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«Flaubert y el viaje a Oriente. La fuente de todos los sueños», de Fernando Peña

Por las fechas en que escribía Las tentaciones de San Antonio, Flaubert ya tenía previsto viajar a Oriente en compañía de Maxime Du Camp, a quien había conocido en 1843, cuando este ultimo era un simpático y elegante estudiante de derecho con inclinaciones literarias.

Aquel viaje (1849-1851) exigió una cuidadosa financiación, debida en buena parte a la madre del escritor. Por motivos de salud, el clima cálido le convenía a Flaubert. No obstante, a pesar de que la llamada de lo exótico tenía, desde su más temprana juventud, un enorme significado para él, emprender la travesía también le obligaba a dejar atrás a su amada Louise Colet. Del berrinche que se llevó esta última hay diversos testimonios, que contrastan con el espíritu romántico y un tanto obsesivo que presidió la primera etapa de la aventura.

Gracias a varios ministerios, sobre todo el de Asuntos Exteriores, los dos amigos partieron con certificados que justificaban algo parecido a una misión oficial. Esa intervención ministerial convertía a Du Camp ‒que ya había recorrido entre 1844 y 1845 Esmirna, Éfeso, Constantinopla y Argelia‒ en un perfecto documentalista. Dicho de otro modo: ejercería como fotógrafo, etnólogo y arqueólogo, movido casi siempre por razones culturales. No olvidemos que los calotipos de Du Camp y su libro Égypte, Nubie, Palestine et Syrie (1852) nos permiten reconstruir la faceta ‒digámoslo así‒ más didáctica de ese envidiable periplo.

Dado que el relato del viaje también se convirtió en literatura ‒el Viaje a Oriente y las Cartas del viaje a Oriente, del propio Flaubert‒, podemos conocer, casi hasta el último pormenor, los aspectos más humanos de dicha empresa. Por ejemplo, en su biografía del novelista, Herbert Lottman escribe lo siguiente: «En su diario, en las cartas a Bouilhet, Flaubert no olvida ningún detalle sobre sus aventuras, como el de aquel día que, estando en El Cairo, ‘hicieron el amor con intérprete’. Desde que estaba allí se vestía siempre con una camisa de nubio larga, de algodón blanco, adornada con borlas y un fez rojo, aunque en el Nilo, según explicó a su madre, volverían a ponerse su atuendo europeo, pues así los respetarían más».

El espléndido libro de Fernando Peña, Flaubert y el viaje a Oriente, nos invita a tomar el rumbo de lo exótico junto a esta pareja de amigos. Gracias a una exhaustiva documentación y a un impecable rigor en el manejo de fuentes, Peña reconstruye punto por punto la aventura, analizando sus antecedentes y, lo más importante, sus consecuencias.

Al fin y al cabo, la experiencia, o mejor dicho, el aprendizaje que supuso para Flaubert llegar a ese destino soñado se transparenta, de forma tenue o evidente, en su obra posterior. Sin duda, el mito de Oriente fue, para el escritor, la clave de este viaje iniciático: un fabuloso caudal de recuerdos y descubrimientos que luego fue substancial en su carrera literaria.

Sinopsis

Se sueña antes de contemplar –apuntaba el filósofo Gaston Bachelard– y solo se mira con pasión estética los paisajes que primero se han visto en sueños. Contaba con apenas veintiocho años y para Gustave Flaubert Oriente era ya un mito, la fuente de todos los sueños, plagado de pirámides, camellos, odaliscas y ruinas. La ocasión de realizar un viaje largo y completo al soñado Oriente, algo tan deseado como temido, resultó irrechazable. Acompañado de su amigo el escritor, viajero y fotógrafo Maxime Du Camp, Flaubert tuvo la oportunidad de conocer directamente todo aquello con lo que había soñado desde su infancia, en un particular Grand Tour que le llevó a Egipto, incluyendo una travesía por el Nilo, a Tierra Santa, Constantinopla, la Grecia clásica y finalmente a Italia.

Fue un viaje extraordinario –entre octubre de 1849 y junio de 1851–, no sólo porque se realizó justo en el momento en el que se estaba extinguiendo el viaje romántico –que daría paso al turismo masivo, con todos sus inconvenientes–, sino porque fue el que produjo las primeras imágenes fotográficas que se tomaron de los principales restos arqueológicos de Egipto –visitados apenas unos años antes por Vivant Denon, el padre de la egiptomanía y responsable de la Colección egipcia del Museo del Louvre– gracias al intrépido Du Camp. Los dos amigos, protagonistas de esta historia, vieron cómo su vida quedaba marcada para siempre por su experiencia en Oriente.

A lo largo del viaje, Flaubert mantuvo una actividad literaria constante, plasmada tanto en su numerosa correspondencia –que mantuvo con su madre, su hermano Achille, su tío Parain, el doctor Jules Cloquet o su amigo Louis Bouilhet–, como en sus notas de viaje, en numerosos cuadernos –la fuente más inmediata de sus aventuras e impresiones–, que revisadas y modificadas literariamente conformarían más tarde su Viaje a Oriente, publicado póstumamente.

Fernando Peña Rambla (Castellón, 1971) es historiador y ensayista. Doctor por la Universidad Jaume I y Catedrático de Geografía e Historia en Educación Secundaria, es autor de diversas monografías centradas en el análisis de la configuración del franquismo: Història de l’empresa Segarra. Paternalisme industrial i franquisme a la Vall d’Uixó (1939-1952) (1998); El precio de la derrota. La Ley de Responsabilidades Políticas en Castellón, 1939-1945 (2010); y el estudio historiográfico El franquisme a Castelló: Trenta anys de producció històrica (1985-2015) (2017). Es autor del ensayo La Inquisición en las Cortes de Cádiz. Un discurso para la Historia (2016) y ha colaborado en el estudio colectivo Valencianos en revolución. 1808-1821 (2015). Ha sido comisario de la exposición «Documents per la memòria», sobre la exigencia de responsabilidades políticas en los años 1940.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.