En ciencia ficción, el concepto de alienígena, como el de robot, tiene muchas más aproximaciones que las de mera especie conquistadora o conquistada. Además de extraterrestres invasores, existen también extraterrestres residentes, amistosos pero no por ello menos problemáticos.
En inglés, la palabra alien se utiliza también para designar a los trabajadores inmigrantes, legales o ilegales y, particularmente, en el caso de los Estados Unidos, a los hispanos que cruzan la frontera con México buscando trabajo. Los Caraconos (Coneheads en inglés) de Remulak, cuyos sketches vieron millones de norteamericanos en el programa Saturday Night Live, eran los extraterrestres «vecinos» más conocidos, pero en el fondo no eran sino uno más de la larga tradición de comedia protagonizada por los inmigrantes en una tierra ajena.
La película que más profundizó en esa metáfora del inmigrante como alienígena fue Alien Nación, producida por Gale Ann Hurd (ex-esposa de James Cameron y muy ligada profesionalmente al género de la ciencia-ficción) y dirigida por Graham Baker sobre un guión de Rockne S. O’Bannon (más conocido por ser el creador de Seaquest o Farscape). El comienzo de la historia nos traslada a la ciudad de Los Ángeles una década después de que una nave extraterrestre del planeta Tencton, cargada de un cuarto de millón de esclavos, se hubiera estrellado en el desierto de Mojave. Los tenctoneses habían sido diseñados genéticamente para trabajar en entornos hostiles pero, no habiendo conseguido alcanzar el planeta al que se dirigían, no les queda más remedio que integrarse en la sociedad norteamericana.
Como los extraterrestres de Star Trek o Babylon 5, los alienígenas refugiados de Alien Nación se parecen mucho a los actores blancos que interpretan a los humanos. Las únicas diferencias son superficiales: básicamente, unas cabezas de mayor tamaño, calvas y con manchas. Esto puede tener su origen en imperativos presupuestarios, pero el resultado conceptual es que se consigue recalcar el mensaje liberal de la película: los aliens son básicamente iguales a nosotros y tienen derecho a disfrutar su parte del sueño americano.
Aparte de otras diferencias físicas (mayor fuerza y longevidad), existen, por supuesto, las culturales: los tenctonianos tienen unas preferencias alimentarias desagradables cuando no directamente tóxicas, carecen de sentido del humor y su gusto en decoración deja mucho que desear. Pero se han adaptado hasta tal punto a su nuevo entorno que muchos se han convertido al catolicismo y han adoptado nombres ingleses (según la película, los tenctoneses fueron fichados por las autoridades norteamericanas en un proceso burocrático semejante al de los antiguos inmigrantes de Ellis Island y como los nombres originales resultaban demasiado difíciles de pronunciar, se les asignaron unos nuevos). Relegados a una especie de ciudadanía de segunda clase, viven agrupados en sus propios vecindarios, frecuentan clubs a los que no acuden los humanos y, también, han desarrollado su propio submundo criminal. Algunos se revuelven violentamente contra la discriminación que sufren; otros tratan de superarla con esfuerzo y trabajo. No es una metáfora sutil. Está claro que los alienígenas representan a los chicanos.
En la película, el choque cultural se personifica en el equipo de detectives que protagonizan la historia: el endurecido y cínico humano Matt Sykes (James Caan) y su nuevo compañero, un alienígena intelectual llamado Sam Francisco (Mandy Patinkin), rápidamente rebautizado como George cuando Matt decide que el nombre «original» es demasiado ridículo como para utilizarlo.
Ambos policías deberán investigar la muerte del antiguo compañero de Matt, Bill Tuggle (Roger Aaron Brown) en un tiroteo; sus pesquisas les guían hacia las altas esferas y un complot para explotar un aspecto escondido y latente de la fisiología tenctonesa que puede ser activado por la ingestión de una droga ilegal. Si eso sale a la luz, los alienígenas deberán enfrentarse a la persecución por parte de los humanos, convirtiéndose en parias, prisioneros o algo peor.
Matt y George, por supuesto, representan la dinámica de sus respectivas especies. A medida que avanza la historia, un Matt inicialmente hostil aprende a confiar y respetar a un George no tan diferente de los humanos al fin y al cabo. Esta es la mejor parte de la película.
Desgraciadamente, a partir de la mitad de la cinta, la historia pierde interés y aporta poco. El maquillaje que caracteriza a los alienígenas es bueno, la fotografía y las interpretaciones son competentes… pero se desaprovecha la oportunidad de contar con una premisa inicial interesante para perderse en el tópico, de las películas de acción protagonizadas por un dúo de policías de gatillo fácil, enfrentados a un maligno traficante de drogas, tópico ya más que explotado –y con mejor ojo– en películas como En el calor de la noche (1968) o Arma Letal (1987). Intelectualmente, se entiende el impacto potencial del «gran secreto» que los detectives descubren, pero tal y como está dramatizado, no cumple las expectativas de un discurso más profundo sobre los prejuicios raciales en Norteamérica. Por eso es por lo que Alien Nación es tan buena y tan decepcionante al mismo tiempo. Porque casi funciona.
El que la idea de Alien Nación era buena lo prueba que, veintiún años más tarde, Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009), consiguió muy buenas críticas utilizando un punto de partida muy similar. Los alienígenas «hispanos» de Alien Nación son aquí transformados en insectoides «negros», encerrados en los ghettos sudafricanos, pero la base es la misma: extraterrestres atascados en nuestro mundo por un accidente y confinados en guettos en los que, al tiempo que se enfrentan a una inevitable discriminación (su lengua, costumbre y biologías son demasiado diferentes como para integrarse), crean sus propias redes criminales. El avance en los efectos especiales permitió dar vida a seres de aspecto radicalmente diferente al humano. El tono de la película es más ácido, más violento y menos convencional que el de la cinta de los ochenta.
Mucho antes, la idea original de Alien Nación, sin embargo, ya había sido considerada lo suficientemente prometedora como para desarrollarla en una serie de televisión (1989) –que comentaremos en un próximo artículo–. Aparecerían también una adaptación al cómic de la película editada por DC (1988), una serie regular, entre 1990 y 1992, publicada por Malibu Comics; y ocho novelas editadas por Pocket Books, todo ello sin demasiado interés.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.