En los estudios generales sobre ciencia-ficción, el siglo XIX tiende a resumirse rápidamente en dos grandes nombres que oscurecen todo lo demás: Julio Verne y H.G. Wells. Ya hemos visto en este espacio sobrados ejemplos de obras tanto o más novedosas que las de ambos autores, libros que iniciaron tendencias y relatos que plantearon temas que se convertirían en básicos y recurrentes dentro del género.
Willmoth el Vagabundo es una de esas olvidadas obras –más incluso de lo habitual en esta etapa de pioneros– que suelen mencionarse de pasada en los manuales especializados de ciencia-ficción. El protagonista es un longevo alienígena del planeta Saturno que inicialmente se dedica a explorar su propio mundo acompañado del científico e inventor Elwer. En su periplo van encontrando diferentes especies y civilizaciones humanoides. A continuación, empapándose de una especie de ungüento antigravitatorio, comienzan a explorar el sistema solar. Viajan a Venus y luego a una Tierra prehistórica, donde entablan relación con una tribu de homínidos a quienes enseñan los rudimentos de la cultura y cuyos descendientes irán evolucionando hasta convertirse en los humanos modernos. Willmoth da descripciones detalladas de esos primeros hombres, corrigiendo algunas falacias de la historia bíblica. Después se embarca en un viaje bajo los hielos del Polo Norte, relatando sus encuentros con más gentes y animales a cual más pintoresco.
Dail se anticipó en mucho tiempo a esas teorías que tantos devotos suscribieron en los años sesenta y setenta del siglo XX y según las cuales la raza humana había sido creada y adiestrada por alienígenas; o bien que fueron extraterrestres quienes estuvieron detrás del progreso de antiguas civilizaciones, desde la Atlántida hasta los egipcios. Probablemente, Dail se hubiera reído a gusto de saber que alguien llegaría a tomarse en serio lo que él sólo contempló como un divertimento en el que primaba la fantasía sobre cualquier pretensión de verosimilitud. Su narración es una sucesión de episodios repletos de vistosas sociedades y criaturas alienígenas, como los adoradores saturnianos del sapo o las serpientes de fuego que moran en el interior de nuestro planeta.
Como he dicho, la originalidad del libro no fue suficiente para asegurar su supervivencia en el corazón de los lectores. Quizá fuera su fuerte tono antirreligioso y firmemente racionalista en una época donde la religión aún tenía mucho calado social; o quizá sus referencias racistas –por otra parte comunes en los libros de entonces, como ya vimos en varias entradas de libros de Julio Verne–, hicieron que el libro no se haya reeditado, quedando confinado a los manuales más especializados de historia de la ciencia-ficción. Aunque de forma breve, un relato que recupera sin complejos el sentido de la maravilla que todos los niños han tenido alguna vez, merece la pena ser comentado más allá de su mero título.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.