Hablando de lo humano y lo subhumano con mi amigo Santiago Sequeiros esta semana en Madrid, volvió a demostrarme que me conoce como si me hubiera parido: le comenté que estaba por la mitad de Una canción de hielo y fuego (cuya adaptación televisiva nos dejara tibios y descabalgados a ambos) y los sentimientos encontrados que su lectura en inglés despertaba en mí… Que los personajes reaccionaban con eficacia de mecánica telefílmica, pero que el autor, George R.R. Martin, realizaba a la vez portentosas descripciones, derrochando habilidad ¡y concisión! para hacernos evocar un mundo medieval con ribetes fantásticos… Y, sin embargo, pese a todo, no me sentía capaz de afirmar que era un gran autor.
‒Eso es porque es muy popular y todo el mundo lo reverencia ‒me atajó Santi‒. Si fuese un autor desconocido, hablarías maravillas de él.
‒Desconocido no… olvidado, sí ‒concedí a regañadientes, disimulando que su comentario me había pillado por sorpresa y escocido por su precisión… pero era la absoluta realidad.
Esto es lo que pasa cuando conversas con un amigo que conoce todos tus pliegues: que deja a la vista todas tus hipocresías.
Incluso aquellas de las que, por el mucho uso, tú mismo te habías olvidado…
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