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«Regreso al planeta de los simios» (1970), de Ted Post

El éxito de El Planeta de los Simios había sido colosal, por lo que lo último en lo que pensaban los ejecutivos de la Fox era matar a la gallina de los huevos de oro. Exigieron una secuela. Hoy estamos acostumbrados a ellas, pero en aquellos años eran una rareza incluso en los casos que hoy nos podrían parecer obvios.

La película contaba una historia completa y su final parecía cerrar la posibilidad de una continuación. Sin embargo, el público quería más, y Richard Zanuck estaba dispuesto a complacerles. Exigió a los productores que encontraran la forma de superar la apocalíptica imagen final.

Presionado por el estudio, Arthur P. Jacobs recurrió a las mentes que habían aportado el sustento conceptual básico de la primera película: Rod Serling y Pierre Boulle. Durante meses, ambos aportaron una amplia gama de ideas, entre ellas una historia en la que Taylor y Nova descubrían una civilización de humanos perdida en la jungla y encabezaban una rebelión contra los simios. Todas fueron rechazadas. Ninguna parecía capaz de situarse a la altura de la primera película.

La solución la hallaron en Gran Bretaña. Paul Dehn era un poeta y guionista especializado en películas de suspense como El espía que surgió del frío o Goldfinger de la saga Bond. Aquel mismo año 1968, envió un borrador de guión que contenía varias ideas que acabaron en la película final (y otras que no, como el nacimiento de un niño híbrido, mitad simio y mitad humano, figura que el estudio consideró demasiado delicada y susceptible de arrebatar la calificación “para todos los públicos”). En cualquier caso, Dehn no sólo firmó lo que se convertiría en el guión definitivo de Regreso al Planeta de los Simios (1970), sino que se convertiría en la fuerza creativa del resto de la saga.

Dado que Franklin Schaffner se encontraba comprometido en otro proyecto, se contrató como director a Ted Post, un veterano del cine y la televisión. Éste, no obstante, estuvo a punto de dimitir cuando se enteró de que Charlton Heston, el pilar sobre el que se había sostenido la primera película, no iba a participar.

Heston estaba lejos de sentirse entusiasmado con la idea de una secuela y no tenia interés alguno en estar en ella. Sin embargo, no era un desagradecido y sabía muy bien que las recompensas –económicas y artísticas‒ que había obtenido de El Planeta de los Simios se las debía al responsable del único estudio que había confiado en el proyecto: Richard Zanuck. Así que accedió a participar en la nueva película siempre y cuando su personaje muriera en la primera escena. Tras un tira y afloja, se negoció que Taylor, efectivamente, desaparecería al comienzo del film y volvería a aparecer, ya para morir, al final.

Aun con el nombre de Heston en los créditos, Ted Post no lo iba a tener ni mucho menos fácil. La Fox había patinado estrepitosamente con una serie de musicales de gran presupuesto (Hello DollyEl extravagante Dr. DoolitleLa estrella) y su situación financiera distaba de ser boyante. En consecuencia, el presupuesto asignado a Regreso al Planeta de los Simiosse vio forzosamente recortado. Con 2.5 millones de euros, la mitad del presupuesto de la primera película, la secuela comenzó a rodarse en febrero de 1969.

La historia arrancaba en el punto exacto donde finalizabala primera película. Taylor se adentraba con Nova (Linda Harrison) en la Zona Prohibida. Tras presenciar una serie de extraños fenómenos, Taylor desaparecía misteriosamente. A continuación, se presentaba un nuevo astronauta, Brent (James Franciscus) que, como Taylor, se estrellaba en el planeta en el curso de una misión cuyo objetivo era averiguar el destino de sus predecesores.

Cuando Brent encuentra a Nova, se da cuenta de que ella conoce a Taylor y, por tanto, puede indicarle su paradero. Finalmente lo encuentra, pero no sin antes conocer a Cornelius y Zira y ser hecho prisionero por una raza de mutantes telépatas afectados por la radiación. Esos humanos moraban en las ruinas subterráneas de lo que una vez fue la Nueva York del siglo XX. En esas cavernas adoran a una bomba nuclear como si de un dios se tratase. Los simios invaden la ciudad y se entabla una batalla entre la inteligencia y la fuerza bruta que conduce a un apocalíptico final que parecía poner intencionadamente punto y final a cualquier posibilidad de continuar la saga.

Regreso al Planeta de los Simios arranca como una copia de su predecesora: un astronauta naufragado que encuentra una extraña civilización, se convierte en fugitivo y descubre que ha llegado al futuro de la Tierra. La dirección de Ted Post está poco inspirada y sus escenas de acción no alcanzan ni de lejos el dramatismo de las de Franklin Schaffner. Tampoco los diálogos tienen la chispa de los firmados por Rod Serling y Michael G.Wilson para la primera película.

Es en la segunda parte cuando el film se atreve a tomar una dirección original, llevando a la pareja protagonista a un ambiente subterráneo con cualidades casi oníricas. El encuentro de Brent con los telépatas es ejemplar en su modo de representar la inferioridad de un hombre normal frente a aquellos dotados de poderes mentales, y Ted Post lo lleva a cabo de una forma intachablemente sencilla: sólo James Franciscus habla, respondiendo a unos pensamientos que únicamente él oye. La revelación de los auténticos y horrendos rostros de los mutantes corroídos por la radiación es igualmente memorable.

Dehn estaba obsesionado por los temas apocalípticos y el acechante espectro de la aniquilación nuclear y vertió esas ansiedades en la película. Conscientemente o no, su guión remitía a la historia de viaje temporal definitiva, La Máquina del Tiempo: un hombre de nuestra época (en este caso Brent) alcanza un futuro lejano para encontrar lo que queda de vida inteligente dividida en dos facciones encontradas que moran en niveles diferentes: la superficie (los simios) y el mundo subterráneo (los humanos mutantes).

Como su predecesora y sucesoras, Regreso al Planeta de los Simios ofrecía una reflexión sobre los turbulentos años sesenta y primeros setenta. Ciertamente, el temor nuclear de Dehn parece algo desfasado en un mundo en el que la contaminación medioambiental, la superpoblación y la desestabilización civil parecían ya amenazas más tangibles que la radiación, escenarios que llevaban años siendo asumidos por la ciencia ficción literaria. Más actual resultaba la nada sutil crítica a la intervención norteamericana en Vietnam, representada por el ejército gorila que, desoyendo las protestas de los pacifistas chimpancés, lanzan un ataque no provocado contra los humanos

La película discurre bajo la forma de una oscura sátira que alcanza su clímax más siniestro en los cánticos atonales que los mutantes dedican a su bomba. Y aunque toda la cinta ejerce una cierta fascinación malsana, no consigue mantener el pulso de la primera entrega. James Franciscus era una versión descafeinada del cínico y endurecido Heston, y su elección pareció obedecer más a su parecido físico con éste que a otras consideraciones. Por otra parte, la ilusión de semejanza entre ambos se disipa en cuanto comparten escena. McDowall, entonces dirigiendo una película en Escocia, no pudo participar y su personaje Cornelius fue interpretado por un menos inspirado David Watson.

En un intento de superar el impacto de la escena final de El Planeta de los Simios, los productores decidieron enterrar toda la ciudad de Nueva York. Las impresionantes pinturas mate a base de fotografías retocadas que recreaban los restos de la antaño gran ciudad de Nueva York eran impresionantes (si bien los actuales residentes se sorprenderían al ver sus principales hitos colocados unos al lado de los otros). Fue un efecto que salió barato y resultó efectivo, pero la falta de presupuesto quedaba patente en otros aspectos igualmente llamativos, especialmente en el maquillaje de los monos: la mayor parte de los extras llevaban simples caretas, mientras que el maquillaje integral que tan buenos resultados había dado un par de años antes se restringió a los primeros planos. Además, se volvió a utilizar, casi sin tocarla, la ciudad de los simios construida hacía unos meses en el rancho de la Fox y se reciclaron decorados utilizados en la reciente Hello Dolly.

El nihilista final –sugerido por un Heston deseoso de cortar la posibilidad de ulteriores sagas‒, en el que un Taylor moribundo prefiere desatar el infierno nuclear antes de permitir que las dos enloquecidas civilizaciones, simios y humanos, pervivan, podría haber tenido fuerza, pero resulta tan abrupto y torpemente orquestado que deja al espectador oscilando entre la confusión y la risa.

La película se estrenó en mayo de 1970 y en esta ocasión la crítica no fue tan amable con ella. Al fin y al cabo, la sorpresa de la primera parte era imposible de replicar. Sin embargo, el éxito de taquilla fue indiscutible: la recaudación quintuplicó la inversión realizada.

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Imágenes y logotipos de la saga clásica © APJAC Productions, Twentieth Century Fox Film Corporation, Twentieth Century Fox Home Entertainment.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".