Muchos de los problemas a los que hoy debemos enfrentarnos dependen de una compleja adaptación a la tecnología digital. Por ejemplo, es cierto que la posverdad ‒un eufemismo de lo que viene a ser la mentira a secas‒ prolifera gracias a las redes sociales. Sin embargo, sus efectos son, poco más o menos, los mismos que causaban las «falsas nuevas y nuevas mentirosas» denunciadas por nuestros antepasados en el siglo XVI.
¿Por qué de pronto esta afición a la falsedad, nos preguntamos? Las hipótesis son variadas. Una explicación telegráfica nos llevaría a pensar en ese tipo de usuario que, como decía Umberto Eco, ha descubierto que el trino universal de Twitter podría sustituir a la democracia representativa. Internet, escribe Eco, permite a cada uno de nosotros construirse «su libre y personal sistema de creencias, nociones y valores, en el que pueden concurrir, como sucede en la mente de muchos seres humanos, tanto la idea de que el agua es H2O como la de que el Sol gira alrededor de la Tierra».
Podemos empeorar esta costumbre hasta convertirla en tragedia. Es más: esa tendencia posmoderna a reforzar los sesgos cognitivos nos lleva a relativizar absolutamente todo, de suerte que ni siquiera la evidencia conmueve a quien esgrime sus creencias como si estas fueran el resultado de una prueba científica.
Mentir o vender paparruchas a quien tiene un prejuicio adquirido es fácil, porque a la hora de valorar una información, siempre se comportará de manera dogmática, aceptando aquello que se acomode a su visión del mundo. Que ese relato sea verdadero será un matiz secundario y flexible.
Lee McIntyre estudia y explica de manera ejemplar este fenómeno. En su extraordinario libro, se pregunta qué fenómenos psicológicos justifican la viralización de la mentira, y a continuación, detalla sus consecuencias en ámbitos como el periodismo, la ciencia o la política.
De forma minuciosa, McIntyre explora tanto los caracteres distintivos de esta epidemia como sus efectos marginales. Cuando entra en juego la relatividad de los valores, convertimos un rumor en un hecho consumado, y por consiguiente, decidimos que nuestra opinión no requiere que contrastemos evidencias.
¿Significa eso que no hay remedio para la posverdad? Desde luego que no, pero el autor deja claro que ello dependerá, en primer lugar, de nosotros mismos. Primera solución, y la más obvia: sin cierto grado de prudencia, desconfianza y escepticismo, la navegación por el océano digital nos llevará, inexorablemente, a aceptar gato por liebre.
Hay muchas razones para leer este libro, pero la más evidente es que incluye más de una vacuna intelectual frente a este lamentable fenómeno que es el entusiasmo global ante la mentira.
Sinopsis
«Posverdad» se define en el Diccionario de la Lengua Española como «distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales». En su versión inglesa (post-truth), el término se utilizó por vez primera en 1992, en el contexto de unas reflexiones críticas sobre célebres escándalos de las presidencias de Nixon y Reagan, y alcanzó su cenit en 2016, cuando coincidiendo con el Brexit y la victoria de Trump, el diccionario de Oxford lo consagró como «palabra del año».
Este libro trata de explicar cómo es posible que nos encontremos una situación en la que los «hechos alternativos» reemplacen a los hechos genuinos y los sentimientos tengan más peso que las evidencias palmarias. Para ello, el autor rastrea los orígenes del fenómeno hasta la década de los 50, cuando las tabacaleras estadounidenses conspiraron para ocultar los efectos cancerígenos del tabaco y se gestó la hoja de ruta del «negacionismo científico», cuyos hitos más conocidos son la puesta en cuestión del «evolucionismo» o la negación de la influencia humana en el «cambio climático». Se estudian también desde el punto de vista de la psicología empírica los «sesgos cognitivos» y «de confirmación» que fomentan la credulidad del público para las más extravagantes supercherías y se analiza el papel de los «media» en su difusión, poniendo especial énfasis en la bochornosa subordinación a la política de la ética periodística.
Lee McIntyre es miembro investigador del Center for Philosophy and History of Science de la Universidad de Boston y profesor de Ética en la Universidad de Harvard. Es autor del libro Dark Ages: The Case for a Science of Human Behavior (MIT Press).
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.
Copyright de imágenes y sinopsis © Cátedra. Reservados todos los derechos.