Casi todo el mundo recuerda hoy a Lyon Sprague de Camp por sus aportaciones al mundo de Conan el Bárbaro, el personaje creado por Robert E. Howard en los años treinta del pasado siglo y de cuyo legado literario él se convirtió en custodio y editor. Ampliando y perfilando el universo de fantasía en el que se desenvolvía aquél, escribió pastiches elaborados a base de adaptar y mezclar manuscritos inacabados de Howard o colaboró con otros autores en nuevas adiciones a la saga remedando su estilo y espíritu; todo lo cual, hay que decir, no siempre fue del gusto de los más puristas aficionados al bárbaro cimmerio.
Pero se suele olvidar que de Camp, un autor fogueado en el mundo de la literatura pulp, cultivó muchos géneros y que para cuando llegó a la ciencia ficción y la fantasía ya era un escritor experimentado. Los cuentos de este género que escribió para diferentes revistas sobresalían respecto a la mayor parte de la producción del resto de sus colegas gracias a su solidez y originalidad. Con el tiempo, diversificaría mucho su producción y su única serie de cierta extensión adscrita a este género acabó siendo únicamente la compuesta por los relatos de longitud variable que conformaron lo que se ha dado en llamar Viagens Interplanetarias, iniciada a finales de los años cuarenta y recuperada en los setenta.
El marco temporal de estas historias (conocidas también como la Serie de Krishna dado que muchas de ellas transcurren en el planeta ficticio del mismo nombre) son los siglos XXI y XXII, un futuro en el que el viaje espacial está monopolizado por una empresa de la Tierra de capital brasileño llamada Viagens Interplanetarias. La civilización galáctica se divide básicamente en la Tierra y un puñado de otros pueblos que comercian y pelean entre sí mientras tratan de establecer dominios benevolentes sobre las sociedades más primitivas que van encontrando en sus exploraciones. Por otra parte, el viaje espacial está limitado a velocidades relativistas, por lo que las expediciones a mundos habitables transcurren en el entorno de una docena de años luz desde el Sistema Solar.
Es una lástima que, hasta donde yo sé, esta saga que bebe tanto de las space operas de E.E. “Doc” Smith como de los romances planetarios del ciclo de Barsoom escritos por Edgar Rice Burroughs, permanezca inédita en nuestro país. Como quizá mejor ejemplo de toda ella, he decidido comentar esta novela, Rogue Queen, cuyo título podría traducirse en este contexto como Reina rebelde.
Los Avtiny son uno de los muchos pueblos del planeta Ormazd, el único habitable del sistema de la estrella Lalande 21185. Están organizados socialmente como un matriarcado dividido en rígidas castas. La mayor parte de su tiempo y esfuerzos lo invierten en pelearse con las ciudades-Estado rivales y engendrar siervos al servicio de la Reinas, ya sean hembras trabajadoras o varones inseminadores. Como si se tratara de abejas u hormigas, ningún individuo que no esté completamente entregado al bien de la comunidad tiene sitio allí. Con excepción de la reina, todas las mujeres son estériles; y los varones, tras ser utilizados como fertilizadores y habiendo superado la que se considera su edad útil –alrededor de los veinte años– son eliminados para impedir posibles rebeliones. De todas maneras, la reina no es más que el mecanismo biológico que permite a esa sociedad sobrevivir y reproducirse, pero no gobierna; tal función recae sobre un Consejo de notables. Ese es el mundo en el que vive Iroedh, una joven perteneciente a la casta trabajadora y cuyo carácter estudioso y gusto por la Historia no son de gran utilidad ante la grave amenaza que suponen para su pueblo sus vecinos, los Arsuuni, más numerosos y agresivos.
Un día llega al planeta la nave “Paris”, fletada por Viagens Interplanetarias, procedente de la Tierra y con la misión de encontrar y contactar con civilizaciones más primitivas y estudiar su cultura. Parece claro que la interacción entre terrestres y Avtiny no va a ser fácil dado lo diferente de su estructura social y de valores. Por ejemplo, éstos ignoran el concepto de amor más allá de la absoluta entrega a la comunidad y a su reina; y, por supuesto y como consecuencia de la combinación de la división en castas, el matriarcado y la eutanasia temprana de varones, tampoco disponen de la institución del matrimonio. Les llama poderosamente la atención que entre los tripulantes terrestres se cuenten tanto hombres como mujeres; y más raro aún, que convivan en plano de igualdad y que los varones no sean utilizados exclusivamente como zánganos fertilizadores de la reina y vivan durante muchos años.
Aunque a sus ojos exhiben una biología y costumbres muy extrañas, los terráqueos poseen una tecnología infinitamente más avanzada que cualquiera de las que puedan encontrarse en el planeta. Si los Avtiny tuvieran acceso a ella, podrían repeler fácilmente la inminente invasión de los Arsuuni. Pero los recién llegados actúan bajo el juramento de no interferir con los nativos (todo lo cual recuerda bastante a Star Trek, Primera Directiva incluida), lo que comprende, por supuesto, la prohibición de compartir conocimientos tecnológicos por encima del nivel que hayan alcanzado los nativos. Los dirigentes Avtiny, molestos por su fracaso en obtener esa tecnología, se retiran, pero Iroedh, a la que se hombrado traductora y enlace diplomático con los terrestres llegados, mantiene el contacto. Al fin y al cabo, sus estudios e intereses intelectuales le brindan un campo común con ellos. Cuando un amigo antropólogo, Antis, se acerca a su edad de terminación, Iroedh se las arregla para obligar a los terrícolas a ayudarle, una decisión que los convierte a ambos en parias perseguidos por los Avtiny, los Arsuuni y una banda de zánganos insurrectos.
La experiencia del exilio y el descubrimiento de unas antiguas profecías sobre una reina que se rebela contra el sistema no sólo transforma a Iroedh sino que pone patas arriba toda la sociedad a la que una vez perteneció. Y es que obtiene el conocimiento de que la casta y el sexo de un ormazdiano no están determinados por la genética sino por la dieta alimenticia. Y ese es un conocimiento que cambiará el mundo, porque las restricciones dietéticas que siguen cada casta están sustentadas por la costumbre ancestral y las leyendas. Nadie se atreve a comer lo que no está regulado dentro de su casta por creer que romper el tabú sería mortal. La revelación de la falacia cambiará el mundo.
El retrato que de Camp hace en esta novela de los terrestres está cargado de ironía. Como sucedía en la Enterprise de Star Trek, la tripulación es multirracial e incluye tanto hombres como mujeres. Pero a la hora de la verdad exhiben un molesto etnocentrismo y una clara condescendencia hacia quienes viven y piensan de forma diferente a ellos. Cuando los nativos Avtiny les explican sus costumbres, los tripulantes de la “Paris” se miran unos a otros con una mueca cómplice. Semejante actitud hace que el chantaje al que les somete Iroedh para que utilicen su helicóptero y salven a su amigo Antis, les pille desprevenidos, desinflando sus egos y demostrándoles que los nativos a los que ven como inferiores son más capaces de lo que habían creído. De Camp deja claro que esa actitud en el fondo displicente de los terrestres hacia l os Avtiny, de Gran Hombre Blanco Llegado de los Cielos, superior física y mentalmente a los habitantes de otros planetas, no es más que un espejismo. Todos sus conocimientos y avanzadas tecnologías no han hecho sino agravar su infustificado complejo de superioridad.
Ya vemos que uno de los temas subyacentes de toda la novela es la comparativa entre los Avtiny y los terrícolas. A ningún lector de la época se le escapó que la sociedad Avtiny, con su defensa acérrima del bien de la comunidad por encima del de sus miembros, tenía un inmediato referente contemporáneo en el comunismo soviético, al que se añadía el cruento giro de tuerca de la ejecución forzosa de aquellos de sus miembros que alcanzan la edad crítica por miedo a que se conviertan no sólo en una carga económica sino en semillas de subversión. Por su parte, los humanos son retratados como individualistas, lo cual, a su manera, es tan condenable e ineficaz como el modelo de los Avtiny. Una idea atrevida para una novela pubicada en 1951, cuando la Caza de Brujas estaba en su clímax.
La comparación entre culturas hace especial hincapié en la forma en que cada una de ellas lidia con los conceptos de amor, sexualidad y roles de género. La obra de de Camp y su propia autobiografía demuestran que era muy consciente de la desconcertante variedad de gustos, costumbres y comportamientos sexuales de nuestra especie, pero también del medio, época y formato en los que estaba escribiendo. Siendo hija de comienzos de los cincuenta, no es de extrañar que “Reina Rebelde” evite escenas mínimamente subidas de tono o con componentes eróticos, prefiriendo en cambio una aproximación filosófica más distante. Podría verse como una suerte de antecedente del estilo con el que comenzó Ursula K. Leguin: utilizar mundos alienígenas “primitivos” como herramienta para insertar sus comentarios sociopolíticos, en este caso centrados en las diferencias entre la sociedad-colmena de los alienígenas y los etnocéntricos, individualistas y arrogantes humanos que llegan para observar desde su presunta superioridad. Aunque la novela acaba abandonando pronto ese modelo para derivar hacia la pura aventura planetaria, de Camp aún consigue insertar algunas ideas interesantes que definen el marco mental y social de ambas especies, como el que Iroedh se refiera a los humanos de uno u otro sexo como “hombres” y “hombres hembra” respectivamente, algo reminiscente de la bastante posterior novela de ciencia ficción feminista de Joanna Russ, El hombre hembra (1975).
En este sentido, es interesante que los personajes masculinos de la novela no sean los habituales aventureros varoniles y osados. El amigo “zángano” de Iroedh, Antis, es un holgazán vanidoso –que, después de todo, es lo que se espera de él en esa sociedad–. El doctor Bloch, el más relevante de los terrestres de la “Paris” es un pusilánime; y el único varón que en una historia más convencional podría encajar en el papel de héroe, resulta ser el antagonista que, para colmo, se despeña de un acantilado en lugar de caer abatido tras una dura pelea.
La prosa de de Camp es correcta y eficaz, aunque sin un estilo personal ni un encanto memorable. Siempre fue el suyo un perfil más digamos, académico que creativo (era ingeniero aeronáutico de profesión), rasgo que compartía con la mayor parte de los escritores de ciencia ficción de la Edad de Oro. Sí se aprecia un interés especial por los aspectos lingüísticos (aunque no al nivel de, por ejemplo, Jack Vance). Así, sus libros solían incluir una guía de pronunciación y algunos detalles relativos al idioma. También, gracias a su elección de palabras y cierta floritura prosística, consigue dotar a su estilo de un aire mítico y oriental en su descripción de las extrañas razas alienígenas y los matices más netamente fantásticos de la historia. Pero por lo demás, el suyo era un estilo muy directo y una vez que se comprenden –o se consiguen pasar por alto- las peculiaridades del lenguaje escogido por el autor para la civilización Avtiny, la experiencia lectora discurre con fluidez.
Donde el libro muestra sus costuras es en aquellos elementos que denotan sus orígenes como producto de la sensibilidad conservadora del Estados Unidos de los años cincuenta. Porque Iroedh pasa de ser heroina inteligente a subalterna pasiva por arte de la monogamia terrícola, abandonando sus maneras leninistas por la libertad de convertirse en un ente individual…aunque igualmente al servicio de un sistema. Es un resultado algo decepcionante pero predecible habida cuenta, repito, de la época en la que fue escrita. Esto hace que Reina rebelde sea una novela interesante pero que no ha envejecido tan bien como otras de sus contemporáneas. Algunos comentaristas entusiastas la han calificado como innovadora e incluso la obra maestra de la serie de Viagens. No se si tal elogio puede resultar engañoso. Es dinámica, original y entretenida, sí, pero no una obra maestra. Ayudó a introducir la sexualidad y el género como temas de la ciencia ficción, poniendo los cimientos para que autores posteriores con más talento y trabajando en un marco social más favorable los desarrollaran.
Reina rebelde es uno de esos ejemplos de novela que funciona mejor como reflejo y comentario de su propia época que como construcción de una sociedad futura o mundo alienígena original y sofisticado. Al final, no se muy bien si interpretarla como una aventura “seria” o como una especie de sátira social (algo que parece más acentuado en los últimos capítulos, que contienen un puñado de invectivas poco amables contra el matrimonio y el amor). Igualmente, ya lo he apuntado, la conclusión es decepcionante por su convencionalismo. En su momento y mundo, la cultura-colmena de los Avtiny, trasunto del comunismo, aportó a corto plazo ventajas respecto al sistema al que reemplazó, pero acabó degenerando y fosilizándose, incapaz de aportar progresos adicionales a sus ciudadanos. Los descubrimientos de Iroedh prometen el advenimiento de un régimen más “progresista” y familiar a los lectores de la América de Eisenhower. Reina rebelde, por tanto, contiene las semillas de una obra más ambiciosa pero que no pudieron germinar en su tiempo.
Como indiqué al principio, de Camp escribió las historias de Viagens Interplanetarias en dos fases. En la primera, entre 1948 y 1953 (publicadas entre 1949 y 1958), están incluidas las cuatro primeras novelas de Krishna y la mayoría de las que transcurren en otros mundos, así como todos los relatos cortos. La segunda, entre 1977 y 1992, aunque asume el contexto galáctico expuesto y desarrollado en la primera, opta por centrarse exclusivamente en las aventuras que corren varios terráqueos en los mundos de Krishna (cuatro novelas) y Kukulkan (dos novelas).
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.