Allá por los años sesenta del pasado siglo, los sociólogos pusieron en circulación la fórmula de la muchedumbre solitaria. Evoco el hecho como evoco mi juventud de entonces y la frase de Baudelaire que proponía al verdadero artista sentirse a solas en medio de la muchedumbre.
La diferencia consistía y consiste en que Baudelaire propiciaba una minoría de solitarios en medio de la multitud, necesariamente mayoritaria. Los sociólogos, en cambio, generalizaban el fenómeno. Con todo, creo que eso de la muchedumbre solitaria me sonaba a lo que un retórico denominaría oxímoron: un adjetivo que contradice las cualidades esenciales del sustantivo al cual adjetiva: fuego helado, hielo ardiente.
Tal vez la consecuencia lógica o el hecho causal fuera algo anterior: la sociedad de clases se estaba transformando en sociedad de masas, lo cual afectaba a la constitución identitaria del sujeto. En una sociedad de clases, el sujeto se identifica a partir de su nacimiento en un medio clasista determinado: obrero manual, funcionario, propietario rural, burgués financista, etc. En la sociedad de masas no es que esas diferencias no existan sino que no son constitutivas de la identidad, la cual es sostenida por capas más profundas que las sociales: la raza, la nación, lo misteriosamente sagrado. La industria cultural les proporciona una síntesis funcional: el fútbol.
¿Por qué la muchedumbre en la sociedad de masas es solitaria? La explicación más obvia es porque sus discursos antes sectoriales han sido homologados por la voz del conductor o de los medios masivos de comunicación. Ambos fenómenos se juntan en el cine, la radio, la televisión, las redes sociales. Pero subsiste el tema de la soledad.
Me inclino a pensar desde el oxímoron. La sociedad de masas es la que no deja nunca solo al sujeto sino que le sirve un modelo de comunicación prefabricado que lo guía en la maraña de relaciones del mundo actual.
En los transportes públicos la mayoría está escuchando su iPhone. Al llegar al bar se encuentra con el televisor. Lo mismo si tiene que hacer tiempo en una sala de espera o al quedarse solo en la sala familiar o con el grupo de familia enmudecido ante el televisor. En el ascensor se oye el hilo musical que se prolonga en el supermercado y sirve de fondo a los programas orales de la radio y la televisión como advirtiendo al que habla que Alguien lo escucha. A cada rato el teléfono nos envía mensajes de voz o letra impresa con ofertas de compra. Trenes de largo recorrido y aviones nos proponen pantallas por donde circulan historias y anuncios. Lo dicho: tú, sujeto de la muchedumbre solitaria, ya nunca más te quedarás solo aunque nunca más has de saber quién te hace compañía.
Imagen superior: Pixabay.
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