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«Luna de miel en el espacio» (1901), de George Griffith

El propósito de la ciencia ficción no es adivinar el futuro. Sólo con el transcurrir del tiempo es cuando las obras (ya sean películas, novelas o comics) pueden verse con perspectiva e insertas en un momento histórico y social definido. Es fácil entonces darse cuenta de que su objeto de estudio es en realidad el presente del momento en que se crearon, con sus esperanzas, prejuicios, preocupaciones y circunstancias individuales y colectivas. Pero hay ocasiones en las que parece que parpadeos del lejano futuro consiguen abrirse paso hacia el pasado, aunque deformados, exagerados y magnificados por la borrosa lente a través de la cual miramos hacia el mañana.

Hace más de un siglo, cuando ni siquiera se había inventado el aeroplano, la idea del turismo espacial sonaba no como ciencia ficción, sino como alocada fantasía. Y, sin embargo, hoy no sólo no suena ridículo, sino que se está invirtiendo mucho dinero en ello. En 2001, el magnate y ex ingeniero de la NASA Dennis Tito pagó 20 millones de dólares a los rusos por convertirse en el primer turista espacial. Desde entonces, otros siete civiles millonarios han sido puestos en órbita por la agencia espacial rusa, pero la idea de tal negocio venía de antes. En 1996 la Fundación X Prize ofreció 10 millones de dólares a quien pudiera diseñar un aparato que llevara a tres tripulantes a más de 100 Km de la Tierra dos veces en menos de quince días. El ganador no se hizo esperar demasiado si tenemos en cuenta las dificultades financieras y técnicas inherentes al desafío: en 2004, el piloto Brian Binnie cumplía con la misión propuesta a bordo del SpaceShipOne, una nave diseñada y construida por Scale Composite, empresa sita en – y no, no es ciencia ficción– el Espaciopuerto de Mojave, California.

Pero es que además de aquella empresa ganadora había otros 24 proyectos compitiendo, todos ellos desarrollando nuevas tecnologías aeroespaciales. Virgin Galactic, dirigida por el siempre polémico Richard Branson, ha sido la primera en anunciar el comienzo de operaciones de turismo espacial a bordo del VSS Enterprise. El billete costará 200.000 dólares (aunque se espera que baje al más económico precio de 20.000 dólares) y sólo hará falta un adiestramiento de tres días. Cuatrocientas personas ya han reservado plaza.

Los nombres de las empresas que actualmente están involucradas en la misión (ya no un sueño) de mandar a civiles al espacio de forma regular parecen sacados de las novelas de Isaac AsimovRobert A. Heinlein o Philip K. Dick: Galactic Suite Ltd, Interorbital Systems, Planet Space, Space Adventures, Space Transport Corp, Venturer Aerospace…

Y aún hay más: en 2006, Bigelow Aerospace puso en órbita el módulo Geminis I, destinado a convertirse –si supera las pruebas– en el primer hotel orbital. Una estancia en este inusual lugar fuera del dominio de cualquier gobierno podría costar entre 5 y 10 millones de dólares.

Hace más de un siglo, un popular escritor británico, George Griffith soñó con el turismo espacial. Griffith, un plagiador nato de ideas ajenas, pronto progresó de los libros de guerras futuras tan queridos en Inglaterra en aquellos años –como ya vimos en un artículo anterior– hacia el romance interplanetario en A Honeymoon In Space.

Lord Redgrave es el dueño del yate espacial Astronef, que funciona gracias a algo llamado Fuerza R, que tiene la propiedad de «anular» o «activar» la fuerza gravitatoria. La demostración de semejante invento atemoriza a los gobiernos terrestres, a punto de entrar en guerra, forzándolos a firmar la paz. Después, lord y lady Redgrave abandonan la Tierra en la nave para disfrutar de una luna de miel cuyo itinerario difícilmente se puede imaginar más exótico: la Luna, Marte, Venus, Júpiter, Calisto, Ganímedes y Saturno. En su viaje encontrarán variados paisajes y criaturas en diferentes estadios evolutivos: los hombres pájaro de Venus, los monstruosos jovianos y las flotas de acorazados espaciales de los señores de la guerra marcianos.

La novela fue ilustrada por Stanley Wood y su trabajo probó ser tan relevante como el texto de Griffith al mostrar los primeros dibujos de alienígenas del tipo alto y delgado con grandes cráneos desnudos que tanta fortuna harían en la ciencia-ficción.

Luna de miel en el espacio es una de las novelas pioneras más relevantes dentro del subgénero de la space–opera, uno de los más queridos por los aficionados a la SF. En las historias de este tipo, los protagonistas/héroes parten hacia el espacio desconocido, enfrentándose valientemente a desafíos en lugares donde ningún humano ha estado antes. El término se bautizó, con connotaciones peyorativas, en analogía a los términos soap opera y horse opera, pero ha sido aceptado y revalidado por historias creadas a una escala más ambiciosa e imaginativa que relatos de viajes espaciales más conservadores y realistas que, como el clásico Viaje a la Luna de Julio Verne, celebraban sobre todo el momento en el que el hombre se liberaba de la “prisión terrestre”. Los primeros turistas espaciales, como la enamorada pareja de esta novela, se quedaban «limitados» a nuestro sistema solar. Pero eso cambiaría pronto….

Mientras tanto, en el mundo real, animados ahora por los primeros pasos del turismo espacial, los soñadores siguen evocando una aventura semejante a la imaginada por Griffith, pero con el trasfondo de un conocimiento más preciso de los cuerpos del Sistema Solar: volar agitando los brazos en Titán, la luna de Saturno, aprovechando la combinación de densidad atmosférica y baja gravedad; escalar el Mons Olympus de Marte, la montaña más alta conocida; extasiarse ante la vista de los anillos de Saturno desde la superficie de una de las lunas exteriores, contar los chorros de nitrógeno liquido de kilómetros de altura que parten de la superficie lunar al recibir el calor del Sol, explorar los colosales cañones de Europa…

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".