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«La luna es una cruel amante» (1966), de Robert A. Heinlein

Durante la década de los años cuarenta del pasado siglo, Astounding Science Fiction fue la revista más importante del género. Pero su influencia empezó a decaer tras la Segunda Guerra Mundial, dejando paso a otras cabeceras como Galaxy Science Fiction y The Magazine of Fantasy and Science Fiction, que competían por el interés de los lectores contratando a los mejores autores del momento.

Fundada en 1952, If fue una de esas publicaciones. Tras sobrevivir a unos inicios algo tambaleantes, fue vendida a Galaxy Publishing en 1959. En 1961, Frederik Pohl, que por entonces trabajaba como editor de Galaxy Science Fiction, empezó a desempañar la misma labor para If, puesto que ocupó hasta la venta de la revista en 1969, antes de su paulatino declive hasta su fusión con Galaxy en 1975. Bajo el liderazgo de Pohl, If disfrutó del periodo más próspero de su historia, ganando tres Premios Hugo a la Mejor Publicación.

Galaxy solía ofrecer trabajos de autores más consolidados y populares mientras que If se arriesgaba con escritores nuevos y trabajos más experimentales. Aquí vieron la luz obras importantes, como Un caso de conciencia, de James Blish; No tengo boca y debo gritar, de Harlan Ellison; Cánticos de la lejana tierra, de Arthur C. Clarke; el primer relato de Larry Niven, “El más frío de los lugares”, y también su aclamada Estrella de neutrones. Y, por supuesto, la obra que ahora nos ocupa, La luna es una cruel amante, de Robert A. Heinlein, serializada entre diciembre de 1965 y abril de 1966 antes de su edición en formato libro.

Por entonces, Heinlein estaba en la cúspide de su popularidad y, para muchos, también de su capacidad creativa. En 1967 fue nominado para un Premio Nébula por esta novela y ganó el Hugo en el mismo año. Libre de la estricta supervisión y directrices de John W. Campbell (editor de Astounding Science Fiction, donde había comenzado su carrera literaria) y los continuos desacuerdos con los editores de sus novelas juveniles, La luna es una cruel amante nos presenta a un autor completamente libre, capaz de expresarse a su gusto y tocar los temas que desea. Heinlein estaba ya reconocido ampliamente como uno de los grandes del género, una de sus voces más relevantes, en no poca medida gracias al éxito y polémica cosechados unos años atrás por Forastero en tierra extraña, obra que había saltado del reducido círculo de la ciencia-ficción para calar en el mercado generalista. La luna es una cruel amante fue recibida con expectación y comentada con respeto y admiración. Tras más de cincuenta años, sigue reeditándose continuamente y está considerada como uno de sus trabajos imprescindibles para quien quiera acercarse a su figura.

La historia transcurre en la Luna, a finales del siglo XXI. La Tierra estableció allí tiempo atrás un colonia penal que produce trigo para una población terrícola creciente y hambrienta. Los convictos –principalmente disidentes políticos y parias sociales‒ son transportados a la Tierra, dejados a su suerte e ignorados por las autoridades lunares en tanto en cuanto produzcan los volúmenes requeridos de alimento, cultivado éste en túneles bajo la superficie gracias al hielo encontrado en esos mismos lugares. La Autoridad Lunar vende productos de primera necesidad y suministros a los colonos (la mayor parte de los cuales son ya descendientes de convictos), pagándoles una tarifa prefijada por el grano producido. Luego, envía los cargamentos a la Tierra utilizando una catapulta magnética. Este sistema de fijación de precios tanto de venta como de compra, está pensado para exprimir todo lo posible a los colonos. De hecho y aunque pudieran, es imposible escapar del mismo.

El Alcaide, autoridad suprema en la Luna como delegado de la Federación de Naciones de la Tierra, cuenta tan solo con un puñado de guardias. No se puede decir que haya leyes estrictas y las costumbres y formas de relacionarse de los colonos se han ido estableciendo con el tiempo y sobre la marcha. No parece haber razones para aumentar los efectivos policiales ya que nadie puede escapar de la Luna ni aunque se le presentara la oportunidad: tras unos meses de estancia, el cuerpo humano se acostumbra a la gravedad lunar, experimenta cambios biológicos irreversibles y resulta muy difícil o imposible regresar a la Tierra.

Pero es que, además, la situación en la Tierra dista de ser idílica y, de hecho, vive en un futuro pesimista que recoge lo peor de la naturaleza humana y sus sistemas de gobierno. Los Estados son cada vez más grandes, más represivos y de naturaleza más totalitaria. La Federación de Naciones –un trasunto de la ONU‒ es un compendio de todos los defectos, ineficiencias y corrupciones que lastran las organizaciones multinacionales reales de entonces y de ahora. A esto se añade la tesis maltusiana que Heinlein ya había utilizado en otras novelas anteriores (como las juveniles): la población aumenta a un ritmo superior al de las mejoras en la producción de alimento y las tensiones económicas y sociales resultantes desembocan en gobiernos progresivamente más opresivos hasta que esa tendencia se rompa por el estallido de una guerra, una catástrofe, una epidemia o la apertura de nuevas fronteras territoriales. Se esté o no de acuerdo con el pensamiento económico de Malthus y su pesimismo respecto a la condición humana, las premisas, conclusiones y especulaciones de Heinlein están bien sustentadas.

En este contexto y muy temprano en la trama, se reúne el que va a ser el cuarteto protagonista. Manuel O’Kelly (más conocido como Manny) es un técnico de ordenadores que trabaja como operario autónomo para la Autoridad Lunar. Cuando le llaman para que revise el sistema principal de la colonia, se encuentra con que los errores que está registrando son deliberados y provocados por el puro aburrimiento. Como controlar todas las funciones y sistemas automáticos de la colonia requiere tan solo de un 2% de su capacidad, el ordenador empezó a aprender todo lo posible en su tiempo libre hasta desembocar en la autoconciencia.

Manny es el único que se da cuenta de ello y empieza a comunicarse con el ordenador, al que bautiza Mike (de Mycroft Holmes, el hermano más inteligente del inmortal detective de ficción). Mike está experimentando con el humor y le pide a Manny que revise y luego le comente algunos chistes en los que ha estado trabajando. Unas semanas más tarde, le pide que acuda a una reunión que se va a celebrar en un recinto de la base y que, por alguna razón, ha sido desconectado de sus monitores.

La reunión resulta ser de disidentes políticos. Allí Manny conoce a Wyoming “Wyoh” Knott, una activista radical de la colonia lunar de Hong Kong. Es una de los ponentes invitados junto al antiguo profesor de Manny, Bernardo de la Paz. Éste expone su convencimiento de que si la Luna sigue utilizando sus limitados recursos hídricos para cultivar trigo que luego se envía a la Tierra, la economía colapsará y en menos de una década llegará la hambruna entre los colonos.

El acto es interrumpido violentamente por policías de la Autoridad Lunar y Manny y Wyoh se esconden en un hotel cercano, donde pronto se les une el Profesor. Los dos activistas reclutan a un inicialmente reacio Manny para orquestar una conspiración que derroque a la Autoridad Lunar e impida el cada vez más próximo desastre. Cuando le explican las tácticas revolucionarias que van a llevar a cabo, Manny se da cuenta de que Mike podría ser una adición extraordinariamente útil puesto que controla todos los datos y sistemas, incluido el de las comunicaciones. Contactan con el ordenador y éste accede a ayudarles.

Ese es el punto de comienzo de una revolución, primero silenciosa y luego abierta, que culminará con la Declaración de Independencia de la Luna y un subsiguiente enfrentamiento militar con la Tierra.

Casi todas las polémicas que ha despertado la interpretación de la ideología de Heinlein tienen que ver con la diferencia entre lo que sus novelas dicen explícitamente y lo que afirman implícitamente. Puede parecer difícil reconciliar las posturas explícitas que Heinlein adopta en muchas de sus novelas pero en el fondo, su ficción conforma un todo coherente y unificado. Muchos de sus personajes y discursos son en apariencia radicalmente distintos. Por ejemplo, el gobierno que describe en Tropas del espacio es una especie de dictadura fascista, que siempre actúa correctamente y funciona sin fallos; mientras que en La luna es una cruel amante se defiende un anarquismo racionalista, una forma de libertarismo que postula que todos los gobiernos son irremediablemente ineficientes y que defiende que sólo puede confiarse en el individuo, la familia nuclear o el clan al que se pertenezca. Así, en Tropas del espacio, la burocracia es bienvenida, mientras que en La Luna… es una aberración a erradicar. Aparentemente, ambos trabajos carecen de unidad ideológica.

Sin embargo y como he apuntado, todo el trabajo de Heinlein está unificado por su subtexto implícito. Sus ficciones comparten una concepción personal de la libertad individual; la meritocracia dominada por una élite ilustrada; una crítica de la aceptación complaciente del statu quo, sobre todo en lo que se refiere a las costumbres y creencias asumidas como “aceptables”, sobre todo en la sexualidad; la fe en el progreso de la Humanidad mediante la ciencia, la tecnología y el viaje espacial; un compromiso con las concepciones reinantes en el Medio Oeste americano de mediados del siglo XX respecto al honor, el deber y la educación cívica; y todo ello subordinado a la autoridad de un solo hombre de gran talla moral e intelectual, una figura benevolente que no teme actuar, incluso violentamente si es necesario, para modificar la Historia en beneficio de todos.

En lo que se refiere a la política de La luna es una cruel amante, Heinlein reproduce las prácticas que utilizó Gran Bretaña con Botany Bay y otras colonias penales australianas, para crear un entorno verosímil –si asumimos, claro, la existencia de hielo en la Luna‒ que evolucionará al final del libro, vía la inevitable revolución, hacia una sociedad libertaria con la que comparar nuestro propio mundo del presente.

Hay quien ha dicho que Heinlein se inspiró en la Revolución Americana de 1776 para imaginar la que narra en la novela, pero las condiciones sociales y económicas de la Luna no me parecen en ningún caso equivalentes a las que existían en ese momento y lugar de la Historia, como tampoco la forma en que los líderes de la conspiración manipulan y orquestan tras las bambalinas todo el proceso.

Sin duda, si Estados Unidos no hubiera alcanzado la independencia, no habría quedado condenado a la hambruna y el canibalismo en ocho años, como sí nos dice Mike que ocurrirá en la Luna de no cambiar el modelo económico vigente. La idea de cultivar trigo en la Luna para alimentar a las masas hambrientas de la India me parece asimismo una idea poco sólida.

Por otra parte, la revolución pasa por ser de corte anarcolibertaria, pero en realidad todo el proceso está cínicamente manipulado. Es más, cuando el apolítico Manny acaba uniéndose a “la causa”, el objetivo de ésta no es alcanzar un determinado sistema de gobierno y sociedad sino, simplemente, rebelarse contra el statu quo y quitarse de encima la autoridad del Alcaide. Pese a las legítimas dudas de la viabilidad de una sociedad totalmente libertaria en el mundo real, Heinlein se esfuerza por presentarla como una ideal al que aspirar, al menos en teoría. La expresión inglesa “There Ain´t No Such Thing As A Free Lunch”, que se traduce como “Nadie regala nada”, existía antes de que Heinlein lo utilizara como lema de los conspiradores en esta novela, pero lo que sí inventó fue su acrónimo, TANSTAAFL, que caló entre la comunidad libertaria americana.

El Profesor Bernardo de la Paz es, como dije, el corazón espiritual de la revolución en la Luna. Es una figura contradictoria por cuanto se presenta como un anarquista pero luego es elegido como una de las cabezas visibles del nuevo congreso selenita, es decir, una pieza del sistema. Algunas de las ideas que lanza a sus colegas políticos son tan interesantes y rompedoras como inquietantes, pero en cualquier caso material para encendidos debates:

“Camaradas miembros, lo mismo que el fuego, el gobierno es un peligroso servidor y un amo terrible. Ahora disfrutáis de libertad… si sabéis conservarla. Pero no olvidéis que podéis perder esa libertad más rápidamente por vosotros mismos que por cualquier otro tirano. Avanzad lentamente, no dudéis en vacilar, meditad bien las consecuencias de cada palabra. No me importaría que esta convención deliberase diez años antes de informar… pero me asustaría si sus deliberaciones durasen menos de un año.

»Desconfiad de lo evidente, sospechad de lo tradicional… ya que en el pasado el género humano no ha salido bien librado cuando se ha ensillado a sí mismo con gobiernos. Observo, por ejemplo, en un borrador una propuesta para dividir a Luna en distritos parlamentarios y en dividirlos de nuevo de cuando en cuando de acuerdo con su población. Este es el sistema tradicional; en consecuencia, debe ser sospechoso, considerado culpable hasta que demuestre su inocencia. Tal vez algunos de vosotros creéis que es el único sistema. ¿Puedo sugerir otros? El lugar donde vive un hombre es lo menos importante en lo que a él respecta. Pueden formarse distritos electorales dividiendo a la gente por su ocupación… o por su edad… o incluso alfabéticamente. O podría no ser dividida, eligiendo a los diputados como representantes de toda la nación; ésta podría ser la mejor solución para Luna.

»Podríais considerar incluso el nombramiento de los candidatos que obtuvieron el menor número de votos: los hombres impopulares pueden ser precisamente los que os salven de una nueva tiranía. No rechacéis la idea simplemente porque parece descabellada: ¡meditadla bien! En el pasado, tal como demuestra la Historia, los gobiernos elegidos popularmente no han sido mejores y a veces han resultado mucho peores que las tiranías declaradas.

»Observo una propuesta para convertir a este Congreso en un organismo de dos Cámaras. Excelente: a más impedimentos, mejor legislación. Pero, en vez de seguir la tradición, sugiero una cámara de legisladores, y otra cuya única obligación sea la de rechazar leyes. Dejad que los legisladores aprueben leyes por una mayoría de dos tercios… en tanto que la otra cámara pueda rechazarlas por una simple minoría de un tercio. ¿Absurdo? Pensadlo bien. Si un proyecto de ley es tan poco atractivo que no obtiene los dos tercios de vuestros asentimientos, ¿no es probable que se convirtiera en una ley inoperante? Y si una ley es rechazada por una tercera parte de vosotros, ¿no es probable que podáis prescindir perfectamente de ella?

»Pero al redactar vuestra constitución permitidme que os llame la atención sobre las maravillosas virtudes de la negativa. ¡Acentuad la negativa! Henchid vuestro documento de cosas que el gobierno no pueda hacer nunca. Prohibidle reclutar ejércitos… prohibidle cercenar en lo más mínimo la libertad de prensa, de expresión, de reunión, de religión, de instrucción, de comunicación, de trabajo, de viajar… prohibidle que exija el pago de impuestos involuntarios. Camaradas, si pasarais cinco años estudiando la Historia en busca de más y más cosas que un gobierno tendría que prometer no hacer nunca, y vuestra constitución sólo incluyera esas negativas, me sentiría muy satisfecho.

»Lo que más temo son los actos afirmativos de hombres sensatos y bienintencionados, otorgando al gobierno poderes para hacer algo que parece necesario. Os ruego que recordéis siempre que la Autoridad Lunar fue creada para el más noble de los objetivos por un grupo de hombres bienintencionados, todos elegidos popularmente. Y con esta idea os dejo entregados a

vuestras tareas. ¡Gracias!”

Así, una buena parte de la historia pone el acento en los derechos individuales de acuerdo a la vena libertaria de Heinlein. Esta doctrina defiende que cada persona tiene el derecho a vivir su vida de la forma que elija siempre y cuando respete ese mismo derecho en los demás. Los libertarios defienden el derecho de todo el mundo a la vida, la libertad y la propiedad, derechos que existían con anterioridad a la creación de los gobiernos (aunque no suele recordarse que suelen ser los gobiernos los garantes de tales derechos). Todas las relaciones humanas deberían ser voluntarias y lo único que debería estar prohibido por ley sería la violencia contra quienes no la hayan ejercido previamente: asesinato, violación, robo, secuestro o estafa.

Heinlein es uno de esos autores de ciencia ficción que no tuvieron problemas en convertir sus obras en plataformas desde las que discutir la política y la sociedad, exponiendo sus propias teorías y proponiendo, como hemos visto en los párrafos anteriores, soluciones alternativas a los problemas actuales. Eso ha hecho que muchos lectores tengan dificultades a la hora de separar al autor de la historia que cuenta. De hecho, en su vida privada y a diferencia de lo que pueden hacer pensar sus apasionados personajes,

Heinlein fue muy discreto sobre sus creencias políticas y religiosas. De acuerdo con la Sociedad Heinlein, dedicada al estudio y promoción de su obra: “Gente con diferentes puntos de vista parecen aferrarse a una u otra obra que refleje sus propias opiniones o prejuicios, y la convierte en representativa de toda la carrera de Heinlein. Tropas del espacio es considerada por muchos como ‘fascista’ (especialmente tras la horrenda distorsión presentada en su versión cinematográfica). Forastero en tierra extraña se convirtió en estandarte de los liberales…aun cuando fue escrita al mismo tiempo que Tropas del espacio. Los libertarios adoran La luna es una cruel amante por presentar una sociedad anarquista que funciona tan bien. Y casi veinte años después, Heinlein llega con El gato que atraviesa las paredes para recuperar a los personajes de aquélla y demoler esa utopía mostrando las potenciales aberraciones a que puede dar lugar. Por cada posicionamiento político o social que se quiera endosar a Heinlein, probablemente se encontrará algo en su obra que lo defienda y otro tanto que lo contradiga.

Es posible que para quien no esté particularmente interesado en los debates políticos y las extrapolaciones sociales, esta novela se haga árida en varios de sus pasajes porque hay muchos discursos y reflexiones al respecto. De todas maneras, y aunque se tengan reservas respecto a la viabilidad de un sistema político-social como el que describe Heinlein, describe con tanta convicción los entresijos del gobierno lunar, las intrigas entre las naciones de la Tierra, el conflicto primero diplomático y luego bélico entre metrópoli y colonia, que resulta fácil obviar las incongruencias, las grietas en el sistema plantea y ejercitar con éxito la suspensión de la incredulidad.

El libro convence al lector de que las cosas, dado el tablero, las reglas y los peones en juego, bien podrían suceder de esa manera, con cada evento fluyendo lógica y verosímilmente del inmediatamente anterior y preparando a su vez el siguiente. Los libros de ciencia ficción política y militar tienden a tropezar cuando pasan del nivel táctico al estratégico o viceversa; no es el caso de La luna es una cruel amante.

El cuarteto de protagonistas se cuenta entre lo mejor del libro, auténtico motor de la historia y una de las razones por las que esta novela está tan bien considerada.

Manny es uno de esos arquetipos heinlenianos que podemos definir como “el hombre competente”, tan utilizado en muchas de sus novelas y cuentos: alguien práctico, con iniciativa, eficiente e individualista pero con sentido del deber hacia el grupo. No es, sin embargo, capaz hasta niveles sobrehumanos, o intelectual y arrogante como otros personajes de Heinlein. De hecho, es alguien bastante normal, que inicialmente no tiene intereses políticos más allá de robar a la Autoridad Lunar todo lo que pueda sin llamar la atención. Sin embargo, durante buena parte de la trama es convencido, manipulado y dirigido por terceras personas, especialmente Wyoh y el Profesor.

Dado que es él quien narra la historia, Heinlein nos da una perspectiva de su código de valores, de la forma en que ve el mundo propio y ajeno, lo que conoce y lo que ignora. Es, también, un portavoz de parte de la ideología del autor, expresada, eso sí, de una forma bastante curiosa. Aunque se pierde con la traducción, el original está escrito en un interesante estilo futurista. Muchas de las palabras que habla o piensa Manny son australianas más que americanas o inglesas, una elección justificada por la gran proporción de deportados de esa nacionalidad cuando China conquistó Australia. Además, la ausencia de artículos y escasez de pronombres posesivos recuerda al ruso, idioma del que también se escogen algunos vocablos aquí y allá. Dado que, como acabo de decir, la novela está narrada en primera persona, este mestizaje lingüístico funciona muy bien, como si el inglés hubiera evolucionado a consecuencia de la lejanía geográfica de sus fuentes y su adopción por parte de hablantes para quienes no es su lengua nativa.

También merece la pena destacar que Manny tiene sólo un brazo. El otro es una prótesis que en según qué momentos y según para qué funciones, le sirve mejor que un miembro auténtico. Hay un momento memorable, cuando se dispone a ir a la Tierra y, mientras está drogado, le colocan un traje presurizado habiéndole quitado antes el brazo prostético, lo que le causa algún que otro problema durante el viaje. Es el tipo de estupidez bienintencionada que la gente hace tan frecuentemente y que, siendo un simple detalle –y estos abundan en la novela- aporta verosimilitud a la historia. Heinlein pasó mucho tiempo en hospitales y sin duda tuvo oportunidad de ver este tipo de cosas en un momento u otro.

El Profesor representa otro arquetipo común en las novelas de Heinlein: el hombre maduro y sabio, al que también utiliza el escritor para articular algunas de sus propias ideas filosóficas y políticas. Es el corazón, el intelecto y el espíritu de la revolución y a lo largo de la trama da abundantes discursos sobre cómo organizar un alzamiento y la sociedad libertaria que debe seguir al triunfo del mismo. Lo que lo diferencia de otros personajes similares es su ingenio y carisma. Tiene un seco, irónico y cortante sentido del humor que lo hace destacar respecto tanto a sus compañeros de reparto en la novela como a otros ancianos sabelotodo de la bibliografía de Heinlein. Y aunque posee firmes ideales y opiniones muy claras, también es lo suficientemente pragmático como para entender y aceptar cómo funciona el mundo real.

Wyoh se ajusta también al prototipo femenino preferido de Heinlein: mujeres bellas y atractivas al tiempo que capaces y enérgicas (sólo mientras no interfieran con el macho alfa, claro). Es una política práctica y apasionada, que al principio toma un papel activo en el proceso revolucionario y cuyo pasado está marcado por la tragedia, lo que le da una capa extra de profundidad. Por otra parte, su relación con Manny da pie a describir la peculiar naturaleza del matrimonio en la sociedad lunar. Por desgracia, una vez empiezan los movimientos políticos y bélicos verdaderamente serios, el personaje es marginado y pasa a ser un mero secundario, hasta el punto de que hacia el final se limita a aparecer para servir café.

En relación con el tema de género, se ha dicho que Heinlein trató de imaginar cómo sería la liberación de la mujer… y lo entendió todo mal. A menudo se alude a ese término sin entender sus implicaciones. A saber: que antes de la segunda ola del feminismo, las mujeres no eran verdaderamente libres. Si se piensa que todas las mujeres que Heinlein conoció, por muy capaces que fueran profesional e intelectualmente, vivían en un sistema que constreñía sus posibilidades, es meritorio y digno de elogio que quisiera imaginar un futuro en el que por fin fueran libres, pero al mismo tiempo, no debe sorprendernos que no pudiera concebir la sociedad a la que daría lugar tal avance.

En la colonia lunar imaginada por Heinlein, la escasez de mujeres les ha aportado un estatus superior al que disfrutan en la Tierra, y aparentemente, lo que se presenta allí es una utopía feminista. Las mujeres pueden elegir tantos compañeros como deseen y tener sexo con quien quieran.

“—Me asusta pensar en ello. Es una menor. Podrían haberme acusado de violación.

—¡Oh! Ni hablar, amigo. Las mujeres de su edad están casadas o deberían estarlo. En Luna no existe la violación. Los hombres no lo permiten. En un caso de violación no se hubieran molestado en buscar un juez, y todos los hombres al alcance del oído habrían acudido para ayudarles. Pero las probabilidades de que una muchacha de su edad sea virgen son desdeñables. Durante su infancia, sus madres las vigilan, con la ayuda de todos los ciudadanos: aquí, los niños gozan de seguridad. Pero al llegar a la pubertad no hay quien las sujete, y las madres renuncian a intentarlo. Si les da por trotar por los pasillos y divertirse, nadie puede impedírselo: cuando una muchacha es núbil, se convierte en su propia dueña”.

Así, cuando un turista se atreve a ponerle la mano encima a una joven en un club, mientras ambos flirtean, y ella se asusta, los hombres que deambulan por allí a punto están de acabar con él forastero antes de que Manny intervenga y se erija en juez. Es una situación que parece apuntar a que Heinlein creía que porque cualquiera que maltrate a una mujer sea castigado con la muerte, las mujeres y no los hombres ostentan el poder. En realidad, si por cualquier circunstancia los hombres decidieran que las cosas deben funcionar de otro modo, las mujeres nada podrían hacer al respecto.

Tampoco es que parezca que las mujeres puedan decidir si quieren o necesitan ser protegidas, y sospecho que su principal función es la de estar disponibles para los hombres como amantes o esposas.

Si su situación de “poder” deriva de su capacidad para proveer al hombre de sexo e hijos, no hay liberación de la mujer que valga, especialmente si además tenemos en cuenta la machista división de trabajo en la Luna: las mujeres pueden encargarse de un salón de belleza o realizando tareas tradicionalmente asociadas a su sexo, pero no las vemos ejerciendo de juez o ingeniero. La misma idea de una “Unidad Lisístrata”, creada para combatir contra los invasores terráqueos, va en contra de cualquier concepto de igualdad.

Tampoco creo que la peculiar situación demográfica de la Luna acabara derivando en la enrevesada estructura familiar que nos plantea Heinlein. La falta de mujeres entre los deportados al satélite sería un problema que desaparecería conforme las parejas empezaran a tener niños, algo que, se nos dice, hacen con fruición. Y aunque no fuera así, la respuesta a la escasez de mujeres probablemente no daría lugar a la formación lógica y respetuosa de un sistema matriarcal en el que se protege a las mujeres. Si la historia nos enseña algo es que los humanos, colectivamente, tienden a actuar de forma violenta ante la falta de un recurso vital, así que lo más probable es que los colonos masculinos hubieran acabado robándose unos a otros las mujeres y matándose por ellas. Me resulta curioso que Heinlein, tan desconfiado y pesimista respecto a la naturaleza humana en otros aspectos, pensara lo contrario en lo que se refiere al impulso sexual.

Relacionado con el mismo tema, Heinlein describe en detalle la línea matrimonial de Manny, un sistema matriarcal enrevesado que facilita la poliandria pero que resulta un tanto chirriante por la diferencia de edad entre los miembros del mismo clan familiar. El personaje de Ludmilla, por ejemplo, a sus tiernos catorce años ya está casada con varios hombres bastante más mayores que ella.

Si el papel de la mujer en la sociedad y en la familia lunares está sujeto de debate, el libro se desenvuelve bastante mejor en el tema racial, incluso de forma sobresaliente para la época. Manny es un mestizo de piel oscura y hay bastantes personajes que se describen con tonos de piel no caucásicos. El Profesor de la Paz es hispano. Hay otro, que muere heroicamente, de raza africana. El Hong Kong de la Luna es una urbe vibrante y en expansión. En general, la Luna es una colonia en la que gentes de múltiples orígenes están empezando a definir su propia nacionalidad como “Loonies” (que podría traducirse como “estúpidos”, o mejor, “Lunáticos”).

Y por último en la alineación de protagonistas tenemos a Mike, el personaje cuya curva de aprendizaje es más pronunciada. El suyo es un divertido y entrañable retrato de un ordenador inteligente que se esfuerza por ser más humano. Aunque está antropomorfizado de una forma probablemente no realista (si una inteligencia artificial se hace autoconsciente, dudo mucho que se presente de una forma humana tan reconocible), sí es un personaje memorable al que es fácil coger cariño, una mezcla divertida de incompetencia social y genialidad técnica: inhumano en su capacidad de procesar datos y su omnisciencia, y muy humano en su ingenuidad juvenil, su enorme curiosidad, ganas de comunicarse y agradar. Quizá no sea del todo casualidad que Heinlein lo bautizara como otro de sus personajes más recordados y que con el compartía características similares: Valentine Michael Smith, de Forastero en tierra extraña.

Heinlein lo integra bien en la trama y lo hace funcionar como personaje activo en la misma, algo sorprendente si tenemos en cuenta el abismal salto tecnológico que existe entre los ordenadores de 1966 y los actuales. Esta diferencia es patente por cuanto la descripción de las funciones de Mike implican menos capacidad de procesamiento que un teléfono móvil moderno.

Manny, como técnico al cargo de Mike, se dedica a hacer reparaciones básicamente mecánicas. Encuentra –o finge encontrar‒ literalmente bichos en las entrañas de la máquina. Escribe sus propios programas, pero luego los imprime. Los administrativos que trabajan con él escriben las cartas e informes con máquinas de escribir. Todas las líneas telefónicas están centralizadas. No existen los formatos digitales… Mike es, por tanto, una mezcla de los viejos ordenadores que ya existían por entonces y las proyecciones –a la postre irreales‒ de lo que éstos podrían llegar a ser en el futuro. Hoy este aspecto se habría imaginado de forma muy diferente, pero a efectos narrativos en la novela funciona perfectamente: Mike se comporta como un niño autista que trata de extraer lógica de los actos de los humanos que le rodean.

Dicho lo cual, encuentro algunas cosas chirriantes en su participación en la historia. Como he dicho, Mike se une a la revolución por lealtad a su mejor amigo, Manny, y utiliza sus inmensas capacidades y alcance para planificar todo el proceso. Resulta inverosímil la facilidad con la que calcula las probabilidades de éxito según se van sucediendo los acontecimientos. Podría aceptarse que, en un punto de partida, hubiera realizado tales proyecciones, pero no su capacidad para reformularlas cuando evoluciona la compleja situación con múltiples factores involucrados y, aún más increíble, prever que todo tiene que empeorar antes de mejorar.

Además, siempre que los conspiradores se topan con un problema, parece que la solución pasa por Mike, lo que implica que su plan revolucionario jamás habría llegado siquiera a despegar sin el respaldo del genial superordeador que todo lo calcula, todo lo prevé y todo lo soluciona.

En relación con esto, y como resultado de la conveniente existencia de un ordenador inteligente, todo el proceso revolucionario se desarrolla de una forma tan suave y pacífica que se antoja implausible. Aunque los conspiradores encajan algunos tropiezos y fracasos, éstos son menores y nunca llega a producirse un desastre no previsto, como si la baraja estuviera marcada desde el principio a su favor. Y no sólo gracias a contar con un aliado como Mike. Porque la mayoría de los principales líderes de la revolución son educados, inteligentes y con unos poderes lógicos imbatibles. Por el contrario, sus adversarios son lerdos e incompetentes. Por ejemplo, algunas de sus primeras actividades subversivas podrían haberse fácilmente rastreado hasta el ordenador principal, y sin embargo, nadie en la Autoridad Lunar cae en ello. Hasta los protagonistas se sorprenden de que sus enemigos no hayan sido capaces de hacer una deducción tan sencilla. Desde un punto de vista dramático, habría sido más interesante equiparar la inteligencia de ambos bandos.

El segundo problema de Mike es su “muerte”, tan conveniente como lo había sido su “vida”, cuando su ayuda ya no es necesaria para la revolución. Resulta muy útil para los rebeldes tener de su lado a este ordenador corrupto, omnisciente y omnipotente que amaña elecciones y controla el sistema telefónico. Pero Heinlein sin duda vio el problema de un ser artificial e inteligente en continua madurez por el peligro de convertirse en un dictador al que nadie podría derrotar por muy benevolente que fuese. Al fin y al cabo, Mike no tiene moral ni ideales y si participa en la revolución es porque le divierte utilizar sus capacidades y disfruta con la compañía de sus “amigos” humanos y la atención que le dispensan. Previsiblemente, Mike no podría haber continuado viviendo como ser inteligente y evolucionando como tal sin transformarse en un dictador peor incluso que el Alcaide (un sucesor cinematográfico suyo sería el de la película Colossus, el proyecto prohibido, basado en una novela, curiosamente, también escrita en 1966 por Dennis F. Jones).

Heinlein era consciente de ese peligro y decide que, una vez cumplido su papel de herramienta imprescindible en el cambio de régimen y en aras de la seguridad futura, Mike debe desaparecer, aunque su “reinicio” final como ordenador vulgar resulta poco justificada y un tanto cruel con el personaje.

Más que ciencia-ficción dura, Heinlein se interesaba por la “blanda”, prestando especial interés a la política, la sociedad o la economía más que a la descripción detallada y precisa de la tecnología y ciencia del futuro. Eso no quiere decir que descuidara ese aspecto sino que lo utilizaba como rico decorado de fondo sobre el que desarrollar sus tramas.

Por supuesto, ya lo he dicho en lo referente a los ordenadores, sus extrapolaciones no siempre son certeras, pero sí que nos da una perspectiva interesante del concepto de inteligencia artificial y cómo ésta puede convertirse en un problema si sus objetivos divergen de los de sus creadores. Heinlein también predice que los miembros prostéticos estarán tan avanzados que habrá quien los prefiera a los naturales.

Heinlein plantea muy bien las implicaciones y desafíos técnicos de utilizar catapultas magnéticas en la Luna y la Tierra y la mecánica orbital que rige los lanzamientos, ya sean estos pacíficos o agresivos. Las naves están descritas de forma realista, y los túneles subterráneos en los que viven los colonos son plausibles, si bien parece ser que hay poco de valor en la Luna real que merezca el esfuerzo de realizar semejantes esfuerzos de ingeniería. La utilización de interceptores equipados con armamento nuclear se ha descartado por ser un remedio más peligroso que la enfermedad, y bastantes de las intervenciones y maniobras que en la novela realizan naves tripuladas probablemente hoy se harían con drones, si bien la extrapolación militar es sólida y consistente con el tipo de operaciones tácticas que se llevan a cabo en nuestro mundo. En este sentido, resulta chocante el impacto que una gravedad más débil tendría sobre soldados acostumbrados a operar en la Tierra y cómo podrían ser blancos fáciles ante enemigos ya habituados a aquélla.

En cuanto a su estructura, la novela está dividida en tres bloques. En el primero, “Ese cognum puro”, se narra el preludio a la revolución, con la reunión de los cuatro conspiradores iniciales, el trazado de sus planes y el triunfo del alzamiento. En el segundo, “Una chusma en armas”, el gobierno de la colonia trata de organizarse, y a Mike se le da una personalidad ficticia, “Adam Selene”, que, obviamente, nunca aparece en público pero que es anunciado como el auténtico líder de la revolución y nombrado Presidente del nuevo Ejecutivo. El profesor organiza un Congreso para tener a la gente ocupada, mientras él y Manny viajan a la Tierra para convencer a sus gobernantes de los beneficios de una sociedad libre en la Luna. Y el tercero, “TANSTAAFL” trata sobre el intento de invasión de la Tierra a la Luna y el contraataque de ésta mediante el lanzamiento de rocas al pozo orbital terrestre.

Es cierto que tras leer un centenar de páginas, el lector puede perder la paciencia y preguntarse por qué el libro es tan largo. El primer bloque, tras la rápida presentación de los personajes, es básicamente una colección de discursos ensalzando el libertarismo y el amor libre que ralentizan el ritmo, aunque no llegan a ser tan pesados y gratuitos como en Forastero en tierra extraña. Hacia la mitad de la novela, el ritmo se acelera considerablemente; tanto, de hecho, que apenas queda tiempo para respirar con tanta información, detalles y acontecimientos.

La luna es una cruel amante es una novela al tiempo densa en lo que cuenta y ligera en cómo lo hace. Tiene todos los elementos de las mejores obras de Heinlein: una sólida extrapolación de tendencias tecnológicas, políticas y sociales; una ambientación realista y bien construida; una trama interesante y unos personajes carismáticos con los que resulta fácil encariñarse.

Con esa argamasa, Heinlein construye un estudio sobre cómo articular una revolución desde cero, sirviéndose de la tecnología y la manipulación de las masas; una denuncia de la democracia masiva, el gobierno burocratizado y la política económica norteamericana; y plantea la incómoda y resbaladiza cuestión de qué diferencia a un terrorista de un luchador por la libertad.

Es una mezcla extraña que puede hacer reír por su ingenuidad, emocionarse por su épica, torcer el gesto por su filosofía sociopolítica o rechinar los dientes por su forma de ver las relaciones familiares según el episodio de que se trate, el lector y el momento de su vida en el que lo aborde.

No estoy seguro de que pueda recomendarse incondicionalmente para todo el mundo, pero sí de que es un libro relevante en la historia de la ciencia-ficción, y un buen ejemplo del estilo y temas propios de Heinlein. Probablemente sea un buen puente de transición para un lector que, habiendo superado las novelas juveniles del autor, esté ya preparado para adentrarse en narrativas y temas más maduros y complejos. Hay viajes espaciales, motores atómicos, inteligencias artificiales, revoluciones, colonias lunares, héroes valientes, heroínas hermosas y mucha acción, pero también llamamientos a reflexionar con nuevos enfoques sobre viejos problemas. Puede estarse o no de acuerdo con las propuestas de Heinlein, eso da lo mismo. Lo importante es que nos ofrece la posibilidad de meditar y debatir sobre ellas.

Heinlein continuó escribiendo y publicando hasta bien entrados los años ochenta, pero ya no volvió a ofrecer ninguna novela que pudiera rivalizar en inventiva e importancia como las que produjo hasta mediados de los sesenta.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".