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Una escena de Flaubert

Estas líneas son apenas un recordatorio a Gustave Flaubert, el escritor francés que cumple sus primeros dos siglos. Señalo sólo un par de constancias suyas: la mala relación entre el artista y su clase de pertenencia y la pedagogía del desengaño, una herencia barroca floreciente en el siglo XIX.

Flaubert era un burgués correctamente instalado en sus propiedades y su ideología. Sin embargo, la justicia de la Francia burguesa lo procesó –y debió absolverlo– por la obscenidad de su novela Madame Bovary. A esta célebre pieza la acompañó una desdicha: la cantidad de sus adaptaciones al cine. También una fortuna: que la tuvieran como referencia escritores de talla: Tolstoi, Clarín, Eça de Queiroz, Fontane, Galdós y hasta el argentino Manuel Gálvez con otro escándalo literario, La maestra normal (1915).

Del segundo inciso extraigo una escena, la última de La educación sentimental. En ella, dos amigos, Moreau y Deslauriers, que han discutido y se han reconciliado más de una vez desde su juventud, se encuentran, añosos y tal vez viejos, para echar las cuentas de dos vidas paralelas. En efecto, los compañeros de mocedad están todos socialmente ubicados y lejos de ellos; las mujeres que amaron, avejentadas o desaparecidas; los ideales políticos, fracasados; los libros programados –una historia de la filosofía y una novela histórica– sin escribir. Llegados a este punto, el único vínculo que ha respetado el tiempo es esta amistad, una suerte de encuentro necesario con el doble que evoca a los clásicos del tema. Cicerón y Montaigne, por ejemplo.

La escena consuma toda la novela y es la rememoración de una viñeta adolescente. Los dos chicos han decidido ir al prostíbulo de la Turca, famoso y suburbial, codiciado y maldito. Sus pupilas, vistosas y descaradas, llaman a los paseantes golpeando los cristales de las ventanas, lo que los antiguos criollos llamaban un chistadero. Los dos amigos han cortado flores en un jardín familiar y las ofrecen a la Turca con cierta galantería que provoca las burlas de las pupilas. Moreau se avergüenza y huye. Como es quien tiene el dinero, obliga a Deslauriers a seguirlo. Es la primera memorable frustración que alineará una serie de pedagógicos desengaños, los que “organizan” la formación del sujeto y Flaubert denomina su educación sentimental.

La novela termina con un comentario a dúo. “Es lo mejor que pudimos hacer.” Resulta enigmático y ha dado lugar a divergentes comentarios. Hacer lo mejor puede significar huir del vicio y el despilfarro o, más ampliamente, huir de las mujeres que, según el tango, “siempre son las que matan la ilusión.” Pero rehuir el desengaño no es pedagógico según Flaubert. Los chicos se portaron como malos alumnos de la vida, como maleducados sentimentales.

Personalmente, me permito añadir otra provisoria conclusión, provisoria como todas las conclusiones de lecturas. Es que Flaubert está insinuando, a contrapelo de la tradición que hace de la historia del héroe algo necesario llamado destino, que se trata de otra cosa, literalmente triple: el azar, las circunstancias y la época.

Estos debutantes del sexo podrían haber hecho lo contrario de lo que hicieron: ocupar a las empleadas de la Turca y pagar su precio en contante. Sus vidas habrían sido otras. No sabemos cuáles, sólo sabemos que serían otras, con otros personajes, otras escenas y otras biografías.

Flaubert está señalando que nuestras vidas, aunque irrepetibles y constreñidas por todos sus eventos, son eso: eventuales y, si se quiere, azarosas. Quizás el azar, lo incausado, es decir lo contrario a las doctrinas deterministas tan en boga por los tiempos de Flaubert. Una certeza del humanismo se pone en duda a través de la banal evocación de un episodio adolescente. ¿Somos seres incausados que pudimos tener otra existencia distinta a la que tuvimos? En tal caso: ¿seguiríamos siendo quienes somos, cada quien y cada cual? ¿Es el azar la verdad de un mundo aparentemente organizado por causas y efectos o una máscara que mantiene ocultas unas leyes a las que no tenemos accesos?

El inventor del determinismo, Laplace, investigó los juegos de azar y halló en la ruleta, con su obstinado girar, la ley de los grandes números. Más sutil y menos terminante, Flaubert nos cuenta cómo dos viejos amigos antologan su pasado junto al fuego de un hogar burgués, francés y melancólico del siglo XIX.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")