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«Tubular Bells» (Mike Oldfield, 1973). El arte del rock instrumental

Para trazar el mapa musical donde surge Tubular Bells es indispensable comprender que Mike Oldfield completó aquel mítico álbum en una etapa tormentosa, que él mismo describió en su autobiografía Changeling (2007), donde mencionaba sus problemas familiares, sin los cuales no se entienden «el abuso de ciertas drogas, su timidez enfermiza y unos ataques de pánico que solo apaciguaba en el estudio de grabación».

«En realidad ‒escribe Guzmán Urrero en The Objective‒, Tubular Bells no marcó la cumbre de su carrera ‒ese mérito corresponde a otro maravilloso LP, Ommadawn (1975)‒, pero fue la demostración de que un perfecto desconocido podía revolucionar el panorama con un álbum minoritario y experimental. El éxito del disco, estimulado por la inclusión de uno de sus fragmentos en la película El exorcista, tuvo dos consecuencias: el afianzamiento de Oldfield como uno de los principales artífices del llamado rock progresivo y el despido fulminante de un buen puñado de A&R (es decir, los encargados de fichar e impulsar a los talentos que integran el catálogo de una discográfica)».

«Una vez ‒contaba Olfield en 2014‒ pasé media hora buscando en Google a los A&R que, cuando presenté Tubular Bells a los distintos sellos, me rechazaron pensando que yo era un loco de atar. No pude encontrar a ninguno. Imagino que cuando el disco llegó al número uno, los echaron».

«En realidad ‒escribe Urrero‒, el rock progresivo ya era una corriente firme cuando Tubular Bells salió al mercado. Acusada a veces de autocomplaciente, esta modalidad musical articulaba distintas influencias: los collages orquestales, inspirados en las suites de la música clásica, los fraseos y ritmos del folk más bucólico, el jazz fusión espoleado por Miles Davis, la psicodelia, el vanguardismo electrónico y una vena literaria que iba desde la ciencia ficción hasta las fantasías de Tolkien. Para los recién llegados, ahí van tres vinilos imprescindibles para entender sus orígenes: In the Court of the Crimson King (1969) de King Crimson, Third (1970) de The Soft Machine, e In the Land of Grey and Pink (1971), de Caravan».

«Sin embargo ‒explica Michele Saran en Onda Rock‒, Oldfield se ganó su reputación en The Whole World, la banda de Kevin Ayers. Es en esa formación donde comienza a experimentar con los instrumentos, y también, aunque de forma rudimentaria, comienza a ‘doblar’ las guitarras, aunque en estos primeros intentos no tenga la intención de alcanzar una verdadera consistencia sinfónica. La obra que desarrolla a partir de esos recursos va a ser rechazada por la mayoría de los ejecutivos discográficos, a excepción del dueño de Virgin, Richard Branson, quien se arriesga a encontrar los fondos necesarios para producir el álbum, editado finalmente tras agotadoras sesiones de grabación (en el legendario estudio The Manor) y después de duros rechazos por parte de las empresas de distribución».

Pongámonos en situación: aquel niño prodigio, multiinstrumentista, se distanció de la banda de Kevin Ayers y emprendió un proyecto anticomercial: «cincuenta minutos de paisajes sonoros, riffs de guitarra y variaciones cíclicas, registrados en el magnetofón Bang & Olufsen que le prestó Ayers. «A nadie se le hubiera pasado por la cabeza ‒escribe Urrero‒ que aquello pudiera arrasar en las listas teniendo en cuenta quiénes eran los referentes de su autor: ‘Yo solía escuchar a compositores clásicos, como Ravel, Bartók o Stravinsky ‒confesaba Oldfield en 2014‒, y asimismo, a vanguardistas como Hans-Joachim Roedelius… Pero también podían atraerme Stevie Wonder o Led Zeppelin«.

«Oldfield ‒continúa Urrero en TO‒ encontró un modo bastante original de componer a través de este consumo omnívoro de melodías. Sin ir más lejos, Ravel, sobre todo si pensamos en su Bolero, se conecta bien con la naturaleza acumulativa e impresionista de Tubular Bells«.

«La clave de este disco radicaba en sucesivos bucles de notas ‒dice Chris Brook‒, interpretados por el propio músico en solitario, con toda una variedad de instrumentos. La obra culminaba en un grandioso clímax emocional, puntuado por la narración de un maestro de ceremonias, Vivian Stanshall, miembro del grupo The Bonzo Dog Doo-Dah Band».

«Este debut ‒añade Saran‒ será recordado como un nuevo foco de inspiración para el rock de la Escena de Canterbury, y en general, para el art rock y sus derivaciones cultas (en particular, Heaven and Hell, de VangelisEquinoxe, de JarreImplosions, de Micus, hasta llegar a Passion, de Peter Gabriel, e incluso a Anima, de Vladislav Delay). Eso por no hablar de otra gama muy amplia de influencias, que fluctúa, con gran naturalidad, de la psicodelia a la world music, del jazz rock al hard rock, de la improvisación vanguardista al simple relieve sonoro, en un conjunto que será una de las piedras angulares de la new age más primordial».

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En 1972, el emprendedor Richard Branson lanzó el sello Virgin Records. «Después de abrir nuestra primera tienda de discos Virgin en Londres ‒escribe el propio Branson en un artículo autobiográfico‒, reunimos algo de dinero y compramos una casa de campo en ruinas. La convertimos en un estudio de grabación llamado The Manor. Un día, un ingeniero de The Manor me llamó y me dijo que había escuchado una increíble ‘demo’ de un adolescente llamado Mike Oldfield«.

Este productor, Tom Newman, aliado con su colega Simon Heyworth, puede considerarse el promotor definitivo de Tubular Bells. «La madre de Mike era alcohólica ‒continúa el propietario de Virgin‒, y cuando él tenía 14 o 15 años, se encerraba en el desván y componía. Él mismo tocaba todos los instrumentos. Era un genio absoluto. Cuando oí la maqueta, supe que el mundo también necesitaba escuchar aquello. Acudimos a todas las grandes discográficas y Mike encajó un rechazo tras otro. Fue entonces cuando decidimos poner en marcha nuestro propio sello para sacar el álbum».

«Podemos decir ‒escribe Saran‒ que la primera parte del álbum está completamente generada por un teclado en el que se advierte el influjo de Glass, a lo que se agregan excelentes frases de bajo y piano, en una tensión densa de progresivo enriquecimiento de los colores. El fraseo pianístico da lugar a una sonata a cuatro manos, con vientos bolivianos y épicas espirales de guitarra, que suavizan la atmósfera en un tema resuelto con mandolinas y con alegres toques de glockenspiel. Ese aire nos lleva a un cambio de tempo digno de las fantasías tardorrománticas; así, la inagotable inspiración creativa conduce a una ferviente contemplación. El regreso al tempo primo agrega acentos del Medio Oriente y nuevas variaciones en el leitmotiv, hasta que la tranquilidad se rompe con la fanfarria. Una extraordinaria cesura introduce un episodio de danza india, que finalmente da paso a un nuevo tramo de sosiego en el que murmullan y evolucionan las guitarras folk, con un órgano distante y pasajes diáfanos».

«El cierre ‒añade‒ es un gran ejemplo de crescendo agógico, a la manera del Bolero (y un resumen de toda la composición), en el que los instrumentos entran en fila india a partir de un encantador motivo de diez compases, y luego van contrapunteando en suspensión, sobre una refinada cinta de fusión riff, hasta que toda esa pródiga puesta en escena (que culmina acertadamente con las campanas tubulares del título) se disuelve mágicamente en un arpegio de guitarra clásica.

En el colofón de Tubular Bells, Olfield emplea una pieza marinera, The Sailor’s Hornpipe, conocida desde el siglo XVIII. Su tono luminoso y optimista contrasta con la misteriosa introducción, que ese mismo año pasó a formar parte de la banda sonora de El Exorcista.

Como una parte de su ADN musical, este álbum paso a ser una cita habitual en otras obras de Olfield. Pero al margen de los guiños y las referencias, podemos hablar de varias prolongaciones y reinterpretaciones: Orchestral Tubular Bells (1975), Tubular Bells II (1992), Tubular Bells III (1998), The Millennium Bell (1999), Tubular Bells 2003 (2003) y Tubular Beats (2013).

Copyright de las citas entrecomilladas © Guzmán Urrero en The Objective. / Michele Saran. Publicado por cortesía de OndaRock con licencia CC. Traducción de Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.