Seguridad Interior en Gran Bretaña y se menciona la deportación de inmigrantes ilegales antes de saltar a un bar en el que los clientes se agrupan mirando la pantalla: ha muerto la persona más joven del planeta, un joven de 18 años. Todo ese primer segmento está dominado por la sensación de duelo, de desolación, para el cual el director tomó como modelo la muerte de la princesa Diana de Gales. Cuarón ya se ha ganado la atención del espectador con estos pequeños detalles tan reveladores que nos informan de que estamos en un mundo muy diferente al nuestro pero al mismo tiempo familiar.
A continuación, seguimos a Theo fuera del bar y mientras camina por la calle vemos más cambios: por la calzada circulan rickshaws, los videoanuncios se proyectan sobre las fachadas de los grandes edificios o en la carrocería de los autobuses. Y, de repente, se produce una explosión justo en el bar del que había salido Theo. Toda ella es una secuencia impactante en la que Cuarón realiza un trabajo extraordinario a la hora de sumergirnos en un futuro drásticamente distinto del nuestro, pero sin articular toda esa información de la forma tradicional sino dejando hablar a las imágenes de lo cotidiano. Este goteo de detalles bien colocados continúa durante toda la película, prácticamente en cada secuencia, utilizando sutilmente los efectos digitales para adornar las calles con anuncios, pantallas de televisión, señales de tráfico, edificios abandonados y escaparates que ayudan a redondear esa sensación de decadencia generalizada.
Poco después del comienzo, Theo viaja fuera de Londres para encontrarse con Jasper en su casa en el campo. Grupos de personas enfurecidas atacan con piedras el tren y cuando llega a la estación, docenas de inmigrantes son retenidos en jaulas custodiadas por policías fuertemente armados. Ya en los campos, se ven hogueras con cadáveres de caballos quemados. Cuando los Peces secuestran a Theo y lo encierran en una cabina empapelada con periódicos, cada titular ofrece información acerca de lo sucedido en ese futuro por todo el mundo. Poco después, Theo se dirige a ver a su primo y atraviesa Hyde Park, convertida en zona de extravagante esparcimiento de las clases acomodadas. Hay también guiños graciosos, como la estatua del David de Miguel Angel custodiada en la Battersea Power Station y al cual se le ha sustituido una pierna por una prótesis (idea tomada de la foto que acompañaba un artículo italiano acerca de la pérdida del patrimonio artístico); o los enormes globos con la forma de cerdos que flotan sobre ese mismo edificio y que componen una imagen extraída de la cubierta del LP de Pink Floyd Animals (1977). La acción está situada en 2027, quincuagésimo aniversario de ese disco.
Pero, sobre todo, la película consigue a la perfección trasladar al espectador a un mundo que es claramente diferente del nuestro, pero cuyos habitantes viven y reaccionan de forma perfectamente natural y verosímil. Por ejemplo, en ese emotivo momento en el que Kee se sienta preguntándose respecto a su hinchada barriga: “¿Son nueve meses? Nunca he visto una mujer embarazada antes”; o cuando los tres fugitivos hallan refugio en una escuela abandonada, un edificio invadido por la vegetación y los animales y que ha perdido su utilidad porque ya no existen niños que lo ocupen.
Comentaba al principio que Cuarón había hecho con Hijos de los hombres un film reivindicativo, pero querría matizar esto. La película tiene un tono casi documental en su descripción de cómo podría ser un futuro sin niños en el que la desesperanza ha llevado al miedo y al establecimiento de un gobierno totalitario. Las imágenes de violencia, abuso y degradación que nos muestra el director no pueden sino desasosegar al espectador y llevarle a reflexionar no ya sobre la plausibilidad de ese futuro sino sobre el riesgo cierto de que la realidad pueda aproximarse alguna vez a lo que nos describe. No hay aquí, sin embargo, ánimo moralizante ni discursos en los que el héroe demuestre su lucidez y guíe a sus compatriotas por el recto camino. No se presenta una solución clara y sencilla al enorme problema social y político planteado. El gobierno es nefasto, pero también lo son quienes se enfrentan a él, los Peces, que cegados por afianzar su poder, recurren a la violencia, la intriga y la absoluta desconsideración hacia los ciudadanos por los que dicen luchar.
Como muchas películas de ciencia-ficción, Hijos de los hombres aboga por la acción individual como antídoto (o al menos paliativo) contra el capitalismo desaforado y el totalitarismo. Theo, quien ha renegado de toda ideología, es el que más se aproxima a la figura de héroe o, más bien en este caso, antihéroe. Dado que Cuarón da más importancia en la película a la historia que a los personajes, no se explica bien qué es lo que empuja a Theo a colaborar con los Peces. ¿Quizá el dinero? ¿La esperanza de recuperar su relación con Julian? ¿O son las brasas no del todo extintas del antiguo activista que fue? En cualquier caso, él y Miriam –y Julian, aunque tiene poco tiempo para demostrarlo- son los únicos que se preocupan verdaderamente por Kee y su bebé y no de la importancia estratégica que ambos puedan tener para tal o cual bando. Si hay esperanza de salvación para la especie humana en ese futuro de infertilidad, parece decirnos la película, no estará en manos de los políticos o los revolucionarios, sea cual sea la ideología o sistema que defiendan, sino en la gente común. “Manténla cerca”, es el mensaje final que Theo le da a Kee para con su bebé. Para Cuarón, Hijos de los hombres es una llamada a la acción individual como medio de salvar un mundo infestado de problemas. Cualquier organización que vaya más allá del contacto interpersonal (estados, multinacionales, medios de comunicación) es sospechosa. La película, que se cierra con el sonido de las risas de niños, nos plantea una reflexión: ¿Podemos realmente salvar a la Humanidad si no amamos a las personas?
Uno de los objetivos fundamentales de Cuarón para Hijos de los hombres, ya lo dije hablando del guión y los personajes, fue siempre la verosimilitud. Lo mismo aplicó al apartado visual. El diseño de vestuario, armamento, vehículos, tecnología… incluso la mugre, son muy cercanos, elementos que o bien existen ya o están por llegar pronto. La técnica de “cámara al hombro” contribuye también a dar sensación de plausibilidad. No hay fantasías futuristas ni extrapolaciones arriesgadas que puedan distraer al espectador. Casi toda la fotografía (con excepción quizá de las escenas en la casa de Jasper, el momento en la escuela y el del nacimiento del bebé) tiene una cualidad naturalista, gris, fría y cruda, un trabajo absolutamente excepcional de ese genio que es Emmanuel Lubezki, colaborador habitual de Cuarón y que todavía brillaría más en la siguiente película de ambos, Gravity (2013), por la que ganaría el primero de sus –hasta la fecha‒ tres Oscar.
Pero es que además Cuarón tiene un talento cinematográfico excepcional tanto a la hora de marcar el ritmo de la película como a la hora de situar la cámara y concebir cada plano. Sus planos-secuencia son complejos y absorbentes, auténticos ejercicios de virtuosismo que, sin embargo, no con mero exhibicionismo técnico sino que en todo momento están al servicio de la historia. Es el caso, por nombrar sólo uno, del tiroteo en la carretera en el que muere Julian, para el cual hubo de diseñarse un soporte especial y totalmente nuevo con el que, sin cortar el plano, la cámara fuera moviéndose dentro y fuera del coche en marcha.
Igualmente, Cuarón sabe generar un suspense casi intolerable, como cuando Theo, Kee y Miriam tratan de escapar de la granja donde los tienen prisioneros los Peces, con ese coche que no arranca y que Theo debe empujar mientras sus perseguidores corren tras ellos disparando. El clímax que se desarrolla en los últimos veinte minutos de metraje es tan poderoso, tan intenso, que es imposible que deje a nadie indiferente. Tiene lugar en el campo de internamiento de Bexhill, donde los personajes se ven atrapados en un alzamiento de los inmigrantes contra los soldados que los custodian, resultando en un escenario dantesco que compone una mezcla del gueto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial, un campo de refugiados palestino en pie de guerra contra Israel y la actual catástrofe bélico-humanitaria de Siria. La cámara en mano, los cuidados decorados, la meticulosa coreografía de efectos y extras y los largos planos-secuencia, recrean a la perfección la zona de guerra que deben atravesar Theo y Kee para ponerse a salvo. Es un escenario de violencia y caos que parece congelarse en el tiempo cuando rebeldes y soldados, a la vista del recién nacido bebé, se quedan paralizados de sorpresa y respeto reverencial… sólo para reanudar inmediatamente su carnicería.
La película descansa prácticamente entera sobre la actuación de Clive Owen, presente en todas las escenas –excepto en la muerte de la mujer de Jasper-, un actor menos valorado de lo que merece y que aquí hace un papel excelente. Owen, además y aunque no está acreditado como coguionista, contribuyó al desarrollo de la historia y los personajes desde que se incorporó al proyecto en la etapa de preproducción. Su Theo refleja perfectamente el mundo en el que vive: cínico, desengañado, atormentado, deprimido, arruinado…pero honesto al fin y al cabo. No es un héroe de acción –no empuña un arma en toda la historia- pero cuando llega el momento no duda en esquivar balas y explosiones para ayudar a alguien más desvalido que él. El suyo, además de un viaje físico, es también un viaje interior: del cinismo, apatía y egoísmo autodestructivo con el que empieza la historia a la esperanza y el compromiso del final; un viaje, en fin, a la búsqueda de la redención y la recuperación de la autoestima.
El veterano Michael Caine está brillante como Jaspers, un tipo de personaje que nunca antes había encarnado: un viejo hippy, rebelde y antisistema, fumador y cultivador de marihuana y profundamente enamorado de su catatónica mujer. Salta a la vista que Caine se lo pasó bien dando vida a este excéntrico individuo como una suerte de John Lennon envejecido. El resto de actores quedan en un segundo plano en comparación con Owen y Caine. Julianne Moore o Chiwetel Ejiofor, por ejemplo, apenas tienen tiempo de sacar partido de su personajes.
A pesar de todo el talento invertido en esta película, de sus magníficos resultados artísticos, el prestigio de los actores, los premios cosechados (entre ellos un Oscar al mejor guión adaptado y sendas nominaciones a la fotografía y la edición) y las críticas favorables, Hijos de los hombres fue un auténtico fracaso en taquilla. Ni siquiera llegó a recuperar los 76 millones de dólares invertidos en ella. Probablemente, y como en tantos otros casos, bastante que ver tuvo la confusa campaña de marketing, que con sus carteles y trailers no consiguió dejar claro al potencial espectador de qué tipo de película se trataba. Muchos pensaron que sería otra fantasía distópica repleta de tiros y persecuciones y no se molestaron en pagar su entrada. No obstante y conforme el tiempo ha ido dando perspectiva, más y más gente ha conocido, entendido y apreciado las virtudes de esta cinta y hoy goza de una excelente consideración tanto de crítica como de público.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.