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«Syriana» (2005) y la teoría conspirativa

A menudo se plantea la disyuntiva de elegir entre lo sencillo y lo complejo. Si nos decantamos por la sencillez, como suele ser mi caso, ello parece implicar que cualquier cosa compleja deja de merecer la pena. Pero esa es una conclusión sin duda precipitada.

En el mundo, y también en nuestra manera de ver el mundo, existen cosas sencillas y existen cosas complejas. Explicar cómo funciona el cerebro humano es un asunto muy complejo, como lo es describir el origen del universo o la composición de la materia. Un error frecuente consiste en convertir en complejo lo sencillo, pero igual de erróneo es presentar como demasiado sencillo lo complejo.

Todo lo que rodea al mundo del petróleo es muy complejo, quizá tan complejo como lo que algunos consideran el artefacto más complejo del universo, el cerebro humano. Quizá el mundo del petróleo no es más complejo que el cerebro en cuanto a los factores implicados, en lo que el cerebro supera a todo lo conocido (exceptuando el universo que incluye millones de cerebros, claro), pero si resulta más complejo en otro sentido: hay que suponer que el estudio del cerebro nos permitirá entender finalmente cómo funciona y para qué sirve cada elemento implicado, pero no podemos esperar una explicación parecida en el estudio del mundo petrolífero, por mucho que profundicemos en ello.

Encontraremos, eso sí, que ciertas cosas suceden porque hay ciertos intereses detrás, que otras se deben a la intervención de éste o aquél gobierno o grupo de influencia. Aunque encontremos miles de piezas, muchas de ellas no encajarán nunca, sencillamente porque pertenecen a juegos diferentes. No se trata de piezas de una misma maquinaria o de partes de un mismo organismo, cada una de las cuales cumple una función determinada.

Si yo mezclo un puzzle en el que se ve la piedra negra de La Meca, y tú añades otro en el que hay que reconstruir una imagen de Broadway de noche, es imposible que, juntando tus piezas y las mías, obtengamos una única imagen. Sólo podremos hacer encajar tus piezas con las mías deformándolas o rompiéndolas.

En el mundo del petróleo no sólo hay complejidad, sino también confusión, nexos que forman una cadena de explicaciones, al final de la cual no encontramos más que el vacío; elementos que juegan un papel determinante en cierta situación, pero enseguida desaparecen para siempre; intereses que se enfrentan a sí mismos en movimientos incoherentes, muchos complós y conspiraciones, muchos fracasos de los complós y conspiraciones.

La teoría conspirativa

Karl Popper decía que la verdadera ignorancia no es la falta de conocimientos, sino el no querer adquirirlos.

Muchos politólogos y periodistas mencionan una y otra vez despectivamente la teoría conspirativa, esa idea de que las conspiraciones dirigen el mundo, y recuerdan los argumentos de Karl Popper en contra. Olvidan, sin embargo, que Popper no negaba que existieran conspiraciones y complós: habría que ser verdaderamente inmune a la realidad y ciego a la información para no darse cuenta de que todos los días se están produciendo conspiraciones en el mundo.

Lo que Popper decía es que la historia del mundo no se puede escribir como la historia de sucesivas conspiraciones. Las conspiraciones no dirigen la historia. Intentan dirigirla, pero no lo consiguen, o sólo lo hacen muy ocasionalmente. A menudo los acontecimientos se desarrollan de manera contraria a los intereses de los conspiradores.

Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética quiso cambiar el curso de los acontecimientos asesinando al Papa Juan Pablo II. Los acontecimientos, en efecto, cambiaron, pero no de la manera que deseaban los instigadores del atentado, pues el Papa sobrevivió al atentado y los polacos siguieron contando con su apoyo frente a los rusos. Pocos años después, en 1989, caía el muro de Berlín y desaparecía el Pacto de Varsovia.

Estados Unidos y Arabia Saudí también quisieron cambiar el rumbo de la historia favoreciendo a los musulmanes más radicales de Afganistán, los talibanes, pero los tanto ellos como Bin Laden se les fueron de las manos y atacaron los intereses de EEUU, incluso en su territorio, con el atentado contra las torres gemelas, que es también una conspiración, cuyo resultado final no creo que acabe complaciendo a sus ejecutores fundamentalistas, o al menos eso espero.

En el siglo XIX se empezó a hablar de una conspiración de los judíos para hacerse con el control del mundo. Se suponía que el plan estaba contenido en un libro llamado Los protocolos de los sabios de Sión. Sin embargo, el libro era una falsificación de los servicios secretos rusos, hecha a partir de una novela de ciencia ficción.

No había conspiración judía, sino que la verdadera conspiración era la de los antisemitas, una conspiración que dio sus frutos con el ascenso del nazismo y el holocausto. Todavía existen muchos ignorantes, en especial en los países musulmanes, que creen en la conspiración de los sabios de Sión.

En definitiva, hay decenas de conspiraciones, y por causa de ellas mueren miles y a veces millones de personas, como en la invasión soviética de Afganistán, pero son piezas movidas por jugadores que juegan a distintos juegos, y que casi nunca pueden completar su propio puzzle.

Syriana muestra parte de ese puzzle hecho de piezas mezcladas, en el que participan jugadores que ni siquiera están de acuerdo en cuáles son las reglas del juego. Lo hace de manera complejísima, confusa a menudo, no por falta de pericia del guionista y el director, sino porque el asunto es confuso; de manera ambigua porque es ambigua la realidad.

Syriana no da respuestas, porque no existen. O sí, tal vez si existen respuestas, unas cuantas decenas de respuestas, pero no una única respuesta.

Es una película que entiende que la sencillez se convertiría en simplismo y que muestra los diferentes aspectos y personajes implicados, no desde un punto de vista neutral, porque su punto de vista es el del asombro y la furia impotente ante unos y otros, ante tantos culpables con nombre y apellidos, pero si muestra ese punto de vista de una manera multiplicada. En Syriana hay muy pocos inocentes y creo que es razonable que así sea.

Por eso, sospecho, porque no es fácil saber quién es el héroe de la película, a muchos espectadores les parece fría, además de confusa. En efecto, he leído y escuchado algunas críticas que la consideran confusa, y eso es algo que no se puede negar, como ya he dicho, pero lo es a propósito.

La película, con guión y dirección de Stephen Gagham es de una seriedad asombrosa para proceder de Hollywood, y muestra, de una manera intensa y precisa, los diferentes aspectos de un mundo complejísimo.

Su protagonista y promotor, George Clooney explicó que con Syriana no pretendían dar respuestas, sino conseguir que el espectador se planteara preguntas, que después de verla discutiera si estaba de acuerdo con esto o con aquello. Me temo que el espectador convencional de cine no está preparado para eso, o no le apetece tomarse tan en serio una película como se tomaría un libro o un artículo de investigación.

A mí Syriana me pareció una confusión embriagadora, tal vez porque es un tema que me interesa mucho, y descubrí una y otra vez que Gagham está verdaderamente bien informado y su punto de vista es amplio, muy lejos del simplismo que reina en este tema. Vi la película en una situación desdoblada, muy interesado por la historia o trama que la sostiene, pero también por todas las claves que se van dando acerca de un conflicto.

Es, en cierto modo, una película/ensayo, que exige del espectador una atención continua. Algunos dicen que podría haber sido un documental. Aunque es cierto que se pueden hacer fascinantes documentales sobre el tema, al tratarse de una historia de ficción puede ir más allá de lo que iría un documental. Y quizá ese más allá está bastante cerca de la verdad o de muchas verdades del mundo del petróleo.

En un documental, el príncipe Nassir, sólo puede ser el príncipe Nassir, pero en Syriana, el príncipe Nassir es y no es a la vez el rey de Marruecos, el ex presidente Jatamí de Irán, Benazir Butto de Pakistán y, por supuesto, el príncipe heredero de Arabia Saudi, Qatar o Dubai.

Robert Baer, ex-agente de la CIA y autor de See No Evil, libro en que se inspira esta película, dice: «Syriana es un lugar ficticio, un término que se utiliza para describir el rediseño de las fronteras del Oriente Medio para que se ajusten a nuestros intereses (los de Estados Unidos)».

Es inevitable que para quien no conozca lo que sucede en el mundo musulmán y los importantes movimientos políticos y estratégicos que se están produciendo en este momento en el planeta, la película pierda gran parte de su atractivo y se convierta en un thriller difícil de seguir, porque hay cosas muy importantes que en la película apenas son mencionadas de pasada, pero ¡de qué manera!

Los críticos de cine son una curiosa especie, proclive a las valoraciones dogmáticas y ruidosas, y que casi siempre argumentan en función de lo que a ellos les interesa o aburre, o de lo que ellos creen que debe ser “una película”. Pocas veces se plantean que si algo no les gusta tal vez sea culpa suya, más que de la película. Syriana no es una película para todos los públicos, pero no todas las películas tienen porqué serlo, del mismo modo que hay libros para un público amplio y libros para especialistas, que disfrutan con la complejidad de su tema de estudio.

Creo que para quienes se interesan por el mundo del petróleo y la geoestrategia (sin necesidad de ser expertos), la experiencia de ver Syriana proporciona un placer intelectual inmenso.

Copyright © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.