El particular y acerado estudio sobre la violencia en América que Clint Eastwood viene realizando desde que dirigió su primera película Escalofrío en la noche (Play Misty for me, 1971), incluso desde mucho antes con sus personajes sin nombre para los films de Leone y Siegel, se detiene con Un mundo perfecto en una de sus estaciones término.
Las raíces de los comportamientos violentos irreprimibles en una sociedad forjada a golpe de arma de fuego, están expuestas en la filmografía de Eastwood con mucha más clarividencia y veracidad que en autores como Oliver Stone, Quentin Tarantino, Michael Mann o Tony Scott. Los materiales literarios de Cormac McCarthy y el trabajo de los hermanos Coen se han acercado a esa sencillez expositiva.
Ruta suicida (The Gauntlet, 1977), El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, 1976), Sin Perdón (Unforgiven, 1992), Poder absoluto (Absolute Power, 1997), Ejecución inminente (True Crime, 1999), Deuda de sangre (Blood Work, 2002), Mystic River (Mystic River, 2003), El intercambio (The Changelling, 2008) y Gran Torino (Gran Torino, 2008) están atravesadas por una fuerza vectorial en sus argumentos que aporta una impagable documentación y experiencia a ese estudio sobre los orígenes del gen violento de los norteamericanos, algo que puede contribuir a explicar por qué cada cabeza de familia guarda un rifle en el armario de la habitación.
El tema de la caza del hombre, del proscrito que se ha evadido de una penitenciaría junto a un sádico presidiario, tan común en el género negro americano y en el thriller, tiene aquí un ingrediente nuevo que lo hace más intenso emocionalmente, y más delicado en el plano físico: Butch tiene que hacerse cargo del pequeño Phillip, al que ha secuestrado en su huida como rehén para no ser capturado por los Rangers.
En montaje paralelo, Eastwood bascula en las primeras escenas entre la huida de los presos del penal de Huntsville en Texas, un Estado poco dudoso de emplearse con dureza contra todo el que transgrede la Ley, y los preparativos de la cena de Halloween en casa de los Perry. Se trata, no por casualidad, de una familia de testigos de Jehová que no celebran semejante fiesta pagana, muy a pesar del niño del que se burlan sus compañeros de colegio. La complicidad que se establece entre secuestrador y rehén alcanza esa obsesiva idea de la pérdida del padre y del hijo adoptivo que tanto ha perseguido el autor de Bird (Bird, 1988).
Desde el primer “golpe” que cometen en una granja tejana robando el vehículo y prendas de vestir, sus andanzas serán como las de una especie de Bonnie y Clyde peculiares que van aprendiendo a conocerse mutuamente, que son complementarios. Haynes fue maltratado por su progenitor y golpeado por la vida, y no consiente que se haga sufrir a un niño. En una de las escenas más sobrecogedoras y tensas de la filmografía eastwoodiana, la intimidación a la familia de un granjero de color, la esquizofrenia ultraviolenta aumenta en un crescendo insoportable motivado por esa espita que es el maltrato a un pequeño.
Pero si el estudio de los dos personajes principales es pormenorizado, el personaje del ranger Red Garnett resulta imprescindible en el guión de John Lee Hanckok. Es un jefe de policía que desprecia a los políticos pero debe convivir con ellos, en un Texas que en aquel año 1963 se encontraba en campaña para reelegir Gobernador.
El presidente Kennedy echaba incluso una mano al partido acercándose a Dallas. Pero Garnett se debe sólo a su trabajo, se incauta del vehículo preparado para el desfile de las autoridades y agota las existencias de carne y patatas destinadas a los estómagos agradecidos de la clase política. En su más bien caótica búsqueda y captura de los criminales huidos, da varias lecciones a la joven criminalista enviada por el Gobernador, a la que aclara, como un viejo zorro de la profesión, que el trabajo que tienen por delante sólo puede tener éxito “con el oido de un tísico, el olfato de un sabueso y bebiendo muchos litros de café”.
Es en esa caravana improvisada como oficina policial donde alguien dice que “en un mundo perfecto, cosas como esta no ocurrirían”. En un mundo perfecto, al menos como lo entienden los americanos, no habría historia porque el viejo vecino de la casa de al lado habría acabado con los dos delincuentes al sorprenderles durante el asalto.
El ladrón asesino se burla de la policía, y el policía del Estado se burla de los políticos. Pero entre los dos hay un gran secreto que Eastwood desvela en una oscura y magnífica secuencia, la conversación de la joven especialista y el agente a la luz de la hoguera en la que sabremos que él logró muchos años atrás que el niño Butch fuera a un reformatorio para evitar que volviera con su padre, un delincuente irrecuperable. Tras ese momento de intimidad, los dos personajes se miran a la cara un solo instante en toda la película, y ya es demasiado tarde para volver al pasado.
El director maneja las emociones en esos últimos diez minutos de manera comparable al juego de los sentimientos que desplegaba Leo McCarey en sus prodigiosos finales. Estira el tiempo en un momento que parece eterno, cuando Phillip se da cuenta de que va a crecer de forma abrupta y de que su infancia ha tenido una verdadera plenitud sólo al lado de un criminal, el que le ha dado la libertad que las normas de la religión de su madre prohíben.
La Warner pensó inicialmente en Steven Spielberg para dirigir Un mundo perfecto. Cuando Eastwood se puso al frente eligió un papel secundario antes que el protagonista, cediendo a un Kevin Costner entonces con 38 años el estrellato del film, una maniobra con la que pudo subrayar las barreras generacionales que separan a los tres personajes masculinos de la película.
Ninguna de las muertes que ocurren durante la historia o antes del presente se ven en la pantalla. Siempre se producen en off pese al sustrato violento que preside toda la narración. Clint Eastwood cuida como siempre hasta la extenuación los detalles musicales incluyendo una banda sonora que suena a través de viejos tocadiscos o la radio del coche en el que huyen hacia Alaska el asesino y el niño, con canciones de Johnny Cash, Chris Isaak o Perry Como. Y como es costumbre desde hace dos décadas compone un tema, Big Fran’s Baby, donde se escuchan violines rasgados a la manera rural del Texas de los años 40. La partitura general contiene arreglos orquestales de esa composición a cargo de un Lennie Niehaus en la cima de su talento creativo.
Título original: A Perfect World
Año: 1993
Director: Clint Eastwood
Guión: John Lee Hanckok
Fotografía: Jack N. Green, en technicolor
Música: Lennie Niehaus
Intérpretes: Kevin Costner (Butch Haynes), Clint Eastwood (Red Garnett), Laura Dern (Sally Gerber), T.J. Lowther (Phillip Perry), Keith Szarabajka (Terry Pugh), Leo Burmester (Tom Adler), Bradley Whitford (Bobby Lee), Ray McKinnon (Bradley).
Producción: Mark Johnson y David Valdés. Malpaso Productions- Warner Bros.
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