Cualia.es

«Raised by Wolves» (2020), de Aaron Guzikowski y Ridley Scott

Imaginar una historia post apocalíptica genuinamente original se ha convertido en una tarea casi imposible habida cuenta de las numerosísimas veces que ese subgénero ha sido tratado en la ciencia ficción en todos sus formatos. Por eso es tan fuerte la tentación de elegir el camino de menor resistencia, a saber: retomar, masticar y deglutir por enésima vez aquellos ingredientes de esas ficciones que demostraron funcionar bien en el pasado. El problema, claro, es que tal opción dista de ser infalible como fórmula ganadora. Ni siquiera teniendo a un nombre famoso apadrinando el proyecto.

Es lo que le sucedió a Raised by Wolves, uno de los productos estrella del servicio de streaming de WarnerMedia, HBO Max, que se inauguró a finales de mayo de 2020. Aunque el nombre de Ridley Scott se utilizó profusamente en la publicidad de la serie y que, efectivamente, fue él quien dirigió los dos primeros episodios además de ejercer de productor ejecutivo en el resto, ésta fue en realidad creada por Aaron Guzikowski, guionista de la aclamada Prisioneros (2013).

La historia transcurre principalmente en un planeta llamado Kepler-22b, después de que una gran guerra librada entre los fanáticos seguidores de la religión Mitraica (que utilizaban como armas unos poderosos androides llamados Necromantes) y los Ateos, terminara por destruir la Tierra. Los Mitraicos creían ser los únicos que poseían la tecnología que les permitiría abandonar el planeta en una gran nave-arca con la que colonizar otro mundo, pero estaban equivocados. Un científico llamado Campion Sturges (Cosmo Jarvis) reprogramó uno de los necromantes femeninos –ahora con la nueva identidad de Madre (Amanda Collin)–  y lo envió a Kepler 22-b a bordo de una pequeña lanzadera junto a otro androide menos sofisticado, Padre (Abubakar Salim), y un conjunto de doce embriones humanos con los que reconstruir la especie desde cero.

Madre y Padre, como unos nuevos Adán y Eva, gestan a los embriones en unos úteros artificiales a los que luego la primera alimenta con una sustancia lechosa sintetizada en su interior. De los doce embriones, sólo la mitad resultan ser viables y sobreviven. Pasan los años y los niños crecen. Pese a su evidente incapacidad para exteriorizar sentimientos, Madre y Padre se preocupan sinceramente por el bienestar de los niños y tratan de educarlos de acuerdo a los principios ateos que su creador les programó. Pero las condiciones ambientales del planeta son duras y la alimentación limitada. Algo en el ambiente que inicialmente no consiguen identificar va matando uno tras otro a todos ellos excepto al último, Campion (Winta McGrath).

En este punto, llega a Kepler una nave mitraica con colonos sumidos en un sueño virtual. Padre cree que, dado que sus cuerpos artificiales tienen una vida limitada y que Campion aun necesitará alguien que le cuide cuando ellos ya no sean operativos, deberían mandar a la nave una señal y dar así al niño una oportunidad de sobrevivir. Pero Madre no está en absoluto de acuerdo y aborda la nave mientras ésta aún en el aire, revela su terrible y letal faceta Necromante, masacra a la tripulación y se lleva consigo a cinco niños, dispuesta a que su propia colonia prospere aunque sea con los hijos de otros.

La convivencia de los recién llegados, de diversas edades que van desde los infantes a los adolescentes, con los androides y Campion no va a ser fácil. Las diferencias religiosas amenazan con quebrar el inestable equilibrio social y mientras que algunos de los niños mitraicos están más que dispuestos a abandonar sus creencias, Campion siente verdadera curiosidad y, teniendo en cuenta que ha sido educado en el ateísmo, una inesperada inclinación a la espiritualidad. Además, la relación entre Padre y Madre empieza a deteriorarse cuando ésta actúa cada vez más frecuentemente por su cuenta y su comportamiento se torna más autoritario, incluso violento cuando se trata de proteger al grupo.

Pero en la nave atacada por Madre han quedado supervivientes y, por supuesto, quieren recuperar a sus niños. Su viaje por la región desértica en la que han acabado estrellándose se interrumpe por el descubrimiento de una enorme estructura claramente artificial que el líder del grupo, un obispo, identifica como una señal de Sol, la deidad a la que rinden culto. Y mientras tanto, en ese grupo hay dos personas que han ido esconderse en la boca del lobo: Marcus (Travis Fimmel) y Sue (Niamh Algar), dos soldados ateos que cambiaron quirúrgicamente sus facciones para asemejarse a unos conocidos héroes mitraicos, asumiendo su identidad y el correspondiente pasaje en la nave-arca que les permitiera escapar de la Tierra. Ahora, su mascarada amenaza con venirse abajo y, para colmo, el escepticismo religioso de Marcus empieza a tambalearse tras experimentar unas extrañas visiones.

Dado que se trata de una serie reciente y que aún está inconclusa, no revelaré más claves de la trama para no estropear el visionado a quienes pudieran estar interesados en ella.

A través del austero pero eficaz diseño de producción, el vestuario con aire retro –excepto los llamativos monos ajustados que lucen los androides– y la fidelidad del guion a temas y elementos que han sustentado parte de la ciencia ficción durante décadas, Guzikowski evoca deliberadamente las obras que le inspiraron. Añadido a esto, al dirigir los dos primeros episodios, Ridley Scott fijó para el programa un lenguaje visual y estético muy personal que resultará familiar para cualquier aficionado.

Aunque  Raised by Wolves no nació con el propósito de formar parte del Alienverso de Scott, basta ver el primer episodio para disculpar a quien así lo creyera. De hecho, en una entrevista se le preguntó directamente a Guzikowski sobre la posible conexión con el universo de esa franquicia y éste la negó, indicando que ni siquiera surgió el tema en las conversaciones que mantuvo con el veterano director y que los detalles que pueden verse son más que nada homenajes: la linfa/sangre blanca de los androides que recuerda a la que brotaba de Ash en Alien (1979); las pinturas rupestres que detallan la llegada de los androides son similares a los mapas estelares descubiertos en Prometheus (2012); o la máscara que lleva el androide en la visión de Madre, que es casi idéntica a los cascos de los Ingenieros.

El propio Guzikowski reveló en una entrevista que el misterio de la tecnología Necromante era otro homenaje al universo Alien. Los Mitraicos descubrieron encriptados en sus escrituras sagradas las especificaciones y planos necesarios para construir, entre otras máquinas, esos poderosos androides. Con ellos ganarían la guerra, pero también destruirían el planeta. Asimismo, parece haber una conexión entre esa tecnología y la que los personajes encuentran más tarde en Kepler-22b, algo parecido a la diseminación de información oculta que llevaron a cabo los Ingenieros en Prometheus. Y, por supuesto, está el tema de la maternidad, muy presente en toda la franquicia Alien.

El problema es que Raised by Wolves es una serie que, a falta de mejor palabra, me ha parecido sosa y menos original de lo que pretende. Tras diez episodios de parsimonioso drama religioso con tintes existencialistas, no estoy seguro de que la historia tenga auténtica sustancia o dirección clara.

Hay que concederle que desde el punto de vista estético se pueden poner pocas pegas aparte de que los colores apagados y la aridez y monotonía del planeta dan pocas posibilidades de ofrecer cosas nuevas más allá de los tres primeros episodios. Con la excepción de la evolución que experimentan los androides como individuos y “pareja” a lo largo de la temporada, encuentro poca cosa aquí con la que conectar a nivel emocional o siquiera intelectual. Raised by Wolves es demasiado fiel a sus predecesores y demasiado remiso a salir de su sombra para intentar algo diferente a partir de ingredientes ya muy conocidos.

Bajo la batuta de Scott, en los primeros capítulos episodios se proponen algunos de sus temas favoritos: el choque y las conexiones entre la inteligencia artificial y la humana así como las fortalezas y limitaciones de cada una de ellas; el sentimiento religioso y su fracaso a la hora de crear utopías… y los monstruos de aspecto repulsivo que emergen de la oscuridad para sembrar el caos.

Pero tras el impulso de esas entregas iniciales, el ritmo se ralentiza tanto que llega a aburrir, tan escasos y lejanos unas de otras son las revelaciones que van encajándose y las escenas de acción que de vez en cuando animan un tanto la trama. Todo tiene una atmósfera plomiza y pesimista, con una continua lucha por la supervivencia en todos los frentes que no deja espacio para alegrías o satisfacciones que aligeren las penurias. Y aún peor, el potencial para introducir reflexiones sobre los paralelismos y divergencias entre las IAs y la inteligencia humana –puro poder computacional frente a las funciones cerebrales que destilan arte y cultura– o entre la ciencia y la religión, queda desaprovechado.

En cuanto a esto último, se ha explorado incontables veces en la ciencia ficción y teniendo en cuenta su papel central en la serie, no aporta nada verdaderamente nuevo. La idea del “elegido” profetizado para guiar al pueblo hacia un futuro luminoso no puede estar más sobada en las ficciones fantacientíficas. Y a la postre, el dilema que se presenta no es tal: sí, hay extremistas a uno y otro lado de la contienda pero está claro que las tintas se cargan sobre los Mitraicos, a los que se presenta –también muy tópicamente– como individuos cuyas creencias han asfixiado su tolerancia y apertura de mente y que se dejan guiar por hipócritas arrogantes. Al fin y al cabo, Ridley Scott se ha confesado como un firme ateo y varias de sus películas han retratado de forma negativa a las instituciones religiosas, desde 1492: La Conquista del Paraíso (1992) a Robin Hood (2010) pasando por El Reino de los Cielos (2005).

Antes de llegar a la mitad de temporada, la historia ya ha descarrilado y perdido el foco, acumulando una inconsistencia tras otra. Por ejemplo, se supone que los androides son seres puramente racionales, pero entierran los cuerpos de los niños y lamentan su pérdida, conservan recuerdos de su existencia pasada y lloran. Madre descubre en sí misma poderes más acordes con un superhéroe que con una inteligencia artificial y que afloran como expresión física de la frustración que siente como madre.

La idea de los dos Ateos, Marcus y Sue, infiltrados en las filas de los Mitraicos tenía un gran potencial dramático… que se diluye cuando Marcus se transforma en un desaforado creyente prácticamente de la noche a la mañana y Sue se aparta de él como un apestado. El “hijo” de los dos, Paul (Felix Jamieson), rivalizará con Campion (Winta McGrath) por el título de “elegido” del nuevo mundo, un enfrentamiento que no despierta demasiado interés; el personaje del violador mitraico condenado, es absolutamente innecesario para la trama…

Los agujeros de guion que van encadenándose capítulo tras capítulo son empujados hacia delante, sugiriéndose que la respuesta está en la otra cara del planeta y confiando en que habría una segunda temporada en la que abordarlos. Ni el cubo gigante plantado en mitad del desierto, ni las criaturas carnívoras que deambulan aleatoriamente por ahí, ni la reaparición en el planeta de las extintas serpientes voladoras gigantes, ni los susurros que escuchan en sus mentes algunos personajes reciben explicación alguna.

Otro de los puntos manifiestamente mejorables es el de la caracterización. Los personajes son muy básicos, y como no hay entre ellos ninguno con un carisma llamativo, es difícil que importe lo que les pasa. Sólo Madre y Padre dejan una huella perdurable, en buena medida gracias al excelente papel que hacen los actores que los interpretan. Pero aparte de ellos, los personajes parecen más bocetos sin acabar que auténticos seres de carne y hueso.

Y esto es particularmente grave en el caso de los personajes femeninos, escasos en número y peso. La más relevante, ya lo he dicho, es Madre, un androide programado para criar niños que experimenta una profunda frustración cuando las pésimas condiciones del planeta le impiden cumplir su propósito y opta por sumergirse en las falsas delicias de la realidad virtual. Las otras dos mujeres con diálogo son Sue y Tempest (Jordan Loughran). Como tantas otras cosas en la serie, carecen de la originalidad que les hubiera hecho destacar. Tempest es una adolescente embarazada victima de una violación sufrida mientras dormía en hibernación en la nave mitraica, lo que la convierte en poco más que un símbolo de la hipocresía religiosa y un portavoz para las adolescentes embarazadas involuntariamente y que no saben qué hacer con su feto. Madre le asegura que “el niño es inocente”, tratando de disuadirla en su intención de abortar. Es decepcionante para un programa que presume de novedoso que no proponga más roles para las mujeres que los de “esposa”, “enfermera” (Sue es la médico del grupo) y “madre”.

A tenor de las entusiastas críticas que recibió tras su lanzamiento Raised By Wolves, está claro que muchos han disfrutado de ella. En mi caso, probablemente minoritario, la sensación fue de insatisfacción, de no haber recibido la dosis de aventura, épica y maravilla que –a lo mejor erróneamente por mi parte– había esperado de un producto asociado al nombre de Ridley Scott. Siempre habrá espacio para productos que se apoyen en los tópicos y convenciones de la ciencia ficción para articular mensajes que apelen al público de hoy. Pero ello exige encanto, sentido de lo maravilloso y algún giro novedoso en algún punto que aporte un factor diferencial. Esta serie no reúne esas características que podrían redimirla y –siempre en mi opinión– sus virtudes no compensan sus carencias.

WarnerMedia anunció que Raised by Wolves se renovaría para una segunda temporada. Lo cual puede no ser suficiente. Guzikowski afirmó en una entrevista que sus planes actuales abarcan nada menos que cinco o seis temporadas.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".