Leí en 2003 el mítico libro de Nik Cohn Awopbopaloobop Alopbamboom, publicado en 1969. Se considera que es la primera obra dedicada a la música pop y rock.
En él se encuentran un montón de cosas interesantes. Algunas quizá no lo parezcan a primera vista, porque ya han sido muy repetidas, pero probablemente eso no es culpa de Cohn, ya que él fue el primero o uno de los primeros en decirlas. Es un libro estupendo para tener una visión temprana y muy interesante de todo el origen del rock y el pop y es muy útil también para llenarse de una buena cantidad de prejuicios.
Ya digo que muchas de las cosas que dice se han convertido en tópicos y dogmas. Cohn suele ser duro y despectivo, pero también a menudo es elogioso. A veces, casi siempre, es ambas cosas a la vez. Usa esa manera tan inglesa, o que yo he visto en tantos autores ingleses, que consiste en elogiar mucho una cosa y acabar con la conclusión: “En definitiva: era una mierda”. O al contrario, atacar mucho a alguien y acabar diciendo que es maravilloso. Eso me gusta.
Imagen superior: el interés de Cohn por el rock‘n roll empezó en Derry, allá por los años cincuenta. Un día se cruzó con un grupo de «teddy boys» escuchando en un tocadiscos el gran éxito de Little Richard, «Tutti Frutti». Aunque carente de sentido, una de las estrofas de aquella canción le conquistó para siempre: “Awopbopaloobop Alopbamboom!”.
Cohn está siempre muy seguro de todo y hace un juicio de valor tras otro, del lector depende pensar si acierta o no, pero a veces mete la pata hasta el fondo, como cuando habla de los Stones y de Mick Jagger:
“Triunfará en el cine ‒escribe‒. Presentará programas de TV. Asistirá a galas de estreno. Poco a poco irá perdiendo el pelo. Tal como están las cosas, no creo que duren [los Rolling Stones]. No estaban destinados a eso, a hacerse viejos. Existen para tener éxito en un momento dado y luego desaparecer. Y si les queda algún sentido de la elegancia, se matarán en un accidente aéreo, tres días antes de cumplir los 30”.
Casi todos los músicos y cantantes que menciona ya los conocía antes de leer su libro y cualquier lector pensará que hay omisiones graves, pero eso siempre pasa en un libro de estas características: siempre falta alguien importantísimo: hasta Samuel Johnson olvidó una palabra en su Diccionario: “bondmaid”. Pero me interesan algunos cantantes que no conozco (aunque tal vez haya escuchado algo suyo): Charlie Rich, Cilla Black y P.J. Proby (su favorito).
Estoy a menudo de acuerdo con Cohn en sus elogios, pero raramente en sus desprecios: la conclusión de esa divergencia tal vez sea que a mí me gustan muchas más cosas que a él, o que tengo menos criterio y paladar.
Cohn suele decir lo que a menudo dicen los expertos y los que siempre llegan los primeros a todos sitios: que tal artista o grupo era estupendo al principio y que ahora ya no vale nada. Esta falta de valor suele coincidir con que el artista sea conocido por mucha gente. Naturalmente, ese tipo de juicio a veces es correcto, pues a menudo los artistas empiezan a hacer cosas peores cuando tienen éxito y quieren mantenerlo. Pero no siempre.
Aunque su libro es en muchos aspectos parecido a los de Tom Wolfe y el nuevo periodismo, una de las diferencias fundamentales es que a Cohn no le importan demasiado los hechos, el ajustarse a la verdad:
“Nunca me ha impedido describir un lugar no haberlo visto en mi vida. Del mismo modo que no haberme encontrado con alguien no me ha impedido hablar de la entrevista que tuvimos”.
Eso me recuerda una idea del músico francés Hector Berlioz que decía en sus Memorias: “Quizá no cuento aquí algunas cosas tal como sucedieron, pero al menos las cuento tal como deberían haber sucedido”.
Imagen superior: «Chubby Checker ‒escribe Cohn‒, para ser sincero, no tenía mucho talento».
Mi amigo Marcos interpreta de manera literal esta idea como Cohn y cuenta las cosas como deberían haber sucedido. Yo la interpreto, y creo que a eso se refería Berlioz, como que la memoria a menudo nos engaña y contamos cosas que hemos mejorado inevitablemente por un recuerdo dudoso.
Supongo que es más interesante la interpretación de Cohn/Marcos, pero yo estoy más cerca de Wolfe y me gusta, en especial cuando se trata de una supuesta guía del pop y rock, contar las cosas tal como sucedieron, no como debieron haber sucedido (aunque eso no quiere decir que quienes se ajustan a los hechos no mientan tanto o más que quienes los falsean).
Tampoco comparto la concepción mítica que del asunto del rock y el pop tiene Cohn y que determina muchas de sus antipatías y amores y odios.
Imagen superior: en 1976, Nik Cohn escribió en «New York Magazine» el artículo «Tribal Rites of the New Saturday Night», en el que está basado el guión de la película «Fiebre del Sábado Noche» (1977). Cohn describe esa etapa como sus «quince minutos de fama».
Finalmente, es curioso que en casi todo el libro, que Cohn escribió a los 23 años, pero revisó tres años después, no suele distinguir entre pop y rock. Puede empezar una frase haciendo referencia a un grupo que hace pop y en la misma frase decir que hace rock. A menudo, los dos términos son intercambiables, pero, tras los Rolling Stones, él mismo establece una diferencia neta entre el pop y el rock, que ahora a menudo nos parecen tan opuestos:
“El rock ‒escribe‒ se ha convertido ahora definitivamente en lo que ha sido siempre: un asunto de hombres. Sólo Janis Joplin fue tan bruta como un camionero. Sólo ella puede ser admitida en este club exclusivo y machista. El pop es para los blandos, los hijos de papá y los candidatos a marica en sus diferentes versiones Pero el mensaje del rock es mucho más básico: guitarras, tacos, rebelión, caprichos de adolescente que quiere quemar el mundo y poco más. Eso es lo que hace grande al rock, por eso lo adoro. No necesitas pensar, si piensas estás perdido. Eso hace que debajo de su apariencia revolucionaria el rock siempre haya encarnado las ideas más conservadoras. Un padre de familia decente se tomará unas cervezas escuchando a los Stones, a Elvis o a Eddie Cochkram, pero pisoteará los discos de los profetas de San Francisco y las flores. Esas es la gloria del rock y la miseria del pop.”
Imagen superior: entrevistado en 2016, Nik Cohn se reafirmó en sus viejas opiniones: «Creo que mi actitud hacia las bandas [de los sesenta y los setenta] que siguen en activo es: ¿lo están haciendo para vender más entradas y obtener más dinero que no necesitan? ¿O es que su música sigue evolucionando y tienen algo nuevo que decir? En este sentido, David Bowie siguió actuando y lo hizo muy bien. Otros… Sé que Keith Richards sigue diciendo que nunca ha sido mejor que ahora. Pero yo tenía razón. Los Stones, después de cumplir los 30 años, no crearon nada bueno».
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