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«The Machine» (2013), de Caradog W. James

Cuando se estrenó The Machine – la segunda película del director galés Caradog James, que previamente había firmado el melodrama sobre el racismo Little White Lies (2006)–, es probable que muchos tuvieran la impresión inicial de que no era mas un sucedáneo que trataba de aprovecharse del lanzamiento por la misma época de la más publicitada Transcendence (2014), dado que ambos films tocan temas similares.

No fue tal el caso, puesto que The Machine apareció un año antes. Pero es que, además, aquellos que se sintieron decepcionados por la película protagonizada por Johnny Depp, probablemente hubieran encontrado en esta un mejor disfrute por mucho que su presupuesto sea claramente inferior. Bebiendo –como muchas de las historias de robots– de fuentes como Frankenstein (1818) o películas seminales como Blade Runner (1982), la película fue recibida favorablemente por la crítica y ganó varios premios en el circuito de festivales. Quizá su origen galés le impidió disfrutar de la publicidad y distribución necesarias para llegar al gran público. Lo cual es una lástima porque es una propuesta de ciencia ficción que, de haber tenido la oportunidad, podría haber competido directamente con muchas norteamericanas sobre el mismo tema.

En un futuro indeterminado pero cercano, Inglaterra se halla inmersa en una nueva Guerra Fría contra China. El doctor Vincent McCarthy (Toby Stephens) es un investigador del Ministerio de Defensa especializado en robótica que ha desarrollado unos miembros prostéticos y unos implantes cerebrales que permiten a soldados con graves lesiones recobrar el uso de sus facultades, aunque, como se nos muestra nada más empezar, este procedimiento no está exento de problemas y riesgos imprevistos.

Un día, tras quedar impresionado con su trabajo en inteligencia artificial en una presentación de proyectos, McCarthy recluta a la joven y brillante científica Ava (Caity Lotz). McArthy le confiesa que está buscando la forma de reconstruir en un cuerpo robótico la mente de su hija Mary (Jade Croot), aquejada de un daño cerebral. Los avances en inteligencia artificial que ha logrado Ava podrían ser el complemento perfecto para los suyos en robótica y tras convencerla de que sus descubrimientos serán utilizados con fines pacíficos, empiezan a colaborar. Realizan importantes avances hasta que Ava es aparentemente asesinada por un agente chino con la misión de sabotear su trabajo. En realidad, el crimen ha sido ordenado por el oficial gubernamental a cargo del laboratorio, Thomson (Denis Lawson) que trata así de impedir que Ava siguiera metiendo las narices en las zonas del complejo donde están teniendo lugar experimentos bastante siniestros.

Sin embargo, Vincent había escaneado las pautas cerebrales de Ava y las descarga en el cuerpo de un androide con la apariencia física de la joven. La Máquina (Caity Lotz), como él la llama, va desarrollando una creciente sofisticación a la hora de relacionarse con el entorno y comprender lo que ocurre a su alrededor. La conciencia de Ava empieza a manifestarse en su comportamiento y suplica a Vincent y a Thompson que no la traten como un simple objeto propiedad del gobierno porque tiene auténtica vida. Un error, porque es entonces cuando Thompson se apropia de ella y trata de deshumanizarla con el fin de convertirla en un arma tan dócil como imparable.

Da la impresión de que el guion de The Machine va muy deprisa para llegar a donde verdaderamente le interesa.  Desde el principio, atrapa al espectador con esa escena en la que vemos en un laboratorio a un soldado que ha perdido parte de su cráneo y que parece estar en muerte cerebral hasta que el doctor McCarthy activa un implante que le devuelve la consciencia. A continuación, se le somete a una serie de pruebas cognitivas hasta que, inesperada y súbitamente, se hace con la pistola de un guardia y asesina a tiros a la mayoría de los presentes. En las siguientes escenas se nos muestra a McCarthy asistiendo a una serie de test de Turing para reclutar a Ava a pesar de que su inteligencia artificial tomó una elección incorrecta en esa prueba. La trama sigue mostrándonos a los dos científicos colaborando en el desarrollo, inserción y prueba de un brazo prostético para otro soldado mutilado de cara a crear un androide de combate.

Todo esto ocurre bastante deprisa. El asesinato de Ava y lo que sucede a continuación está narrado muy someramente, mientras que la fabricación del cuerpo androide ni siquiera se muestra, apareciendo por primera vez en pantalla ya completamente terminado y activado. Los mejores momentos de la película son precisamente esos en los que la Máquina cobra vida y debe someterse a una batería de test. Hay una escena muy angustiosa en la que le colocan en la cabeza una especie de jaula en la que luego introducen una araña, que era el animal por el que Ava –cuyo cerebro y aspecto ha replicado McCarthy para crear la Máquina– sentía auténtica fobia, mientras los científicos intercambian impresiones con absoluta frialdad; o cuando envían a un ayudante de laboratorio llevando una máscara de payaso (otro de los temores de Ava) y el ginoide lo asesina sin pestañear.

Caradog James compone auténtica poesía visual en momentos como ese en el que el ginoide chapotea en los charcos del hangar desierto y luego baila, con su cuerpo iluminado desde el interior por luces electrónicas. Otra escena notable es cuando ella ensaya diferentes muecas bastante ridículas y McCarthy le dice que debería sonreir, a lo que responde “Estoy sonriendo”. Es un detalle bien pensado dado que con toda probabilidad una I.A tendría pocos problemas con el lenguaje gramatical, pero sí en trabajar con la compleja serie de músculos que componen nuestras expresiones faciales y en seleccionar cual de éstas es la apropiada para tal o cual emoción.

La banda sonora electrónica de Tom Raybould –que sin duda a muchos evocará la de Blade Runner– ayuda a potenciar la atmósfera de tensión mientras que los extras, especialistas, CGI y efectos visuales, sin ser fuera de serie, sí están por encima de lo que podría esperarse de una película de presupuesto moderado. Como ejemplo, tenemos esa secuencia en la que la recién creada Máquina aparece por primera vez flotando en una cuba en posición fetal.

En el apartado interpretativo merece mención Caity Lotz, que ha de desdoblarse en dos papeles muy diferentes pero al tiempo conectados: Ava y la Máquina, con un espectro emocional amplísimo que va desde el entusiasmo, generosidad e inocencia de la primera a la frialdad asesina de la segunda. También se desenvuelve perfectamente en las escenas de acción ayudada tanto por su formación como bailarina profesional como por sus conocimientos en Taekwondo, Wushu, Krav Maga o Muay Thai (su habilidad física se confirmaría poco después en su papel de Canario Negro para la teleserie de Arrow). En cuanto a Toby Stephens, interpreta a un hombre atrapado que trata de ser antes un científico que un empleado de los militares, pero lo hace sin mostrar la emoción que hubiera sido necesaria, especialmente cuando en la motivación de su personaje tiene tanta importancia su hija Mary.

Uno de los rasgos diferenciales de la buena ciencia ficción –al menos desde el punto de vista conceptual– es que suscita preguntas y dilemas sobre los que anima a reflexionar al espectador. Como suele ser el caso en las historias sobre robots e inteligencias artificiales, aquí se plantean temas como en qué punto podría considerarse que estos productos del ingenio humano ya no se limitan a imitarnos sino que gozan de auténtica vida y consciencia; qué tipo de peligros podrían presentar estas formas de vida para nosotros; o cuáles son los límites éticos de la investigación. Es verdad que el tema del androide –en este caso ginoide– supersoldado dista de ser nuevo y se ha tratado en multitud de ocasiones a lo largo de las décadas en todo tipo de formatos. Pero sí se aportan algunas ramificaciones nuevas, como la idea de que estas máquinas podrían usarse como funcionarios o diplomáticos incorruptibles e inmunes al chantaje o el soborno; o que podrían evacuar a poblaciones enteras de zonas de peligro sin necesidad de arriesgar las vidas de los rescatadores humanos.

El problema de The Machine es que construye un primer y segundo acto sobresalientes pero se diluye en el tercero. Denis Lawson encarna con tanta eficacia al villano que es difícil no odiarle intensamente, pero la historia lo encasilla en los clichés del funcionario siniestro y sin escrúpulos cuyo único objetivo es convertir cualquier descubrimiento, aunque sea uno que puede cambiar el mundo y nuestra forma de pensar en nosotros mismos, en un arma.

Hasta el comienzo del desenlace, The Machine era todo lo que Transcendence y la igualmente decepcionante Chappie (2015) podrían haber sido. Pero da la impresión de que los productores, preocupados por tener entre manos algo demasiado poco convencional que pudiera alejar al público mayoritario, hubieran exigido a James (que también es el guionista) que incluyera un villano claramente identificable como tal y un momento climático de acción totalmente estereotipado (Atención: espóiler) en el que las máquinas se vuelven contra los humanos y el ginoide y Lawson tratan de escapar del complejo de investigación sumido en el caos. (Fin del espóiler). Es una lástima que este último tercio diluya la sólida película que se había modelado en los dos primeros. Un par de años más tarde llegó Ex Machina (2015) y, evitando los clichés, llevó la misma trama básica hasta su conclusión lógica y perturbadora.

Además de ese final exageradamente explosivo, hay otros detalles que evidencian la naturaleza de serie B de esta película, como algunas decisiones de guion poco acertadas. Por ejemplo, que todo el sistema de seguridad del complejo dependa de una sola persona, una mujer controlada mediante un implante; o que se nos diga que los soldados ciborg no pueden hablar, pero nadie en la base se de cuenta de que éstos se comuniquan efectivamente entre sí con unas extrañas voces robóticas. La modestia de los recursos aflora asimismo en la austeridad de los decorados y lo poco trabajado que está ese futuro en general. Casi toda la acción está rodada en pasillos, hangares y naves a media luz. Visto de otra forma, ese minimalismo no solo contribuye a subrayar la atmósfera de amenaza y claustrofobia, sino que permitirá a la cinta envejecer más dignamente que otras que presumen de diseños futuristas y efectos digitales que probablemente queden obsoletos en unos cuantos años o décadas.

A pesar de sus defectos, es injusto que The Machine pasara tan desapercibida. Se trata de una película que merece un visionado por parte de cualquier fan de la ciencia ficción y quienes sepan comprender y apreciar la serie B dignamente realizada y con una factura técnica mejor que la de productos supuestamente pertenecientes a las divisiones superiores de la industria. No tiene una gran construcción de personajes y aquí y allá asoman las limitaciones del presupuesto, pero mantiene el interés y el suspense del espectador y le animan a reflexionar sobre qué nos hace humanos y los peligros de crear algo demasiado parecido a nosotros mismos sin tener intenciones de considerarlo nuestro semejante.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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