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La historia de Zeleste y la música layetana (1973-1978)

Hay una recopilación crucial para saber lo que se cocía musicalmente en la Barcelona de mediados de los años setenta. Se trata de Musica Laietana – Zeleste (Picap Records, 2009), que pone en el pedestal que le corresponde a la sala Zeleste, epicentro de ese movimiento que todos convenimos en llamar ona laietana o música layetana.

Que nadie se asuste de semejante salto al pasado. Este es un espacio de fusión, y es en Zeleste donde se practicó la mejor fusión en España, con diferencia. Sucedió, además, en una época en la que no estábamos muy acostumbrados a tener músicos virtuosos, y sobre todo, profesionales

El primer grupo que destaca en el citado recopilatorio ‒y en la propia trayectoria de la sala‒ es la Orquestra Mirasol, fundado en 1974 y responsable de tres álbumes que publicó Edigsa, Salsa catalana (1974), D’oca a oca i tira que et toca (1975), y bajo el nuevo nombre de Mirasol Colores, La Boqueria, (1977). La música de esta formación desprende, por todos sus poros, la música hecha en la Barcelona de mediados de los setenta, y si hubiera que escoger un LP en su trayectoria, seguramente tendríamos que elegir Salsa catalana, en opinión de muchos el primer disco realmente layetano, el disco que inauguró el fenómeno, aunque en esto de los fenómenos es muy difícil saber quién fue el primero.

En todo caso, en Salsa catalana hallamos todos los ingredientes del estilo que nos ocupa: un jazz-rock progresivo de alta calidad, perfectamente ejecutado, con músicos de reconocido renombre ‒Ricard Roda, Víctor Ammann, Xavier Batllés, Miquel Lizandra, Pedrito Díaz‒, todos ellos fogueados en bandas anteriores.

Esto último se dio con frecuencia en la música layetana. Los miembros de un grupo se intercambiaban con los de otras formaciones, y todo ello, además, cuajaba en discos que respetaban al dedillo lo que se escuchaba fuera de España por aquel entonces. Estamos hablando de un rock progresivo próximo al jazz, en la línea de lo que producían la Mahavishnu Orchestra, Soft Machine o Miles Davis y todos sus discípulos, desde Herbie Hancock a Chick Corea.

Sin duda, el repertorio musical que se creó en torno a Zeleste reflejó esas tendencias internacionales, pero al mismo tiempo, sirvió como vehículo de expresión de una realidad autóctona. Por otro lado, aunque la ona laietana revela esas raíces catalanas, hablamos de un fenómeno no sólo inherente a Cataluña, sino propio de otros rincones de España. Esto último, por supuesto, nos llevaría a hablar de fenómenos como el rock andaluz, porque, como ya sabemos, para muchos artistas el rock se quedó corto como vehículo de expresión, y se hizo necesario adoptar otra serie de fórmulas.

Los miembros de la Orquestra Mirasol no estaban solos en este escenario. Hay alguien que ya estaba ahí dando guerra, Toti Soler, autor de composiciones de tanta calidad como la «Sardana flamenca», un tema instrumental del disco El Gat Blanc (1973).

Esta pieza de Toti Soler es una demostración ejemplar de hasta dónde abarcaba la fusión por aquel entonces, hecha además sin ningún prejuicio, combinando el flamenco, la tradición catalana y detalles de otras procedencias.

En gran medida, la música layetana fue un movimiento generacional. En este sentido, aunque el elemento común era el virtuosismo de los músicos y las ganas de hacer algo diferente, lo cierto es que irrumpió en un momento histórico decisivo, sobre todo a nivel político, en la España de comienzos de los setenta.

Zeleste fue fundada en mayo de 1973, y prácticamente desde el primer momento ya había actuaciones. Por ejemplo, al día siguiente de su inauguración, estaba actuando Sloblo, el quinteto en el que estaba integrado, como cantante y guitarrista, Gato Pérez. Poco después, encontramos allí al grupo formado por Eduard Altaba en 1973, los Bueyes Madereros, y en junio, actuaba en la misma sala otro personaje esencial en la onda layetana, adelantado a tantos otros colegas, el pianista Jordi Sabatés, que había colaborado con bandas como Picnic y Om, y asimismo con cantautores como Ovidi Montllor, Maria del Mar Bonet y Quico Pi de la Serra, antes de formar su propio grupo en 1971, Jarka.

Por cierto, Sabatés editó en 1973 un extraordinario álbum de dúos de piano y guitarra con Toti Soler, y en 1975, junto a Tete Montoliu, publicó otro magnífico LP, Vampyria.

En todos los aspectos, la programación de Zeleste fue tan ejemplar como variada. En su cartel podíamos encontrar desde ciclos de free jazz hasta actuaciones de flamenco, dando forma a un repertorio que hoy sería indiscutible, pero que en aquellas fechas era una auténtica hazaña.

Por cierto, ya que estamos inmersos en esta reivindicación de lo universal desde lo local ‒o de lo local desde lo universal‒, hay que hablar claramente de un grupo tan señalado como Companyia Elèctrica Dharma. Si lo fundamental en la Orquestra Mirasol era que supieron encontrar un equilibrio de las influencias que venían del jazz rock norteamericano con los acentos mediterráneos, y por supuesto, con los matices cubano-brasileños, en el caso de la Dharma, además de todo eso, encontramos un acervo local indiscutible.

Esa denominación de origen catalana era un sello distintivo de este grupo, próximo a la calle y al pueblo. En este sentido, este aspecto tenía un protagonismo más directo que en otras bandas del momento, formadas asimismo por músicos absolutamente incuestionables. Lo que no quita para que los otros grupos no quisieran estar en la calle o para que la Dharma fuera menos exquisita musicalmente. Creo que habéis entendido esa distinción.

A lo largo del periodo que nos ocupa, la Companyia Elèctrica Dharma editó cuatro LPs, Diumenge (1975), que abrió la puerta al sonido del grupo, L’Oucomballa (1976), más layetano que el primero, siempre dentro de los parámetros en que nos estamos moviendo, Tramuntana (1977) y L’àngel de la dansa (1978).

Por cierto, este último disco apareció en el año en que la onda layetana decaía sin remedio. El punk empezaba a arrasar, y músicos como estos dejaban de tener espacio en el planeta musical del momento.

Sin embargo, antes de desaparecer, este estilo nos dejó bandas tan notables como Iceberg, que debutó en 1974 con una extraordinaria formación ‒Max Sunyer (guitarra), Josep Mas «Kitflus» (teclados), Primitivo Sancho (bajo), Jordi Colomer (batería) y Ángel Riba (voz y saxo)‒ y que fue paradigmática por diversos motivos.

Alineados con el rock progresivo, sus dos primeros discos, Tutankhamon (1975) y Coses nostres (1976), coincidieron con la etapa más pujante de este movimiento musical. Y aun siendo el menos layetano de los grupos que venimos mencionando, Iceberg puede ser considerado el que más contribuyó a la proyección del rock catalán en aquella época.

En 1982, el teclista Josep Mas «Kitflus» y ese sensacional guitarrista que es Max Sunyer fundaron junto a Rafael Escoté (bajo) y Santi Arisa (batería) otra banda imprescindible en el jazz de la época, Pegasus. Hablamos, pues, de músicos que, en buena parte, siguen en activo, y que además protagonizaron unos años esenciales para entender muchas cosas que ahora se están haciendo en el jazz español.

Pegasus, todo un supergrupo, partió de la tradición instrumental de Zeleste de Barcelona, y avanzó desde el laietanismo al postlaietanismo ilustrado. con un jazz de fusión que conquistó a público y crítica en los ocho discos que publicaron entre 1982 y 1997. Tras el optimismo mediterráneo de Nuevos encuentros (1982) y el jazz avanzado de Comunicació (1983) y Searching (1984), Pegasus dio un salto más allá de nuestras fronteras con Montreux Jazz Festival (1985), el registro de su actuación en dicho festival. Luego grabaron Simfonia d’una gran ciutat, su imaginativa banda sonora para el film homónimo que Walter Ruttman rodó en 1927. A otro LP de fusión, Cóctel (1988), le siguieron El setè circle (1990) y Selva pagana (1997), de una sonoridad más lírica.

Otro grupo característico de la música layetana y del ambiente de Zeleste fue Secta Sònica, fundada por dos integrantes de Sloblo, el ya mencionado Gato Pérez y Rafael Zaragoza, en una formación que se completó con Jordi Bonell y Víctor Cortina. A Secta Sónica le debemos dos LPs, Fred Pedralbes (Edigsa, 1976) y Astroferia (Edigsa, 1977).

Antes de adentrarse en otros terrenos, Gato demostró su talento en esos dos discos ‒a cada cual mejor‒ de Secta Sònica, un grupo con logros absolutamente genuinos, que además representó uno de los grandes vértices del layetanismo.

Por otra parte, en todo este proceso ya advertimos que, a partir del entorno de Zeleste, que además de la sala mantenía una revista y un sello discográfico, se había creado una industria y un material lo suficientemente interesante como para que hubiera una continuidad con nuevos grupos. Así, aparte de bandas y artistas como la Orquestra Mirasol, Jaume Sisa, Barcelona Traction, Blay Tritono, Iceberg, la Companyia Elèctrica Dharma, la Orquestra Plateria, la Rondalla de la Costa, Mirasol Colores, Música Urbana, Secta Sònica y Tropopausa, encontramos a otros grupos tan significativos como Esqueixada Sniff, responsable de dos álbumes, En concert (1979), grabado en vivo en Zeleste, y sobre todo, Ocells (1979), uno de los grandes hitos del sonido layetano.

La base de Exqueisada Sniff eran las jam sessions que hacían sus integrantes en diferentes clubs de Barcelona, y que acabaron en sus directos o en esos dos LPs que llegó a grabar el grupo. Indudablemente, esta es otra de las grandes recomendaciones musicales de aquel periodo.

A modo de despedida, debemos recordar, una vez más, al gran Gato Pérez, y en concreto, su descubrimiento de la rumba catalana en agosto de 1977, en las Fiestas de Gràcia. Desde entonces, tras el lanzamiento de su álbum Carabruta (Belter, 1978), no se separó de ella. Gato modernizó la rumba, creó unas letras magníficas dentro de ese género, y sobre todo, nos dejó piezas tan vibrantes como su inolvidable «Rumba dels 60’s».

Imagen superior: fotografía promocional de la Companyia Elèctrica Dharma. La Dharma fue uno de los grupos emblemáticos de la sala Zeleste, abierta por el arquitecto Víctor Jou en la calle Platería (hoy Argenteria), junto a la iglesia de Santa María del Mar.

Este artículo amplía una transcripción de mi programa radiofónico «Orient Express», emitido por Radio Círculo © Gernot Dudda. Reservados todos los derechos.

Gernot Dudda

Gernot Dudda inició su trayectoria periodística en la revista "El Gran Musical", y posteriormente ha escrito en medios como "Sur Exprés", "Rockdelux", "Primera Línea", "La Luna", "Popular 1", "Boogie", "Un Año de Rock", "Zona de Obras", "Batonga!", "World 1 Music" y "Efe Eme".
Fue colaborador de "El Mundo", y entre 1991 y 1999, redactor musical de Canal +. Asimismo, ejerció como periodista y crítico musical en Radio Popular FM (1986-1992) y en Radio Círculo, la emisora del Círculo de Bellas Artes. A lo largo de doce años, dirigió y presentó el programa "Orient Express".