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«Scanners» (1981), de David Cronenberg

Durante los años setenta, los ideales utópicos que habían alimentado parte de la contracultura en la década anterior, se disolvieron para dejar paso al desencanto y el pesimismo. La crisis del Petróleo, los escándalos políticos, las guerras en Asia y Oriente Medio o el deterioro medioambiental habían fomentado la desconfianza en los gobiernos y sus agencias. Así y dentro de esta corriente de paranoia y conspiración, aparecen películas como Coma (1978), Capricornio Uno (1978), Telefon (1977)… o Scanners, que además bebe del interés por los poderes mentales que ya en la década anterior había tenido cierto predicamento en el cine de terror y ciencia ficción.

En un futuro cercano (o unos años ochenta alternativos a los nuestros, si así se prefiere), la ciencia creó accidentalmente los “Exploradores”, una nueva especie de humanos con poderes mentales. Sin embargo, éstos, lejos de ser un don, constituyen una pesada carga que impide que muchos de sus portadores lleven vidas normales, agobiados por las continuas voces/pensamientos que bullen en sus cabezas procedentes de otras mentes.

Cameron Vale (Stephen Lack) es uno de ellos. Tras atacar mentalmente a una mujer en un centro comercial como respuesta involuntaria a los pensamientos negativos de ella, es recogido por agentes de la empresa ConSec, cuyos científicos, dirigidos por el doctor Paul Ruth (Patrick McGoohan), pretenden controlar el poder de estos individuos (237 en total) con propósitos nada claros. Bajo la tutela de Ruth, Cameron aprende a utilizar sus habilidades y mantenerlas bajo control mediante la inoculación de una nueva droga llamada Efemerol, que acalla el murmullo telepático de su mente.

El científico le pide a Cameron que se infiltre en una facción de los exploradores liderada por el megalomaníaco Daryl Revok (Michael Ironside), que ha puesto en marcha un insidioso plan para convertir a las generaciones venideras en una raza superior a base de inocular una nueva droga a las mujeres embarazadas recetada por una red de ginecólogos sobornados. Esa nueva especie de humanos dominará el mundo, marginando o eliminando a los Homo sapiens. Para acometer su misión, Cameron reclutará la ayuda de otra exploradora, Kim Obrist (Jennifer O’Neill), pero lo que acabará averiguando es una conspiración que se remonta en el tiempo y en la que tuvo mucho que ver el propio Ruth.

Muy a menudo, el terror y la ciencia ficción vienen de la mano en el cine sin que ello beneficie demasiado ni a uno ni a otro. Pero sí es cierto que algunos de estos productos híbridos merecen un puesto destacado y, entre ellos, varios de los dirigidos por el realizador canadiense de culto David Cronenberg. Éste apareció en el radar cinematográfico a finales de los sesenta con un par de mediometrajes poco conocidos: Stereo (1969, en el que ya aparecen muchas de las ideas de Scanners) y Crimes of the Future (1970). Cronenberg pasó después a transitar abiertamente por el género de terror, mezclando surrealismo, carnalidad, sexo, ciencia y tecnología, recibiendo muy buenas críticas con dos películas de serie B: Vinieron de dentro de… (1975) y Rabia (1977). Su éxito le abrió la puerta a dirigir films con mayor presupuesto.

Tras la excelente Cromosoma 3 (1979) y Scanners, ascendería ya a la liga superior del género de terror con títulos como Videodrome (1983), La Zona Muerta (1983) o La mosca (1986).

Uno de los principales temas de la ciencia ficción es el de la mutación, entendida en este contexto como el proceso, natural o artificial, mediante el cual un individuo o una colectividad adquieren algún tipo de poderes especiales. La mutación le puede suceder a un solo individuo (como en el caso de Peter Parker, que se transforma en Spiderman por la mordedura de una araña); ser transmitido genéticamente de padres a hijos; describirse como un salto evolutivo de la especie (los X-Men); o, como es el caso en Scanners, inducida mediante la exposición a toxinas químicas (en un paralelo con la talidomida, que tantas malformaciones causó en fetos entre finales de los cincuenta y primeros de los sesenta del pasado siglo). Son todas ellas herramientas narrativas que sirven para revestir de plausibilidad científica a lo que de otra forma serían historias fantásticas, aunque, como sucede con muchas explicaciones “científicas” de las películas, descansen sobre una interpretación errónea de ciertas teorías o leyes naturales.

Pero en cualquier caso y ejercitando la necesaria suspensión de la incredulidad que requiere el género, Cronenberg reinterpreta la telepatía como un proceso no exclusivamente mental sino con una faceta muy física descrita por el doctor Ruth como “el enlace directo de dos sistemas nerviosos separados por un espacio”. Esta fisicidad queda ilustrada durante una demostración para un grupo de ejecutivos y militares. Antes de comenzar la misma, el presentador avisa de que puede ser un proceso doloroso: “A veces produce sangrado de nariz, dolor en los oídos, calambres en el estómago, náuseas”; y, como todo el mundo recuerda, la conclusión del evento es la explosión de la cabeza del ponente. La batalla final entre el héroe y el villano se produce no sólo entre sus mentes, sino entre sus respectivos cuerpos: cuando cada uno trata de absorber la energía mental del contrario, su piel, sus ojos, su cerebro y sus órganos, se funden, revientan y sangran.

Hay quien ha criticado negativamente la película argumentando que Cronenberg rodaba sin tener un guión completo y que lo iba terminando sobre la marcha. Efectivamente, fue así. El director y guionista había estado trabajando en la idea de Scanners desde los años setenta y se vio obligado a empezar y terminar la producción en solo dos meses para poder beneficiarse de las ventajas fiscales que ya había obtenido del gobierno canadiense. No tuvo más remedio que escribir páginas del guión cada mañana y dejarlas preparadas para cuando comenzaba el rodaje; un ritmo de trabajo criminal que puede explicar por qué algunos diálogos resultan demasiado acartonados o el irregular ritmo de la trama.

Con todo, esas prisas no resultan muy evidentes en el producto terminado con la posible excepción del enigmático y ambiguo final, motivado quizá por la indecisión acerca de como rematar la película. De todos los films de esta primera etapa de Cronenberg, Scanners es sin duda el más divertido sin querer con ello decir que sea un producto de consumo masivo. En cualquier caso, el siguiente film del director, Videodrome (1983), resulta todavía más incoherente.

El frenético ritmo de escritura del guión puede que explique también por qué, de todos los films que Cronenberg había hecho hasta ese momento, Scanners sea el menos terrorífico y osado. La batalla entre el cuerpo y la mente y la corrupción de ambos por la tecnología o la ciencia, uno de sus temas recurrentes, se halla en el núcleo de la historia, pero no están presentes en esta ocasión sus metáforas sexuales. Por otra parte, aunque habían existido films anteriores que mezclaban el tema de los poderes mentales y la conspiración gubernamental ‒como El poder (1968) o La furia (1978)‒, no habían sabido integrarla en un argumento absorbente y coherente, como sí hace Cronenberg. Podría contemplarse la excepción de Carrie (1976), pero su enfoque era claramente terrorífico más que de ciencia ficción.

Scanners está estructurado como un thriller de tono pulp (siniestras corporaciones actuando en la sombra, encuentros clandestinos en estaciones de metro, persecuciones en coche) que va engarzando una serie de efectistas escenas sobre una trama somera y a veces algo confusa y en la que el realizador materializa su idea de “La forma de la Rabia”, a saber, pensamientos y emociones que se manifiestan en el mundo material. Por ejemplo, el escultor Benjamin Pierce (Robert Silverman) es un artista cuyas obras reflejan de forma harto expresiva el tormento que le producen sus poderes telepáticos y que sólo encuentra la paz acurrucándose en una especie de capullo uterino con forma de cabeza humana gigante. En una escalofriante escena que prefigura las vívidas metáforas que impregnan su posterior Inseparables (1988), el protagonista sincroniza su mente y ritmo cardiaco con los de un yogi.

En otra secuencia muy original, Cameron, utilizando la línea telefónica, lanza su mente a través del sistema de ordenadores de la empresa para obtener información. Lo más curioso es que esta escena se pensó antes de que apareciera internet o siquiera el concepto de hacker. Hoy, por supuesto, la idea tal y como está planteada resulta absurda –las similitudes entre el sistema nervioso humano y el de un ordenador no pueden ser literales, como en la película, sino funcionar sólo como analogías metafóricas– pero las imágenes a que da lugar son notables.

Está claro que el equipo de efectos especiales se lo pasó en grande dando forma y vida a las grotescas ideas de Cronenberg. Tenemos, por ejemplo, el tremendo duelo mental del clímax entre Cameron y Daryl, con las venas de ambos hinchándose y su piel estallando en llamas. Por supuesto, uno de los momentos más recordados (y recreado hasta la nausea por las secuelas) llega al principio del film, cuando Daryl se infiltra en una demostración de exploradores y permite que uno de ellos le escanee solo para contraatacar telequinéticamente y hacer que, literalmente, le estalle la cabeza a aquél. Un inolvidable momento de 47 fotogramas diseñado por los magos del maquillaje y los efectos visuales Dick Smith (El Exorcista), Gary Zeller (Zombi: El regreso de los muertos vivientes) y Chris Walas (Gremlins, La mosca) y para el que se utilizó una cabeza de látex rellena de comida para perro, restos variados de comida, sangre falsa e hígados de conejo.

Uno de los principales puntos débiles de Scanners es el actor Stephen Lack. Aparentemente, Cronenberg lo seleccionó por sus penetrantes ojos azules. Y sí, su intensa mirada transmite una mezcla de tristeza y perspicacia, pero lo cierto es que Lack difícilmente puede ser más inexpresivo y falto de carisma, por no hablar de su incapacidad de pronunciar sus diálogos con un mínimo de inflexión (de hecho y para el bien de todos, abandonó el cine y se dedicó a la pintura, su auténtica vocación).

Mayor acierto se tuvo en el resto del reparto, que realiza un trabajo mucho más competente. Patrick McGoohan ofrece una de las mejores interpretaciones de su carrera como científico de propósito y lealtades ambiguos. Scanners fue asimismo la carta de presentación del actor canadiense Michael Ironside. Elegantemente vestido, severo, con un inquietante rictus en su expresión y una cicatriz en su frente, resulta un enemigo absolutamente convincente, alguien cuyos modales suaves esconden una bomba de relojería a punto de estallar. No puede extrañar que a partir de aquí, Ironside se especializara en papeles de villano brutal y frío.

Además del sobresaliente trabajo visual, el principal interés de Scanners reside en su atmósfera de paranoia y su tratamiento maduro y realista de la historia, con violencia explícita y el difuminado de la frontera entre el Bien y el Mal. De hecho, el final es ambiguo y no queda claro quién ha resultado vencedor en la contienda. Es una película que ofreció un fuerte contraste al tipo de ciencia ficción maniquea que por entonces parecía estar más presente y cuyo mejor símbolo eran las aventuras espaciales propiciadas por el éxito de Star Wars y Star Trek.

Fuera por su desvergonzada exhibición de sangre en las escenas mencionadas, por su atmósfera opresiva o por el sonado tiroteo que se produjo en uno de los primeros pases de la película en Nueva York, Scanners fue un éxito de taquilla inesperado y el film con mejores resultados de los dirigidos por Cronenberg hasta ese momento: sobre un presupuesto de 3,5 millones, obtuvo alrededor de 14 millones. En el boyante circuito del videoclub fue asimismo un éxito, lo que contribuyó a su reputación de film de culto y propició la aparición de cuatro secuelas entre 1991 y 1995, todas ellas sosas, aburridas y centradas en los aspectos más grotescos y sangrientos. Ni Cronenberg ni el resto del equipo que participó en Scanners tuvo nada que ver con estas continuaciones. Se ha hablado de remakes e incluso series de televisión y, aunque no han salido adelante, es una muestra de que sigue ejerciendo una gran atracción entre aficionados y creadores.

Desde su estreno, Scanners ha sido uno de los films clave –algunos afirman que incluso el definitivo– sobre el tema de los poderes mentales. Treinta años después, aún destaca el particular estilo de Cronenberg pese a los problemas de ritmo irregular y algunas escenas mal resueltas (como ese joven Revok en el frenopático; o Cameron torturado por las mentes de docenas de civiles en un aislado almacén). Aunque sea difícil no pensar cuál hubiera sido el resultado de haber contado el director con un mejor actor protagonista y circunstancias de producción más propicias, al final y tal como quedó la película, sus virtudes pesan más que sus defectos.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".