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Jonathan Tetelman Arias

Pinacoteca canora: Jonathan Tetelman

Las primeras noticias acerca de este joven cantante pudieron llegar a través de un medio de latente actualidad: las redes sociales. Se le vio fotografiado junto a la bellísima e interesante soprano letona Kristine Opolais. Formaban, sin entrar en mayores precisiones, una seductora pareja, en insinuante complicidad.

Pronto se despejó la duda en torno al acompañante de la soprano: un tenor, nacido en Chile pero adoptado por una familia norteamericana, que se estaba abriendo camino en el mundo de la ópera. De nombre, Jonathan Tetelman.

Tras sus estudios en el país de adopción, Jonathan inició una actividad preferentemente europea que enseguida se comprobó que iba a ser lisonjera. Poseía una buena voz, de agradable colorido dorado y sabía utilizarla con cuidadosa musicalidad, al mismo tiempo que era capaz de dotarla de intenciones. Por si fuera poco su indudable presencia física, acorde con los personajes amorosos a representar, completaban sus recursos. Hasta el punto de dar un paso definitivo que supuso el contrato discográfico firmado por la Deutsche Grammophon, mientras que su sello “hermano” en la Universal apuesta por otro tenor, el anglo italiano Freddie de Tommaso.

De Tetelman el primer resultado de su trabajo con el sello amarillo es el cedé con el que va a ocupar en la pinacoteca presente: Arias.

En su espacio dentro de la sala destinada a los más jóvenes. Tetelman cumplirá sus 35 en el año en curso. Así pues, con un físico extraordinario por virilidad, estatura y rasgos faciales, a lo actor cinematográfico “clásico” (a lo Ronald Colman de joven), no hay duda que estas características algo anómalas para un tenor “tradicional” le sirvieron para dar pasos de gigante en su profesión. Pero hay algo más y esto la ha demuestra en este disco: una sólida preparación unida a unas intenciones en la expresión bien asimiladas y traducidas.

En el programa propuesto recuerda sus iniciales pasos en la escena (Pinkerton, Loris Ipanoff o Werther) y avanza hacia otro repertorio más exigido o spinto, aunque en algunos casos haya elegido el momento más lírico asociado a esos personajes.

El disco fue grabado en Las Palmas de Gran Canaria, en el Auditorio que lleva el nombre del insigne Alfredo Kraus, y con la orquesta Filarmónica de Gran Canaria bajo el experto mando del gibraltareño Karel Mark Chichon que, escrito sea de paso, es en marido de otra cantante letona Elina Garanča. Se realizó entre los meses de octubre y noviembre de 2021 y su productor es Jakob Händel, quien también produce los trabajos discográficos del contratenor polaco, bien de moda actualmente, Jakub Józef Orliński.

Producción muy cuidada puesto que, en el lugar requerido aparece el coro Capella Cracoviensis y otros solistas para que el fragmento adquiera su completo valor. Tales son las muy dignas asistencias de la soprano Vida Miknevičiüte (Francesca de Rimini, Leonora verdiana), José Simerilla Romero (Ruiz) y Magdalena Lukawska (Mamma Lucia).

Entra Tetelman en materia con el Cielo e mar del ponchielliano Enzo Grimaldo, aria y entidad estrenada por el mítico Julián Gayarre. En un momento lírico, reflexivo en una parte dominada por tenores con tendencia de spinto, o sea, de fuerza. Y a tal tipo vocal suele ser encomendado probablemente para que no se achique ante la robustez de soprano (Gioconda) o la estatura de la mezzo (Laura), cuando Gayarre era un cantante de agudos, eso sí, pero más bien de corte lírico. Un poco se supone (no ha dejado ningún registro como se sabe aunque se especule con lo contrario pero celosamente oculto en poder privado) a lo Alfredo Kraus. Ambos compartieron los donizettianos Fernando, Gennaro, Edgardo donde brillaron especialmente y, sin embargo, el canario jamás se plantearía hacer una Gioconda. Son cosas que pasan en la ópera.

Tetelman con sus dorados colores desarrolla la melodía, introduciendo algún que otro matiz en especial recurriendo a la mezzavoce a final de las frases, describiendo bien el entusiasmo creciente del marino ante la llegada de su amada con la que se ha citado en medio de esa laguna crepuscular que le excita.

El arioso de Loris Ipanoff en la Fedora de Giordano es favorito de los tenores aunque, extrañamente, no lo registrara quien lo estrenó, un jovencito Enrico Crauso. Tiene sus motivos: Amor ti vieta es una envolvente y cálida melodía que siempre encandila al oyente, se cante como se cante. Facilita al cantante el lucimiento de su registro central (la nota más alta es un la natural en T’amo). Un intérprete puede plantearlo de dos maneras: en tonos íntimos o en unos tonos más apasionados. Esto último es lo que, en general, Tetelman elige.

De Verdi nuestro cantante programa tres diversos momentos para tenores de diferente consideración: Jacopo Foscari que se pasa toda la partitura amargado por su injusto destino, el Don Alvaro evocador de una amor imposible acuciado asimismo por ese sino aciago y Manrico en su gran aria con cabaletta, la que atento espera el “gallinero” para comprobar la calidad y cantidad de su agudo conclusivo.

Las dos primeras páginas permiten dar relieve a esa citada situación dolorosa, aunque los recursos vocales convocados no sean del todo parecidos. Ambos son puestos a punto por Tetelman. Pese a que como el Foscari hijo parezca sentirse más a gusto que como el indiano Don Alvaro.

En la última, la del Trovatore, tras la declaración más o menos explícita de sus sentimientos hacia Leonora, el tenor aprovecha la oportunidad de exhibición de recursos (extensión, fiato) en la famosa (y siempre temida) Di quella pira. Tetelman mantiene la nota aguda, a la manera de Roberto Alagna en su grabación completa de 2001, hasta casi el último acorde la orquesta (le gana en duración el colega francés). Nota no escrita pero que fue aceptada por el propio Verdi ya que fue uso y costumbre desde el estreno de la obra. Con este alarde que algunos directores no permiten (Riccardo Muti) cierra el tenor el disco, consiguiendo el esperado asombro del oyente.

Tetelman, no obstante, cuenta con una voz cuyos medios parecen más adaptado al anterior adagio de Manrico, un muy bien desplegado Ah, si ben mio, con una voz que adquiere unos tonos algo más oscuros que los áureos usados en otros momentos.

Momentos anteriores a este remate, en el corte 4, acude el tenor a otra página a menudo en atriles tenoriles desde que el ciado Caruso (siempre en su traducción italiana) la considerara a principios del pasado siglo y que mantiene esa ópera (realmente preciosa) en el recuerdo del aficionado. El aria de Lionel de Martha de Flotow, el bonito y hasta elegante M’appari tutto amor que Tetelman resuelve con particular eficacia.

El Don José bizetiano, un su aria llamada de la flor viene planteada con enorme inteligencia. La inicia a media voz; a medid que avanza la declaración de sentimientos va ganando cuerpo volumen y entusiasmo el intérprete para redondearla con un si bemol morendo, tal como actualmente se empeñan en hacer la mayoría de los más cuidadosos y exigentes tenores. Consigue Tetelman dar a todo ello una unidad interesante.

Otro fragmento francés corresponde a la popularísima canción de Ossian del Werther massenetiano. Tetelman no tiene problemas para lograr una lectura aceptable, matizando donde debe y soltando la voz donde corresponde, en la línea de sus mejores traductores.

Semejante niveles canoros pone en juego seguidamente en la bellísima declaración de Maurizio en la exquisita partitura de Cilea Adriana Lecouvreur. Sin duda, Tetelman define la categoría seductora del personaje, engatusando y manipulando en este caso a la actriz (proclive a ello por lo demás) como luego hará con la aristócrata en L’anima ho stanca (no incluida en el recital). La larga frase de una aliento canoro arqueado adquiere su certero valor en boca de Tetelman. Esta Le dolcissime effigie, atacada y seguida de una suavidad acariciante la va manteniendo hasta que en Maurizio de Sajonia sale a la luz su otro lado, el del militar aguerrido. Una lectura de un aliento vocal importante que traduce fielmente el texto y sus notas y que puede recordar a la realizada una década atrás por Jonas Kaufmann.

El poeta francés que protagoniza la obra de Giordano Andrea Chénier cuenta con varios y muy lucidos instantes solistas en sus cuatro actos. Desde el Improvisso del primero, el más dilatado, hasta el recogido y poético del cuarto: Come un bel dì di maggio, el elegido por Tetelman. De nuevo el intérprete da contenido al texto y valor a las notas, marcando claramente el crescendo entusiasta del poeta.

Tras este verismo “aristocrático” pasa Tetelman al más plebeyo y representativo, el del Turiddu de Mascagni: el de su despedida a la madre. Una ejecución límpida porque aparece descrito sin dificultad el estado de ánimo del siciliano con sus premoniciones ante su sacrificada “rústica caballerosidad”.

Es extraño que de Puccini Tetelman no se midiera con Cavaradossi y su E ucevan le stelle o el Che gélida manina de Rodolfo. O el ya inevitable Nessun dorma de Calaf. En su lugar prefirió el aria del acto último de Pinkerton de la Butterfly, quizás por estar familiarizado con ella. Sin problemas de exposición, cómodo en la tesitura, seguro en las intenciones.

Algunos tenores del injustamente poco atendido Riccardo Zandonai lo recuerdan por su expresivo soliloquio Giuietta son io de su Giulietta e Romeo. Una parte estrenada en 1922 en Roma con Gilda dalla Rizza y Miguel Fleta.

En su lugar, Tetelman acude a un fragmento del acto II de Francesca da Rimini quizás porque dentro de él aparece un dulcísimo cantable Inghirlanzata di iolette. Obra de un recitato melódico continuo y a menudo de extraordinario melodismo encuentra en el tenor un ejecutor detallado y certero apropiado al bello y sensible Paolo.

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Imagen superior © Ben Wolf. Deutsche Grammophon.

Copyright del artículo © Fernando Fraga. Reservados todos los derechos.

Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).