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Pinacoteca canora: Plácido Domingo

El tenor madrileño, hispano-mexicano para más certera consideración, Plácido Domingo Embil, necesitaría no sólo una sala especial en esta pinacoteca sonora sino un museo al completo. Es el cantante más longevo de la historia, aún en activo ahora como barítono y con el repertorio más extenso que se haya podido interpretar. Ha batido todos los records posibles e imposibles.

Superando holgadamente el centenar de títulos, ha cantado óperas en italiano, francés, alemán, ruso, español e inglés, además de zarzuela, comedia musical, obras de contenido sacro y canciones populares de todo tipo en una actividad iniciada, oficialmente, en 1959. Exhibiéndose en escenarios de todo el mundo o en espacios al aire libre, así como en programas televisivos y realizaciones cinematográficas y cualquier otro imaginable o susceptible de poder acogerlo. Es el tenor que en mayores oportunidades inauguró temporadas del Metropolitan neoyorkino, superado con creces a quien lo hiciera anteriormente: Enrico Caruso. En definitiva: no tiene rival en la profesión y, seguramente, jamás habrá quien lo iguale y menos supere. En definitiva, es el tenor que ha cantado (o canta) con sopranos y demás colegas de tres generaciones.

Su tarea tenoril no agota su relación con la música: como director orquestal ha sido el primer español en trabajar en el festival wagneriano de Bayreuth, extendiendo sus inquietudes musicales a l docencia y promoviendo un concurso de canto desde 1993, Operalia, del que han surgido una falange de importantísimos cantantes que luego han disfrutado o siguen disfrutando de excelentes carreras más allá del simple premio conseguido en el certamen. Baste de ejemplo recordar a los primeros galardonados hace treinta años en el Garnier parisino fueron las sopranos Inva Mula (esta parece activa en menos medida), Nina Stemme y Ainhoa Arteta y el bajo Kwangchul Youn.

Las circunstancias personales por lo que está pasando actualmente Domingo, aunque hayan afectado intermitente o esporádicamente y, pese a que continúen vigentes en algunos espacios, no pueden (o no deberían) ofuscar esa extraordinaria trayectoria que le ha colocado, indudablemente, como en la figura operística más destacada de los últimos cincuenta años.

Las cualidades que han llevado a Domingo a tal estrellato pasan por la belleza v/o luminosidad vocales, la preparación musical, la fuerza de voluntad y la ambición artística. Su favorecedor físico a partir de una estatura holgada (el tenor estándar solía ser más bien bajito), un especial carisma escénico y su enorme talento actoral sumaron más méritos. Todo ello junto a una salud de hierro, una vitalidad asombrosa y una adicción al trabajo inagotable completaron semejante milagro.

Su discografía y videografía está acorde con esta desenfrenada actividad, superando a quien se atreviera a igualarlo haciendo difícil la elección para representar tamaña personalidad en este museo.

Finalmente ha sido fácil: su primer recital grabado en 1968, aunque en vivo existan documentos previos desde 1961, incluyendo una primeriza participación, como acompañante del padre de la heroína (Evangelina Elizondo) en la versión castellana y mexicana de My Fair Lady.

El recital elegido, pasado del LP a CD en 1999, fue denominado Romantic Arias, y se sitúa muy cercano a su debut madrileño en el Teatro de la Zarzuela (mayo de 1970) con La Gioconda de Ponchielli junto a Angeles Gulín, Peter Glossop, Ruggero Raimondi y Bianca Maria Casoni, bajo direcciones de Anton Guadagno (foso) y Antonello Madau Díaz (escena). Se da el caso de que ese mismo mes Luciano Pavarotti cantaba Rodolfo de La Bohème con Mirella Freni y Giuseppe Taddei en el mismo escenario.

Elegido por su significado histórico pero igualmente porque ya anunciaba lo que sería su trayectoria, puesto que el programa va del Barroco al Verismo o, por las obras elegidas, mejor habría que escribir Joven Escuela Italiana. Falta, claro está, repertorio contemporáneo pero era demasiado pronto para ello. Hay que recordar aquí que el tenor estrenó partituras como El poeta de Moreno Torroba, Goya de Menotti, El primer emperador de Tan Dun, Divinas palabras de García Abril, Il Postino de Daniel Catán y el delicioso pastiche barroco The enchanched Island de Jeremy Sams.

El primer impacto de escuchar al Domingo discográfico de aquellos años, según las referencias que el oyente de entonces podría encontrar entre los tenores italianos en activo, o sea, Mario del Monaco, Giuseppe di Stefano, Carlo Bergonzi, y Franco Corelli, de inmediato asoció su voz por colorido, anchura y temperamento al segundo de los citados: el familiarmente llamado Pippo. Pero pronto el madrileño se independizaría adquiriendo su propia individualidad.

El disco estaba producido por uno de los nombres más destacados de las grabaciones musicales clásicas del momento: Richard Mohr (1919-2002) que trabajó para el sello RCA durante más de tres décadas. El productor intuyó de inmediato la rentabilidad del cantante de quien produciría la mayoría de sus grabaciones para el sello norteamericano.

El registro se inicia con la primera intervención solista de Sesto en Giulio cesare de Haendel. Así se define al joven personaje dispuesto a vengar la muerte de su padre Pompeyo, decapitado por Tolomeo para congraciarse con los romanos y su paladín. Es un aria tripartita, la habitual, con dos secciones rápidas y una en medio de opuesto carácter.

Edward Downes al frente de la Royal Philharmonic impone un tempo algo lento en comparación con las lecturas, quizás para que resulte más cómoda para el solista. Un Domingo comodísimo en la tesitura centro-grave, con un timbre luminoso y muy bello, de tipo inmediatamente asociado al cantante mediterráneo. La tercera estrofa, o sea el da capo no hace variaciones salvo el remate con agudo no disfruta de las preceptivas variaciones, siendo extraño que dirigiendo Downes no se le hubiera indicado al tenor. Pese a ello se trata de una lectura disfrutable.

De Haendel a Mozart, la segunda aria ara de Don Ottavio, Il mio tesoro. Una interpretación completamente distinta a las que entonces circulaban de cantantes algo más ligeros. Domingo tiene recursos para sacar el momento con distinción y medios mucho más opulentos que os asociados al Don Ottavio tradicional: fiato para las frases más complicadas, saltos de octava seguros, musicalidad.

Il duca d’Alba fue una de las óperas francesas inconclusa. La completó años después de su muerte Matteo Salvi, en italiano. El aria permanecía desconocida y Domingo nos descubrió que se encuadraba dentro de la mejor vena melódica del compositor. Con ella entra Domingo en el repertorio belcantista romántico demostrando que en este territorio es capaz de defenderse con holgura. Es de admirar como cambia de talante expresivo en la reprise del tema principal, acudiendo a una media voz recurso que no mereció mucha atención por algunos detractores acusándole de falsete. No es para tanto: el timbre no pierde redondez ni color.

El tenor cantaría otras partes del músico más conocidas como Devereux (con Sills), Percy (con Suliotis), Edgardo y un vigoroso Nemorino.

Cambio rusco de con el aria de Eliazar en La Juive de Halévy, uno de los cortes más atractivos del disco. El tenor nunca cantó la obra al completo, por escasez de ocasiones o por respetar a uno de sus últimos y más grandes intérpretes: el inmenso Richard Tucker. Siempre con el fiel acompañamiento de Downes, y muy cómodo de tesitura Domingo realiza una ejecución importante, más íntima o reservada de que la que era una referencia: la grabada por Enrico Caruso en 1920 un año antes de morir.

El primer Verdi que se conoció, parcialmente de Domingo fue el Rodolfo de Luisa MiIller con si vibrante recitativo, ideal para el temperamento de Domingo, seguido de esa especie de nocturno sublime que el cantante asume con acentos de reflexiva y melancólica eficacia canora, en un crescendo dramático que la situación anímica del personaje permite.

De Verdi a Wagner, era inevitable: el hermosísimo relato de Lohengrin. En su momento sorprendió esa voz mediterránea, llena de luz y colores sin que el personaje perdiera valor y significado. Supuso un buen comienzo entre intérprete y compositor, posteriormente por un amplio abanico de entidades wagnerianas, algunas sólo para el disco pero todas importantes: Erik, Walther, Tannhäuser, Siegmund, Tristan, Parsifal. O sea, salvo el Siegfried (del que grabó fragmentos con Antonio Pappano) y Rienzi (del que grabó su plegaria) todo el Wagner tenoril a excepción del escasamente recordado de sus inicios compositivos. Fue, tras Victoria de los Ángeles, el español que cantó en el Festival de Bayreuth, donde llego a dirigir La Valchiria.

El verdiano, Gabriele Adorno del Simon Bocanegra, pese a integrar este inicial programa discográfico y grabarlo al completo en estudio en 1973, Domingo tardaría años en debutarlo en escena: fue en 1995 en el Met neoyorkino n la bellísima producción de Giancarlo del Monaco. Un apasionado personaje, tanto e en sus sentimientos amorosos como en sus inquietudes políticas, que cuadraba perfectamente con la personalidad de Domingo. Tal como pone en claro en su esta imponente página tenoril, tan diferentes estados anímicos. Otro de os más conseguidos momentos del disco.

De Chaikovsy Domingo cantó en varias ocasiones recitalísticas la preciosa y triste aria de Lensky en Eugenio Onegin tras incluirla en este registro. Vocalmente cómodo, sabe añadir la atmósfera nostálgica requerida. En escena nunca cantó esta parte. En su lugar fue el más intenso y exigido Hermann de La dama de picas, personaje muy acoplado sus medios y personalidad. Extrañamente nunca se oficializó, pese a hallarse captada en imágenes, su interpretación en el Metropolitan del año 199 en espléndida producción de Elijah Moshinsky. Tampoco se comercializó ninguna posterior en Los Angeles, Londres, Berlín y Madrid.

Es una opinión bastante generalizada que Domingo brillaba especialmente en territorio verista o aledaños. Aunque para el recital eligió un Puccini pre-verista poco habitual: el de Roberto de Le Villi, el de su aria que lleva ya el sello inconfundible del compositor. Torna a felici di, donde nostalgia, arrepentimiento y desolación se unen, ofreciendo al tenor una oportunidad de demostrar riqueza u variedad de acentos que parecen surgir con espontánea disposición de una voz de dorados reflejos. Una década más tarde registraría la obra al completo con la mejor compañera posible, Renata Scotto, y con una batuta pucciniana de nivel: Lorin Maazel. El Roberto de Domingo fue calificado de “óptimo”.

Mascagni no aparece tampoco en sus modales especialmente veristas como sería Silvano o el Turiddu de Cavalleria rusticana, partitura que el tenor grabó en estudio en tres ocasiones, con Obraztsova, Baltsa y Scotto, además de la filmación bellísima dirigida por Franco Zeffirelli de 1982. Se decantó por un Mascagni anti o post-verista, el de esa curiosa, simbólica y poética “japonería” de Iris. La canción seductora de Osaka, Apri la tua finestra, parece hecha a medida del cantante ofreciendo una lectura capaz de situarse entre las mejores que se han realizado. L voz parece sonar todavía más hermosa y rutilante que en precedentes interpretaciones.

Este juvenil recital lo clausura el tenor con la popularísima canción de Ossian del Werther de Massenet. Werther fue estrenado en alemán por el cantante de trayectoria bien wagneriana, Ernest van Dyck, en 1892, quien dejó, pero en francés, un valioso testimonio de esta página en 1903.

Werther fue un personaje que haría suyo Alfredo Kraus con su canto de señorial relieve. Domingo se desliza por la suave y delicada melodía con especial delectación y, si bien no diferencia la segunda estrofa de la primera como hacen algunos colegas (en especial Nicolai Gedda). En su lugar, le imprime una especial emoción al repetir el final Oh soufflé du printemps, logrando con ello un particular matiz expresivo enriqueciendo la situación interior de tan sensible joven. Domingo registró la obra en estudio en 1979 pero de dos años atrás se conserva en vivo una representación en la Ópera de Baviera donde, en compañía de Brigitte Fassbaender ofrecen ambos una vehemente interpretación, justamente en el dúo que sigue a esa canción seleccionada, de manera tan violenta que justifica la posterior decisión suicida del protagonista, Ayuda a todo ello el cooperante apoyo de Jesús López Cobos.

Al trasladarse este registro del LP original al soporte cedé, el sello RCA añadió otras grabaciones posteriores del tenor, publicadas en su momento bajo los títulos de Domingo canta a Caruso (1971) y Voce d’Oro (1972). Producidas todas por Richard Mohr, cuenta con el apoyo del excelente director que fue Nello Santi y otras dos orquestas inglesas: la London Symphony y la New Philharmonie. Salvo tres títulos (Los pescadores de perlas, Chatterton y L’Arlesiana) de todas esas obras aquí reunidas (de Verdi, Puccini, Meyerneer, Mascagni, Massenet, Gounod, Leoncavallo y Cilea) dejó lecturas al completo.

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Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).