Susan Sontag es uno de los pensadores que más he admirado y por los que siento más respeto. Era también una de esas escasas personas de izquierdas que realmente son de izquierdas, en todo momento y en toda situación. Cometió errores, como cualquier persona que piense por sí misma y haga público su pensamiento, porque no siempre disponemos de la mejor información y porque es normal que a menudo nos equivoquemos, pero siempre rectificó cuando nuevos datos ponían en cuestión sus opiniones.
Creía que los intelectuales tenían derecho a opinar en cuestiones políticas, pero que, una vez que lo hacen, también están sometidos a la misma crítica a la que se puede someter a un político, puesto que esa intervención tiene también consecuencias políticas e implica una responsabilidad social.
No siempre coincido con ella, cosa razonable sobre todo en cuestiones de gusto y entre personas que no se limitan a repetir los lugares comunes aceptados, aunque el acuerdo en cuestiones políticas es casi total, con los matices necesarios en toda discusión intelectual, ya que, como ella misma decía: “La misión principal de un escritor no es tener opiniones, sino decir la verdad…y negarse a ser cómplice de mentiras e informaciones inexactas. La literatura es la casa del matiz y de la oposición a las voces de la simplificación. La misión del escritor es contribuir a que sea más difícil creer a los saqueadores intelectuales.”
Cuando hace unos diez años pasé una enfermedad bastante larga y fatigosa, lo que más me ayudó fue leer su libro La enfermedad y sus metáforas. Sontag escribió ese libro porque a los 43 años le diagnosticaron un cáncer y le anunciaron que le quedaban cinco meses de vida. Sin embargo, ha logrado vivir casi 30 años más [Falleció en 2004].
Pero La enfermedad y sus metáforas no trata de su caso particular, sino que es un ensayo fascinante, inteligente y deslumbrante acerca de la enfermedad y la manera en la que la sociedad se enfrenta a ella o los modos en que la padecen los enfermos. Una de las cosas más importantes del libro es la denuncia de una actitud que parece convertir al paciente no en víctima de la enfermedad sino en culpable, como si él fuese el responsable de lo que se le ha caído encima.
El estilo de Sontag es ameno, penetrante y erudito. Posee una erudición asombrosa, siempre bien utilizada, no para mostrar cuánto sabe, sino empleada para iluminar una cuestión o añadir un matiz que viene a cuento. Es una de las maneras de escribir un ensayo que más me gusta, que puede compararse a la de Montaigne o la de Plutarco: sencillez y erudición. Un estilo en el que he intentado escribir algunas cosas.
Sontag fue siempre muy crítica con la política del estado de Israel, pero cuando recibió el Premio Jerusalén no lo rechazó como le pedían algunos, sino que aprovechó para criticar la política de ocupación israelí al recoger el premio.
Este era uno de sus rasgos más característicos: no solía decir lo que muchos deseaban que dijera. También sorprendió cuando criticó públicamente a García Márquez: “Gabriel García Márquez sabe mucho, pero no es honesto cuando habla de Cuba, eso lo sabemos todos”.
Se refería Sontag a la reciente confesión de García Márquez en privado de que había ayudado a salir a disidentes de Cuba: «Es una confesión patética, debería explicar por qué no lo hace en público, cuando hasta el gran Saramago, con un comunismo ultramontano, para mí incomprensible, ha admitido que (tras las últimas represiones) para él Cuba se acabó”.
En otra ocasión, en 1992, en una reunión de intelectuales norteamericanos en el Ayuntamiento de Nueva York, organizada con apoyo ruso y del movimiento Solidaridad, Sontag, sorprendió a todos al decir que en su opinión las páginas del conservador Reader´s Digest habían retratado al comunismo con más exactitud que las del Nation, una publicación de la izquierda norteamericana. Lo más triste del asunto es que probablemente es cierto lo que dijo Sontag.
Sontag fue activista contra la guerra de Vietnam, opositora a las peores políticas de Estados Unidos y en concreto de la de Bush y la guerra de Irak, y se calificaba a sí misma irónicamente de “ciudadana del Imperio americano”. Últimamente (2004) tenía muchos problemas en su país.
Además de todo, esto, creo, era una persona estupenda y su espíritu crítico no se traducía en ninguna de las máscaras habituales de muchos de los intelectuales comprometidos políticamente (ya sean de izquierdas o de derechas): comportamiento gruñón, pendenciero, soberbio, dogmático o mesiánico. Siempre razonaba y no confundía los juicios descriptivos con los juicios valorativos, sino que usaba cada uno de ellos en el momento adecuado, sin esa mezcolanza entre opinión e información que es otra característica del debate político y que a mí se me hace a menudo insoportable.
Supongo que en los próximos días hablaré bastante de esta maravillosa mujer que fue Susan Sontag.
Imagen superior: «Regarding Susan Sontag» (2014). Imagen: New York Times Co. / Archive Photos / Getty. Cortesía de HBO
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