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La infanta y el mercenario

Todo estaba preparado para la que había de ser «la boda del siglo», aunque el siglo ya hubiera visto otras bodas célebres, como la del emperador Carlos con su prima Isabel en los Reales Alcázares sevillanos. Pero aquellas eran historias del pasado, que casi nadie recordaba. De ahí que la boda de Catalina Micaela, hija menor de Felipe II, con Carlos Manuel I de Saboya fuese lo más fastuoso que recordaban muchos de los presentes.

Se casaba la hija del amo del mundo, la luz de sus ojos, como gustaba decir a tan poderoso soberano. Y, para celebrar tan magno acontecimiento, se organizó el más colosal de los eventos. Para celebrarlo y, todo hay que decirlo, para magnificar un hecho que, en realidad, no era sino una afrenta a la dignidad de tan alta princesa. Porque Catalina Micaela, segunda hija de Felipe II e Isabel de Valois, era casada con un mercenario. Sí, mercenario de honor, pero mercenario. Porque eso, y no otra cosa, era Carlos Manuel, duque de Saboya, que no acababa de creerse tanta distinción: casar a la hija del más poderoso rey de la Cristiandad.

¡Ah!, pero… si tan poderoso era… ¿Por qué desposaba a su hija querida, la luz de sus ojos, con un simple mercenario? La razón era evidente, para todos los allí presentes, embajadores y dignatarios venidos de toda Europa: Felipe II, el amo del mundo, rey de Castilla y Portugal, señor del oro peruano, la plata mexicana y las especias índicas, necesitaba un camino. ¿Un camino? Sí, un camino fácil y seguro hacia sus tierras centroeuropeas, hacia el Flandes de donde procedía su estirpe, un Flandes rodeado y acosado por hugonotes, calvinistas y protestantes, que ponían en riesgo la pureza de la fe católica. Una fe que, a fuerza de edicto, el propio Felipe había contribuido a llevar hasta los más remotos confines de la tierra. Pero nada parecía suficiente. Ni todo el oro del mundo podía pagar el preservar Europa de la invasión protestante. Y esa fue su perdición. La de Felipe y la de toda la monarquía hispánica. Por mucho camino que se asegurase entre España y Flandes. Un camino que pasaba por las tierras de aquel mercenario de honor, el Saboya, cuya fidelidad no dudaba en asegurar el Prudente con su propia hija. Para eso servían las princesas ibéricas de antaño, por muy niñas de los ojos de sus padres que fuesen: para asegurar pactos entre hombres cargados de avaricia, política y religiosa.

Zaragoza. La capital del Ebro fue la elegida para celebrar tan fastuosa boda, un dieciocho de marzo de 1585. Días y días de celebraciones que culminaron con el banquete nupcial, al final del cual, el todopoderoso Felipe hizo llamar al Guardajoyas Real, quien se aproximó con una gran bandeja de plata americana exquisitamente labrada y llena, a rebosar, con las más bellas perlas procedentes de aquellas lejanas tierras ultramarinas. El monarca tomó la bandeja y se la ofreció a su hija. Una mujer extraordinariamente educada que, con apenas dieciocho años recién cumplidos, observó el presente que le ofrecía su padre. Observó aquellas perlas, con desdén y furia. Como si unas perlas fueran suficientes para comprar su fidelidad. Como si unas perlas acallasen su honor herido. Observó las perlas, eligió tan sólo tres, y le dijo a su padre: «Para una Duquesa, tres perlas son suficientes, más que suficientes». Y partió con su nuevo dueño, aquel mercenario que seguía sin caber en sus ostentosos ropajes, sabiéndose pieza clave en el entramado de la más poderosa monarquía de la Historia, sabiéndose propietario de una de las princesas más bellas e inteligentes de la Cristiandad.

Catalina Micaela (1567-1597), Infanta de España y Duquesa de Saboya.

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Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).