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Un Greco barroco

Con motivo del centenario del Greco, el Museo del Prado propuso una exposición comparatista en la cual se alternaron obras del maestro con otras de autores que lo siguen en el tiempo hasta llegar a nuestros días.

Se pretendía observar cómo los recursos de Theotocópuli anuncian unas cuantas derivas posteriores de la pintura. Una de las conclusiones del visitante era que el Greco se adelantó a su época y, en consecuencia, fue más “moderno” que ella. Personalmente descreo de la progresión en el arte porque supone que debería cumplir, como misión, un crecimiento desplegado en momentos necesariamente sucesivos, de antes a después, de atrás hacia adelante. Ciertamente, Delacroix viene después que Miguel Ángel, pero no lo deja atrás ni lo supera porque se sitúe más próximo a nosotros. Las fechas no derogan las obras, simplemente las sitúan en los almanaques. En este sentido, el arte es distinto a la historia del arte.

Resulta evidente que la sencillez de los trazos grecianos y su gusto por dejar esbozados algunos episodios de sus cuadros, lo desencajan del detallismo, la corporeidad y el acabamiento de la pintura renacentista. Podría decirse que se las arregla con menos, que necesita una menor información documental que los pintores al uso en su tiempo y, por lo mismo, tiene más que ver con artistas de siglos subsiguientes. Del mismo modo, sectores de Turner y Goya se pueden ver hoy como abstracciones y nada permite pensar que se trata de descuidos, indecisiones o bromas ocasionales. Aceptando estos matices, la exposición resulta del mayor interés.

Izquierda:»La Anunciación», El Greco. Óleo sobre lienzo, 91 x 66,5 cm, h. 1600 – 1603, Budapest, Szépművészeti Múzeum. Derecha: «Cristo muerto con ángeles», Édouard Manet, óleo sobre lienzo, 179,4 x 149,9 cm, 1864, Nueva York, The Metropolitan Museum of Art.H. O. Havemeyer Collection, 1929.

Con todo, creo que se limita a lo visual. Se me dirá que no hay más remedio, ya que la pintura es obviamente visual. Añado: también se pinta lo que no se ve, lo conceptual de una obra. Y conceptualmente, en cuanto actitud ante la resolución de un cuadro, el Greco tiene mucho de barroco, aunque su vocabulario pictórico no lo sea. Es, justamente, lo que se puede echar en falta al comparatismo de la exposición.

El Greco es barroco por lo compositivo: diagonales, descentramiento, inestabilidad y movilidad de los personajes. Lo es también por la teatralidad de sus anécdotas, el carácter notorio de los modelos que se han vestido y posan para entrar en los cuadros. Hay conjuntos en que todos los personajes tienen la misma cara, son un modelo con ropajes diversos (bien que nunca muy diversos). Laocoonte y sus muchachos, en vez de estar sufriendo el acecho de una boa, ensayan una danza erótica. Los fondos son escenográficos. Las llamas de los dones del Espíritu Santo, en el Pentecostés, son echadas de nata montada. El artificio está presente y su constancia es un autoseñalamiento, una proclama.

No es extraño, pues, que sus cuadros fueran, a menudo, rechazados por la autoridad eclesiástica y que Felipe II, por las dudas, se negara a que su Sueño no pasara de esbozo. La frecuencia con que aparecen desnudos de ambos sexos explica el resto. En Italia, vaya y pase que haya gente en cueros en los altares pero la España de los Austrias era otra cosa. ¿Y ese personaje que abandona el lienzo y nos mira, a sabiendas de que estamos mirando un cuadro? ¿No recuerda a sus iguales velazqueños, que nos incorporan a la ficción o se convierten en seres reales, poniéndose a nuestro lado? También Goya entra y sale de ciertas obras suyas como La familia de Carlos IV o La noche en Boadilla del Monte. Son ejercicios de barroquismo como el que Cervantes hace en la segunda parte del Quijote, donde el personaje dice haber leído la primera.

El Greco nos ve como actores de una comedia universal, en un proscenio al que aporta partiquinos, vestuario, atrezo y forillos. La exaltación del artificio y la maniera disuelve los límites entre ficción y realidad porque fingiendo en el tiempo realizamos nuestra historia.

Imagen superior: Izquierda: «La dama del armiño», ¿El Greco?, ¿h. 1577 – 1579? Derecha: «La dama del armiño, según el Greco», Paul Cézanne.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")

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