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Mike Oldfield, el trovador de las campanas tubulares (1973-1984)

Hijo espiritual de la escena de Canterbury, creador ecléctico e intérprete virtuoso, Mike Oldfield revolucionó la historia del rock con una obra monumental, Tubular Bells, que vino a ser el puente ideal entre el rock progresivo y la new age.

Mike Gordon Oldfield nace en Reading el 15 de mayo de 1953. Su pasión por la música empieza a manifestarse a la edad de siete años cuando, después de haber visto en la televisión al virtuoso Bert Weedon, convence a su padre para que le compre una guitarra. La música pronto se convierte en su pasatiempo favorito, así como en el refugio que le permite distanciarse de una situación familiar infeliz, con una madre alcohólica que sufre de crisis depresivas. La difícil relación con su madre contribuye abrumadoramente a la creación de una personalidad introvertida, lo que hará que Oldfield tenga algunos problemas durante la primera etapa de su carrera.

Tras abandonar primero a la familia y luego la escuela, Oldfield comienza a tocar en los clubes y forma el dúo folk Sallyangie con su hermana Sally. La pareja publica dos sencillos (Lady Go Lightly, en 1972, y Two Ships, en 1969) y un álbum (Children Of The Sun, 1968). Este último tiene un éxito bastante limitado y supone el final del proyecto.

Un breve paréntesis en su vida artística se abre con su siguiente grupo, The Barefeet, formado junto con su hermano Terry. Mucho más importante es su entrada en 1969 como bajista y guitarrista en la banda The Whole World, formada por Kevin Ayers tras su salida de Soft Machine, en el apogeo de la era Canterbury. Mike lanza junto a esa formación el álbum de estudio Shooting At The MoonWhatevershebringswesingConfessions Of Dr. Dream And Other Stories y el directo June 1, 1974 (recordemos también los recopilatorios The Kevin Ayers Collection y Odd Ditties), todo ello antes de que la banda se disuelva en 1971.

Durante su permanencia en The Whole World, Oldfield traba amistad con el teclista y director de orquesta David Bedford (que tendrá un papel muy importante en la primera parte de su carrera). Por esas fechas, entra en contacto con proyectos musicales tan atípicos como la big band de jazz y rock progresivo Centipede, de Keith Tippett (pianista acompañante de King Crimson, entre otros). Asimismo, ve crecer su fama como guitarrista y, sobre todo, comienza a pensar en un álbum en solitario.

Un evento crucial para Oldfield está a la vuelta de la esquina. Jugueteando con una grabadora prestada por Ayers, cubriendo la cabeza borradora, se las arregla para hacer overdubs que luego le permitirán plasmar mucho mejor las ideas de su primer trabajo. Su estancia en Abbey Road también le permite explotar un rico arsenal de instrumentos para ir enriqueciendo las pistas que había comenzado a grabar. Poco a poco, una demo adquiere forma, convirtiéndose en el primer paso de un proyecto que recibirá varios nombres: Breakfast In Bed y Opus One, antes de llegar a su título definitivo, Tubular Bells.

Mike se lo ofrece a diversas compañías discográficas, pero sólo obtiene rechazos, justificados por la dudosa comercialidad de un álbum que presenta varios minutos de música atípica y completamente instrumental.

Incapaz de grabar ese trabajo, Oldfield se gana la vida lo mejor que puede: tocando la guitarra para el musical Hair y como bajista para el cantante de soul Arthur Lewis.

Y es entonces cuando llega el golpe de suerte: después de colaborar con LewisOldfield es invitado a hacer algunas grabaciones en The Manor, la hacienda de Richard Branson (vendedor de discos por correo a través de su firma Virgin Mail Order Record Company). Le asesoran los ingenieros de sonido Tom Newman y Simon Heyworth.

La atmósfera amistosa que respira en el estudio anima al tímido Oldfield, que encuentra la fuerza nevesaria para ofrecer su preciada cinta a Newman y Heyworth. Ambos quedan muy impresionados tras la escucha y deciden convencer a Branson para que publique ese álbum en el que Oldfield continúa trabajando en privado, pero que aún debe permanecer «congelado» porque Branson (pese a lo mucho que le emociona ese trabajo) no tiene ni el dinero ni la experiencia necesarios para su publicación.

Tras la entrada en escena de Simon Draper, un nuevo socio con quien había decidido fundar un sello discográfico, Branson recuerda a Oldfield y entra en contacto con él, convencido de que ya se le habrá adelantado alguna otra compañía discográfica. Para su fortuna (y también para la nuestra), Oldfield solo está comprometido con Hair.

The Manor, equipado con todas las herramientas necesarias, queda a disposición Oldfield durante una semana, periodo durante el cual el músico inglés (con la valiosa ayuda de Newman y Heyworth) se las arregla para hacer la primera versión del álbum (el resto de la obra se completará en sesiones subsiguientes). Se emplean más de veinte instrumentos diferentes, todos ellos tocados por Oldfield, quien recibe poca ayuda externa (percusión y coros).

El registro requiere más de dos mil sobregrabaciones (la cinta final queda tan desgastada que corre el riesgo de romperse). El grado de paranoia de OldfieldNewman y Heyworth es muy alto, sobre todo si tenemos en cuenta la tarea titánica que supuso el manejo manual de las pistas. Junto con Tubular Bells, también se graba una sesión con Elkie Brooks, bajo el título «The Manor Live».

Una vez completada la grabación, Branson y Draper acuden al Midem de Cannes (la feria de la industria discográfica) y se la ofrecen a los líderes de varios sellos, que solo se interesan en esa pieza insignificante, «The Manor Live», ignorando por completo, y pese a sus méritos, la suite instrumental. Disgustados por la situación, ambos se dan cuenta de que la única manera de difundir el disco es publicarlo por su cuenta.

Tubular Bells (1973), inspirada en el Bolero de Ravel, se convierte así en la primera publicación de un nuevo sello, Virgin. Pese a no encuadrarse en ningún género, el álbum es aclamado por la crítica por su carácter revolucionario, y obtiene un éxito extraordinario, al principio sólo en Inglaterra (durante 15 semanas encabezó las listas) y luego en el resto de Europa. Ello se debe también a su inclusión en el disco en la banda sonora de El exorcista.

Tubular Bells sigue siendo el álbum más vendido de todo el catálogo de Virgin, a pesar de que éste también incluye a otros gigantes como Genesis, Peter Gabriel o Simple Minds.

A partir de aquí comienza la historia de Oldfield. Un éxito bien merecido para un disco complejo pero no difícil de escuchar, cuyo creador siempre confió ciegamente en él. La obra se compone de una sucesión de fragmentos musicales, creada mediante la superposición de instrumentos que interpreta el propio músico. Algunos de esos cortes pasaron, directamente, a formar parte de la historia de la música. En particular, el tema de apertura ya mencionado, o la conclusión de la primera parte, donde el maestro de ceremonias Viv Stanshall anuncia la entrada de los instrumentos, que se van solapando y preparan el terreno para la entrada triunfal de las campanas tubulares.

Divididos en dos partes, sin una verdadera solución de continuidad, evolucionan estos 50 minutos de la música entusiasta, evocadora y de ánimo cambiante. Resulta significativa (y absolutamente inusual para la época) la casi total ausencia de percusión y de voces, presentes sólo en una sección de la segunda parte titulada «The Piltdown Man Section», donde Oldfield, tras beberse media botella de whisky, exteriorizó toda su frustración con sus gruñidos de cavernícola. También tiene su gracia que la obra concluya con la tradicional «The Sailor’s Hornpipe» (usada, por ejemplo, como sintonía de los dibujos animados de Popeye).

Obra genial, puente entre el rock progresivo y la new age de dos décadas después, Tubular Bells es un álbum que no debe faltar en ninguna colección de discos respetable.

Oldfield no está preparado para ese éxito que tanto había deseado: el estrés posterior a la grabación y el suicidio de su madre lo llevaron, en medio de alucinaciones y ataques de pánico, a refugiarse en el alcohol y el LSD. En un estado bastante precario, y bajo la presión constante de Branson, que quería explotar la estela del éxito anterior (y que por lo tanto, exigió un nuevo álbum en un corto período de tiempo), Oldfield comienza a trabajar en el disco sucesor de Tubular Bells.

Mientras tanto, sale a la luz su colaboración con Robert Wyatt en su obra maestra, Rock Bottom (1974), en la que Oldfield toca la guitarra.

En Hergest Ridge (1974), las características distintivas de su predecesor no se pierden. Nos hallamos ante suite dividida en dos partes, que toma su nombre del altozano situado cerca del nuevo hogar de Oldfield. Una vez más, éste emplea la avalancha habitual de instrumentos, tocados por él mismo, sin batería, con voces usadas como instrumento, etc. El sonido de Hergest Ridge es menos «misterioso» que el de Tubular Bells, y Oldfield muestra su brillantez al evocar con estas nuevas composiciones el verdor de las praderas inglesas. Nos hallamos ante un álbum de muy grata escucha, pero poco sorprendente. Uno de los momentos en que consigue esto últino es en la sección central de la segunda parte. Pese a su extensión, encontramos en ella un asalto sonoro de indudable hechizo, guiado por la concentración de noventa guitarras. Nuevamente llega el éxito, demostrando así que Mike Oldfield no es un fenómeno pasajero.

En 1975 salen al mercado otras dos obras de Oldfield: en primer lugar, la versión orquestal de Tubular Bells (a cargo de la Royal Philharmonic Orchestra, con arreglos y dirección de David Bedford), donde el único instrumento tocado por Oldfield es la guitarra, y luego su tercer álbum real, que luce el extraño título de Ommadawn (una palabra sin sentido, que más o menos significa «estúpido» en gaélico). En este disco se repite el esquema de la suite instrumental dividida en dos partes. Sin embargo, alguna variación comienza a emerger: el arpa a menudo toma un papel principal (en particular, en la sección introductoria, que rivaliza en belleza con la de Tubular Bells). Asimismo, comienzan a manifestarse las influencias celtas (con la presencia de Paddy Moloney, de los Chieftains). También interviene la percusión africana del grupo surafricano Jabula, y en la conclusión de la obra, nos encontramos con una gran pieza cantada («On Horseback»). Más variado que Hergest Ridge y menos fragmentario que Tubular Bells, Ommadawn es uno de los puntos más elevados de la producción oldfieldiana.

Por esta época, nuestro músico lanza el villancico «In Dulci Jubilo». Mientras tanto, muestra su perfil más hermético, y eso lo lleva a reducir al mínimo las entrevistas y a no presentarse en vivo.

En 1976 sale a la venta Boxed, una caja con canciones inéditas que recopila los primeros tres álbumes remezclados en versión cuadrafónica. Lo sigue el single navideño «Portsmouth». Participa en vivo en la representación de The Odyssey, de Bedford, y publica dos singles poco exitosos: sus versiones de la obertura de «Guillermo Tell», de Rossini, y de un tema tradicional inglés «The Cuckoo Song».

En la práctica, lo que Mike está haciendo es recargar sus baterías, confiando en Exégesis, una terapia que le permite enfrentar sus miedos y mejorar los aspectos más positivos de su personalidad. [N. del T.: el Exegesis Group, fundado en 1976 por el actor Robert D’Aubigny, proponía una seudoterapia radical de autodescubrimiento que consistía en seminarios de tres días, durante los cuales el paciente era sometido a humillaciones verbales, de forma que reaccionase de forma substancial, liberándose de sus traumas. Investigado por Scotland Yard, Exegesis acabó disolviéndose, como tantos otros grupos alternativos de la New Age] Paralelamente a la terapia, Oldfield se dedica a la composición de su nuevo álbum, Incantations (1977), un disco doble que incluye una única suite dividida en cuatro partes, en las que, desde el punto de vista instrumental, no asume el papel protagónico que tenía en discos anteriores. En este caso, principalmente, serán músicos invitados quienes se ocupen de las cuerdas, las flautas, los vibráfonos y los coros.

En lo compositivo, el álbum es de altísimo nivel, y más allá de su diferente sonoridad, difiere de sus predecesores en el uso extensivo de tiempos impares (bastante inusual para Oldfield). Su larga duración, por desgracia, no impide que haya tiempos muertos, aunque afortunadamente esos momentos son bastante raros. No obstante, pasamos de buena gana, por ejemplo, a la maravillosa «Parte I» (donde el arte de Oldfield casi alcanza la perfección absoluta, y donde las percusiones africanas de Jabula crean un tapiz rítmico sin precedentes) o al final de la «Parte IV», magia pura traducida a la música.

El invitado especial es Maddy Prior, vocalista Steeleye Span, que es el protagonista de una participación vocal (demasiado larga) en la segunda parte, donde se cantan versos extraídos del poema de Longfellow «La canción de Hiawatha».

Desafortunadamente, Incantations, a pesar de su calidad asombrosa, tiene como único defecto su fecha de lanzamiento, en plena explosión punk. Por eso mismo, va a ser denigrado por muchos como un trabajo innecesariamente conservador, y su éxito será muy inferior al de los anteriores discos del artista.

Oldfield ya ha superado su crisis personal: concede numerosas entrevistas, graba un single de estilo disco ( «Guilty»), celebra un matrimonio fugaz con Diana Fuller, hija del líder de Exégesis (un mes después, ya estaban separados) y, sobre todo, emprende una gran gira mundial, con un equipo de unas cien personas, entre músicos y técnicos. A pesar de agotar las entradas en casi todas sus etapas, la gira fracasa económicamente. Para recuperar algo de dinero, Oldfield publica el excelente doble en vivo Exposed (que contiene IncantationsTubular Bells y «Guilty»), y después de algunos meses, el nuevo álbum de estudio, Platinum (1979).

Este último es, sin duda, un registro que rompe con el pasado, y que muestra el deseo de Oldfield de renovarse y de ir más allá en sus complejas obras instrumentales (una fórmula que ya muestra sus límites, comercialmente hablando). Por primera vez, encontramos la estructura de la suite más piezas cortas que también encontraremos en muchos de los álbumes siguientes. La suite principal (el corte que le da título) es la obra maestra del disco: pegadiza, atractiva, con unos coros y una sección de vientos muy eficaces, y mucho más fácil de asimilar por parte del oyente medio en comparación con composiciones anteriores.

La cara B es notablemente inferior: cabe destacar la atmosférica «Woodhenge» (donde sobresale el vibráfono de Pierre Moerlen, del grupo Gong) y «Punkadiddle» (un tema infalible en las actuaciones en directo). Se hubiera podido exluir sin problemas la melosa «Into Wonderland» (Curiosidad: en la mayoría de los CDs en circulación, esta canción sustituye a «Sally», una pieza dedicada por Mike a su nueva novia, que fue retirada, tal vez por su mala calidad, en las siguientes ediciones) y también cabría prescindir de la versión de «I Got Rhythm», de Gershwin: una pieza chispeante, a la que ya estamos acostumbrados, y que aquí aparece inexplicablemente distorsionada, convertida en una balada meliflua, de pobre resultado.

Aunque criticado por su tono comercial y por una simplicidad que llevó a muchos a acusar Oldfield de involución, Platinum sigue siendo un registro digno de atención y muy adecuado para aquellos que ingresan por primera vez en el mundo oldfieldiano.

Tras Platinum, publica un single navideño, «Blue Peter», emprende una nueva gira con un grupo extremadamente reducido y publica QE2 (Queen Elizabeth 2nd), un álbum de transición que funciona intermitentemente (a pesar de la presencia de músicos como Phil Collins y Maggie Reilly, a quien conoceremos mejor en los próximos registros).

En este último disco, Oldfield deja de lado su veta experimental habitual, y nos brinda lo que parece una mera (y débil) continuación de Platinum. Este detalle se observa sobre todo en las dos piezas iniciales, las valiosas «Taurus I» y «Sheba», también caracterizadas por un uso amplio (e inédito para Mike) del vocoder. La lista de temas continúa con «Conflict», un discreto cóctel de Bach (!), guitarras distorsionadas e influencias folk. La insignificante «Arrival» (Abba) es la primera versión del disco, y contrasta con otra revisitación muy superior, «Wonderful Land», de los Shadows (un grupo muy querido por Oldfield en su adolescencia). Las reminiscencias de Platinum también surgen durante la escucha del discreto «Mirage», con su vibráfono impetuoso, mientras que los ambientes bucólicos de la canción que da título al disco son decididamente planos. Finalmente, «Celt» y «Molly» son de calidad media. En resumen, un disco que no es malo, pero en cualquier caso, desprovisto de esos destellos a los que nos había acostumbrado previamente su creador.

Dejando aparte el éxito del álbum, Oldfield pasó buena parte de 1981 en gira (también celebrando que ya se habían vendido diez millones de copias de Tubular Bells). Asímismo, dedicó este año a la preparación de su nuevo álbum.

Five miles out (1982) es un trabajo con una estructura muy similar a Platinum, es decir, una suite en su primera parte y piezas más cortas en la segunda. Es un disco con muy pocos momentos de fatiga creativa, caracterizado (como el álbum anterior) por un sonido de «banda», y con el apilamiento de capas de audio habitual. Al comienzo nos encontramos con la segunda entrega de la trilogía «Taurus». Ahí surge la magia: una serie continua de temas de gran éxito (con la guitarra ocasional de Oldfield, la gaita irlandesa del invitado Paddy Moloney y las delicadas voces de la fantástica Maggie Reilly) que mantiene viva la atención del oyente durante casi 25 minutos. Continúa el disco con «Family Man», una buena canción pop cantada por Reilly, que al principio no tuvo mucho éxito, pero que un año después de la versión hecha por Hall & Oates se convirtió en un éxito que alcanzó el top-ten en América. La tercera canción del álbum es «Orabidoo», una mini-suite en la que una suave introducción de vibráfono es prolongada con el codificador de voz en un sólido tapiz de percusión (agradable al principio, pero que rápidamente se vuelve agotador) y el efecto de las fugas de teclado, antes de un final muy pacífico. Concluye el disco, siempre en un nivel alto, con «Monte Teidi» un tema instrumental de gran belleza, en el que predomina una trama espléndida de sintetizador. Luego viene el tema que da título al álbum, una pista corta (inspirada en un accidente de avión del que fue testigo el propio Oldfield) que incorpora algunas líneas melódicas ya escuchadas en «Taurus II», enriqueciéndolas con enlaces vocales muy efectivos (filtrados por el vocoder cuando es necesario) a cargo de Reilly y Oldfield. En definitiva, se trata de un disco altamente recomendable, que alcanzó un merecido éxito y que propició que Mike emprendiera una nueva gira mundial.

El siguiente álbum, Crises (1983), es el bello resultado de la renovada veta creativa de Oldfield: un excelente compromiso entre calidad y comercialidad ‒un aspecto este último que no dejó de suscitar fuertes críticas por parte de los críticos‒. La estructura del álbum no ha cambiado con relación a los LPS previos, y repite la fórmula suite + pistas cortas. La suite es la canción que da título al álbum: una pieza principalmente instrumental (salvo alguna intervención esporádica cantada por el propio Oldfield), siempre del nivel compositivo más alto, donde el sintetizador de Mike (enamorado por aquellos días de la Fairlight, una estación de trabajo de audio digital de gran alcance), y la batería sísmica del veterano Simon Phillips (curtido con los Who, Toto y muchos otros) generan una mezcla explosiva de sonidos.

Incluso las piezas cortas son todas excelentes: cuatro canciones cantadas (por tres vocalistas diferentes) y una instrumental. Se inicia con el famoso hit-single «Moonlight Shadow», interpretado por Maggie Reilly, uno de los mejores temas pop de todos los tiempos, cuyo innegable atractivo se combina con una emocionante guitarra de Oldfield, quien también escribió un excelente arreglo (con un uso brillante del eco en la voz). La voz igualmente angelical (e histórica) de Jon Anderson de Yes es la que oímos en «In High Places». Reilly regresa para cantar «Foreign Affair», otro famoso hit-single, quizás un un tanto monótono pero brillante en sus arreglos. El penúltimo tema es el instrumental de aire español «Taurus III», en el que Oldfield puede mostrar todo su dominio de la guitarra, sobregrabando pistas para generar un verdadero «muro de sonido» , lo que pondrá a prueba nuestro sistema estéreo. Se cierra el álbum con el áspero «Shadow On The Wall», otro éxito más, esta vez interpretado por Roger Chapman (Family), donde la voz va de la mano de una guitarra igual de dura. El lanzamiento de este álbum coincidió con una mini-gira, que finalizó con la celebración del décimo aniversario de Tubular Bells.

A ese disco tan éxitoso le sigue Discovery (1984), un buen álbum, que se atiene a los estándares de calidad del Oldfield, entre lo pegadizo y la experimentación. Como ya es habitual, el artista busca satisfacer tanto a los fans ‒con la acostumbrada suite (esta vez al final del disco)‒ como al público atraído por sus producciones pop. El intento de explotar el éxito del álbum anterior es bastante evidente. Vale la pena mencionar el bajo número de músicos (encontramos solamente al percusionista Simon Phillips y a los cantantes Maggie Reilly y Barry Palmer). La vena pop caracteriza en menor medida tal disco. El mágico sello de Reilly figura en tres piezas: la estupenda «To France» (cuyo riff magistral se usa también en la igualmente válida «Talk About Your Life») y la animosa «Crystal Gazing». El poderoso sello de Palmer se adapta bien a «Poison Arrows» (conviene escuchar el muro de guitarras de Oldfield a mitad de la pieza), y reaparece en la pista que da título al disco (con una apasionada línea vocal y un solo de guitarra antológico) y asimismo en la balada «Saved By A Bell «(quizás la única pieza comedida de todo el disco).

Podemos escuchar a los dos cantantes a dúo en la excelente «Tricks Of The Light», la canción más popular del álbum. El octavo y último tema es el alegre «The Lake», la inevitable suite instrumental, esta vez mucho más corta de lo habitual (12 minutos), pero llena de sugerencias. En última instancia, Discovery representa el pináculo de la creatividad de Oldfield en la década de 1980, antes de que el músico entrase una fase creativa decadente.

Copyright del artículo © Pasquale Renna y Claudio Fabretti. Publicado por cortesía de OndaRock con licencia CC. Traducción de Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.