Chantal Mouffe es una de los ideólogas del populismo junto con Ernesto Laclau. Ha sido invocada por los kirchneristas argentinos, los chavistas venezolanos y los primeros tiempos del Podemos español.
El populismo de Laclau es una categoría bastante líquida, a la altura de estos tiempos igualmente líquidos, como quiere Baumann. Dice estar fuera de la antinomia izquierda/derecha y no ser una ideología sino una nueva manera de hacer política que resulta enigmáticamente pospolítica.
Se trata de establecer otra antinomia entre los de arriba y los de abajo, que son el pueblo, en tanto aquéllos son la élite. El pueblo recobra su perdido poder, ahora en manos de las élites políticas, y enfrenta al capitalismo neoliberal financiero y globalizador.
Los de abajo es el título de la quizá más potente novela de la revolución mexicana, escrita por un médico, Mariano Azuela. Es una crítica a la revolución, que es una sublevación de los de abajo, generadora de caudillismos que se apoderan de los sitios abandonados del poder tradicional para establecer su propio poderío, mientras los de abajo siguen estando abajo. Es la revolución histórica en el sentido marxista de la palabra, una sustitución de la clase dominante caduca por una clase dominante modernizadora.
En efecto, la revolución mexicana, que empezó careciendo de fórmulas ideológicas, generó una multitud de caudillajes que se militarizaron y acabaron creando una élite armada que enfrentó a sus dirigentes durante dos décadas hasta crear el sistema del maximato en los años treinta del pasado siglo. Quedaron por el camino los generales Huerta, Obregón y Calles para dar paso a Lázaro Cárdenas. De algún modo, repitieron los procesos de la república romana y la revolución francesa: el primer aspirante a emperador fue Julio César, tribuno de la plebe, y el emperador de Francia, un general plebeyo de apellido Bonaparte.
Dar empuje o empoderamiento al pueblo para luchar contra el capital financiero internacional también fue un lema de los bonapartismos del siglo XX, el de Mussolini, Hitler y Perón. Uno de los puntos fundacionales de la Falange Española era, justamente, la nacionalización de la banca.
Pueblo, sí, política no. Esto queda claro: la política desvirtúa la democracia liberal y la somete a las oligarquías del dinero apátrida. Ahora bien: ¿por qué Mouffe se desmarca de los populismos de derecha y defiende la igualdad y la justicia social si dice que no tiene ideología y que le gustaría, entonces, un populismo de izquierdas? ¿Acaso el de Lenin, que fue populista ruso (narodniki), antiguo seguidor de Sorel lo mismo que Mussolini que, según propias afirmaciones, admiraba a Lenin? No es el menor enigma populista.
El planteamiento Laclau–Mouffe parte de una premisa falsa. La derecha ha sido liberal y la izquierda, democrática. No es así. La diferencia entre conservadores y liberales ha sido, tradicionalmente, la que hay entre proteccionistas y librecambistas. Además, los liberales fueron los defensores del Estado constitucional frente al absolutismo, los propulsores de la igualdad cívica del voto finalmente universal. Las izquierdas, también tradicionalmente, se inclinaron por la revolución y no por la democracia. De todo este complejo de ideas se llega a una solución transaccional: un Estado social de derecho, donde izquierdas y derechas se someten al juego de elecciones libres y libertades públicas para promover un régimen social donde los de abajo tengan asegurada una mínima decorosa subsistencia.
Perón, en sus buenos tiempos doctrinales, sostuvo que el peronismo o, como él lo llamaba, el justicialismo, no se definía por ninguna tendencia porque las tendencias seccionan la voluntad popular y es el pueblo unido en torno al líder quien debe mantenerse unido para poder vencer a sus enemigos, los oligarcas del capital financiero apátrida. El pueblo, desde luego, es siempre el pueblo de la nación. El movimiento que lo empodera ha de ser único, íntegro, lo mismo que la nación, y adoptar soluciones de centro, izquierda o derecha conforme a las circunstancias. Esto explica la perplejidad de tantos observadores europeos del peronismo, que no encaja en ninguno de los moldes tradicionales del viejo continente y, desde luego, sí en el vago populismo de Laclau y Mouffe.
Entonces: si los populistas son la izquierda que se ignora o no se atreve a decir su nombre, proponiendo “una nueva manera de hacer las cosas” ¿para qué tanta pospolítica? O bien estamos ante una chapuza intelectual o ante una máscara que oculta el rostro que, convenientemente, no quiere que se conozca.
Definirse es cosa de giles (pardillos). Lo dijo Perón, que de esto supo mucha más que sus seguidores, que tampoco se atreven, muchas veces, a invocarlo.
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