A los argumentos para la idealización constante y excesiva de los 80 ‒una década que yo viví y amé‒ se une ahora la tendencia a propalar una falacia absoluta: la de que en los 80 había menos homofobia que hoy día.
Y para ilustrar ese «mundo ideal de tolerancia sexual» se ponen de ejemplo gráfico las fotos de tres artistas pop gays, como si, más allá del modelo positivo que representaron en cuanto iconos de fantasía, hubieran sido personas sexualmente libres y ajenas a la marginación vigente en aquella coyuntura.
No tengo muchos datos sobre la carrera de Boy George, pero no hace falta mucha imaginación para deducir que su imagen abiertamente andrógina pudo perjudicarle seriamente en el estrellato musical de entonces; en cuanto a Freddie Mercury, JAMÁS admitió ser gay o bisexual ‒en vida, suelen añadir: en muerte es difícil que lo hiciera‒: resulta una entelequia especular sobre si su promiscuidad, de haberla practicado en una sociedad que no condenara al secretismo y la subrepción los encuentros gays, le hubiera salvado de morir de SIDA a los 45 años… Pero sí creo que en general una sociedad con la visibilización actual del colectivo LGTBI hubiera atajado mucho antes los estragos que esa enfermedad produjo en unos ámbitos que en gran medida se consideraban clandestinos y marginales.
Y qué decir de George Michael, metido en un profundo armario hasta que en 1998 lo sacaron a la fuerza, sometido a la humillación pública de ser detenido en unos lavabos de un parque de Beverly Hills por exhibicionismo ante un policía de paisano ‒supuestamente en la misión de arrestar a homosexuales cometiendo sus «actos nefandos» en aquel lugar‒. ¡Y de eso hace poco más de veinte años!
Así que no, queridos obsesos de los 80: hace cuatro décadas no estábamos mejor que ahora en la trinchera pro-derechos de gays, lesbianas y demás colectivos LGTBI, ni mucho menos.
Recuerdo perfectamente el día devastador en que murió Freddie Mercury, aislado del mundo en medio de las más demonizantes conjeturas de la prensa sensacionalista ‒yo leía diariamente los periódicos británicos que «informaban» del asunto en la hemeroteca de la facultad donde estudiaba‒; y recuerdo perfectamente la imagen pública de «machote hetero» que George Michael se vio obligado a cultivar para triunfar en la música pop, tal y como otras incontables figuras, mujeres y hombres, se ponían un traje de heterosexualidad en todas sus apariciones públicas: tal y como hacían millones de personas (y muchas lo siguen haciendo) para no ser señalados por su entorno laboral o familiar.
No quiero que vuelva a haber personas que vivan una vida fingida ni mueran apartadas o asesinadas por la manera en que aman. Y no quiero que nadie pase por la tortura y el terror de cuestionarse su sexualidad a los quince años pensando que es un crimen sentirse atraído por personas del mismo sexo.
No le robemos ahora su mérito en la evidente mejora que ha habido en la lucha contra la homofobia a esa ‒a veces mínima‒ parte de la ciudadanía que se ha jugado su estatus dando la cara en las calles y en el activismo. Por ejemplo, en una sociedad tan homófoba como la peruana, yo he visto en la década de los 10 a miles de jóvenes manifestándose y arriesgando su futuro para que su condición sexual o la ajena no sean motivo de discriminación, mientras la mayoría de mis amistades gays de generaciones anteriores se quedaban aterradas en sus casas, sin osar unirse a ese paso adelante de visibilización.
Así que no, no me jodáis: los mitificados 80 no fueron mejores que la época actual en cuanto a tolerancia sexual.
Fueron mucho peores.
Nuestra sociedad no es ni mucho menos perfecta y el peligro de un autoritarismo censor en los medios es real, pero no podemos quedarnos impasibles viendo cómo se miente impunemente sobre los avances conseguidos.
Celebremos esos avances y no permitamos que regrese el oscurantismo.
Y sí, celebremos asimismo a esas figuras del pop de los 80 que, de forma más o menos solapada, ejercieron de pioneras de la libertad sexual aunque no pudieran decirlo abiertamente.
Pero soñemos también en la carrera más longeva y plena que hubieran podido tener si, mientras sus coetáneos heteros presumían ante las cámaras de conquistas y aventuras, ellos no se hubieran visto obligados a ocultar su vida íntima como si fueran criminales.
No volvamos atrás en lo malo.
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