Sofonisba Anguissola (Cremona, hacia 1535 – Palermo, 1625), mi pintora favorita, es la autora de los retratos más destacados de la familia de Felipe II.
Sofonisba era la mayor de siete hermanos, seis mujeres y un varón: Sofonisba, Elena, Lucía, Europa, Minerva, Ana María y Asdrúbal. Su padre, Amilcare, perteneciente a la pequeña nobleza de Cremona, animó a sus hijas a cultivarse en el arte y la pintura. Hasta cuatro hermanas Anguissola fueron pintoras, si bien fue Sofonisba la que mayor reconocimiento y aclamación tuvo.
Con catorce años su padre la envió a estudiar con artistas locales. Cinco años después, se trasladaba a Roma, donde conoció a Miguel Ángel, que rápido distinguió el talento de aquella muchacha. Y la hizo su discípula. Dos intensos años de aprendizaje que pulieron unas dotes de natural soberbias.
Como dama que era, no podía Sofonisba estudiar anatomía o dibujar al natural. Se consideraba inaceptable que una mujer retratase cuerpos desnudos. De ahí que hubiera de ingeniárselas para crear un nuevo estilo, retratando personajes con poses informales. Es así como hace con el Duque de Alba, el todopoderoso Duque de Alba, azote de herejes, temido y odiado a partes iguales. Y es así como Sofonisba, recomendada por este influyente lugarteniente real en los distintos escenarios europeos en conflicto, llega a la corte de Felipe II, el gran Felipe, dueño y señor del mundo. Un Felipe que acababa de casarse por tercera vez, con una jovencísima princesa francesa, la bella Isabel de Valois. Sofonisba, con 27 años recién cumplidos, se transforma en dama de compañía de la reina niña a la par que pintora de corte.
Ambas mujeres se harán íntimas. Sofonisba retratará a la reina, a su marido, a la hermana del marido y a las dos preciosas niñas que nacen de este matrimonio. Una corte feliz y radiante cuya mejor muestra para la posteridad son los cuadros exquisitos realizados por esta consumada retratista italiana, cuya fama se extiende por toda Europa.
El fallecimiento repentino de Isabel, del joven heredero Carlos y de Juana, la hermana pequeña del monarca, termina con un período de dicha que no habrá de volver. El monarca, abatido por tantas y tan queridas pérdidas, busca acomodar a Sofonisba, espectadora de excepción, de la mejor manera posible. Y le busca un marido. Un marido para una mujer que ya ha cumplido los treinta y cinco. El elegido será Fabrizio de Moncada, hermano del virrey de Sicilia. La dama pintora llevará una generosa dote al matrimonio, por expreso deseo del monarca. Y se trasladará de nuevo a Italia, a Palermo, donde vivirá por espacio de ocho años, hasta que queda viuda.
De regreso a su Cremona natal, ocurre lo imprevisto, lo inesperado: Sofonisba se enamora del capitán del barco que la traslada a casa. Un joven perteneciente a la nobleza genovesa, llamado Orazio Lomellino, que también cae rendido ante aquella inteligente mujer, considerablemente mayor que él, pero tremendamente interesante. Se casan. Y se instalan en una lujosa mansión, propiedad de Orazio, donde Sofonisba contará con un amplio y luminoso estudio para dar rienda suelta a su creatividad.
La fortuna personal de Orazio, unido a la generosa pensión vitalicia que Felipe II dio a su pintora, permiten a Sofonisba pintar y vivir libremente. Allí recibirá a colegas procedentes de toda Europa, atraídos por sus conocimientos, por su técnica, por la novedad de sus composiciones. Y allí morirá, con noventa años, habiendo gozado de fama y reconocimiento internacional en vida, algo reservado a unos pocos privilegiados.
Sofonisba Anguissola es una de las tres únicas mujeres que gozan del privilegio de ver su obra expuesta en las paredes del Prado, nuestra pinacoteca bandera.
De vez en cuando, siempre que puedo, me escapo un ratito, sólo por el placer de entrar en la sala dedicada a los Austrias. Y me sitúo frente a ese retrato de Felipe II que me apasiona, atribuido tradicionalmente a Pantoja de la Cruz. Y pienso en la importancia de las cosas, en que ese retrato estuvo, una vez, en el desaparecido Alcázar Real de Madrid, en los aposentos privados del monarca. Que compartió espacio con otros personajes históricos por los que siento debilidad, como Isabel Clara Eugenia o Juana de Austria. Lugares y personajes que ya no existen. Pero el cuadro sigue ahí, fiel testimonio de aquel tiempo.
El 16 de noviembre de 1625 fallecía Sofonisba Anguissola. Honra y gloria a las mujeres artistas que, como ella, supieron brillar con luz propia, aunque la posteridad no las reconozca y no dude en atribuir sus cuadros a manos masculinas. Para que no se olvide.
Imágenes: retrato de una monja (1551), City Art Gallery, Southampton. / Retrato de Felipe II, atribuido a Sánchez Coello y que ahora se considera obra de Sofonisba.
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