De nuevo La bohème, título infalible para atraer multitudes, volvió a los cines en 2020. En directo y, en este caso como es costumbre de quien firma estas líneas, al Palacio de la Prensa madrileño. Se trata de la producción tan respetuosa con el original como imaginativa y, por ello, acertadísima de Richard Jones que lleva camino de eternizarse en la Royal Opera londinense como anteriormente ocurriera con la de John Copley, inmortalizada por semejantes merecimientos en imágenes en 1962 (con Ileana Cotrubas y Neill Shicoff) y en 2009 (con Hibla Gerzmava y Teodor Ilincai). El montaje de Jones, a su vez, forma parte del catálogo Blu-Ray y DVD de Opus Arte, captado con motivo de su estreno en 2017 con Nicole Car y Michael Fabiano. Se impone añadir que este montaje pucciniano lo ha compartido el Teatro Real con la Royal Opera ese mismo año de su primera ejecución.
De Richard Jones, merece recordarse, existe asimismo una Bohème, espectacular, acorde a su destino (Festival de Bregenz) distinta por ello más asimismo interesante y respetuosa. Por otro lado, no es la primera vez que esta producción de Jones (en revival de Julia Burbach) se pasa por las pantallas cinematográficas, incluida la del cine capitalino. Se emitió en directo el año de su estreno.
En la presente transmisión, en la gris tarde del 29 de enero de 2020, faltó la presencia que ya iba convirtiéndose en habitual: la de la bella y simpática (a menudo también elegante) Clemency Burton-Willis. En su lugar, introdujo la sesión con suficiente simpatía y profesionalidad Suzy Klein que realizó las pertinentes entrevistas al uso. Se recuperó la misma explicación musical de Antonio Pappano que se pudo saborear en la anterior transmisión cinematográfica. Sencilla y certera como es propio de este gran músico.
Varios repartos compartían las funciones programadas para este nuevo año 2020, con nombres conocidos cual Ekaterina Siurina y Eleonora Buratto o que están a punto de conocerse mejor, como el guapo tenor chileno Jonathan Tetelman a quien está dando un buen espaldarazo la hermosísima Kristine Opolais. Además del Colline, distribuido al argentino Fernando Radó, oportunidad para que el Teatro Real a partir de ahora le ofrezca partes de mayor responsabilidad de las hasta la fecha encargadas a este meritorio intérprete.
En el cine, desde luego, se escuchó el considerado primer equipo. Sonya Yoncheva cantando Mimì compensó de alguna forma una deuda, porque había cancelado su presencia en las funciones del estreno de la producción en 2017. Esta cantante búlgara es un caso digno de destacar: es capaz de pasar dentro de una misma temporada a ofrecer partes onerosas de soprano dramática de agilidad a otras más benignas de soprano puramente lírica. De hecho, no ha mucho ha sido Imogene de Il pirata belliniano, con muy buen rendimiento además, en el Real madrileño. Vocalmente puede con el doble desafío. Aunque algunas notas graves resultaran un poco veladas, por el registro contrario ha sabido dominar un problema de descontrol de vibrato evidente en algunas precedentes interpretaciones. Por temperamento se acopla mejor a las situaciones dramáticas que al resto; de ahí que estuviera fenomenal en los dos últimos actos: una Mimì sencillamente memorable.
Al Rodolfo de Charles Castronovo, exuberante de voz, le sobró entrega y le faltó un poco de esa poesía que asegura el personaje disfrutar. O sea, Rodolfo cuenta con numerosas frases susceptibles de ser emitidas con mayor sensibilidad y menor potencia. Resultó, no obstante, disfrutable y muy creíble escénicamente. Él y el resto: todos con el físico perfectamente adaptado a la entidad escénica correspondiente.
Espléndida voz baritonal la Andrzej Fionczyk, un Marcello incapaz como su colega tenor de reducirla a matices de mayor intimidad. Destacado el Schaunard de Gyula Nagy así como el Colline de Peter Kellner que acertó a dar a la arietta un canto cuidadoso a la par que emotiva ternura. La prevista Musetta de Aida Garifullina por enfermedad hubo de ser sustituida por Simona Mihai. Logró sobresalir en su gran momento el acto II, tanto vocal como como actoralmente. El resto del equipo fue cubierto holgadamente por elementos veteranos o jóvenes afectos al escenario londinense. A saber: Jeremy White (Benoit), Eddie Wade (Alcindoro), Andrea MacNair (Parpignol), John Morrissey (Aduanero) y Thomar Barard (Sargento). Novedosamente el niño que tercamente exige la trompa e il cavallin cambió de género: fue en esta función una niña.
En resumen: una Bohème tan italiana como puede ser la música de Puccini sin ningún intérprete vocal italiano. Todos europeos demostrando que en cuestiones operísticas la Comunidad funciona con mayor eficacia que en temas económicos o políticos.
Conociendo la nutrida y exitosa trayectoria teatral de Jones (inglés) es casi superfluo insistir en la detallada caracterización y dirección de esta Bohème siempre, como se ha adelantado, a favor de lo que cuentan Illica y Giacosa y pone música Puccini. A ello hay que añadir la espectacularidad conseguida en el más proclive a ello acto II, con unos logros equiparables a los que en la misma escena pública consiguen otras producciones en rodaje como la veteranísima de Franco Zeffirelli o la más reciente de Giancarlo del Monaco. Todo ello facilitado por la escenografía de Stewart Laing la cual, con un rápido cambio a la vista del espectador hace pasar a los personajes del exterior al interior del café Momus. Impresionante.
Laing, que ha colaborado con Jones en otros bien alabados montajes (de bastante variada índole) como el de Los troyanos (en la English National Opera) o Peter Grimes (en la Scala milanesa).
La triunfal velada lo sería menos si desde el foso Emmanuel Villaume (francés) no insuflara vigor y sensibilidad a todas las situaciones vividas por unos personajes a los que seguimos teniendo tan cercanos a pesar de que por ellos han pasado ya 124 años.
Adecuada realización visual de Jonathan Haswell.
Con esta Bohème se despide la ópera del Palacio de la Prensa donde en estos últimos tiempos hemos podido disfrutar, la mayoría de las veces, funciones recordables y de las que desde estas líneas se han dejado testimonios. Se va de la Gran Vía, pero sigue en la calle Concha Espina, en el cine Morasol, donde para marzo María Alsius nos propone una jugosa, inevitable, tentación desde la misma ópera real inglesa: en el año Beethoven su Fidelio con Jonas Kaufmann y la última y arrolladora revelación sopranil, la noruega Lise Davidsen.
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