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¿Quién teme a Carlos Marx?

Cuando ciertas palabras se utilizan con leve facilidad, acaban por no significar nada. Esto ha ocurrido a uno de los pensadores más consistentes y contradictorios del siglo XIX, Carlos Marx. Repasando la cuestión, se puede leer a Hannah Arendt en sus “Ensayos de comprensión” Pensar sin asideros. Volumen I 1953-1975 (traducción de Roberto Ramos Fontecoba de la edición hecha por Jerome Kohn, Página Indómita, Barcelona, 2019, 433 páginas). En ellos, especialmente donde estudia el vínculo de Marx con ciertas tradiciones del pensamiento occidental, se puede repasar aseadamente lo que corresponde entender por marxismo, por textos marxianos y por actualidad /perención de una obra compleja, extensa y no siempre coherente.

Arendt aconseja huir de las alabanzas y denuestos distribuidos a propósito de Marx. No fue un profeta omnipotente que cerró el horizonte intelectual de nuestro tiempo, ni tampoco un antecesor ideológico de la dictadura soviética y sus imitadores. En este sentido, el marxismo usado como moneda de cambio es un obstáculo para entender a Marx.

El escritor no fue un rupturista filosófico, sino un continuador de la concepción occidental de la sociedad que se remonta a Aristóteles. En este campo lo sitúa Arendt como un antropólogo –el hombre se define como trabajador– y como filósofo de la historia –el proceso histórico es esencialmente violento y lo es en especial por la lucha de clases–. Políticamente, su traducción es la transformación de la sociedad capitalista en socialista: no hay clases, gobernantes ni gobernados y el Estado se reduce a ser la administración.

En estos incisos Arendt señala las limitaciones y anacronías de Marx. En una sociedad radicalmente igualitaria, en la cual todos son por igual trabajadores y nadie es libre si somete a un semejante, la paradoja es que nadie tendrá el derecho a ser libre. Aparte de que es difícil imaginar una sociedad autoadministrada, sin división del trabajo, donde todo el mundo puede ser pescador por la mañana, violinista por la tarde y biólogo al día siguiente, está la áspera cuestión de que exista sin Estado pero con administradores.

Desde luego, aquí Marx, aunque sin quererlo, se adelanta a un proceso típico del siglo XX: la burocratización del mundo y la aparición de los gerentes como una nueva clase dominante. En esto han coincidido los totalitarismos de modelo soviético y el orbe capitalista trasnacional, la cibertecnocracia y los fondos de inversión que hoy dan vuelta al planeta. Involuntariamente y aún violando su esquema de las clases en lucha –proletariado contra burguesía–, Marx abre un espacio donde situar el siglo XX. Marxistas como Lenin, Rizzi y Burnham, cada cual con su manual de instrucciones, lo han hecho. Stalin lo convirtió en un sistema totalitario de corte burocrático, mostrando cómo puede haber una clase dominante que no fuera propietaria privada a título individual sino colectivo, una nomeklatura en cuyas manos estuvieran la economía, la administración pública, el partido único y el ejército.

En el otro extremo, Arendt sitúa a Marx en un lugar que el propio Marx intentó eludir con cierta fobia: la utopía. Su sociedad sin división del trabajo, donde libertad y necesidad se armonizan y todo el mundo hace libremente lo que quiere sin avasallar a nadie, es una suerte de Reino de la Cucaña que bien podría suscribir cualquier utopista romántico de los que Marx dijo sapos y culebras.

En un punto medio está la igualdad prácticamente establecida en una especie tan poco igualitaria como la humana, forjada por la naturaleza. En ese punto ha habido marxistas que intentaron otra armonización: unir el Estado de derecho liberal con el Estado de bienestar socializado. En eso estamos en esta Europa tan jaqueada por sus vicios como por sus virtudes. Lo mismo que le ocurre al Carlos Marx de Hannah Arendt. ¿Quién lo teme? Quien lo invoca sin conocerlo.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")